Cuando no es tiempo de ficci¨®n

Oleksandr Mykhed no ha dejado de escribir desde que el ej¨¦rcito ruso invadi¨® su pa¨ªs hace ya m¨¢s de dos a?os, pero no ha vuelto a leer novelas. El 22 de febrero de 2022 lo despertaron las explosiones de los misiles y el tableteo cercano de las palas de los helic¨®pteros que asaltaban el aeropuerto cercano. ?l y su mujer no abr¨ªan los ojos a un nuevo d¨ªa sino a un nuevo mundo infernal que no ha cesado desde entonces. Mykhed llam¨® a sus padres, que viv¨ªan cerca, y les dijo que ten¨ªan que salir huyendo. Quiz¨¢s paralizados por el miedo, o por una s¨²bita realidad trastornada que no les era posible asimilar, los padres se quedaron, y Oleksandr Mykhed, junto a su mujer y su perro aterrorizado, huy¨® en coche hacia el oeste de Ucrania. Sus padres vivieron durante tres semanas escondidos en un s¨®tano, notando sobre sus cabezas el temblor profundo de las explosiones, y a veces tambi¨¦n los disparos y los gritos salvajes de los invasores, que se confund¨ªan con los gritos de las v¨ªctimas, hombres asesinados a quemarropa, mujeres violadas, en la antigua tradici¨®n de la soldadesca sovi¨¦tica. Cuando Mykhed volvi¨® al cabo de unos meses a su ciudad liberada por el ej¨¦rcito ucranio, su casa ya no exist¨ªa, destruida por un misil horas despu¨¦s de que ellos se marcharan. Entre los montones de libros mezclados con cascotes y metralla de lo que hab¨ªa sido su amada biblioteca, unos p¨¢jaros hab¨ªan armado un nido.

Por entonces Oleksandr Mykhed, hasta entonces profesor y cr¨ªtico de arte, se hab¨ªa alistado en el ej¨¦rcito y ya era capaz de montar y desmontar una ametralladora y de dispararla con solvencia. La ¨²nica distracci¨®n que lo serenaba era jugar al baloncesto. Le costaba leer cualquier cosa, pero sobre todo novelas. ¡°No creo en la posibilidad de escapar hacia mundos de ficci¨®n cuando la realidad de tu vida est¨¢ ardiendo en llamas¡±, escribi¨® despu¨¦s. Le¨ªa poco o nada, pero escrib¨ªa a cada momento. Escrib¨ªa por un instinto de testimonio y de terapia. Solo escribiendo le parec¨ªa posible organizar de alg¨²n modo la confusi¨®n extrema y el espanto de la experiencia diaria. Se dio cuenta de que el pasado hab¨ªa desaparecido de golpe, igual que hab¨ªan sido arrasados los lugares de la vida anterior, el querido espacio familiar de la casa, las calles y los jardines de los paseos matinales que daban su mujer y ¨¦l con el perro. No le era posible mirar en el tel¨¦fono las fotos cercanas y ya irreales de todo lo perdido. Solo escrib¨ªa y escrib¨ªa, en cualquier momento, de cualquier manera. C¨®mo contar un horror sin alivio. C¨®mo encontrar palabras para comprender o tan solo para describir la brutalidad de los soldados invasores, la aquiescencia bovina de la inmensa mayor¨ªa de la gente en Rusia. C¨®mo transmitir la intensidad de la rabia de quien ve su mundo tranquilo destruido de la noche a la ma?ana por una sinraz¨®n criminal.

Escribir era contar lo que ten¨ªa ante los ojos, lo que escuchaba, lo que ol¨ªa, el humo de los incendios, el olor de neum¨¢ticos quemados, el hedor de los alimentos podridos que lo asalt¨® al abrir el frigor¨ªfico intacto entre las ruinas de su casa. Hab¨ªa una sola tarea necesaria y urgente para seguir escribiendo: hab¨ªa que dar un testimonio preciso de cada uno de los cr¨ªmenes, de las torturas, de todos los actos de barbarie, hasta de los nombres de cada una de aquellas personas que ahora yac¨ªan tiradas como montones de harapos ensangrentados en las ruinas de las casas y en las cunetas de las carreteras. Los invasores dejaban a sus soldados muertos atr¨¢s, desahuciados como carne de ca?¨®n ya in¨²til. Pero hab¨ªa que escribir el nombre de cada v¨ªctima, y algunas veces escribir tambi¨¦n en la espalda o en la ropa de los vivos. Cuenta Mykhed que muchos padres escrib¨ªan con rotulador sobre la piel de un ni?o su nombre, su direcci¨®n y el tel¨¦fono familiar, y se lo escrib¨ªan ellos mismos, para que en caso de morir o quedar heridos en un ataque pudieran ser identificados. Escribir es documentar con la veracidad de un investigador policial o un juez de instrucci¨®n, o de un reportero que se juega la vida para conseguir un testimonio. Hay que reunir todas las pruebas posibles para cuando llegue el d¨ªa en que pueda hacerse algo de justicia, aunque no haya modo de reparar tanta destrucci¨®n y tanto sufrimiento, ni de castigar a los peores culpables. ¡°Hay que dar testimonio del Mal¡±, escribe Mykhed.

