La causa de la naci¨®n
En Espa?a la polarizaci¨®n no tiene tanto que ver con la definici¨®n de pol¨ªtica acu?ada por Carl Schmitt como con el peligro de bloquear la dial¨¦ctica del amigo y el enemigo con variantes de la idea de guerra justa
Una de las causas a las que se responsabiliza con m¨¢s frecuencia de la extrema polarizaci¨®n que se ha instalado en las principales democracias del mundo es la adopci¨®n de la dial¨¦ctica entre el amigo y el enemigo, teorizada por Carl Schmitt en El concepto de lo pol¨ªtico. Carl Schmitt pasa por ser el arquitecto jur¨ªdico del nazismo, al que habr¨ªa proporcionado conceptos y argumentos imprescindibles para dinamitar desde dentro la Constituci¨®n de Weimar; conceptos y argumentos como la distinci¨®n entre los diversos sentidos que alberga una Constituci¨®n o la incorporaci¨®n del estado de excepci¨®n a la definici¨®n del soberano y la soberan¨ªa. Si al amplio cat¨¢logo de formulaciones te¨®ricas que elabor¨® como jurista se suma el hecho de su vinculaci¨®n personal con el nacionalsocialismo, si no tan estrecha, s¨ª, al menos, tan equ¨ªvoca como para que los aliados considerasen procesarlo en N¨²remberg a ra¨ªz de una denuncia de Karl L?wenstein, basta mencionar su nombre y su definici¨®n de lo pol¨ªtico para que adquiera cierta verosimilitud el diagn¨®stico de que, en efecto, es la adopci¨®n generalizada de la dial¨¦ctica schmittiana lo que amenaza los sistemas democr¨¢ticos.
Aunque en los ¨²ltimos a?os la bibliograf¨ªa sobre Carl Schmitt se incline por describirlo como un oportunista dispuesto a adaptarse como jurista y como persona a la conveniencia pol¨ªtica del momento ¡ªseg¨²n har¨¢n, entre otros, Helmut Queritsch u Olivier Beaud bas¨¢ndose en sus respuestas en los interrogatorios de N¨²remberg, tras los que qued¨® en libertad¡ª, lo cierto es que su biograf¨ªa no resulta en ning¨²n caso ejemplar. En realidad, el problema que suscita Carl Schmitt no es diferente del que a lo largo de la historia del pensamiento, y aun en nuestros d¨ªas, plantean Maquiavelo, Hobbes o Nietzsche, autores en cuya estirpe es f¨¢cil situarlo. Todos ellos, incluido Schmitt, comparten un rasgo que, a falta de mejor definici¨®n, cabr¨ªa describir como radical, pero radical en un sentido que desmiente el m¨¢s com¨²n de extremista. La obra de Maquiavelo, Hobbes y Nietzsche es radical entendiendo por radical la capacidad de prestarse a un singular doble uso en la relaci¨®n entre la teor¨ªa y la pr¨¢ctica pol¨ªticas. Es decir, se trata de obras que, interpretadas como descripci¨®n de los mecanismos del poder, legitiman la disidencia, fundamentando la democracia, mientras que, interpretadas como programa, conducen al autoritarismo y a los sistemas liberticidas. Para entendernos, sostener que detr¨¢s de la verdad solo est¨¢ la fuerza, seg¨²n har¨¢ Nietzsche, permite, en tanto que descripci¨®n, relativizar cualquier verdad, oponi¨¦ndole alternativas, pero tambi¨¦n, en tanto que programa, imponer mediante la fuerza cualquier idea, rigurosamente cualquiera, sacraliz¨¢ndola como verdad.
Adem¨¢s de en El concepto de lo pol¨ªtico, Carl Schmitt aborda la dial¨¦ctica entre el amigo y el enemigo en Ex captivitate salus, un breve pero enjundioso alegato personal escrito durante una de sus estancias en prisi¨®n tras la derrota alemana de 1945. La lectura combinada de ambos textos revela la indisoluble continuidad que existe para Schmitt en cualquier lucha por el poder, sea en el interior de un Estado o entre Estados diferentes. Tanto en un caso como en otro, viene a decir Schmitt, opera la dial¨¦ctica entre el amigo y el enemigo, una dial¨¦ctica que, dejada a su libre desarrollo ¡ªa su irreductible contingencia¡ª, puede conducir al exterminio de una de las partes si as¨ª lo decide la que prevalece, pero que tambi¨¦n puede llevar a un acuerdo si ambas partes concluyen que es lo que mejor conviene a sus intereses respectivos. La dial¨¦ctica entre el amigo y el enemigo se opone para Schmitt a la noci¨®n de guerra justa, esto es, a un g¨¦nero de guerra, y, en general, de conflicto pol¨ªtico, en el que s¨®lo una de las partes encarna por definici¨®n la causa de la justicia. Reclamar esta justicia esencial de la propia causa es, siempre seg¨²n Schmitt, una forma de bloquear el libre desarrollo de la dial¨¦ctica que caracteriza lo pol¨ªtico, negando la igualdad entre las partes y creando, as¨ª, las condiciones para la barbarie, seg¨²n sucedi¨® en las guerras de religi¨®n que siguieron a la Reforma. Porque si la guerra es justa, dice Schmitt, el enemigo es necesariamente injusto, puesto que, mediando la victoria, la justicia que se arroga una parte convierte a la otra, no en vencido, sino en pecador, en hereje, en delincuente. Por eso, si se bloquea la dial¨¦ctica entre el amigo y el enemigo a trav¨¦s de una causa exterior a ella, de una causa esencial, no bastar¨¢ con que el vencido padezca la derrota, sino que, adem¨¢s, ser¨¢ acreedor del castigo que determine a su antojo el vencedor.
