La democracia y la verdad
La estrategia pol¨ªtica de los actuales maquinadores de bulos no necesita el prestigio de ninguna teor¨ªa
Con la mejor intenci¨®n de hacer frente a la actual proliferaci¨®n de bulos, desinformaci¨®n y las mentiras en pol¨ªtica, algunos, como mi colega el fil¨®sofo Diego S. Garrocho el pasado 16 de diciembre en EL PA?S, echan mano del aliado m¨¢s disponible pero menos necesario e incluso inconveniente: la verdad. No hace falta que insista en mi desprecio hacia la mentira antes de sostener que introducir a la categor¨ªa de la verdad en nuestras disputas pol¨ªticas no es muy razonable y no mejora nuestras democr...
Con la mejor intenci¨®n de hacer frente a la actual proliferaci¨®n de bulos, desinformaci¨®n y las mentiras en pol¨ªtica, algunos, como mi colega el fil¨®sofo Diego S. Garrocho el pasado 16 de diciembre en EL PA?S, echan mano del aliado m¨¢s disponible pero menos necesario e incluso inconveniente: la verdad. No hace falta que insista en mi desprecio hacia la mentira antes de sostener que introducir a la categor¨ªa de la verdad en nuestras disputas pol¨ªticas no es muy razonable y no mejora nuestras democracias, todo lo contrario. Y no solo porque caracterizar a nuestro tiempo como una era de la posverdad suena como si acab¨¢ramos de salir de otra en la que hubiera triunfado siempre la verdad. M¨¢s que la indiferencia frente a la verdad, lo que m¨¢s da?a a nuestras democracias es pretender tenerla siempre de nuestra parte.
Puestos a buscar culpables reputados de la degradaci¨®n de nuestras trifulcas pol¨ªticas, recurrir al pensamiento d¨¦bil y la posmodernidad es como pretender que lo cutre tiene que tener siempre un autor intelectual. No es la primera vez que oigo que la posmodernidad ser¨ªa la explicaci¨®n de que la mentira est¨¦ tan extendida en la pol¨ªtica actual. De entrada, la reivindicaci¨®n que Gianni Vattimo hizo del valor de la interpretaci¨®n no tiene nada que ver con el relativismo banal y, adem¨¢s, detr¨¢s de un mentiroso no hay un relativista sino alguien sin el menor inter¨¦s en tener una relaci¨®n con la verdad, buena o mala. No creo que los actuales maquinadores de bulos hayan le¨ªdo a Vattimo y, si lo pudieran comprender, se avergonzar¨ªan de lo que hacen. Es una estrategia pol¨ªtica que no necesita el prestigio de ninguna teor¨ªa. Quien haya conocido a Vattimo ha podido ver, por el contrario, hasta qu¨¦ punto su respeto por las opiniones de los dem¨¢s se basaba en el cuestionamiento reflexivo acerca de las propias. Es una paradoja que la defensa de la verdad se haga partiendo de una caricatura de sus supuestos adversarios.
Las cautelas hacia el empleo ligero de la categor¨ªa de la verdad cuando nos movemos en el terreno de la pol¨ªtica es una propiedad del pensamiento liberal en sus distintas versiones, que reconduce nuestras pretensiones de representar la objetividad a un intercambio o combate de opiniones. La democracia no tiene por objetivo alcanzar la verdad, sino conversar y decidir sobre la base de que nadie ¡ªmayor¨ªa triunfante, ¨¦lite privilegiada o pueblo incontaminado¡ª tiene un acceso privilegiado a la objetividad. En este sentido se puede entender por qu¨¦ John Rawls dec¨ªa que cierta concepci¨®n de la verdad (the whole truth) era incompatible con la ciudadan¨ªa democr¨¢tica y por qu¨¦ Hannah Arendt hablaba de una tensi¨®n o no coincidencia entre la verdad y la pol¨ªtica. Al afirmar que ¡°la verdad tiene un car¨¢cter desp¨®tico¡± no pretend¨ªa defender ninguna clase de relativismo, sino proteger el car¨¢cter contingente y libre de la pol¨ªtica, cuyas decisiones deben ser informadas y respetuosas con la realidad, pero que no se deducen de esa realidad. Una democracia es un sistema de organizaci¨®n de la sociedad que no est¨¢ especialmente interesado en que resplandezca la verdad, sino en beneficiarse de la libertad de opinar. La democracia es un conflicto de interpretaciones y no una lucha para que se imponga una ¡°descripci¨®n correcta¡± de la realidad.
