La globalizaci¨®n de la Navidad no es solo amor al comercio
Los seres humanos tenemos la necesidad, incluso neurol¨®gica, de suspender nuestra vida cotidiana de tanto en tanto con rituales que nos conectan con un tiempo de otra calidad
Cada vez que llegan las fiestas navide?as, muchos se preguntan por el sentido de nuestros rituales. Algunos cuestionan su necesidad, otros critican la aparente frivolidad con la que celebramos una festividad en origen religiosa. Es lo que el historiador estadounidense J. A. R. Pimlott defini¨® como ¡°la paradoja de la Navidad¡±. Se refer¨ªa a la tensi¨®n entre el materialismo consumista que caracteriza a esta festividad hoy en d¨ªa y los valores no materialistas cristianos que la inspiran; una tensi¨®n entre lo profano y lo sagrado que evoca la historia de esta celebraci¨®n. Recordemos que, en la Europa romana, coincidiendo con el solsticio de invierno se celebraba la Saturnalia, festividad dedicada al dios Saturno, que marcaba la transici¨®n entre el per¨ªodo de cosecha y el de siembra. Durante esta fiesta se intercambiaban regalos y se decoraban los hogares con luces y ramas de hoja perenne. De un modo similar, los pueblos n¨®rdicos celebraban el j¨®l o yule en torno al 21 de diciembre con hogueras, banquetes, ofrendas a sus dioses y adornos de pino y acebo. La celebraci¨®n de la Natividad cristiana se superpuso, poco a poco, a estas tradiciones y costumbres precristianas. As¨ª, por ejemplo, hallamos las primeras referencias a los ¨¢rboles de Navidad en el siglo XVI, ya como parte de la conmemoraci¨®n del nacimiento de Jes¨²s, pero en clara continuidad con los rituales de ornamentaci¨®n precristianos.
Quiz¨¢ porque, desde un principio, la Navidad posee esta doble dimensi¨®n de fiesta materialista pagana y celebraci¨®n religiosa cristiana, es por lo que ha sido posible desligar la primera dimensi¨®n y exportar los rituales asociados a ella al resto del mundo. Bajo el reinado victoriano se populariz¨® la tradici¨®n germ¨¢nica de decorar del ¨¢rbol de Navidad, primero en el Reino Unido, y se extendi¨® luego a las colonias y excolonias brit¨¢nicas, como Estados Unidos. Despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial, la est¨¦tica navide?a anglo-germ¨¢nica, con sus abetos iluminados con luces el¨¦ctricas y el personaje de Santa Claus (otro ejemplo de hibridaci¨®n entre la figura cristiana de San Nicol¨¢s y el dios n¨®rdico Od¨ªn), ampli¨® su presencia en todo el mundo a trav¨¦s de la publicidad y los productos de las grandes compa?¨ªas estadounidenses como Coca Cola, Disney o McDonald¡¯s.
Dado que es posible separar esta dimensi¨®n materialista y pagana de la Navidad, sus rituales no interfieren con las costumbres religiosas aut¨®ctonas fuera de Occidente. Tal y como explican Junko Kimura y Russel Belk respecto de Jap¨®n, en el pa¨ªs asi¨¢tico existe una separaci¨®n en el espacio y el tiempo de los rituales navide?os. La ornamentaci¨®n navide?a, por ejemplo, est¨¢ ausente ¡°no solo en lugares obvios como templos budistas, santuarios sinto¨ªstas y el Palacio Imperial en Tokio, sino tambi¨¦n en restaurantes y hogares tradicionales japoneses, jardines japoneses y arenas de lucha de Sumo¡±. Esta segregaci¨®n espacial ¡°permite mantener la Navidad como algo extranjero, ex¨®tico y separado de lo que se considera verdaderamente japon¨¦s¡±. Algo similar ocurre en otras sociedades asi¨¢ticas, como la India. Fuera de la comunidad cristiana, el gusto por los rituales navide?os es esencialmente est¨¦tico; una oportunidad para imaginar y producir todo tipo de decoraciones multicolor, desde estrellas de papel mach¨¦ hasta pap¨¢s noeles montados en elefantes.
La globalizaci¨®n de la Navidad puede verse como una huella persistente del colonialismo europeo y la hegemon¨ªa cultural occidental. Tambi¨¦n como s¨ªntoma de un sistema econ¨®mico que tiende a ver cualquier celebraci¨®n, individual o colectiva, como una oportunidad de introducir productos en el mercado y estimular su consumo de forma masiva. En este sentido, nada impide que festividades originarias de otras regiones del mundo alcancen la misma visibilidad global que la Navidad, tal y como empieza a suceder con en el D¨ªa de Muertos mexicano o el A?o Nuevo chino. Sin embargo, m¨¢s all¨¢ de la cr¨ªtica a la banalizaci¨®n y comercializaci¨®n de la Navidad y otras festividades, conviene recordar que los seres humanos tenemos la necesidad, incluso neurol¨®gica, de suspender nuestra vida cotidiana de tanto en tanto con rituales que nos conectan con un tiempo de otra calidad, llam¨¦mosle sagrado, trascendente o, simplemente, diferente. En su obra cl¨¢sica Las formas elementales de la vida religiosa, ?mile Durkheim explica c¨®mo los rituales nos sacan de nuestra actividad ordinaria, permiti¨¦ndonos volver a ella ¡°con m¨¢s valor y entusiasmo, no solo porque hallamos entrado en contacto con una fuente de energ¨ªa superior, sino tambi¨¦n porque nuestras fuerzas se han revitalizado al experimentar moment¨¢neamente una vida menos tensa, m¨¢s regalada y libre¡±. As¨ª, una de las funciones de la Saturnalia era permitir la relajaci¨®n de las normas y las jerarqu¨ªas sociales durante un tiempo breve. Es m¨¢s, esa ¡°energ¨ªa superior¡± a la que se refiere Durkheim no necesariamente tiene un car¨¢cter sobrenatural o religioso. En las sociedades contempor¨¢neas, procede, entre otros, de la celebraci¨®n sincronizada de rituales secularizados como sucede en estas fechas. Desde esta perspectiva, quiz¨¢ resulten menos reprochables los villancicos en bucle o el exceso de dulces. Siempre y cuando se limiten a un tiempo breve.
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