Para esta caracterizaci¨®n de la dial¨¦ctica entre el amigo y el enemigo, la polarizaci¨®n que se ha instalado en las principales democracias del mundo no tendr¨ªa tanto que ver con la definici¨®n de lo pol¨ªtico que establece Carl Schmitt como con el peligro de bloquear esa dial¨¦ctica con alguna variante de la noci¨®n de guerra justa. El deterioro institucional en Espa?a resultar¨ªa ilustrativo a estos efectos, en m¨²ltiples sentidos. En primer lugar, en el sentido de que la banalizaci¨®n de las doctrinas pol¨ªticas, y, en general, de todo conocimiento solvente provocado por el asfixiante exceso de la opini¨®n ¡ªsi es que las tertulias y el columnismo de trinchera tuvieran algo que ver con la opini¨®n¡ª, ha llevado a creer que el principal problema de la dial¨¦ctica schmittiana es que recurra al t¨¦rmino enemigo en lugar de adversario, reduciendo una cuesti¨®n te¨®rica decisiva a una mojigater¨ªa sem¨¢ntica. Pero, en segundo lugar, el caso de Espa?a resulta ilustrativo porque, al ignorar que para Schmitt la Constituci¨®n de 1978 ser¨ªa un resultado de la dial¨¦ctica entre el amigo y el enemigo tanto como lo fue la guerra de 1936, se ignoran los esfuerzos para bloquearla y negar su contingencia que vienen realizando fuerzas pol¨ªticas de signo diferente, invocando alguna causa que, no por ser de su invenci¨®n, deja de encarnar, seg¨²n sostienen, la justicia esencial que les asiste. Ocurri¨® con la divisi¨®n de los ciudadanos entre la casta y la gente. O m¨¢s recientemente con las llamadas a la movilizaci¨®n de los espa?oles de bien, dando a entender que otros no lo son en virtud de sus convicciones pol¨ªticas o del sentido de su voto.
Con todo, la causa que estar¨ªa bloqueando el libre desarrollo de la dial¨¦ctica schimittiana entre el amigo y el enemigo durante los ¨²ltimos a?os en Espa?a, la causa que estar¨ªa convirtiendo el sistema constitucional en el campo de batalla de una nueva guerra justa que puede llegar a destruirlo, es la causa de la naci¨®n. No de esta u otra naci¨®n, sino de la naci¨®n en general, de la naci¨®n como una de esas causas justas que, seg¨²n advierte Schmitt, excluyen de antemano la posibilidad de que haya justicia en las posiciones del enemigo. ?De verdad cambiar¨ªan mucho las cosas si, para desmentir a Schmitt, se hablara de la dial¨¦ctica entre el amigo y el adversario, sabiendo que, de seguir invocando la naci¨®n como causa justa, ese adversario debe ser necesariamente descrito como pecador, hereje o delincuente, exactamente igual que el enemigo? La polarizaci¨®n en torno a la idea de naci¨®n ha llegado tan lejos que, al final, ha terminado por perderse de vista que la noci¨®n de Espa?a plural responde tanto como la de Espa?a una a la pregunta nacionalista de qu¨¦ es Espa?a, cuando la pregunta liberal por antonomasia, la pregunta que restablecer¨ªa el libre desarrollo de la dial¨¦ctica schmittiana en su uso democr¨¢tico y no liberticida, es c¨®mo se gobierna. Ayer, la respuesta fue una Constituci¨®n contingente que dej¨® abierta la dial¨¦ctica. Hoy, por el contrario, una proliferaci¨®n de naciones esenciales, unas o plurales, que hace sobrevolar sobre nuestras cabezas las sombras agoreras de las guerras justas.
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