Unos cordones atados
El d¨ªa en que los peri¨®dicos dediquen sus portadas a las buenas noticias deber¨ªamos empezar a preocuparnos porque significa que lo bueno, y no lo malo, es extraordinario
El martes 4 de junio, una mujer de 91 a?os, Nuria Cavestany Sagnier, caminaba por la confluencia de General Mitre con la calle Balmes de Barcelona con dos bolsas de la compra y su bolso. A su lado pas¨® una motorista, Beatriz, alto cargo de una multinacional, que le hizo ver a Nuria que llevaba los cordones desatados. Nuria, cargada, hizo un gesto de agradecimiento e impotencia. Beatriz par¨® la moto unos metros m¨¢s adelante, se baj¨® corriendo sin sacar la llave del contacto y, con el casco puesto, se arrodill¨® ante ella para atarle los cordones y se fue como vino. Nuria Cavestany Sagnier, asombrada, lleg¨® a su casa y escribi¨® una carta al director de La Vanguardia, que el diario public¨® el viernes. Esa ma?ana, el programa El m¨®n a RAC1 contact¨® con Nuria, y su entrevista fue escuchada por Beatriz, que escribi¨® otra carta a La Vanguardia, pero solo con sus iniciales: dec¨ªa ser la mujer que hab¨ªa atado aquellos cordones, y le quitaba importancia al gesto. El peri¨®dico uni¨® este lunes a las dos (es de justicia po¨¦tica que May?ka Navarro, que ha tenido que escribir de tantos cr¨ªmenes absurdos y criminales violentos, firmase esta cr¨®nica) y le dedic¨® un buen espacio. Beatriz se present¨® en casa de Nuria con flores, Nuria le regal¨® rosas y un libro suyo de cuentos infantiles y esta frase: ¡°Los cuentos no se han hecho para dormir a los ni?os, sino para despertar a los adultos¡±. Hace unas semanas, el profesor Jos¨¦ Carlos Ruiz me hizo ver (sin maldad ni sospecha) lo id¨¦ntico de mi discurso respecto a uno suyo anterior: el d¨ªa en que los peri¨®dicos dediquen sus portadas a las buenas noticias deber¨ªamos empezar a preocuparnos porque significa que lo bueno, y no lo malo, es extraordinario. Pero menudo aire entra en ellos cuando alguien se baja de su moto a atarle los cordones a una anciana que no puede, y la anciana, al llegar a su casa, decide que es lo suficientemente importante para contarlo. Y que podamos as¨ª hablar un rato de ella sacudi¨¦ndonos el polvo que habitualmente metemos en sus casas.
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