El dulce encanto del judeocristianismo
Todas las sociedades necesitan valores compartidos y la sociedad global exige que estos sean universales, pero si nos damos un atrac¨®n de moralismo la convivencia se deteriora
La cultura judeocristiana ha impregnado todos los rincones de la civilizaci¨®n occidental. No en vano las religiones monote¨ªstas, con sus valores, constituyen uno de los cimientos de nuestras sociedades.
En lo que tiene de manique¨ªsmo, la moral judeocristiana nos ofrece un mundo ordenado a partir del bien y el mal. Un dualismo que es el anclaje perfecto para la culpa, la ideolog¨ªa que los poderes de todo tipo utilizan para reforzar su control social. Como saben muy bien las mujeres.
Su influencia ha irradiado hist¨®ricamente toda la sociedad. Se hace evidente incluso en aquellos que, siguiendo a Marx, consideran la religi¨®n como el ¡°opio del pueblo¡± mientras se dejan seducir por el judeocristianismo. Baste recordar lo cercana que, en algunos aspectos, estaba la moral comunista de la ortodoxia cat¨®lica. O el papel jugado por la liturgia de la autocr¨ªtica, tan parecida al sacramento de la confesi¨®n, en el espectro de los partidos socialistas.
No siendo una novedad, me parece detectar que la atracci¨®n por el manique¨ªsmo judeocristiano est¨¢ en alza. Un ejemplo de ello es la campa?a de las derechas espa?olas para ¡°acabar con el sanchismo¡±, al que presentan como la m¨¢xima expresi¨®n de la maldad.
Este auge de las concepciones moralistas ha atrapado tambi¨¦n a las izquierdas. Con un impacto mayor, incluso, en sectores de la ¡°nueva pol¨ªtica¡±, muy dados a an¨¢lisis y juicios moralizantes.
En un momento en que Marx is Back incluso entre sus adversarios, sectores de la izquierda ignoran en sus an¨¢lisis las condiciones materiales de los procesos disruptivos en marcha y se dejan cautivar por las explicaciones judeocristianas, con la culpa como principal protagonista.
No deber¨ªa sorprendernos. A lo largo de la historia, los momentos de gran desconcierto han sido propicios al manique¨ªsmo. Explicar la realidad a partir del dualismo del bien y el mal nos ofrece la satisfacci¨®n de una comprensi¨®n simplista del mundo. Que, de otra forma, nos resulta incomprensible.
As¨ª, la digitalizaci¨®n es presentada en unos casos con un papanatismo tecnol¨®gico, en el que la innovaci¨®n se identifica de manera autom¨¢tica con el progreso. En otros, con un catastrofismo milenarista. Ambas miradas, aunque parezcan antag¨®nicas, conducen a id¨¦ntico lugar, al determinismo que niega el papel de los actores sociales.
Con la misma l¨®gica, al analizar la crisis de la pol¨ªtica y el deterioro de la democracia se desatienden las causas profundas de la desintermediaci¨®n pol¨ªtica. Se soslayan los desequilibrios de poder entre una econom¨ªa globalizada que se mueve con ritmos digitales frente a unas instituciones ancladas en local y tiempos anal¨®gicos.
Asimismo, se culpabiliza en exclusiva a los actores pol¨ªticos de la polarizaci¨®n extrema. Y al analizar la responsabilidad de los medios de comunicaci¨®n se ofrecen explicaciones maniqueas que ignoran la incidencia que en el deterioro de su funci¨®n social tiene la crisis de su modelo de negocio. Al tiempo que se obvia como los algoritmos de las redes sociales alimentan por razones econ¨®micas la crispaci¨®n, convertida en un reclamo para el inmenso negocio publicitario de las grandes tecnol¨®gicas.
A pesar de la complejidad de las disrupciones que vivimos todo se simplifica y explica con razonamientos moralistas. Como ejemplo me sirve una tribuna en estas mismas p¨¢ginas de Javier Cercas. En su cr¨ªtica, por supuesto leg¨ªtima, a la actuaci¨®n de los pol¨ªticos, hace desfilar a todos los actores del judeocristianismo: el bien y el mal, la culpa, el imprescindible arrepentimiento y la justa penitencia. Para concluir nos emplaza a elegir entre la resignaci¨®n de los pobres de esp¨ªritu y la rebeli¨®n de los indignados por la hipocres¨ªa de los pol¨ªticos fariseos.
Estas lecturas moralistas nos conducen a una gran paradoja. ?C¨®mo es posible que una sociedad en la que la ciudadan¨ªa acumula tantas virtudes, pasadas y presentes, solo sea capaz de parir una pol¨ªtica tan nefasta? ?C¨®mo es posible que la crisis de todas las estructuras de mediaci¨®n, que se manifiesta a nivel global, tenga solo causas locales, en las que la culpa de los actores pol¨ªticos lo explica todo?
Esta atracci¨®n fatal por los an¨¢lisis judeocristianos tiene importantes consecuencias. Si se ignoran las condiciones materiales que hay detr¨¢s de los procesos disruptivos, se dificulta su comprensi¨®n y la posibilidad de dar respuestas ¨²tiles. Para transformar la realidad es imprescindible entenderla.
Todas las sociedades necesitan valores compartidos y la sociedad global exige que estos sean universales. En su ausencia se impone el nihilismo del individuo tirano. Pero si nos damos un atrac¨®n de moralismo la convivencia se deteriora. Cuando los conflictos se conciben en base a los intereses en juego la negociaci¨®n y los acuerdos son posibles. Los intereses son fraccionables y por tanto de f¨¢cil, o menos dif¨ªcil, transacci¨®n. En cambio, si los conflictos se conducen al terreno moral de la bondad y la maldad de las partes la posibilidad de acuerdos se restringe hasta desaparecer. En una sociedad polarizada entre el bien y el mal, solo cabe la derrota del mal.
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