La esperanza seg¨²n Teresa
Maximizar la velocidad de la informaci¨®n a costa de la reflexi¨®n reduce la verdad a una cuesti¨®n binaria, y se pierde su valor m¨¢s profundo: su b¨²squeda
Teresa naci¨® en 1932 en una familia que hab¨ªa llegado a Barcelona desde Ciudad Real y Arag¨®n. A su padre lo mataron en la guerra, y sus restos descansan en alguna fosa que, d¨¦cadas despu¨¦s, la hija de Teresa tratar¨¢ de localizar con pruebas de ADN. Teresa crece sin su padre real, que pronto pasa a ser el padre imaginado, el padre idealizado en su mente de hija ¨²nica, algo fantasiosa pero no ensimismada, pues no hay tiempo que perder: desd...
Teresa naci¨® en 1932 en una familia que hab¨ªa llegado a Barcelona desde Ciudad Real y Arag¨®n. A su padre lo mataron en la guerra, y sus restos descansan en alguna fosa que, d¨¦cadas despu¨¦s, la hija de Teresa tratar¨¢ de localizar con pruebas de ADN. Teresa crece sin su padre real, que pronto pasa a ser el padre imaginado, el padre idealizado en su mente de hija ¨²nica, algo fantasiosa pero no ensimismada, pues no hay tiempo que perder: desde los nueve a?os, Teresa trabaja en la casa. Aprende a cocinar, bordar, remendar, cargar la compra y organizar la limpieza. Apenas va a la escuela. Guarda el recuerdo de las monjas se?alando en una pizarra las partes anat¨®micas del caballo (curiosa elecci¨®n para ense?ar a escribir y memorizar), pero sigue siendo una ni?a cuando el recuerdo pierde lustro y va quedando lejos. Sin embargo, Teresa lee.
Peri¨®dicos, revistas, reportajes sobre lugares del mundo que, para una adolescente de la posguerra espa?ola, solo pod¨ªan tener cabida en la imaginaci¨®n. A todos estos fragmentos de realidades ajenas, Teresa se asomaba con curiosidad, una curiosidad m¨¢s propia de quien lee una novela y se abandona a ella que de quien hojea un peri¨®dico con fines informativos. Para Teresa, los peri¨®dicos no fueron solo una fuente de informaci¨®n sino, sobre todo, de educaci¨®n. Es decir: de emancipaci¨®n.
Patrick Radden Keefe, referente del periodismo de investigaci¨®n, visit¨® Barcelona en junio invitado por el Centre de Cultura Contempor¨¤nia de Barcelona y la Universitat Oberta de Catalunya. Al final de un encuentro con periodistas y pensadores dedicado al concepto de la verdad en el periodismo, quise preguntarle por Teresa. O, m¨¢s bien, por la forma en que Teresa le¨ªa y lee peri¨®dicos. ¡°Quiero pensar ¡ªdijo Keefe¡ª que yo escribo para ese tipo de lectores y lectoras¡±. Los reportajes de Keefe son largos, matizados, trabajados durante meses o a?os. Su objetivo no es mostrar, tanto como narrar y esclarecer. En el coraz¨®n de su respuesta, y de mi pregunta, lat¨ªa la misma preocupaci¨®n: ?para qu¨¦ sirve el periodismo?
El culto a la inmediatez y a la productividad, agravado por los ritmos vertiginosos de las redes sociales y el delirio del clic, ha transformado el periodismo hasta volverlo irreconocible. Mejor dicho: lo que ha cambiado, de forma m¨¢s profunda y dram¨¢tica, es la forma en que la sociedad entiende el periodismo y c¨®mo los ciudadanos se acercan (o no) a ¨¦l. Mientras que las redacciones libran batallas m¨²ltiples para ofrecer a sus lectores un espacio cr¨ªtico y de calidad, la falta de recursos y el dem¨¦rito de la verdad (por parte de un mercado que no parece ver en ella mucho m¨¢s que un soporte para mensajes publicitarios) van ganando terreno y quem¨¢ndolo a su paso.
El problema es a la vez econ¨®mico y cultural. Nuestros ojos, hiperactivos y cansados por el exceso de est¨ªmulos, toman parte del periodismo como un outlet de entretenimiento m¨¢s; sucumbimos al tic nervioso que nos lleva a abrir el tel¨¦fono y consultar a toda prisa el portal de un diario. El giro digital no solo ha acelerado los tiempos de redacci¨®n, sino tambi¨¦n de lectura. Impera el consumo de contenidos superficiales, la acumulaci¨®n de titulares y notificaciones de ¨²ltima hora sin una narraci¨®n meditada que los contextualice o trascienda. Acercarse a la prensa en internet a menudo significa entrar en una rueda de h¨¢mster enfermiza: satisface una pulsi¨®n a corto plazo, aplaca moment¨¢neamente la adicci¨®n a la informaci¨®n, pero no logra profundizar en la funci¨®n principal del periodismo: fomentar el esp¨ªritu cr¨ªtico, y democratizarlo. La necesidad de saber, de estar al d¨ªa desplaza la voluntad de preguntarse, de reflexionar, incluso de empatizar con los otros sobre los que se lee.
Maximizar la velocidad de la informaci¨®n a costa de la reflexi¨®n reduce la verdad a una cuesti¨®n binaria: o s¨ª o no, o falso o cierto, o malo o bueno. Su ¨²nico fin es resolver un problema, zanjar una cuesti¨®n. Se pierde el valor m¨¢s profundo de la verdad: su b¨²squeda. Es cuestion¨¢ndonos cuando activamos nuestras ideas y percepciones, y alcanzamos un mayor entendimiento de cuanto nos rodea. Teresa no le¨ªa los peri¨®dicos para saber qu¨¦ acababa de ocurrir o c¨®mo deb¨ªa posicionarse inmediatamente ante un acontecimiento, sino para expandir su peque?o mundo. La verdad de Teresa era una verdad compleja, profunda, a veces confusa y contradictoria pero siempre reveladora: iluminaba un camino para seguir leyendo, pensando, aproxim¨¢ndose a lo ajeno.
Quiz¨¢ sea producto del pensamiento m¨¢gico, pero por primera vez veo a mi alrededor una cierta reversi¨®n. La rueda de h¨¢mster ¨C¡ªclic, inmediatez, saturaci¨®n¡ª pierde adeptos entre mis coet¨¢neos, aquellos que nos hemos criado con internet y que hemos aprendido a leer peri¨®dicos bajo el paradigma digital. Cada vez son m¨¢s quienes dejan morir sus redes sociales, reh¨²yen la mensajer¨ªa instant¨¢nea y fantasean con m¨®viles ladrillo. A su vez, son m¨¢s quienes recuperan el placer infantil de la lectura por la lectura, quienes se sorprenden con el tacto del peri¨®dico en papel, o quienes imaginan educar a sus hijos sin pantallas. Sin duda, de ser cierta, se trata de una tendencia muy incipiente y minoritaria. Pero me aferro a ella. Miro a Teresa leer y veo un espejo. Los peri¨®dicos que educaron a nuestras abuelas son un reflejo de esperanza.