Musk, Trump y una cabra pigmea
La inteligencia artificial plantea un dilema profundo: ?y si puedo elegir la realidad en la que vivo, aunque sea ficticia, porque reconforta mis creencias?
Si andan ustedes valorando la compra de una mascota, la cabra pigmea no parece ahora una mala opci¨®n. Como su propio nombre indica, ocupa poco espacio: no mide m¨¢s de 45 cent¨ªmetros, lo que supone un aliciente en estos tiempos en los que pagamos el metro cuadrado a precio de lingote de oro. Los primeros ejemplares fueron domesticados hace 10.000 a?os en Oriente Pr¨®ximo y desembarcaron en Occidente a mediados del siglo XX. La cabra es suya si paga entre 50 y 100 euros, seg¨²n algunos anuncios de granjas en Espa?a consultados en internet.
En una decena de cuentas de Facebook descubrimos ahora otra especie de menores dimensiones que la anterior. La bautizada como ¡°cabra m¨¢s peque?a de la historia¡± tiene un bonito pelaje gris y blanco, unos redondos ojos negros y cabe en la palma de la mano. El responsable del grupo Simply beautiful la ha compartido con sus m¨¢s de 300.000 seguidores. Pigmea entre las pigmeas, nuestra cabrilla es tan graciosa y tan tierna que parece irreal. Su imagen se mezcla con otras decenas de irresistibles fotograf¨ªas falsas de perritos divertidos o heroicos, gatos que protegen a beb¨¦s, focas felices o ranas que sonr¨ªen a la c¨¢mara mientras posan a lomos de un alacr¨¢n.
La inteligencia artificial ha proporcionado la tecnolog¨ªa capaz de generar escenas que tocan de lleno nuestra fibra sensible, y esa es la clave de este nuevo negocio. Si usted comenta o comparte estos enternecedores contenidos como la imagen de la cabra pigmea, alguien est¨¢ ganando dinero. Facebook aloja ahora multitud de p¨¢ginas que producen masivamente fotograf¨ªas tan sorprendentes como falsas, vinculadas a enlaces que llevan al usuario a pseudomedios donde encontrar¨¢ m¨¢s contenido generado con inteligencia artificial. Los usuarios menos preparados, en ocasiones las personas de m¨¢s edad, son el objetivo preferente de estos nuevos mercaderes de la viralidad, que se lucran con los ingresos por publicidad digital que generan todas las interacciones de los usuarios.
Pero este nuevo negocio plantea un dilema de mayor calado: nuestra relaci¨®n con la realidad. ?Y si, a pesar de que sepamos que una imagen es falsa, no nos importa compartirla? ?Y si nos relajamos con nuestra propia percepci¨®n de lo que es verdad y lo que no, visto el empuje de los nuevos mundos generados por la inteligencia artificial? ?Y si puedo elegir la realidad en la que vivo, aunque sea ficticia, porque reconforta mis creencias ideol¨®gicas, est¨¦ticas o vitales?
Este debate contempor¨¢neo estalla en todas las esferas, tambi¨¦n en las m¨¢s decisivas para una sociedad, como los procesos electorales. En Estados Unidos, inmerso en una campa?a electoral decisiva, asistimos estos d¨ªas a la conversi¨®n de una red social como X (antes Twitter) en escenario de una nueva realidad alternativa impulsada y esculpida por Elon Musk. Un planeta ideol¨®gico impulsado con manipulaci¨®n algor¨ªtmica, soflamas ultras, desinformaci¨®n masiva y, como se?ala el escritor Charlie Warzel, ¡°un asalto cultural contra cualquier persona o instituci¨®n que opere en la realidad. Si eres un meteor¨®logo, eres un objetivo. Lo mismo ocurre con periodistas, trabajadores electorales, cient¨ªficos, m¨¦dicos y socorristas.¡± As¨ª, una ardilla, o una cabra pigmea, tienen hoy posibilidades razonables de atravesar la red social X de punta a punta sin pisar la verdad. Como titulaba Warzel uno de sus ¨²ltimos art¨ªculos: Me estoy quedando sin formas de explicar lo malo que es esto.
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