La nueva lucha de sexos
Crece la diferencia ideol¨®gica entre mujeres y hombres porque el rechazo al feminismo los empuja a ellos hacia la derecha
La guerra de sexos ha vuelto a Occidente. Si se mira a las generaciones m¨¢s j¨®venes de nuestras democracias se constatar¨¢ una clara divisi¨®n entre ellos y ellas. Los hombres j¨®venes han girado hacia la (extrema) derecha, las mujeres, o no lo han hecho, o se han desplazado m¨¢s a la izquierda. Que haya diferencias pol¨ªticas entre sexos no es raro. En Estados Unidos esta divisi¨®n tiene mucho que ver con la identidad ¨¦tnica: las mujeres afroamericanas est¨¢n m¨¢s movilizadas hacia los dem¨®cratas y los hombres blancos apuestan m¨¢s por los republicanos. En Europa, por su parte, el clich¨¦ de las mujeres siguiendo las indicaciones del cura y el marido para votar a la derecha est¨¢ m¨¢s que olvidado. Por el contrario, que la izquierda apadrinara sus derechos reproductivos, las pol¨ªticas de conciliaci¨®n o las cuotas atrajo a muchas de ellas a esa orilla desde principios de siglo.
Ahora bien, tras la pandemia parece que esta diferencia ideol¨®gica por g¨¦nero no deja de aumentar. Se ha abierto una caja de Pandora. Adem¨¢s, este giro se dibuja como cualitativamente distinto a lo que pasaba antes, tanto por su intensidad como por sus posibles causas. Tal vez haya factores nacionales que aten¨²en o potencien esta brecha, pero seguro que tambi¨¦n hay causas estructurales profundas y compartidas. Si no ?Por qu¨¦ lo estamos viendo en todas las democracias occidentales? Adem¨¢s, esta ruptura entre los j¨®venes ocurre en un contexto de realineamiento de los sistemas pol¨ªticos nacionales: han cambiado los partidos y los temas sobre los que discutimos en todas nuestras democracias ?C¨®mo iba a impactar a las nuevas generaciones?
Cuando estudi¨¢bamos los agentes de socializaci¨®n en la facultad habl¨¢bamos de la familia, de la escuela o del entorno laboral. Hoy tenemos que meter al algoritmo como si fuera uno m¨¢s. El canal hace el mensaje y para las nuevas generaciones no s¨®lo la pol¨ªtica, tambi¨¦n el consumo u ocio est¨¢n inevitablemente mediados por internet. Sin embargo, ellos y ellas no lo usan para lo mismo. El centro Reina Sof¨ªa mostr¨® que mientras que ellas usan internet para escuchar m¨²sica o ver pel¨ªculas, ellos juegan m¨¢s a videojuegos y recurren m¨¢s al streaming. Sabemos que ellas son m¨¢s lectoras y, adem¨¢s, que emplean las pantallas de modo diferente. Esto no es para nada irrelevante porque hoy las plazas p¨²blicas son los grupos de WhatsApp y los panfletos revolucionarios se propagan en TikTok.
Este cambio en c¨®mo se socializan los j¨®venes se acompa?a del de su formaci¨®n y estatus. De nuevo, las diferencias entre sexos son notables. Hoy, a nivel global, son las mujeres las que tienen mayor educaci¨®n en Occidente. En el caso de nuestro pa¨ªs el INE apunta que entre los 25 y los 29 a?os hay un 57,2% de universitarias frente a un 43,3% de equivalentes masculinos. Por el contrario, el abandono escolar es cinco puntos superior en ellos. La implicaci¨®n es un fuerte desacople de expectativas y experiencias vitales entre sexos, incluso a la hora de relacionarse y emparejarse. Ellas, adem¨¢s, se?alan identidades y orientaciones sexuales menos r¨ªgidas en las encuestas, algo que crece cada generaci¨®n y m¨¢s r¨¢pido entre chicas que chicos. Ambos factores rebajan las opciones del joven con una visi¨®n masculina tradicional.
