Revoluci¨®n no es lo mismo que transici¨®n
Este mes se cumple medio siglo del fin de la dictadura en Portugal en un proceso muy diferente al sucedido en Espa?a un a?o m¨¢s tarde
Con el cincuentenario de la revoluci¨®n portuguesa de 1974 a la vista, los gobiernos de Portugal y Espa?a han organizado un extenso programa conmemorativo conjunto. Se trata de una iniciativa que busca recordar y celebrar, a lo largo de este a?o y de 2025, la implantaci¨®n de reg¨ªmenes democr¨¢ticos durante la d¨¦cada de los setenta del siglo pasado en ambos pa¨ªses. En esa ¨¦poca, portugueses y espa?oles pusieron fin a sendas dictaduras y dieron cuerpo a dos democracias que, no exentas de perturbaciones iniciales, se consolidaron en Europa dando paso a un largo periodo de estabilidad pol¨ªtica. Sin embargo, una celebraci¨®n compartida no deber¨ªa hacernos pensar que una transici¨®n es lo mismo que una revoluci¨®n. Aunque el estadio original de falta de libertades fue com¨²n, los episodios acaecidos en Portugal y Espa?a hasta la aprobaci¨®n de sus respectivas constituciones democr¨¢ticas no podr¨ªan haber sido m¨¢s diferentes. Por este motivo, estos ciclos no siempre deber¨¢n ser explicados desde una l¨®gica conjunta estrictamente transicional: si en la actualidad es posible afirmar que las memorias que han generado esos procesos en ambas sociedades est¨¢n lejos de gozar de los mismos est¨ªmulos, es justamente porque no se valieron de instrumentos id¨¦nticos en su ejecuci¨®n.
La operaci¨®n del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) que el 25 de abril de 1974 derroc¨® al Gobierno salazarista de Marcelo Caetano ¡ªobligado a exiliarse en Brasil ese mismo d¨ªa¡ª poco tuvo que ver con la muerte natural del dictador Francisco Franco el 20 de noviembre de 1975 y con el funeral de Estado que sigui¨® a su fallecimiento. En Portugal, el salazarismo fue extirpado de cuajo de las instituciones y el marco en el que se redact¨® la carta magna, aprobada el 2 de abril de 1976, concedi¨® a los constituyentes plena autonom¨ªa para establecer las bases de un nuevo Estado de derecho, cuya ra¨ªz era una revoluci¨®n incruenta que restitu¨ªa a los portugueses sus derechos fundamentales bajo un modelo republicano. En Espa?a, por el contrario, los cambios fueron planteados desde el seno de un r¨¦gimen autoritario que se fue desmontando progresivamente hasta dar paso a una implosi¨®n controlada, en un proceso condicionado por los viejos poderes y que opt¨® por la monarqu¨ªa parlamentaria como forma de gobierno, tal y como sancion¨® el refer¨¦ndum constitucional del 6 de diciembre de 1978.
Hay consenso entre los historiadores al afirmar que el ruido de sables en los cuarteles espa?oles de aquellos a?os funcion¨® como una espada de Damocles en la lenta apertura hacia la democracia. Con su presencia, esa amenaza provoc¨®, adem¨¢s, que el recuerdo de la Guerra Civil y la represi¨®n franquista limitase, en ¨²ltimo t¨¦rmino, los movimientos de la izquierda hacia posturas m¨¢s rupturistas. As¨ª, si el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 fue la evidente materializaci¨®n de esos miedos, las posiciones reaccionarias de los militares en Espa?a ¡ªcon la notable excepci¨®n de la Uni¨®n Militar Democr¨¢tica¡ª contrastaron fuertemente con el papel desempe?ado por el estamento castrense en Portugal. En el pa¨ªs vecino, el ej¨¦rcito, no solo representado en la imagen ic¨®nica del capit¨¢n Salgueiro Maia entrando con su columna militar en Lisboa el 25 de abril, se situ¨® n¨ªtidamente a la vanguardia de la revoluci¨®n y lo hizo de muy diversas formas. De esta manera, al tiempo que muchos oficiales ocuparon un espacio preponderante durante el Proceso Revolucionario en Curso (PREC) iniciado con la ca¨ªda de la dictadura, entre las tropas abundaron tambi¨¦n los soldados que, desafiando la disciplina militar, desarrollaron grupos de autogesti¨®n para la defensa de las nuevas libertades.
