De visita en casa ajena
Ante la tragedia que se vive en Gaza recuerdo la cena en la que Amos Oz me explic¨® el conflicto como un profeta que, a su manera, predicaba la comprensi¨®n antes de que sea demasiado tarde
?No es acaso mi coraz¨®n fronterizo con el tuyo?
Nunca deja tu sangre de hacer sangrar mis mejillas.
(Else Lasker-Sch¨¹ler)
1. Las palabras que siguen llegan con treinta d¨ªas de retraso, pero no puede decirse que los pensamientos que las preceden est¨¦n desactualizados. Me refiero a la tarde del pasado 31 de diciembre, cuando lleg¨® a mi bolsillo un videoclip, lo abr¨ª y me encontr¨¦ con la vieja canci¨®n del tamborilero en una inesperada versi¨®n. Como es bien sabido, The Little Drummer Boy, compuesto en 1941 por Katherine Kennicott Davis, ha dado la vuelta al mundo miles de veces desde entonces. No hay Navidad en la que no surja una nueva versi¨®n que recuerde el viaje triunfal de un ni?o en su camino hacia el portal. Es indudable que la fortuna de esta canci¨®n, m¨¢s que a la letra, y m¨¢s que a la m¨²sica en s¨ª misma, se debe al ritmo creado por el redoble de tambores que enlaza el avance de los pasos con los latidos del coraz¨®n del tamborilero. Por lo dem¨¢s, el resto es lirismo que no evita rozar lo kitsch y la propaganda de mitos. Esta vez, sin embargo, esa versi¨®n que me lleg¨® con ocho d¨ªas de retraso mereci¨® toda mi atenci¨®n, pues se interpretaba desde un balc¨®n de la ciudad de Bel¨¦n.
2. Eran cinco los vocalistas: Fadi Ghattas, que cantaba en palestino, Amjad Khair, en ¨¢rabe, Milad Fatoulen en italiano, Faoud Maoubassaleh en hebreo y Nathalie Murad en ingl¨¦s. En cualquier otro momento esta canci¨®n hubiera pasado desapercibida, pero en estos d¨ªas no era posible dejar de asociarla con la tragedia que se vive en ese lugar de la Tierra. Era imposible no entenderlo como un mensaje enviado al mundo de que la gente com¨²n aspira a una armon¨ªa que los l¨ªderes no desean ni alientan, transformando las desavenencias en sermones y violencia. El caso es que, escuchando el breve videoclip por d¨¦cima vez, pens¨¦ en Edward Said y en los poetas Samish-al-Quasim y Mahmoud Sarwish, pero, en el horizonte, lo que se dibujaba ante m¨ª en ese momento en el que un nuevo a?o ven¨ªa de camino y en Portugal se encend¨ªan las luces de las ventanas para celebrarlo, era la lejana casa de Amos Oz, erguida sobre la arena en la ruta hacia el desierto de N¨¦guev. Hace a?os, mientras ¨ªbamos a visitar el mar Muerto, alguien dijo: ¡°Es una casa aislada, como la voz de su due?o¡±.
3. Ahora que ha pasado el tiempo, puede decirse en pocas palabras que Amos Oz, nacido en Jerusal¨¦n, ten¨ªa nueve a?os cuando se form¨® el Estado de Israel. Particip¨® en la guerra de los Seis D¨ªas en 1967 y en la de Yom Kippur en 1973, y acab¨® fundando una asociaci¨®n pacifista llamada Paz Ahora en 1987. Al igual que sus compa?eros, recibi¨® el cari?o de muchos, pero tambi¨¦n la incomprensi¨®n e incluso el odio de algunos de sus compatriotas. Con el tel¨®n de fondo del conflicto como cuna, escribi¨® libros admirables sobre las desavenencias, el amor y la muerte entre los seres humanos. Deber¨ªa haber recibido el premio Nobel, si la justicia po¨¦tica viviera en Estocolmo. Ahora que su voz lleva cinco a?os en silencio, al releer las poderosas narraciones que escribi¨® a lo largo de cincuenta a?os, se constata que no le sienta mal esa condici¨®n de profeta que algunos le atribuyen. Un profeta secular que escribi¨® sus Escrituras sobre los medios para construir la paz entre dos pueblos que se sienten con derecho al mismo territorio.
