Maravilloso silencio
Amar el sosiego es un grave inconveniente para quien vive en Espa?a. Uno de los muchos abusos contra los que est¨¢ indefenso un ciudadano es el del ruido, m¨¢s a¨²n cuando tiene la disculpa de la brutalidad identitaria o festiva
La palabra ruido aparece muy pronto en Don Quijote de la Mancha. Aludiendo en primera persona a su amarga experiencia de la c¨¢rcel, Cervantes dice que en ella ¡°toda incomodidad tiene su asiento y todo triste ruido hace su habitaci¨®n¡±. Viejo soldado que hab¨ªa conocido el fragor de las explosiones y los gritos en la batalla de Lepanto, cautivo en Argel durante cinco a?os, hu¨¦sped frecuente de las terribles ventas y posadas de los caminos de Castilla y Andaluc¨ªa, Cervantes era una de esas personas de disposici¨®n sosegada que se vio casi siempre acosado por los tristes ruidos del mundo. Por eso celebra tantas veces en su literatura el silencio, y lo califica repetidamente de maravilloso, un refugio y un ant¨ªdoto contra las estridencias y las cacofon¨ªas de una realidad inh¨®spita. En uno de los cap¨ªtulos m¨¢s misteriosos de la Segunda Parte, cuando don Quijote y Sancho se encuentran acogidos en la casa de don Diego de Miranda, el Caballero del Verde Gab¨¢n, lo que disfrutan m¨¢s los dos, adem¨¢s del buen trato y la comida abundante, es el ¡°maravilloso silencio¡± que reina en ella. Es el silencio lo que prevalece en ese cap¨ªtulo en el que no hay ninguna peripecia: inventado casi ¨¦l solo el arte de la novela, Cervantes inventa tambi¨¦n esa novela en la que no ocurre casi nada, salvo lo m¨¢s dif¨ªcil de contar, que es el fluir cotidiano de la vida, sin tramoya de argumento ni de golpes de efecto, como en una historia de Flaubert o de Ch¨¦jov, o en una p¨¢gina de diario de Josep Pla.
Amar el silencio y el sosiego es un grave inconveniente para quien vive en Espa?a. He conocido a japoneses que se indignan contra ese lugar com¨²n tan repetido y al parecer tan infundado de que Espa?a es el pa¨ªs m¨¢s ruidoso del mundo despu¨¦s de Jap¨®n. Si yo escribiera mi autobiograf¨ªa, un hilo narrativo constante ser¨ªa tal vez el de la b¨²squeda y la p¨¦rdida del silencio, la huida del ¡°mundanal ruido¡± del poema de Fray Luis, quien por cierto tambi¨¦n padeci¨® la c¨¢rcel, y durante m¨¢s tiempo y con m¨¢s rigor que Cervantes. ¡°Con ruido no veo¡±, dice Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, otro fugitivo del mundo en busca del silencio. En una etapa de ese viaje, hace ya muchos a?os, recal¨¦ con mi familia en un peque?o chalet adosado en la sierra de Madrid, imaginando veranos de holganza y de laboriosidad sin agobio, en torno a ese simple para¨ªso personal que uno desea siempre, un escritorio junto a una ventana, con una puerta entornada pero nunca cerrada, un lugar tan favorable al ensimismamiento del trabajo y la lectura como a la contemplaci¨®n de la belleza exterior y a los rumores de la vida familiar, que en esa ¨¦poca ten¨ªan a¨²n el timbre agudo de las voces infantiles. Instal¨¦ mi escritorio de madera simple, la estanter¨ªa para los libros, el ordenador voluminoso de entonces, la repisa para el equipo de m¨²sica. El primer d¨ªa en una nueva casa es como la primera p¨¢gina de un cuaderno en blanco donde se ir¨¢ escribiendo la vida. Por la ventana entraba un fresco de ma?ana de julio, traspasado por silbidos de golondrinas, y una luz temprana tamizada por la copa de un gran casta?o. Al fondo de una llanura punteada de encinares se ve¨ªa la ladera lejana y las torres y los muros severos de El Escorial.