Pero escribir es tambi¨¦n forzar los l¨ªmites del idioma y los de la propia capacidad expresiva para describir lo inaudito, lo inimaginable, los extremos de la crueldad y los de la resistencia humana, lo absurdo y lo irreal de la guerra, que quiz¨¢s solo puede concebir del todo quien lo ha vivido. Me gusta recordar una m¨¢xima del gran f¨ªsico y premio Nobel Richard Feynman: ¡°Requiere m¨¢s talento imaginar lo que existe que lo que no existe¡±. Por eso dice Oleksandr Mykhed que estos no son tiempos para las ficciones sobre la invasi¨®n rusa y la guerra: ¡°La realidad es tan cruel y tan anormal que no puedes, no debes, inventar nada¡±. Hasta la poes¨ªa ucrania ha cambiado con la guerra. Mykhed cuenta que en los ¨²ltimos tiempos ha habido una explosi¨®n de poes¨ªa en el pa¨ªs, pero que lo experimental y lo abstruso quedan ahora a un lado. La poes¨ªa se ha vuelto ¡°funcional y ritual¡±, y ha regresado a sus or¨ªgenes: el llanto por los muertos, la execraci¨®n de la crueldad del enemigo.

Las novelas tardar¨¢n en llegar. Con raras excepciones, la novela es un arte que requiere la lenta maduraci¨®n de lo vivido, el proceso como de compostado en la oscuridad que va transmutando la experiencia en ficci¨®n. Hay una literatura retrospectiva hecha de tiempo, y hay otra no menos valiosa que brota de la instantaneidad, sin mediaci¨®n ni distancia alguna, sin las ventajas de la perspectiva, aunque tambi¨¦n sin los enga?os y las vaguedades de la memoria: es la instantaneidad lo que vibra en un reportaje del peri¨®dico, o en una anotaci¨®n de diario, o en una carta, cuando se escrib¨ªan. El presente narrativo no queda desfigurado por el conocimiento de lo que sucedi¨® despu¨¦s. Y ese tipo de escritura inmediata y convulsa rompe los m¨¢rgenes de los g¨¦neros establecidos porque la historia que ha de contar es demasiado extra?a, incre¨ªble, hasta deforme, para caber en ninguno de ellos. Por eso es tan estremecedor y tan dif¨ªcil de clasificar el libro que Oleksandr Mykhed empez¨® a escribir el mismo d¨ªa en que empezaba la guerra, reci¨¦n traducido al ingl¨¦s con el t¨ªtulo de The Language of War. Hay apuntes de diario, hay divagaciones y recuerdos, hay titulares y noticias de peri¨®dico, entrevistas, conversaciones escuchadas de paso, hay humor negro de gente acostumbrada a la cercan¨ªa constante de la muerte. Necesitamos un grado m¨ªnimo de orden para hacer inteligibles las cosas y no sucumbir ciegamente al terror. Pero no es l¨ªcito dar una forma confortadora a lo que carece de ella. Una realidad despedazada e irreconocible parece que exige las crudas yuxtaposiciones del collage, la incertidumbre de lo fragmentario y lo inacabado. Qui¨¦n que no est¨¦ ahora mismo all¨ª puede contar lo que es vivir bajo las bombas israel¨ªes en Gaza, bajo las bombas rusas en Ucrania. No s¨¦ si Oleksandr Mykhed sigue cumpliendo con su deber como soldado, pero sin duda ha ejercido admirablemente su responsabilidad de escritor. No es verdad que la literatura sea un lujo superfluo, un juego de manos para entendidos, una pr¨¦dica de cualquier ideolog¨ªa que est¨¦ de moda. Dice Mykhed que escribirla en presente tambi¨¦n es un ant¨ªdoto contra los enga?os del recuerdo: ¡°La memoria funciona de una manera tramposa y trata de decirnos que las cosas no fueron tan malas. Yo quiero hacer que se recuerde bien todo lo malas que son¡±.