Las manos de la abuela
Se est¨¢ produciendo una suerte de retorno a lo natural, incluida la lactancia, como reacci¨®n al fracaso del consabido ¡°progreso¡± y es transversal a la orientaci¨®n ideol¨®gica
Hace algunas semanas coincid¨ª con un grupo de escritores que se?alaban entre sus logros el haber introducido la postmodernidad en las letras espa?olas. La conversaci¨®n, marcada en general por la afinidad, encontr¨®, sin embargo, un obst¨¢culo cuando uno de ellos afirm¨®: ¡°no como los j¨®venes de ahora, que solo saben hablar de las manos de la abuela¡±. A m¨ª, lectora de Lyotard y su famoso La condici¨®n postmoderna (1979), aquel comentario me chirri¨®, pues lo que este se?or parec¨ªa establecer era una jerarqu¨ªa entre imprimir velocidad a los tiempos, reivindicar la tecnolog¨ªa, asaltar el canon con un ludismo art¨ªstico asemejado, m¨¢s bien, al postmodernismo, y una mirada hacia el pasado feminizado, quiz¨¢ rural, en busca de respuestas. Desde entonces, he estado d¨¢ndole vueltas a esa frase; pensando qu¨¦ significado portan unas manos antiguas, especialmente si las aclaman ¡°los j¨®venes¡±; y c¨®mo se relacionan con lo que Lyotard llam¨® la ca¨ªda de las metanarrativas, discursos emancipatorios ¡ªel marxismo, la religi¨®n¡ª que se fragmentaron en mil a?icos permitiendo nuevas posibilidades, pero tambi¨¦n creando mucha incertidumbre.
Afirmaba Proust en En busca del tiempo perdido (1924) que ¡°cuando mis labios la tocaron, las manos de mi abuela se agitaron, la recorri¨® por entero un largo estremecimiento¡±, el ¨²ltimo antes de fallecer. El autor sent¨ªa devoci¨®n por aquella anciana, y es a partir de esas espasm¨®dicas manos como dignifica su biograf¨ªa en el lecho de muerte. El Nobel G¨¹nter Grass comienza su novela capital, El tambor de hojalata (1959), honrando la figura de la abuela, bajo cuyas faldas se engendra un mundo. No hace falta ser muy avispado para notar que la literatura universal se encuentra plagada de se?oras mayores admiradas. Tambi¨¦n la ciencia ha subrayado el papel fundamental de las abuelas: un estudio se preguntaba el motivo por el que las hembras de elefante no perec¨ªan inmediatamente despu¨¦s de perder la fertilidad, contrariamente a las de otras especies, y la ¨²nica conclusi¨®n razonable a la que llegaron ten¨ªa que ver con la funci¨®n cuidadora de esas elefantas menop¨¢usicas a la hora de garantizar la supervivencia de sus nietos. As¨ª que ya contamos con abuelas encomiadas en la cultura y en la naturaleza, pero, obviamente, el escritor quer¨ªa decir otra cosa, algo que a quienes hacemos literatura desde nuestras eternizadas juventudes tal vez no deber¨ªa perdon¨¢rsenos.
Por qu¨¦ recurrir a la abuela como simbolog¨ªa de unos valores dignos de rescate lo aclara, precisamente, nuestra noci¨®n actual de futuro. Podr¨ªa argumentarse que la tan cacareada fractura generacional, concretamente a partir de los millennials, persigue una posible cura posando los ojos sobre las madres de las madres, algunas ya enterradas. Sea por el desarraigo que una postmodernidad precaria, acelerada y digitalizada nos provoca, o debido al caos clim¨¢tico que hace peligrar el agua y el aire limpio durante las pr¨®ximas d¨¦cadas, las manos de la abuela nos retrotraen a unas din¨¢micas contrarias a la devoraci¨®n neoliberal y pr¨®ximas a la naturaleza. Este argumento se recrea en la pel¨ªcula El olivo (2016), de Ic¨ªar Bolla¨ªn, donde es el abuelo, esta vez, quien conecta con una nieta que no comprende la venta del ¨¢rbol centenario por parte de la generaci¨®n intermedia. El puente afectivo entre la adolescente y el viejo desprende un aprecio al reino vegetal ajeno a su car¨¢cter lucrativo, algo que el padre y el t¨ªo rechazan, hasta que al final, despu¨¦s de numerosos encontronazos, se firma una suerte de pacto intergeneracional que reconcilia a la tribu.
No es casualidad que, en esos t¨¦rminos, ¡°pacto intergeneracional¡±, se dirigiese al p¨²blico recientemente la ministra de Juventud e Infancia, Sira Rego, ni que su cartera haya sido inaugurada por un Gobierno que ha captado el escenario movedizo, asustador, que nos depara el porvenir. La gran prueba de este siglo, como explica Jorge Riechmann, es el futuro, que sobre todo la franja de edad m¨¢s vulnerable percibe como dist¨®pico. En ese escenario, vale la pena hilvanar los retales rotos y regresar, de nuevo, a las manos de la abuela, colmadas de saberes. ?ltimamente, he comprobado un surgimiento de talleres destinados a recuperar conocimientos relacionados con la agricultura y ganader¨ªa tradicionales, la costura o la crianza. Esta suerte de retorno a lo natural, incluida la lactancia, se est¨¢ produciendo como reacci¨®n al fracaso del consabido ¡°progreso¡± y es transversal a la orientaci¨®n ideol¨®gica. Ciertamente, la nostalgia conlleva serios riesgos, pero no hay que desde?ar una potencialidad para reorientarla hacia la concepci¨®n de tiempos venideros m¨¢s halag¨¹e?os. Quiz¨¢ por esa raz¨®n, la artista Virginia Bersab¨¦ est¨¢ logrando un gran reconocimiento pintando, ?maravilla!, manos de abuela. Sus brochas realzan la belleza de la senectud reposada, ampl¨ªan unos dedos que invocan trabajos artesanales, interrogan los cuidados y, todo junto, como un espejo, ayunta la memoria y el futuro.
Por eso, querido escritor, algunas anhelamos restituir lo que el pret¨¦rito esconde de aprendizaje, y colocamos en el centro una vejez femenina que, seg¨²n demostraron las elefantas menop¨¢usicas, es crucial para la supervivencia.
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