Los talentos perdidos
Los inmigrantes contribuir¨ªan m¨¢s a¨²n a nuestro bienestar si tuvi¨¦ramos no ya la generosidad, sino el sentido pr¨¢ctico, de aprovechar sus mejores capacidades
Miro a ese muchacho africano que me ofrece pa?uelos de papel a la vuelta de una esquina o en la puerta del supermercado y me pregunto cu¨¢l ser¨¢ su historia, c¨®mo es el lugar del que tuvo que irse, qu¨¦ traves¨ªas escalofriantes habr¨¢ hecho hasta llegar aqu¨ª, a esta calle de Madrid en la que su identidad personal queda reducida a una presencia gen¨¦rica, un negro que pide limosna o que ofrece pa?uelos, y que extiende una palma endurecida y c¨®ncava cuando se le da una moneda. Miro un momento sus ojos, pero aparto enseguida la mirada, por timidez o verg¨¹enza, como cuando voy en el metro y no llevo monedas para dar al inmigrante, en este caso latinoamericano, que se empe?a con una simpat¨ªa exasperada en vender cosas que no quiere nadie, bol¨ªgrafos con tintas de varios colores, pulseras, bolsitas de caramelos, yendo de un extremo a otro del vag¨®n, con la mochila de sus mercanc¨ªas al hombro. Los africanos que piden suelen ser j¨®venes y fuertes. Los chamarileros voluntariosos del metro son hombres entrados en a?os, con acentos de pa¨ªses que cada vez es m¨¢s f¨¢cil distinguir, porque en Madrid, en los ¨²ltimos a?os, las tonalidades del espa?ol de Am¨¦rica han a?adido flexibilidad y dulzura a nuestro ¨¢spero castellano local: en las tiendas, en los bares, en los restaurantes, hasta en los taxis, donde ya van siendo m¨¢s raras las broncas voces de las radios biliosas. J¨®venes venezolanos se juegan la vida pedaleando en bicicleta para llevar comida y bebida a domicilio a gente caprichosa, en medio del tr¨¢fico agresivo de las noches del fin de semana. En nuestras casas, las trabajadoras dom¨¦sticas nos acostumbran a sabores latinos, ense?an canciones de su tierra a nuestros hijos y nietos, sacan a tomar el sol a los ancianos en sus sillas de ruedas; y el repartidor que llama a la puerta para entregar un paquete nos pide el n¨²mero de carnet con un acento de aquellas tierras, y tambi¨¦n con una cortes¨ªa que puede incluir la delicada pregunta: ¡°?Me regala una firma?¡±.
No se sabe si es a estos inmigrantes a los que se refiere Alberto N¨²?ez Feij¨®o cuando habla de invasores ilegales ¡°ocupando nuestros domicilios y nosotros no pudiendo entrar en nuestras propiedades¡±. Aparte de nuestros domicilios, parece que tambi¨¦n invaden las escuelas, seg¨²n el muy avanzado Gobierno catal¨¢n, que mezcla la desverg¨¹enza con la hipocres¨ªa al atribuir los calamitosos resultados escolares a una ¡°sobrerrepresentaci¨®n¡± de los inmigrantes en los colegios p¨²blicos. Conozco pueblos del interior de Espa?a que se habr¨ªan quedado hace tiempo sin escuela sin la afluencia de esos inmigrantes ¡°sobrerrepresentados¡±. Y, desde luego, donde el problema no existe es en los colegios privados y concertados a los que es seguro que van los hijos de esos agitadores voluntariosos de la xenofobia, ya que, gracias a las extra?as peculiaridades de nuestro sistema educativo, un centro puede estar plenamente financiado con dinero p¨²blico y, a la vez, exento de admitir a hijos de inmigrantes.
Que el rechazo visceral a la inmigraci¨®n sea una epidemia europea no alivia nuestra deshonra particular, m¨¢s acusada en un pa¨ªs en el que ha crecido exponencialmente el n¨²mero de inmigrantes en los ¨²ltimos a?os y, sin embargo, es uno de los m¨¢s seguros del mundo, y en el que los mayores delincuentes, aparte de bancos y jueces que expulsan de sus casas a ancianas sin recursos, son los magnates internacionales del narcotr¨¢fico y del dinero negro, o los capos nativos bien arraigados en sus comarcas, sea en la bah¨ªa de C¨¢diz o en las tierras gallegas que gobern¨® el propio N¨²?ez Feij¨®o. Mientras los patriotas enardecidos del espa?olismo o del catalanismo denuncian la amenaza de las muchedumbres extranjeras que van a asaltar nuestras casas y a diluir nuestra cultura en un magma de islamismo y delincuencia, una instituci¨®n tan poco sospechosa de adanismo multicultural como el Banco de Espa?a vaticina, con la inapelable elocuencia de los n¨²meros, que nuestro pa¨ªs necesitar¨¢ recibir m¨¢s de 24 millones de trabajadores inmigrantes en los pr¨®ximos 30 a?os si quiere mantener la prosperidad de la econom¨ªa y la viabilidad del sistema de pensiones. Los mismos que se aprovechan de los inmigrantes indocumentados para explotarlos con crueldad esclavista puede que clamen en p¨²blico contra la inmigraci¨®n ilegal.
