El anatema de defender la tauromaquia
El toro ha sido desterrado del patrimonio de la Espa?a de izquierdas, donde la afici¨®n es quiz¨¢s minoritaria, pero enorme
De nuevo est¨¢ en el foro la cuesti¨®n de la tauromaquia, polarizando a los ciudadanos como en otro tiempo lo hac¨ªan cuestiones sociales o religiosas. El debate hoy se ha sofisticado y se inserta directamente en uno m¨¢s universal, a saber, el de las consecuencias ¨¦ticas a extraer tras la constataci¨®n cient¨ªfica de un alto grado de homolog¨ªa entre la especie humana y otras especies animales. Asunto filos¨®fico, con muchos vericuetos y que, entre otras cosas, polariza a quienes (herederos de Kant) sit¨²an la base ¨²ltima de la moralidad en la prohibici¨®n de instrumentalizar a los seres humanos, por ser portadores de raz¨®n y lenguaje, frente a quienes (fieles a Jeremy Bentham) sostienen que el criterio para prohibir la instrumentalizaci¨®n de un ser no es su capacidad de hablar y razonar, sino meramente su capacidad de sufrir. En los foros acad¨¦micos el debate te¨®rico alcanza gran acuidad, pero la prudencia en los posicionamientos es de rigor, dada la conciencia de que el problema de base (en qu¨¦ medida el lenguaje sigue suponiendo una diferencia irreductible) no est¨¢ resuelto, y de hecho no se sabe si es resoluble en t¨¦rminos de estricta objetividad.
Sea como sea, evitar el maltrato a animales es un corolario directo de la raz¨®n ilustrada y me atrevo a decir que es tambi¨¦n un imperativo impl¨ªcito de la moralidad general, ella misma signo inequ¨ªvoco de nuestra radical singularidad, pues no parece que otras especies tengan tal preocupaci¨®n. El problema es, sin embargo, delimitar suficientemente el concepto de maltrato, encontrar criterios que permitan trazar una frontera entre lo que es maltrato y lo que es instrumentalizaci¨®n leg¨ªtima de otras especies vivas. Y en cualquier caso, las decisiones pol¨ªticas al respecto, con repercusiones en las formas de vida y las costumbres, habr¨ªan de ser expresi¨®n de un deliberar sereno y no preceder al mismo. No parece que este escr¨²pulo haya estado presente en el origen de la pol¨¦mica que nos ocupa. Sin duda, cuando alguien se estima sabedor con certeza apod¨ªctica de en qu¨¦ consiste el bien, siente como un imperativo desplazar a los arcenes de la moralidad a todo aquel que enarbole dudas.
Ning¨²n responsable pol¨ªtico ha pronunciado exactamente la frase: ¡°los que van a las plazas de toros son partidarios de la tortura¡±, pero s¨ª se ha hecho entender tal cosa cuando, para referirse al tema, se ha dicho ¡°hay una mayor¨ªa de espa?oles que no comparte el maltrato animal¡±. En el aire, la cuesti¨®n de si los propensos a estos comportamientos son v¨ªctimas de alg¨²n determinismo social, y eventualmente gen¨¦tico, que les privar¨ªa de discernimiento, o si bien es con plena lucidez y percepci¨®n de las fronteras morales que son atravesados por tales pulsiones agresivas.
En cualquier caso, acosados, a la defensiva, los taurinos buscamos in¨²tilmente redenci¨®n en ascendencia prestigiosa, reiterando los nombres de Orson Welles, Jean Cocteau, Miguel Hern¨¢ndez... Refiri¨¦ndose a los homosexuales, v¨ªctimas en la sociedad francesa de un farisaico oprobio, Marcel Proust indicaba que buscaban legitimarse al decir que S¨®crates lo era, al igual (a?ad¨ªa implacable el escritor) que los jud¨ªos dicen que Cristo era jud¨ªo. En todos los casos esfuerzo de redenci¨®n bald¨ªo, dado lo implacable del anatema.
¡°As¨ª ocurre en tu tierra, la tierra de los muertos¡±. Los taurinos son presentados como un reflejo anacr¨®nico de esa Espa?a que desolaba a Cernuda. Los taurinos, o simplemente aquellas personas que, sin haber pisado quiz¨¢s nunca una plaza de toros, admiten como suyo un rito que ha marcado tanto sus costumbres como su propio lenguaje.
Para los intereses de la tauromaquia, es incluso posible que estos posicionamientos tan radicalmente adversos sean beneficiosos, pues reforzar¨¢n en sus convicciones a los taurinos conservadores, y sacar¨¢n de dudas a quienes, sin serlo, aceptar¨¢n la invitaci¨®n impl¨ªcita a sumarse al bando de quienes no les repudian. El problema es para los taurinos que sienten como propias causas hoy reivindicadas por organizaciones pol¨ªticas de izquierdas, pero son considerados ileg¨ªtimos por representantes de las mismas. Sin legitimidad moral para reivindicar, por ejemplo, la causa de la Rep¨²blica, con el argumento de que los poseedores de las dehesas fueron en general feroces enemigos de las reformas agrarias proyectadas por la Rep¨²blica, olvidando que tantos anarquistas comunistas, o simplemente republicanos fueron fervientes taurinos. Y en lo referente al presente, dado que se les atribuye complacencia en el maltrato animal, se niega a los taurinos legitimidad moral para exigir (ejemplo punzante) que, con el mismo rigor que se aplican las leyes que han acabado con la existencia de perros callejeros, se apliquen aquellas que acabar¨ªan con la ignominia de personas abandonadas en esas mismas calles.
¡°Desterrado en la tierra siendo tierra¡±, clama Octavio Paz reflexionando sobre el destino del hombre. Desterrado del patrimonio de la Espa?a de izquierdas un colectivo, quiz¨¢s minoritario pero enorme, que se siente parte de la misma. Su resistencia tanto a cambiar de bando como a repudiar la tauromaquia le ha dejado literalmente sin sitio. Que esta marginaci¨®n sea un hecho, no quiere decir que, para la izquierda espa?ola, sea un hecho a celebrar.
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