Democracias sin tiempo
Es preciso liberar la pol¨ªtica de la excesiva personalizaci¨®n y del dramatismo apocal¨ªptico
¡°El demonio sabe que tiene poco tiempo¡±, se dice en el Apocalipsis, y esa sensaci¨®n de que vivimos en sociedades endiabladas se debe a que estamos frente a demasiadas disrupciones, al borde de la cat¨¢strofe, jug¨¢ndonos la supervivencia, de modo que la pol¨ªtica no tiene tiempo que perder. Ante el fin del mundo, la deliberaci¨®n, el respeto a los procedimientos, el dise?o estrat¨¦gico, la consideraci¨®n del largo plazo son una p¨¦rdida de tiempo que no se puede permitir quien tiene que asegurar su supervivencia.
La democracia como la conocemos presupone la idea de continuidad, de que las cosas no van hacia un abrupto final (Jonathan White). Conservadores y progresistas compart¨ªan al menos esa suposici¨®n, que implicaba un tiempo hist¨®rico largo. La derecha liberal ha defendido siempre la idea del ¡°efecto derrame¡± en econom¨ªa, es decir, que el enriquecimiento de unos pocos repercutir¨¢ m¨¢s tarde en la mayor¨ªa, lo que implica que la racionalidad del sistema depende de disponer de un futuro en el que se corrijan las disfuncionalidades del presente. Tambi¨¦n la izquierda socialista cuenta con el futuro, que no es una mera extensi¨®n de las pr¨¢cticas del presente sino el tiempo en el que o bien sus contradicciones propiciar¨¢n un orden nuevo o bien se podr¨¢n realizar una serie de transformaciones de signo reformista. Detr¨¢s de estos planteamientos ideol¨®gicos se da por sentada la continuidad de la historia, una continuidad en la que, apremiados por las urgencias del presente, parece que hemos dejado de creer.
Ilustra muy bien la actual situaci¨®n el dramatismo con el que se viven las elecciones, un elemento clave de la vida pol¨ªtica, pero que se convierte ahora en un combate ag¨®nico regido por el s¨ªndrome de la ¨²ltima oportunidad. Las elecciones, entendidas con frecuencia como plebiscitos, representan la ¨²ltima oportunidad de salvar algo valioso o de proceder al cambio definitivo, recuperar la normalidad o hacer realidad la deseada ruptura, donde se salva la naci¨®n, la democracia o la humanidad, donde todo eso puede desaparecer definitivamente. Recordemos que Trump utiliz¨® el lema ¡°La ¨²ltima esperanza de Am¨¦rica¡± en las elecciones de 2016, que realmente solo era la pen¨²ltima porque ahora sostiene que las de 2024 son la batalla final.
Esta dramatizaci¨®n tiene muchas consecuencias pol¨ªticas. La continuidad en el tiempo permite lo que se ha denominado el ¡°consentimiento de los perdedores¡±, es decir, que quien pierde acepta el resultado porque sabe que las victorias y las derrotas en pol¨ªtica son siempre provisionales y que tendr¨¢ en el futuro otra oportunidad. Si el fracaso no es definitivo, entonces cabe entenderlo como una oportunidad para aprender, para renovar el compromiso con los objetivos pol¨ªticos y reflexionar sobre la conveniencia de modificar la estrategia. Quien gana y quien pierde en ese contexto saben que la vida pol¨ªtica es larga y aprenden a combinar el compromiso con la paciencia.
