Hait¨ª: De los Clinton a Barbecue
Los haitianos quisieran quejarse como lo hacen los cubanos, pero no tienen ante qui¨¦n hacerlo. La falta de Estado puede ser tan peligrosa como su exceso
En 1975, Hillary y Bill Clinton pasaron su luna de miel en Hait¨ª. Les encant¨® la experiencia y lo convirtieron en su pa¨ªs consentido. Lo visitaban con frecuencia y se involucraron a fondo en fomentar su desarrollo institucional.
Y no fueron solo los Clinton: centenares de organizaciones humanitarias, agencias de desarrollo internacional y organismos multilaterales llevan d¨¦cadas esforz¨¢ndose en aliviar la pobreza de Hait¨ª. De hecho, es uno de los pa¨ªses con mayor n¨²mero de ONG internacionales operando en su seno.
Pero suplir las deficiencias de un Estado que se ha ido desvaneciendo ha resultado imposible. Gobiernos d¨¦biles y corruptos han ido dejando las calles en manos de bandas armadas que utilizan una feroz violencia para mantener su control sobre una poblaci¨®n aterrorizada. El jefe de la banda m¨¢s importante de las que aterrorizan a Hait¨ª es un expolic¨ªa llamado Jimmy Ch¨¦rizier. Su apodo es Barbecue. Sobra explicar por qu¨¦.
De los Clinton a Barbecue hay una larga y dolorosa historia caracterizada por el fracaso del Estado.
A unos 600 kil¨®metros de Hait¨ª est¨¢ Cuba, que tiene un Gobierno que es el extremo opuesto al de Puerto Pr¨ªncipe: un r¨¦gimen tan agobiante que le ha quitado todo a su pueblo, incluyendo las necesidades m¨¢s b¨¢sicas: comida, electricidad, transporte. A Hait¨ª le falta gobierno y Cuba sufre de exceso de gobierno.
En Hait¨ª se manifiestan muchas de las tendencias que est¨¢n deformando al mundo de hoy.
El cambio clim¨¢tico golpea con especial fuerza a esta naci¨®n. Sus efectos se manifiestan en huracanes m¨¢s frecuentes y devastadores y en una erosi¨®n del suelo que agrava la inseguridad alimentaria.
La penetraci¨®n del narcotr¨¢fico ha llenado a los carteles criminales de dinero, con el que financian la importaci¨®n de armas para las bandas que intimidan a la poblaci¨®n. Sin un m¨ªnimo de seguridad, es poco o nada lo que la sociedad puede lograr. La comunidad internacional ha convertido a Hait¨ª en una paradoja: a pesar de la masiva y prolongada ayuda internacional, el pa¨ªs sigue hundi¨¦ndose en la miseria.
La emigraci¨®n, impulsada por la pobreza, la inseguridad y la falta de oportunidades, se ha convertido en un s¨ªntoma palpable de la desesperanza de la poblaci¨®n. El tr¨¢fico il¨ªcito de drogas, armas y personas no hace m¨¢s que entrelazar a Hait¨ª en una red de crimen transnacional que imposibilita el desarrollo econ¨®mico. Hait¨ª tiene hoy una econom¨ªa que apenas supera los 1.700 d¨®lares anuales por persona y una posici¨®n baja en el ¨ªndice de desarrollo humano de la ONU: un pa¨ªs atrapado en un ciclo vicioso de criminalidad, pobreza y desigualdad.
Cuba presenta un escenario gubernamental diferente, pero igual de fracasado. El r¨¦gimen controlado por la familia Castro ha ejercido un feroz control sobre todos los aspectos de la vida, asfixiando la libertad econ¨®mica y personal. La escasez de necesidades b¨¢sicas como comida y electricidad ha llevado a los cubanos a un estado de desesperaci¨®n palpable e imposible de esconder. Las recientes protestas espont¨¢neas en varias ciudades de la isla, aunque apenas visibles debido a la f¨¦rrea censura del r¨¦gimen, revelan el descontento popular y la urgente demanda de cambios. La respuesta de la dictadura ha sido, como era previsible, la represi¨®n.
En Hait¨ª, la ausencia de un Estado que funcione, aunque sea m¨ªnimamente, deja a sus ciudadanos clamando por un orden que la comunidad internacional no sabe c¨®mo imponer. En Cuba se da el extremo opuesto: un Estado omnipresente sofoca cualquier atisbo de dinamismo social o econ¨®mico. En ambos pa¨ªses la emigraci¨®n surge como la v¨¢lvula de escape preferida por quienes pueden acceder a ella, dejando atr¨¢s una poblaci¨®n cada vez m¨¢s despose¨ªda.
En ambos casos, la falla tel¨²rica que divide a la sociedad es entre quienes tienen familiares afuera que les manden remesas de dinero y quienes no cuentan con esa fuente de apoyo econ¨®mico. Como siempre pasa, los que se van son j¨®venes en su momento de m¨¢xima productividad. Se trata de sociedades desfiguradas tambi¨¦n demogr¨¢ficamente. La desigualdad en ambos pa¨ªses no radica solo en la distribuci¨®n de recursos, sino en el acceso a oportunidades, libertades y hasta a la esperanza.
Los haitianos quisieran quejarse como lo hacen los cubanos, pero no tienen ante qui¨¦n hacerlo. En el sitio donde deber¨ªa haber un Estado se ha enquistado un enjambre de asesinos que se apodera cada d¨ªa de m¨¢s territorio.
Los colapsos de estas dos naciones dejan muchas lecciones. Ninguna, sin embargo, es m¨¢s importante que la de mostrar tr¨¢gicamente que la falta de Estado puede ser tan peligrosa como su exceso.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.