Esto, adem¨¢s, se solapa con que las nuevas generaciones se han socializado en plena efervescencia del feminismo lo que, necesariamente, les ha marcado. Este impacto va desde lo m¨¢s pol¨ªtico a lo m¨¢s personal y quiz¨¢ sea causa y consecuencia de los cambios estructurales anteriores. En todo caso, para muchas de ellas el feminismo no s¨®lo ha cambiado su concepci¨®n del mundo, tambi¨¦n ha propulsado su inter¨¦s por la pol¨ªtica. Para algunos de ellos, por el contrario, se trata de un elemento de agresi¨®n. El gobierno, la profesora y su compa?era de clase se ponen el lazo morado. Esto implica que se vea al feminismo como un instrumento del establishment que coarta su comportamiento. Pero no solo eso. Tambi¨¦n se trata de algo que complica c¨®mo relacionarse con las mujeres de su edad, adem¨¢s de apelar a realidades que no son evidentes cuando comparten pupitre. Hablar de la brecha de g¨¦nero y de las cuotas parece ciencia ficci¨®n a los 16 a?os. Por el contrario, s¨ª se ve lo simb¨®lico, s¨ª se ve lo identitario.
Puestos todos estos factores en la coctelera, tenemos una explicaci¨®n parcial para esta brecha. Un hombre con una sensaci¨®n de p¨¦rdida de estatus frente a unas mujeres con las que no sabe muy bien c¨®mo relacionarse. A?¨¢dase que adem¨¢s la mayor parte de estas interacciones ocurren a trav¨¦s de redes, con una educaci¨®n afectiva y sexual proscrita de las aulas. Incorpore que hoy se liga a trav¨¦s de internet, no en los bares, lo que carga sobre el avatar online el estatus que tienes ante tus pares. Ponga en la ecuaci¨®n el rechazo a trav¨¦s de una pantalla. Sume un algoritmo que llevar¨¢ al joven hasta el pr¨®ximo influencer que refuerce sus prejuicios sobre dicho rechazo y, con esto, ya tenemos el camino de baldosas amarillas.
Hay razones para pensar que el rechazo al feminismo es lo que empuja a los hombres m¨¢s hacia la derecha. En Espa?a, por ejemplo, el sexismo moderno, el negar las desigualdades entre hombres y mujeres, es un buen predictor del voto a Vox, como acreditan Eva Anduiza y Guillem Rico en una publicaci¨®n reciente. Una vez que la ideolog¨ªa de la extrema derecha llega a trav¨¦s de este veh¨ªculo, el votante compra el resto del paquete. La derecha radical recoge una reacci¨®n antifeminista que complementa con consignas antiinmigraci¨®n y autoritarias, pero tambi¨¦n se convierte en la v¨ªa de los j¨®venes para protestar contra el establishment morado. Por eso es importante que metamos a los partidos en la ecuaci¨®n. El contexto es fundamental para ver que muchos de estos elementos importan no porque est¨¦n, sino porque se inflaman.
La competici¨®n pol¨ªtica en todo Occidente ya ha incorporado la nueva dimensi¨®n abierto-cerrado. Podemos agotar tinta debatiendo si ello tiene una base material o cultural (como si no fueran de la mano), pero ya es evidente que se queda. La discusi¨®n sobre inmigraci¨®n, cambio clim¨¢tico, feminismo o minor¨ªas sexuales ha ganado centralidad. Tambi¨¦n han venido para quedarse los partidos que apadrinan estos debates, en menor medida los verdes, en gran medida la nueva extrema derecha. Despu¨¦s de todo, aunque no tengamos datos, me inclino por pensar que la generaci¨®n de mis padres o abuelos, de j¨®venes, era m¨¢s machista que cualquiera venida tras el nuevo siglo. Ahora bien, lo relevante es que ahora hay actores pol¨ªticos que activan y movilizan esa pulsi¨®n. Algo que nos revela que ni estructura ni agentes son del todo independientes.
Igual que en el periodo de entreguerras la expansi¨®n del sufragio y el miedo al comunismo ceb¨® al fascismo, hoy vemos una reacci¨®n (por fortuna menos violenta) a la nueva ola de derechos. Ahora bien, merece la pena tomarse esta brecha en serio. M¨¢s concretamente, hemos de prestarle m¨¢s atenci¨®n a ellos. Hay que lanzar planes de choque contra el abandono escolar de los j¨®venes y recuperar la educaci¨®n sexual en las aulas y los medios de comunicaci¨®n. Lejos de ridiculizarlos, hay que ofrecer a los j¨®venes una masculinidad sana, con sus propios referentes, y que no vea en el feminismo un juego de suma cero. Lo s¨¦, en un contexto de polarizaci¨®n afectiva y con generaciones socializadas v¨ªa redes es complicado. Sin embargo, si no se salta al campo para desactivar ese resentimiento, seguiremos viendo como lo sigue explotando la reacci¨®n.
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