Igual que nuestros distantes conciudadanos europeos, somos cada vez menos y cada vez m¨¢s viejos, y al mismo tiempo gastamos una gran parte de nuestro ya d¨¦bil entusiasmo pol¨ªtico en exigir vallas m¨¢s altas y electrificadas, controles fronterizos, patrullas mar¨ªtimas armadas, para evitar que llegue a nuestro balneario geri¨¢trico la gente joven y capaz que nos permitir¨¢ sobrevivir. No vienen a usurpar nuestra casa, sino a levantarla con sus manos, igual que ya trabajan con sus manos la tierra que nosotros hemos abandonado, y cuidan y visten y desnudan con ellas a los ancianos de los que nosotros no tenemos tiempo de ocuparnos.
Y har¨ªan mucho m¨¢s, y contribuir¨ªan m¨¢s a¨²n a nuestro bienestar, si tuvi¨¦ramos no ya la generosidad, sino el sentido pr¨¢ctico, de aprovechar las mejores capacidades con las que muchos de ellos llegan. Un emigrante al que se le ofrece una oportunidad es una fuerza de la naturaleza. Emigrantes del sur y del centro de Europa, fugitivos jud¨ªos de los pogromos de la Rusia zarista, negros huyendo del racismo y la pobreza del Sur, levantaron la pujanza econ¨®mica de Nueva York en las primeras d¨¦cadas del siglo XX, y una riqueza cultural que no ha sido superada. Hijos de emigrantes, educados en las escuelas y las universidades p¨²blicas, escribieron los libros, pintaron los cuadros, hicieron las pel¨ªculas, idearon los descubrimientos cient¨ªficos que en una parte decisiva han dado forma a nuestro mundo. Y despu¨¦s de aquella primera oleada vino la de los a?os treinta, la de los expulsados y los huidos de la Europa fascista. La energ¨ªa y la gratitud del emigrante bien acogido producen resultados formidables, que se prolongan luego en las vidas de sus hijos.
Qui¨¦n sabe qu¨¦ cualificaci¨®n tiene, qu¨¦ habilidad, qu¨¦ talento posible ese muchacho africano reducido a vender pa?uelos en una esquina. Lo que s¨ª sabemos, seg¨²n un informe publicado en este peri¨®dico, es que la gran mayor¨ªa de los emigrantes con formaci¨®n superior y s¨®lida experiencia profesional que llegan a nuestro pa¨ªs no pueden ejercer aqu¨ª sus capacidades ni desplegar su talento: por culpa de una Administraci¨®n que tarda a?os y a?os en convalidar un t¨ªtulo, por recelo, por racismo, por corporativismo, por un sistema econ¨®mico en el que prevalece el empleo poco cualificado, y en el que una malla invisible de corruptelas, inercias e intereses creados conspira para frustrar el reconocimiento objetivo del m¨¦rito, y, por lo tanto, de la plenitud personal de quien lo posee y del beneficio que puede aportar a la comunidad. Faltan escandalosamente m¨¦dicos de atenci¨®n primaria, pero muchos m¨¦dicos inmigrantes o no encuentran trabajo o se ven reducidos a ganarse la vida como camareros o reponedores de supermercado. No hay oficio que no merezca respeto, pero si un pediatra o un economista o un matem¨¢tico o un ingeniero pasan la jornada laboral sirviendo caf¨¦s se est¨¢ despilfarrando una formaci¨®n que fue muy costoso completar. Pocas cosas hay m¨¢s tristes, y m¨¢s da?inas, que el talento desperdiciado, el malogrado, el que ni siquiera tuvo la oportunidad de revelarse. El inmigrante ve con ojos nuevos la realidad que el nativo da cansinamente por supuesta. Como ocurri¨® en Estados Unidos y luego en el Reino Unido, yo estoy seguro de que aparecer¨¢ muy pronto una generaci¨®n de escritores inmigrantes e hijos de inmigrantes que cambiar¨¢n la literatura espa?ola y nos ayudar¨¢n a comprender mejor nuestro pa¨ªs.
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