Esta situaci¨®n no signific¨® que no se registrasen en Portugal algunas posturas reaccionarias como las observadas en Espa?a. El general Ant¨®nio de Sp¨ªnola, destacado miembro del MFA que en septiembre de 1974 hab¨ªa apelado desde la Presidencia de la Rep¨²blica a la movilizaci¨®n involucionista de una ¡°mayor¨ªa silenciosa¡±, plane¨® el 11 de marzo de 1975 un golpe militar buscando infructuosamente atenuar los logros revolucionarios. Durante ese a?o, tambi¨¦n el ¡°Verano Caliente¡±, plagado de enfrentamientos entre grupos de extrema derecha y extrema izquierda, dio forma a un clima ¡°guerracivilista¡±. Pero en la posterior crisis del 25 de noviembre, el momento de mayor tensi¨®n entre las diferentes facciones militares portuguesas, a lo que se asisti¨® fue a una lucha entre la izquierda militar del MFA y su ala moderada ¡ªpr¨®xima al Gobierno y a posiciones socialistas y socialdem¨®cratas¡ª que se sald¨® con la victoria de esta ¨²ltima corriente, la extinci¨®n formal del PREC y la estabilizaci¨®n de la democracia representativa.
No se pueden obviar estas secuencias dispares para comprender las diferentes formas de mirar al pasado a ambos lados de la Raya. Desde un punto de vista pol¨ªtico-institucional, las miradas retrospectivas a los textos constitucionales en Espa?a y Portugal se han caracterizado por un notable antagonismo. En Portugal, las sucesivas reformas constitucionales inauguradas en 1982 buscaron ¡°desideologizar¡± una constituci¨®n que daba cabida a una planificaci¨®n de los medios de producci¨®n de tipo socialista, a la reforma agraria o a la irrevocabilidad de las nacionalizaciones, entre otras disposiciones. De este modo, los partidos mayoritarios portugueses promovieron retocar en varias ocasiones su articulado para confluir, de paso, con los pa¨ªses de su entorno, siendo los grupos m¨¢s a la izquierda del arco parlamentario aquellos que con mayor vehemencia defendieron la literalidad de la constituci¨®n de 1976.
Ni que decir tiene que en Espa?a los grandes partidos se conjuraron para hacer exactamente lo contrario que sus hom¨®logos lusos: blindar el texto constitucional y rechazar la introducci¨®n de grandes reformas. En ese contexto, durante mucho tiempo se ha hecho fuerte en determinados c¨ªrculos un relato que alaba las virtudes del car¨¢cter negociador de la Transici¨®n espa?ola, pero que simult¨¢neamente traba cualquier propuesta reformadora de calado m¨¢s all¨¢ de las modificaciones m¨ªnimas que ha sufrido el texto hasta la fecha.
Hoy, cuando la amenaza de la extrema derecha se cierne sobre los dos pa¨ªses ib¨¦ricos, es en la construcci¨®n libre de una memoria popular acerca de la instauraci¨®n de la democracia donde mejor se observan las diferencias entre or¨ªgenes revolucionarios y caminos transicionales. Si en Espa?a la celebraci¨®n del 6 de diciembre no deja de ser una ceremonia pol¨ªtica circunscrita a las Cortes Generales, las conmemoraciones portuguesas del 25 de abril no pueden parecernos m¨¢s fascinantes a muchos espa?oles. Esa fecha no solo constituye una gran fiesta comunitaria de gran carga emocional que encuentra en las calles su principal escenario, sino que alimenta su imaginario a trav¨¦s de un ejercicio de memoria colectiva que convoca siempre a cientos de miles de ciudadanos. El sentimiento transversal, con sus cantos a la libertad conquistada, es el mismo que recorre los versos con los que la poetisa portuguesa Sophia de Mello Breyner Andresen plasm¨® el recuerdo de una revoluci¨®n de v¨ªtores y claveles que cumple 50 a?os: ¡°Esta es la madrugada que yo esperaba. / El d¨ªa inicial entero y limpio / donde emergimos de la noche del silencio / y libres habitamos la sustancia del tiempo¡±.
Celebremos, pues, la libertad, pero no busquemos en Espa?a versos tan bellos y revolucionarios como estos porque no los encontraremos: una revoluci¨®n no es solo una transici¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.