Por una cultura contracultural
Hay voces a quienes las instituciones deben dotar de riego y cuidados, pues cada vez va torn¨¢ndose m¨¢s dif¨ªcil pensar a contramano, en mitad de la precariedad e inestabilidad que nos afecta
Escribo esta tribuna con gran congoja por el fallecimiento repentino de Francisco Merino Ca?asveras, natural de Castro del R¨ªo (C¨®rdoba), el pueblo de mi madre y el m¨ªo. Pienso en el dolor que debe estar atravesando en estos momentos a sus allegados, m¨¢s a¨²n durante las fiestas que nos envuelven; pero, sobre todo, lamento profundamente que se haya marchado una persona inteligente desde la humildad que, tras jubilarse despu¨¦s de varias d¨¦cadas trabajando de camionero en Catalu?a, regres¨® a su tierra para enriquecerla mediante una incansable labor como escritor. Porque Paco ¡ªas¨ª lo llamaban sus amigos¡ª fue uno de esos migrantes del sur sin apenas escolarizaci¨®n que retorn¨®, y lo hizo cargado de ideas y una inquietud que le llev¨® a publicar diez libros donde escudri?¨® los archivos del anarquismo andaluz, recogi¨® testimonios de los vencidos de la Guerra Civil; en definitiva, hil¨® textos alineados con la memoria hist¨®rica, cuando el concepto ni siquiera exist¨ªa. En nuestra ¨²ltima conversaci¨®n, hace unos d¨ªas, apuntaba tranquilo: ¡°yo no bebo, ni fumo; mi dinero lo he gastado en publicar cosas que casi nadie sab¨ªa¡±, con poco o nulo apoyo institucional. Si una cree m¨ªnimamente en el destino, hallar¨¢ un significado especial a su muerte: el infarto le sobrevino mientras presentaba su nueva novela.
La biograf¨ªa de Paco, que transcurre pr¨¢cticamente en el anonimato, es tan local como nacional. Representativa de una tradici¨®n libertaria latente en forma de lo que algunos denominar¨ªan acci¨®n criptorroja, alude a un empecinamiento encomiable por contar la historia desde paradigmas alternativos a los hegem¨®nicos, esos que tan hu¨¦rfanos han dejado a una porci¨®n de la poblaci¨®n pues, hasta cierto punto, la democracia se ha articulado sobre los cimientos discursivos promovidos por el franquismo, y de esos lodos nacen muchos de los problemas que atenazan a la praxis pol¨ªtica de nuestro pa¨ªs. Si, en un primer per¨ªodo, el dictador se vali¨® del mito de las dos Espa?as y un presunto cainismo que nos conducir¨ªa gen¨¦ticamente a la aniquilaci¨®n del vecino, comenzando en los a?os sesenta del siglo XX las soflamas a favor de la manida ¡°reconciliaci¨®n¡±, paseada bajo el eslogan de los 25 a?os de paz, consiguieron enraizar en el imaginario colectivo, de manera que la exigencia del m¨ªnimo acto de justicia restaurativa se considerase una afrenta nacional. Esa ¡°paz¡± mal entendida ¡ªya que se levanta sobre un sufrimiento inenarrable¡ª sigui¨® perpetu¨¢ndose durante la Transici¨®n, y hasta hoy pueden leerse sus variantes desmigadas en placas que homenajean a represaliados por el r¨¦gimen, o en los carteles del mism¨ªsimo Belchite, ruina monumental del olvido y una victoria dictatorial sin concesiones. Un pueblo hambriento y privado de derechos puede ser pac¨ªfico; su situaci¨®n seguir¨¢ siendo igualmente aciaga.
