F¨¢bulas machistas perversas
La animalizaci¨®n de la mujer suele tener connotaciones sexistas, muestra del imaginario er¨®tico patriarcal
Los habitantes de los pa¨ªses industrializados podemos recibir hasta 6.000 est¨ªmulos publicitarios en un d¨ªa: una media de uno cada 10 segundos durante las 16 horas de vigilia, por lo que los mensajes han de ser brev¨ªsimos y contundentes, aut¨¦nticos impactos audiovisuales: palabras o frases muy cortas y, sobre todo, im¨¢genes f¨¢cilmente reconocibles, que se pueden captar ¡ªa menudo subliminalmente¡ª en fracciones de segundo. Por eso, todas las combinaciones de cuatro letras morfol¨®gicamente viables est¨¢n registradas como marcas y los isotipos ¡ªlas partes ic¨®nicas de los logos¡ª suelen recurrir a las formas m¨¢s simples, como las figuras geom¨¦tricas elementales: el c¨ªrculo, el tri¨¢ngulo, el cuadrado, la elipse¡
El signo de los tiempos es un signo de exclamaci¨®n que denota desconcierto e imprime urgencia. Y que en matem¨¢ticas es el factorial, el indicador de una multiplicaci¨®n compacta, recurrente, iterativa, como la de los mensajes que nos aguijonean sin cesar. El gag y el eslogan, la arenga y la consigna, el emoticono y la abreviatura, el videoclip y el spot publicitario son los paradigmas de la comunicaci¨®n moderna (o posmoderna), comprimida y sincopada, veloz y ef¨ªmera. La informaci¨®n se suele recibir ¡ªbien porque se emite as¨ª o porque no podemos prestarle la debida atenci¨®n¡ª en r¨¢fagas dispersas e inconexas; los t¨®picos y las frases hechas sustituyen a la reflexi¨®n ¨¦tica y pol¨ªtica... En consecuencia, el pensamiento mismo tiende a fragmentarse, a perder unidad y coherencia, y queda a merced de los impactos propagand¨ªsticos y publicitarios, que configuran un universo ficticio formalmente similar, pero de signo contrario, al de los cuentos y f¨¢bulas de anta?o, pues su objetivo no es despertar las conciencias, sino aletargarlas.
Las f¨¢bulas tradicionales, en palabras de Hegel, son como enigmas que van acompa?ados de su soluci¨®n, y los animales humanizados que suelen protagonizarlas escenifican conflictos que nos invitan a contemplar la realidad desde una perspectiva ¨¦tica (que a menudo se explicita en la consabida moraleja). En las ant¨ªpodas de esta intenci¨®n veritativa y moralizante, los deshumanizados animales del perverso fabulario de la publicidad nos cuentan una mentira deslumbrante para inducirnos a la inmoralidad del consumo desaforado; nos ofrecen, invirtiendo el esquema hegeliano, falsas soluciones que, retroactivamente, convierten los enigmas de la existencia en falacias adormideras.
No es casual que la publicidad ¡ªal igual que la propaganda, su hermanastra pol¨ªtica¡ª recurra con frecuencia a la zoolog¨ªa para la creaci¨®n de emblemas y logotipos: la consolidada carga simb¨®lica de algunos animales facilita la tarea de convertirlos en cebos ic¨®nicos para la captura de consumidores de todo tipo y condici¨®n. El cocodrilo de Lacoste (¡±un bichito de 100 euros en una camiseta de 10¡å, le escuch¨¦ decir a una anciana), el caballo de Ferrari, el cisne de Swarovski, el toro de Osborne¡ Pero hay un uso a¨²n m¨¢s perverso de la simbolog¨ªa animal, que no se conforma con convertir al ser humano en consumidor sino que convierte al propio consumidor ¡ªy especialmente a la consumidora¡ª en objeto de consumo.
Zorra, loba, perra, gallina, p¨¦cora¡ La animalizaci¨®n de la mujer, casi siempre con una intenci¨®n despectiva (al contrario que en el caso del hombre: zorro, lobo, sabueso¡), suele tener, adem¨¢s, connotaciones sexuales o, m¨¢s concretamente, sexistas: las mujeres, como los animales no humanos, son objetos ¡ªer¨®ticos, en este caso¡ª al servicio del rey de la creaci¨®n. Y en este sentido ¡ªen m¨¢s de un sentido¡ª son especialmente ilustrativas las conejitas de Playboy.
Seg¨²n su dise?ador, Art Paul, el conejito de Playboy representa el car¨¢cter ¡°l¨²dico y encantador¡± de la revista por sus connotaciones humor¨ªsticas y sexuales. ¡°El conejo es un animal fresco, t¨ªmido, vivaz, saltar¨ªn, sexi¡±, declar¨® Paul en una entrevista. ¡°Primero te huele, luego se escapa, m¨¢s tarde regresa y dan ganas de acariciarlo, de jugar con ¨¦l. Una chica se parece a un conejo. Es alegre¡±.
Y puesto que una chica se parece a un conejo, nada m¨¢s adecuado que convertir en conejitas a las alegres camareras de los clubes de Playboy, chicas frescas, t¨ªmidas, vivaces, saltarinas y sexis a las que apetece acariciar. Parece una broma de mal gusto o la fantas¨ªa de un zo¨®filo en ciernes, pero el ¨¦xito mundial de esta grotesca cunificaci¨®n de la mujer la convierte en un fen¨®meno ¡ªy un s¨ªntoma¡ª muy alarmante, con manifestaciones tan peculiares ¡ªvalga el eufemismo¡ª como las chicas usagimimi del manga y el anime.
El usagimimi (literalmente ¡°orejas de conejo¡±) es una rama feminoide y predominantemente er¨®tica del kemonomimi t¨ªpico de la cultura popular japonesa, t¨¦rmino que alude a los personajes humanos con rasgos de diversos animales (gatos, perros, zorros¡), sobre todo orejas, colas y garras. Es dif¨ªcil determinar si las conejitas de Playboy (que surgieron en los a?os sesenta) se inspiraron en las usagimimi o si el manga reinterpret¨® a las mujeres conejo del folclore japon¨¦s a partir de su (per)versi¨®n occidental. O si la coincidencia ic¨®nica se debe, simplemente, a la progresiva convergencia de dos corrientes del imaginario er¨®tico patriarcal, cuyos denigrantes contenidos van siendo homologados por la globalizaci¨®n de la cultura de masas.
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