Justo en el momento en que me recreaba con el preludio del trabajo estall¨® como un temblor que sacud¨ªa las paredes y el suelo, y que se convirti¨® en una vibraci¨®n r¨ªtmica y machacona, como una m¨¢quina gigante, como sonar¨ªa la sala de m¨¢quinas de un transatl¨¢ntico. El ruido formidable ven¨ªa del otro lado de mi estanter¨ªa reci¨¦n instalada, todav¨ªa olorosa a madera, del chalet al que estaba tan estrechamente adherido el nuestro. Dej¨¦ en suspenso en el escritorio la tarea ya imposible y fui a hablar con los vecinos. Nada m¨¢s abrirse la puerta de al lado vino como una tromba el estruendo multiplicado de aquella maquinaria formidable. La due?a de la casa me inform¨®, con amabilidad y resignaci¨®n, de que en su hijo adolescente se hab¨ªa despertado la vocaci¨®n de DJ, y ella y su marido le hab¨ªan hecho, no sin sacrificio, el regalo de un equipo completo de m¨²sica electr¨®nica. Frot¨¢ndose las manos con un gesto de apuro, la se?ora me prometi¨® que intentar¨ªa convencer al chico de que limitara las horas de estudio y ensayo, y sugiri¨® que quiz¨¢s podr¨ªan hacer ella y su marido el esfuerzo de insonorizar la pared que separaba su casa de la nuestra. Nos marchamos al cabo de poco tiempo, todav¨ªa m¨¢s lejos, a otra casa en un lugar m¨¢s agreste, junto a un pinar de donde ven¨ªa el sonido hondo y r¨ªtmico de un p¨¢jaro carpintero.
He vivido en un segundo piso donde a las dos o las tres de la madrugada temblaban las patas de la cama por las ondas sonoras de un ¡°bar de ambiente¡± que ten¨ªa el llamativo nombre de ¡°VERY VERY BOY¡¯S¡±. He le¨ªdo en el peri¨®dico manifiestos firmados por escritores ¡ªmuchos de ellos residentes en urbanizaciones lujosas de las afueras¡ª que protestaban contra las limitaciones del horario nocturno de los bares, mientras en mi casa del centro de Madrid no era posible dormir ni casi vivir durante los multitudinarios botellones de los fines de semana. He escalado por los senderos de la Sierra oyendo el viento y oliendo a romero y he tenido que hacerme a un lado para que no me atropellara una fila de b¨¢rbaros saltando en moto como una patrulla de Mad Max. En Granada, durante la fiesta del D¨ªa de la Cruz, que en los primeros noventa prolifer¨® durante una semana entera, he vivido bajo el asedio de altavoces de chiringuitos que emit¨ªan atronadoramente sevillanas de d¨ªa y de noche, sorteando con dificultad las monta?as de basura y los r¨ªos de v¨®mitos y orines que dejaban los participantes en la juerga. Cuando era ni?o, en Semana Santa, despu¨¦s de varios d¨ªas atronado por tambores y trompetas, me aliviaba contemplar el paso sigiloso, a la luz de los hachones encendidos, de la Cofrad¨ªa del Silencio.
Quiz¨¢s en Espa?a hay todav¨ªa m¨¢s razones para el exilio ac¨²stico que para el pol¨ªtico. Franz Kafka le dice a su amada Milena Jesenska en una carta: ¡°Un silencio como el que yo necesito no existe en el mundo¡±. En una cr¨®nica de Nacho S¨¢nchez desde Almer¨ªa he le¨ªdo la historia de Roc¨ªo Quero, una mujer que se march¨® de Sevilla buscando quietud y silencio en la austeridad admirable del Cabo de Gata, a un paso del parque natural y del mar, en una urbanizaci¨®n que se llama El Toyo. Roc¨ªo Quero, que en una foto del peri¨®dico tiene un aire afable y en¨¦rgico, el pelo rubio despeinado por el viento del mar, vive a quince minutos de su trabajo, y tambi¨¦n muy cerca de Almer¨ªa. Le gusta dar largos paseos en bicicleta por esos paisajes que tienen algo todav¨ªa de mundo intocado y pasear a su perro por la playa y las dunas.
Roc¨ªo Quero, y todos sus vecinos, han descubierto, con horror e impotencia, que su para¨ªso de tranquilidad no es intocable. Con el apoyo entusiasta de todas las autoridades, desde la Junta de Andaluc¨ªa hasta los ayuntamientos de la zona, ese paraje tan lleno de belleza como de biodiversidad va a ser el emplazamiento, este verano, de un festival de m¨²sica electr¨®nica que durar¨¢ tres d¨ªas y tres noches y al que asistir¨¢n unas cuarenta mil personas, con el previsible efecto de devastaci¨®n sobre la calma y el sue?o de los vecinos y el fr¨¢gil entorno natural en el que hasta ahora hab¨ªan encontrado refugio. Sus quejas son recibidas por perfecta indiferencia, porque uno de los muchos abusos contra los que est¨¢ indefenso un ciudadano en Espa?a es el abuso del ruido, m¨¢s a¨²n cuando tiene la disculpa de la brutalidad identitaria o festiva. Frente a la amenaza de los decibelios no queda otro remedio que la huida. El maravilloso silencio cervantino es fugaz y siempre est¨¢ en otra parte.
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