En los ¨²ltimos tiempos, ha brotado una corriente de ficciones (literarias, cinematogr¨¢ficas¡) cuyo ¨¦nfasis en las v¨ªctimas del heterog¨¦neo bando republicano intenta devolverles cierta dignidad; sin embargo, ese destello del cad¨¢ver sobre el vivo, o de la aflicci¨®n sobre la reparaci¨®n, a veces arrumba una comprensi¨®n m¨¢s compleja de los fen¨®menos que fomente, en la actualidad, valores democr¨¢ticos. Que buena parte de la ciudadan¨ªa contin¨²e identific¨¢ndose con principios autoritarios responde, parcialmente, al fracaso de nuestras pol¨ªticas culturales a lo largo de lustros, lo cual tiene consecuencias directas en el funcionamiento de las instituciones y, entre otras cosas, en el calibre de una oposici¨®n al Gobierno de la que es imposible esperar ning¨²n pacto de Estado. De ah¨ª que los relatos derivados de la contienda err¨®neamente bautizada como fratricida ¡ªde qui¨¦n eran hermanas las potencias internacionales involucradas¡ª sean cruciales tambi¨¦n ahora: no se tratar¨ªa exclusivamente de revivir las ¡°batallitas del abuelo¡±, sino de mejorar la articulaci¨®n de la democracia. M¨¢s all¨¢ de la lid, rescatar las experiencias de los exilios en figuras que apenas permean nuestras conciencias ¡ªMax Aub, Luisa Carn¨¦s, entre tantos otros¡ª, aprehender su interacci¨®n con los territorios de acogida y forjarnos as¨ª un mapa geopol¨ªtico diacr¨®nico, o liberar a la Transici¨®n de su adjetivo ¡°mod¨¦lica¡± a partir de la recreaci¨®n imaginativa de las luchas vecinales o del antiotanismo ayudar¨ªa a remediar unas carencias culturales cada vez m¨¢s peligrosas a la luz de una derechizaci¨®n global marcada por un contexto de crisis que precisa, urgentemente, de grandes consensos frente al aumento del malestar social y su potencial instrumentalizaci¨®n fascista.
Hacer cultura debe pasar por incluir un gran n¨²mero de voces alternativas, emergentes y consagradas; por valorizar lecturas heterodoxas y no tanto los vol¨²menes que el o la influencer de turno haya colocado en su estanter¨ªa; por resucitar de ultratumba lo que un d¨ªa fue contracultural, desde la poes¨ªa de Patricia Heras hasta los estudios flamenc¨®logos de Antonio Orihuela, sin renunciar a las reflexiones conservadoras de los arrepentidos del franquismo, como Dionisio Ridruejo. El tiempo que se ha perdido no lograremos recuperarlo, pero tal vez la instauraci¨®n de un tejido poroso, donde quepa la diversidad y el disenso cordial, nos permita vislumbrar un futuro m¨¢s halag¨¹e?o, ese anhelo que aliment¨® la tarea autodidacta de Paco. Este se?or antes de conducir un cami¨®n fue obrero en una f¨¢brica textil, y me explic¨® detenidamente los miles de litros de agua que emplea cada prenda en su confecci¨®n: ¡°?una locura! ?y todav¨ªa no se ha hecho nada al respecto!¡±. Quiz¨¢ lo m¨¢s sorprendente de su pensamiento fuese esa habilidad para integrar las reivindicaciones de anta?o con las contempor¨¢neas, esta vez en lo que se refiere a la sequ¨ªa, gestionada de forma nefasta, que asola nuestras regiones. Su ecologismo nos habla de la necesidad de una educaci¨®n medioambiental orientada a menguar la adherencia masiva al consumismo y la destrucci¨®n acelerada de la biosfera, cuyos regalos van escaseando. Para ello, de nuevo, es apremiante elaborar un corpus narrativo lleno de cosmovisiones otras que expanda un margen de posibilidad hoy limitado a la distop¨ªa.
Entre la memoria tan restrictiva y la falta de f¨¢bulas que se adec¨²en a las emergencias reinantes, hemos visto c¨®mo una naci¨®n, Estados Unidos, es incapaz de saldar las deudas con el racismo en que se funda y toda demanda por la igualdad se transforma en insulto, materializado en la palabra woke. Una mala traducci¨®n del t¨¦rmino se utiliza ahora en Espa?a por parte de una derecha que suma su raqu¨ªtica tradici¨®n democr¨¢tica al colonialismo cultural proveniente del pa¨ªs norteamericano, aunque del otro lado tambi¨¦n se pueda recobrar la obra de la bi¨®loga Rachel Carson, autora de un libro capital sobre el da?o causado por los pesticidas, Primavera silenciosa; las novelas y ensayos del activista negro James Baldwin; la literatura chicana; o el legendario mitin ofrecido por Bobby Kennedy contra el PIB, medidor falaz del bienestar. Voces inc¨®modas que un d¨ªa alcanzaron una gran repercusi¨®n en la conquista de derechos; voces que, como plantas trepadoras, act¨²an en las grietas, progresivamente echan ra¨ªces y derriban un muro; voces a quienes las instituciones deben dotar de riego y cuidados, pues cada vez va torn¨¢ndose m¨¢s dif¨ªcil pensar a contramano, en mitad de la precariedad e inestabilidad que afecta a quienes nos dedicamos a esa cosa llamada cultura. Porque, si no se cuenta con un soporte b¨¢sico, la docilidad est¨¢ asegurada, y con ello la pervivencia de lo (indeseable) mismo. Bien lo sab¨ªa Paco, que s¨®lo pudo abrazar completamente las letras tras la jubilaci¨®n. RIP, compa?ero.
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