Sigamos embruteci¨¦ndonos
Ante la descarnada batalla pol¨ªtica, la confianza deber¨ªa residir en las instituciones que no son de nadie. No hablo de la Corona y el Ej¨¦rcito, sino de las universidades y los medios
La democracia se embrutece. La complejidad del mundo se traduce en un ejercicio cada vez m¨¢s simplista del poder. ¡°En dos d¨ªas soluciono la guerra de Ucrania¡±, dice Trump. El combate de ideas adquiere grandilocuencia (¡°combate¡±, nada menos) justo cuando nuestras ideas apenas alcanzan a ser esl¨®ganes efectistas y vac¨ªos. La democracia se embrutece cuando una polarizaci¨®n buscada hace que las elecciones pierdan eficacia democr¨¢tica. Si cada vez estamos m¨¢s fragmentados y divididos; si la base electoral de los ¡°ganadores¡± se reduce en todas partes, las elecciones son menos que nunca un cheque en blanco para quien gobierna. Pero miren los interesados nombramientos de Trump, o a ese Macron envanecido imponiendo a Barnier. Los l¨ªderes act¨²an como si sus exiguas y contingentes mayor¨ªas aritm¨¦ticas valieran para la totalidad. La voluntad popular es ese ¡°plural de minor¨ªas¡± del que habla Rosanvallon; por eso es esencial reconocer y considerar a todo el mundo, y explicar lo que se hace.
El embrutecimiento de las formas democr¨¢ticas tambi¨¦n infecta a nuestra pol¨ªtica. El Gobierno salta de unas posiciones a otras sin soluci¨®n de continuidad ni explicaciones, ofreciendo en bandeja el argumento de que todo obedece a la pura estrategia de poder. Quienes so?aban en la investidura de Illa con un debate sobre la Espa?a federal (?por fin la Espa?a federal!) se quedar¨¢n con las ganas en el previsible 41? congreso del PSOE. No es de recibo decir un d¨ªa que jam¨¢s habr¨¢ una amnist¨ªa y defender al siguiente que es lo m¨¢s conveniente para Espa?a, como tampoco lo es la infantil protesta de la oposici¨®n: ?es que no estaba en el programa! Convengamos que, en un mundo regido por la incertidumbre y la urgencia, con contingencias locales e internacionales, la idea convencional de programa pol¨ªtico ha envejecido bastante mal. La misma polarizaci¨®n debiera obligar a un ejercicio del poder con cierto reconocimiento entre Gobierno y oposici¨®n, pero no parece posible cuando la ¨²nica motivaci¨®n de quien controla al Ejecutivo sea hacerlo caer. Aitor Esteban se lo dec¨ªa a Feij¨®o: ¡°No esper¨® ni un d¨ªa para dar por v¨¢lidas las acusaciones de un delincuente confeso¡± y anunciar una moci¨®n de censura. ?La defender¨¢ Tamames? No parece que el rid¨ªculo le importe mucho al expresidente da Xunta de Galicia, como hemos visto todos, pero sobre todo Von der Leyen en Bruselas.
Ante la descarnada y descarada batalla pol¨ªtica, la confianza deber¨ªa residir en las instituciones que no son de nadie, y no hablo de la Corona o el Ej¨¦rcito, sino de las universidades o, a su manera, los medios de comunicaci¨®n. Tambi¨¦n de los jueces, algunos de los cuales entran obtusamente en la refriega pol¨ªtica alentando acusaciones cruzadas. ?Judicializaci¨®n de la pol¨ªtica o politizaci¨®n de los jueces? Son el huevo y la gallina. Nadie sensato pone en duda la legitimidad del poder judicial, pero ya va siendo hora de que abordemos el debate de c¨®mo funciona la justicia: sobre sus sistemas de reclutamiento y la estructura de la carrera judicial; sobre la formaci¨®n y el equilibrio de sus poderes internos; sobre su falso autogobierno y la excesiva permeabilidad partidista. Tambi¨¦n sobre la relaci¨®n entre la dejaci¨®n de responsabilidades del Gobierno y el Parlamento y la intromisi¨®n, a veces burda y casi siempre torpe, de sus se?or¨ªas. Respetemos a los ¨¢rbitros, por supuesto, pero abramos tambi¨¦n todos los debates que nos incomodan. O si lo prefieren, sigamos embruteci¨¦ndonos.
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