Existen cosas objetivas, por supuesto, pero la mayor parte de lo que entendemos por pol¨ªtica tiene muy poco que ver con ellas. No se puede hacer pol¨ªtica sin una correcta identificaci¨®n de los hechos sobre los que debe basarse o actuar, pero a¨²n menos si se piensa que esa constataci¨®n de los hechos es una actividad que no implica ninguna interpretaci¨®n de la realidad. Todos sabemos que los datos ¡ªtan importantes, por supuesto¡ª no prescriben una ¨²nica conclusi¨®n y que el c¨¦lebre ¡°gobernar mediante los n¨²meros¡± justifica decisiones diversas, alguna de ellas muy ideol¨®gicas. Quien se crea en disposici¨®n de monopolizar la objetividad producir¨¢ grandes distorsiones en la vida pol¨ªtica. Una de las principales razones para utilizar con sumo cuidado la expresi¨®n ¡°verdad¡± en pol¨ªtica tiene que ver con la experiencia hist¨®rica de en cu¨¢ntas ocasiones creerse en posesi¨®n de ella ha servido para olvidarse de otras dimensiones de la convivencia m¨¢s necesarias. Que las tiran¨ªas ideol¨®gicas o tecnocr¨¢ticas hayan abusado de la verdad no dice, en principio, nada en contra de la verdad, por supuesto, pero parece recomendable que el debate pol¨ªtico se sit¨²e siempre que sea posible en otros t¨¦rminos. Las valiosas aportaciones de quienes se dedican al fact checking no deber¨ªan llevarnos a olvidar que la conversaci¨®n colectiva se refiere solo en una peque?a parte a objetividades y en una mayor medida al modo c¨®mo los humanos interpretamos la realidad en una sociedad pluralista.
Por supuesto que hay mentiras flagrantes y mentirosos compulsivos, que merecen ser combatidos con todos los instrumentos period¨ªsticos y jur¨ªdicos a nuestro alcance. Pero nuestra relaci¨®n con la verdad ¡ªespecialmente en la vida pol¨ªtica¡ª es menos simple de lo que quisieran quienes la conciben como un conjunto de hechos incontrovertibles. No vivimos en un mundo de evidencias, sino en medio del desconocimiento, el saber provisional, las decisiones arriesgadas y las apuestas. Adem¨¢s, como la vida misma, tambi¨¦n la pol¨ªtica posee una dimensi¨®n emocional y nuestras emociones ¡ªaunque las haya m¨¢s o menos razonables, mejor o peor informadas¡ª tienen una relaci¨®n muy indirecta con la objetividad.
Una cierta debilidad de la democracia ante los manipuladores es el precio que hemos de pagar para proteger esa libertad que consiste en que nadie pueda agredirnos con una objetividad incontestable, que cualquier debate se pueda reabrir y que nuestras instituciones no se anquilosen. Por supuesto que hay l¨ªmites para la libertad de expresi¨®n, que no todo son opiniones inocentes y que hay mentiras que matan. Una sociedad democr¨¢tica se caracteriza por permitir la libertad de expresi¨®n y limitar al m¨¢ximo la intervenci¨®n represiva en el espacio de la opini¨®n. Un largo aprendizaje hist¨®rico nos ha llevado a la conclusi¨®n de que las mentiras no son tan peligrosas para la democracia como cierta persecuci¨®n de las mentiras. Hemos de protegernos de los instrumentos a trav¨¦s de los cuales pretendemos protegernos frente a la mentira. En una sociedad avanzada el amor a la verdad es menor que el temor a los administradores de la verdad.
Los defensores de la verdad en pol¨ªtica dan a entender, por un lado, que la verdad es lo normal y no m¨¢s bien la excepci¨®n; parecen desconocer que nuestro mundo es, en realidad, un conjunto de opiniones generalmente con poco fundamento, donde discurren con libertad muchas extravagancias, se aventuran hip¨®tesis con poco fundamento, se simula y aparenta. La apelaci¨®n a la verdad tiene tambi¨¦n el efecto contrario de dar a entender que nos encontramos siempre ante situaciones l¨ªmite, frente a una tropa de contestadores de la verdad, lo que dar¨ªa a sus defensores unos poderes extraordinarios. Esta dramatizaci¨®n puede ser muy perturbadora para la convivencia democr¨¢tica porque puede hacer que resulte sospechosa la diversidad de interpretaciones de la realidad e incluso justificar el empleo de cualquier medio frente a enemigos tan mentirosos (incluido el recurso a la falsedad para defender la verdad).
Siendo el de los mentirosos un grave problema para las democracias, tambi¨¦n lo es esa degradaci¨®n de la conversaci¨®n democr¨¢tica debida a que hay demasiada gente demasiado convencida, incapaces de reconocer alguna incertidumbre, que manejan las evidencias con excesiva ligereza, donde los golpes de efecto han sustituido a los argumentos, una confrontaci¨®n pol¨ªtica llena de hip¨¦rboles y sin ninguna moderaci¨®n (justificada por estar defendiendo la verdad). La democracia es un r¨¦gimen de opini¨®n que desconf¨ªa de los detentadores de la verdad, pero no renuncia a que haya mejores y peores argumentos. Dejemos a la verdad en paz y no nos pongamos aprovechadamente de su parte; ella no lo necesita y a nosotros no nos conviene. Esto no es una rendici¨®n ante la dificultad de alcanzar la verdad y el cinismo de los manipuladores, sino que implica un mayor nivel de exigencia hacia quienes nos representan: no digan solo cosas verdaderas, sino tambi¨¦n oportunas, respetuosas, ilusionantes, bien argumentadas, que apelen a nuestra raz¨®n y a las emociones tranquilas que otro liberal, David Hume, consideraba tan necesarias para la convivencia social.