Donald Trump, culpable
La t¨®xica ret¨®rica del expresidente no puede distraer de un momento hist¨®rico que deja la campa?a estadounidense en terreno desconocido
Donald Trump es desde este jueves el primer expresidente de la historia de Estados Unidos declarado culpable en un juicio penal. Un jurado de Manhattan lo hall¨® culpable por unanimidad de 34 delitos derivados de la ocultaci¨®n de pagos a su abogado para silenciar a la actriz porno Stormy Daniels en los ¨²ltimos d¨ªas de la campa?a electoral de 2016, que gan¨® por sorpresa. Queda ratificada as¨ª la novedosa teor¨ªa del fiscal, discutida por los expertos, de que al ocultar esos pagos Trump buscaba influir en las elecciones, lo que eleva la falsedad contable a un delito electoral. Este viernes, en una comparecencia con aire de mitin, Trump dijo que el juicio estaba ¡°ama?ado¡±, carg¨® contra el juez y el fiscal y anunci¨® que recurrir¨¢ la decisi¨®n.
Los delitos por los que ha sido condenado acarrean penas de hasta cuatro a?os de c¨¢rcel. La sentencia se conocer¨¢ el pr¨®ximo 11 de julio, apenas cuatro d¨ªas antes de que sea previsiblemente aclamado como candidato del Partido Republicano a la presidencia por tercera vez, algo que ser¨¢ por s¨ª mismo ins¨®lito sin contar con el hecho de que puede ir a la c¨¢rcel. La ausencia de antecedentes juega a su favor, pero la actitud desafiante ante la justicia hace muy real esa posibilidad. Las leyes no impiden a Trump ser candidato desde la c¨¢rcel, incluso ser presidente. Suena disparatado, pero ese es el circo asfixiante en el que Trump mantiene la democracia estadounidense desde hace una d¨¦cada.
Hace solo un a?o, la mera posibilidad de imputar un delito a un expresidente era un debate te¨®rico entre constitucionalistas. El sistema judicial no se hab¨ªa enfrentado a esa situaci¨®n en 250 a?os de democracia, en los que ha habido presidentes de toda cala?a. Pero ninguno de ellos hab¨ªa forzado as¨ª los l¨ªmites legales, ni se hab¨ªa aprovechado con tanta desfachatez de la reverencia con la que EE UU trata a sus jefes de Estado. El desprecio de Trump por la ley le ha llevado a estar imputado en otras tres causas penales: en Florida (por los papeles sustra¨ªdos de la Casa Blanca), Washington (la incitaci¨®n al asalto al Capitolio) y Georgia (el intento de revertir el resultado electoral de 2020). Ha sido una causa menor en un juzgado local de su ciudad la que le ha convertido finalmente en un convicto.
Es un perfecto ejemplo de igualdad ante la ley ver a Trump en el banquillo como un ciudadano m¨¢s, con todas las garant¨ªas de un proceso judicial, desvestido del aura prepotente con la que transmite cierta imagen de invencibilidad. Un jurado popular lo ha condenado, y si no est¨¢ de acuerdo, tiene derecho a presentar un recurso, como cualquiera de sus compatriotas. No vale con discursos insultantes para excitar a sus seguidores. La tormenta ret¨®rica no puede distraer de lo esencial. Trump es, ahora s¨ª, oficialmente, un delincuente.
La campa?a presidencial entra en un terreno desconocido. Hay evidencias de que los procesos judiciales, lejos de perjudicar al l¨ªder republicano, est¨¢n fortaleciendo el apoyo de sus bases. Minutos despu¨¦s del veredicto, ped¨ªa dinero a sus seguidores declar¨¢ndose ¡°preso pol¨ªtico¡±. Pero que Trump no pierda votantes no significa que los gane. Nadie puede predecir en este momento el efecto de esta situaci¨®n inaudita sobre la campa?a. Esto explica la prudencia de los dem¨®cratas, que han renunciado ya a tratar de escandalizar a unos votantes curados de espanto y se centran en el mensaje de que un regreso de Trump a la Casa Blanca amenaza la democracia misma, entendida como el imperio de la ley. Esa y no otra es la verdadera cuesti¨®n, y no la puede resolver ning¨²n juzgado, sino los votantes en las urnas.
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