4. Conoc¨ª a Amos Oz en la mesa de M¨¢rio Soares, a principios de los noventa. El presidente de la Rep¨²blica portuguesa era un gran lector y un hombre dado a la escritura, autor de varios t¨ªtulos decisivos para el proceso democr¨¢tico de nuestro pa¨ªs. Cuando un autor extranjero pasaba por Lisboa, el presidente abr¨ªa las puertas de su residencia a otros escritores que consideraba afines al hu¨¦sped, y ¨¦l mismo se encargaba de dinamizar las tertulias. En una ocasi¨®n, el invitado se llamaba Amos Oz. M¨¢rio Soares era una figura cercana a Isaac Rabin y a su mujer Leah, y dialogaba con Yasser Arafat, y por eso la conversaci¨®n con el autor de La caja negra, en lugar de centrarse en la literatura, se desvi¨® hacia el tema del conflicto ¨¢rabe-israel¨ª. Amos Oz, que ten¨ªa mucho sentido del humor, intent¨® esquivar el tema, pero termin¨® cediendo y me alegr¨® que lo hiciera. Fue la primera vez que o¨ª decir a alguien que el conflicto era tan dif¨ªcil de resolver porque era una disputa entre unos que ten¨ªan raz¨®n y otros que tambi¨¦n la ten¨ªan. Entre unos que estaban equivocados y otros que lo estaban tambi¨¦n. Entre unos que ten¨ªan derecho a algo y otros a quienes tambi¨¦n les asist¨ªa ese derecho. Por primera vez o¨ª decir a alguien que se acordaba de que los campos cercanos al castillo de Jerusal¨¦n pertenec¨ªan a los palestinos. Por primera vez o¨ª pronunciar la aserci¨®n, acu?ada por el propio Amos Oz, de que era necesario hacer la paz, no el amor, y explicar el significado de una frase que solo en apariencia es una paradoja. Fue la primera vez que o¨ª que se culpaba a Europa, no por interpretar la creaci¨®n del Estado de Israel como muestra de enmara?ados remordimientos, sino por el hecho de que los europeos se comportaran como fan¨¢ticos, apoyando a unos como los buenos frente a otros, los malos, sin comprender que su papel, a causa de la culpa que los persigue, es el de contribuir a un compromiso entre dos pueblos destinados a entenderse, de modo que ambos pierdan y ambos ganen. M¨¢s tarde, hablando de las guerras, tras afirmar que estuvo involucrado en ellas no para conquistar territorios sino para salvar vidas, explic¨® la diferencia entre dos verbos hebreos, matar y asesinar. A su entender, lo que dice el sexto mandamiento del Dec¨¢logo, as¨ª como el sexto mandamiento de la Ley Mosaica, es ¡°no asesinar¨¢s¡±, algo diferente a no matar¨¢s, porque si se produce una agresi¨®n asesina, para defender nuestra casa no hay otro remedio que matar. En determinado momento alguien pregunt¨® si ese era el portal teol¨®gico que justificaba la guerra. Amos Oz respondi¨®: ¡°No soy el pacifista, se?ora m¨ªa, solo soy un pacifista¡±. Cuando M¨¢rio Soares nos llev¨® por fin al balc¨®n para ver el Tajo y disfrutar de la primavera, el mapa de la Tierra parec¨ªa tener un dise?o diferente.
5. Vivimos d¨ªas dif¨ªciles. El a?o 2024, que apenas tiene un mes de vida, se muestra lleno de sombras y frente a la sangrienta narraci¨®n que las pantallas resumen cuando empieza la noche, pero que los pueblos de los beligerantes viven tr¨¢gicamente a lo largo de las veinticuatro horas, me siento obligada a acercarme a la estanter¨ªa donde se encuentra la obra de Amos Oz y sacar de ella el peque?o libro compuesto por tres conferencias que el autor imparti¨® a lo largo de 2002, reunidas bajo el t¨ªtulo com¨²n de Contra el fanatismo. Frente al mal destructivo de la simplificaci¨®n, que conduce al fanatismo, Amos Oz prescribe varios remedios preventivos: mantener la capacidad de re¨ªrnos de nosotros mismos, ejercitar la capacidad de vernos como nos ven los dem¨¢s, aumentar la capacidad de disfrutar de la diversidad y tomar conciencia de que todo individuo tiene una historia, pero que ninguna de ellas es m¨¢s valiosa o m¨¢s convincente que la historia de quien est¨¢ a su lado. No es de extra?ar, pues, que en otra ocasi¨®n a?adiera Amos Oz: ¡°Los pueblos palestino e israel¨ª est¨¢n listos para la cirug¨ªa, solo necesitamos a alguien que quiera operarnos¡±.
6. No s¨¦ qu¨¦ habr¨¢ pasado con su casa, erigida sobre la arena, que de lejos me pareci¨® fr¨¢gil, como si estuviera construida con cerillas, pero escuchando a los cinco cantantes, as¨ª la recuerdo. Estaba iluminada cuando regresamos esa noche del mar Muerto, y me asalt¨® la idea de que ah¨ª dentro hab¨ªa un profeta que, a su manera, predicaba la comprensi¨®n antes de que sea demasiado tarde. En un intento por mi parte de imitar sus geniales paradojas, cabr¨ªa decir que ese tarde nunca ser¨ªa tarde si hoy mismo fuera esa tarde.
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