Alerta por contagio
Nos estamos blindando emocionalmente ante la agresividad, y el producto de nuestra indiferencia va a ser una sociedad m¨¢s violenta y m¨¢s desalmada
Durante la epidemia de covid aprendimos mucho sobre enfermedades contagiosas. En aquellos meses, hoy reducidos a un recuerdo turbio seg¨²n los grados de implicaci¨®n en la tragedia, se especulaba con las formas de transmisi¨®n del virus. No era raro ver a gente protegerse de manera aparatosa y usar guantes y rociar cada paquete de la compra como si fuera radiactivo. ?ramos ignorantes como lo somos ahora. Y la ignorancia conduce al miedo. Sin embargo, el contagio que vivimos en este momento es mucho menos obvio que aquel, pero nos empieza a condicionar la vida de manera tremenda. Para empezar, no sabemos muy bien definir el mal que padecemos, aunque se extiende de un modo implacable. Desde hace unos meses, puede decirse cualquier burrada sobre los inmigrantes sin que nadie se inmute. Hemos o¨ªdo incluso decir que el m¨¦todo Meloni funciona y ser¨ªa deseable copiarlo para Espa?a. ?En serio? En Italia han hecho poco m¨¢s que poner todas las trabas posibles al rescate de n¨¢ufragos, cerrar sus puertos para desviar hacia la v¨ªa canaria las embarcaciones y empezar a levantar campos de detenci¨®n en la vecina Albania. No es raro que los pa¨ªses lim¨ªtrofes a los puntos de llegada de inmigraci¨®n exijan ser pagados a tocateja para ejercer una especie de mano de hierro en el freno de inmigrantes. Estos pa¨ªses, cuyos escr¨²pulos a la hora de saltarse los derechos humanos son a¨²n menores que los nuestros, han encontrado un negocio en eso de convertirse en sala de espera ingrata y violenta.
La popularidad del m¨¦todo Meloni, como el discurso de Orb¨¢n y otros similares que esperan el nuevo advenimiento del milagrero Trump, tiene que ver con ese nuevo descaro al afrontar los problemas. Se llama desprecio por los que no son como t¨². Y al amparo del discurso violento y sin complejos de algunos l¨ªderes no es raro que le nazcan muestras cotidianas de intransigencia. A nadie le puede extra?ar que regrese la violencia y la impunidad del insulto a los estadios de f¨²tbol, cuando en muchas ocasiones el grader¨ªo aprende de las bancadas parlamentarias. El modo en que se ha desarrollado el ataque ruso sobre Ucrania y la respuesta israel¨ª a la execrable acci¨®n de Ham¨¢s sobre las v¨ªctimas del infame 7 de octubre ha superado todos los l¨ªmites del autocontrol b¨¦lico. Las muertes de civiles se contabilizan como muestra de la fortaleza de los liderazgos. En otro tiempo, estas atrocidades condenar¨ªan la reputaci¨®n de cualquiera al s¨®tano oscuro de la historia. ?Por qu¨¦ ahora no?
Nos estamos blindando emocionalmente ante la agresividad, y el producto de nuestra indiferencia va a ser una sociedad m¨¢s violenta y m¨¢s desalmada. Por efecto del contagio nos aproximamos a este modelo de falsa autoridad, un borbot¨®n de discursos envilecedores que se filtran hacia las neuronas esponjosas de los m¨¢s j¨®venes y nos abocan a futuro preocupante. No todo son microbios; a veces el traspaso m¨¢s peligroso nos llega a trav¨¦s de las palabras y las actitudes. Parece que la indignaci¨®n y la exigencia de responsabilidades fueran gestos de debilidad por los que disculparse. El mal no es tan invisible como creen algunos; el problema es que, si no establecemos una distancia higi¨¦nica frente a estos infumables liderazgos duros, lo ¨²nico que vamos a disfrutar es una convivencia despellejada y brutal. No hay epidemia m¨¢s contagiosa que la deshumanizaci¨®n, activada hoy, cada d¨ªa, con enorme vehemencia. Urge detener el contagio.
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