Pero si tomamos al pie de la letra la idea de que no hay tiempo para cometer errores, la idea de una oposici¨®n leg¨ªtima pierde su sentido. Si somos ¡°la ¨²ltima generaci¨®n¡± (como el movimiento ecologista as¨ª llamado en Alemania), entonces no hay narrativa que pueda justificar ning¨²n fracaso. Si el presente es sentido como un momento cr¨ªtico, que no permite errores ni aprendizajes y da lugar a situaciones irreversibles, entonces los actores empiezan a tomarse en serio la idea de que solo tienen una oportunidad. As¨ª se explica el recurso a la acusaci¨®n de fraude electoral, como se denunciaba en el asalto al Capitolio en 2021 o a las instituciones de Brasilia en 2023. Donde se supone que todo depende de un golpe definitivo, resulta muy poderosa la tentaci¨®n de ganar a cualquier precio o, si se ha perdido, de acusar al adversario de estar modificando las reglas del juego.
La principal consecuencia de todo ello es que la pol¨ªtica se convierte en una gesti¨®n de las emergencias. Gobernar en clave de urgencia erosiona sobre todo el valor democr¨¢tico del pluralismo. La idea de que no tenemos tiempo representa un problema para la pol¨ªtica porque no hay lugar para el desacuerdo o el cambio de opini¨®n, que son algo muy propio de la pol¨ªtica en una sociedad democr¨¢tica. Las emergencias favorecen un estilo elitista de gobernar, un protagonismo del poder ejecutivo, ampl¨ªan el espacio del secreto y debilitan el control democr¨¢tico, las instituciones son vistas como demasiado lentas y divididas.
De los posibles ejemplos que pueden servir para entender esta mentalidad me referir¨¦ a dos tomados de la pandemia y del cambio clim¨¢tico. Uno de los problemas que planteaba la pandemia era la disminuci¨®n de los procedimientos de control a causa de la urgencia de la situaci¨®n. El esc¨¢ndalo de las mascarillas pone de manifiesto que cuando se aceleran los tiempos disminuyen los controles. El otro ejemplo lo tenemos en el conflicto de los agricultores, que ilustra las dificultades de combinar el largo plazo (los objetivos de la lucha contra el cambio clim¨¢tico) con el corto plazo (los intereses inmediatos del sector). Nos est¨¢ fallando la articulaci¨®n de dos tiempos distintos o, seg¨²n el eslogan de los ¡°chalecos amarillos¡±, conciliar el fin del mundo con el fin de mes; si estamos ante el fin del mundo no hay ninguna raz¨®n para atender las protestas de los agricultores, pero quienes no llegan a fin de mes tienen preocupaciones m¨¢s urgentes que el colapso de la civilizaci¨®n.
?Qu¨¦ hemos de hacer para darle m¨¢s tiempo a la democracia? La respuesta es fortalecer la institucionalidad. La democracia representativa tiene precisamente la funci¨®n de articular diversos actores e intereses, as¨ª como los diferentes tiempos, el ahora y el despu¨¦s, hacer compatible la atenci¨®n a los requerimientos del presente con la perspectiva del largo plazo y conferir al proceso pol¨ªtico duraci¨®n y continuidad. Las instituciones funcionan en la medida en la que se dotan de reflexividad y establecen procedimientos y debates que proporcionan a la vida pol¨ªtica la necesaria desaceleraci¨®n.
Solo responderemos adecuadamente a las crisis actuales y produciremos las transformaciones que pretendemos si somos capaces de liberar a la pol¨ªtica de sus dos principales defectos: la excesiva personalizaci¨®n y la excesiva urgencia temporal. Si queremos que las causas trasformadoras produzcan los efectos deseados, deben ser ¡°despersonalizadas¡± y su peso ha de ser transferido en buena parte a instituciones y procesos. Adem¨¢s, las transformaciones sociales solo son posibles si se modera la prisa y se asegura la duraci¨®n de las intervenciones. Hay procesos que no se pueden acelerar sin malograr su naturaleza, discusiones o transformaciones que necesitan tiempo, insistencia, continuidad, negociaci¨®n y paciencia. El verdadero desaf¨ªo de quienes defienden una causa transformadora no es solo conseguir el apoyo social en un momento de especial agitaci¨®n, sino mantenerlo en el tiempo. Ese es el tiempo que hemos de darle hoy a la democracia.
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