Barco lleno, barco vac¨ªo
El espacio m¨¢s natural de la fraternidad es la familia. No la elegimos, pero es que no elegimos casi nada de lo que m¨¢s nos define
Los ¨²ltimos visitantes se han ido, y la casa se queda sola y en silencio en la media ma?ana de este extra?o diciembre soleado y sin fr¨ªo. En el sosegado silencio ¡ªa Cervantes le gustaba adjetivarlo as¨ª¡ª parece que resuenan todav¨ªa todas las voces de los d¨ªas recientes, tres generaciones mezcladas en el espacio de una sola casa: padres que desde hace unos a?os nos vamos acostumbrando a que nos llamen abuelos; hijos e hijas en los que segu¨ªamos viendo la estampa de los ni?os que fueron y que ahora han adquirido sin dificultad alguna, con una solvencia admirable, la seriedad de padres y madres; ni?os y ni?as, sobre todo ni?as, que a pesar del poco tiempo que llevan en el mundo ya afirman la singularidad de cada uno, la vida propia que resalta con fuerza m¨¢s honda que los parecidos f¨ªsicos y los rasgos de car¨¢cter visiblemente heredados. Es una familia normal, con todas las peculiaridades que caben en ese t¨¦rmino, una familia de esta ¨¦poca, es decir, hecha de distintas conjunciones y rupturas, y por lo tanto conectada a otras formaciones familiares, m¨¢s o menos ajenas a ella, lo bastante para asegurar un pluralismo muy educativo para cada uno de sus miembros, porque favorece la tolerancia y la conciencia de otras formas de pensar y de vivir.
Las pertenencias familiares, como las identidades colectivas de cualquier tipo, son saludables a condici¨®n de que sean tambi¨¦n porosas y mixtas. Los miembros de esta familia m¨ªa que esta ma?ana ha terminado de dispersarse pertenecen tambi¨¦n a otras familias, con las que van a reunirse ahora que han dejado la nuestra: van a otras casas, a otras ciudades, a otras vidas, y su sitio est¨¢ all¨ª igual que est¨¢ con nosotros, y en cada caso habr¨¢ afinidades que les gustar¨¢ cultivar y diferencias m¨¢s o menos graves que ser¨¢ conveniente dejar a un lado, en la medida de lo posible. Hay fundamentalistas de los lazos de sangre que no conciben m¨¢s lealtad profunda que la del parentesco biol¨®gico, como si la vida de ahora no hubiera demostrado que existen paternidades y maternidades sobrevenidas que no suplantan a las otras ni compiten con ellas, y crean v¨ªnculos igual de poderosos de ternura y lealtad.
En esta ma?ana siguiente al d¨ªa de Navidad el silencio en que nos hemos quedado me hace acordarme de otro silencio que quedaba en la casa de mis padres y mis abuelos cuando hijos y nietos nos march¨¢bamos al final de las vacaciones. Nuestra llegada en tropel trastornaba de un momento a otro la rutina de una casa que se hab¨ªa ido despoblando, seg¨²n se casaban los t¨ªos j¨®venes y desaparec¨ªan los animales que en otro tiempo fueron numerosos, los mulos, los cerdos que se sacrificaban cada principio de invierno, los conejos y las gallinas del corral. De los tiempos antiguos que nuestros hijos ya no conocieron solo quedaba el gran hogar en el que se encend¨ªa todas las ma?anas lo que llam¨¢bamos la lumbre ¡ªel fuego de le?a olorosa de olivo¡ª y el fr¨ªo de las habitaciones altas, los dormitorios de baldosas heladas apenas calentados por rudimentarios radiadores el¨¦ctricos.
La alegr¨ªa que les tra¨ªamos, multiplicada por la presencia creciente de los nietos, ven¨ªa acompa?ada por un grado de fatiga y tambi¨¦n de sobresalto del que nosotros pod¨ªamos no ser conscientes. Criar hijos peque?os es una tarea agotadora e incesante en la que una madre y un padre j¨®venes pueden vivir tan ensimismados que no reparen en el mundo exterior. Hab¨ªa que preparar desayunos, comidas y cenas m¨¢s cuidadas y abundantes para m¨¢s comensales, pensar en regalos, controlar el desorden de ropa sucia, juguetes, objetos de cuidado infantil, que centrifuga en torno suyo y sin apenas darse cuenta una familia joven, una vitalidad entre jubilosa y mareante que era tambi¨¦n un entrecruzarse f¨¦rtil de generaciones. Los ni?os nacidos en los a?os ochenta sal¨ªan del ¨¢mbito estrecho y cotidiano en que los envolv¨ªamos sus padres para encontrarse con abuelos que hab¨ªan sido ni?os en la guerra, y con bisabuelos nacidos a principios de siglo, y eso ampliaba el horizonte de sus vidas, al hacerles conscientes de ese tiempo tan dif¨ªcil de imaginar que es el anterior a nuestro nacimiento. Yo miraba a mi abuelo materno acariciar el pelo muy negro de mi hija de pocos meses con una mano insegura que conservaba sin embargo una dura firmeza campesina y estaba asistiendo a una conexi¨®n sensorial por encima del abismo del tiempo.
Era mi abuelo el que se?alaba siempre con las mismas palabras el momento de cada despedida. Ya estaban las maletas, recogidas las bolsas de juguetes, de pa?ales, de regalos para los adultos, de comida casera para el viaje. Nos ¨ªbamos a despedir, mi hermana con su familia, yo con la m¨ªa, cada uno con nuestras urgencias y ansiedades, el trabajo, los apuros del dinero, la responsabilidad abrumadora de los hijos. Los dos sab¨ªamos cu¨¢les iban a ser las palabras finales de nuestro abuelo:
¡ªBarco lleno, barco vac¨ªo.
Me sorprendo a m¨ª mismo dici¨¦ndome esta ma?ana esas mismas palabras al volver a casa y encontrar el silencio, y con ¨¦l un alivio de intimidad recobrada en el que hay tambi¨¦n una dosis de congoja. Para afirmar cuanto antes una identidad que acaba de descubrir, un adolescente quiere cortar todos los lazos que lo esclavizan porque ¨¦l no los ha escogido. Es una actitud muy estimulante porque coincide con una idea de la emancipaci¨®n de brillo rom¨¢ntico y esencia crudamente individualista. T¨² eres quien decides ser. T¨² puedes llegar a ser todo lo que te propongas, a tener todo lo que deseas. No le debes nada a nadie porque lo que tienes te lo has ganado a pulso, por tu propio esfuerzo, por tu talento, por tus m¨¦ritos. Desde la publicidad m¨¢s tonta de coches o colonias hasta las arengas de los gur¨²s de la motivaci¨®n empresarial repiten a cada momento la misma doctrina, la fantas¨ªa de una supremac¨ªa individual sin responsabilidades, ni ataduras, ni remordimientos, ni compasi¨®n.
Muchos de nosotros, ansiosos por romper la opresi¨®n irrespirable de la dictadura y de unas normas sociales fosilizadas, viv¨ªamos obsesionados por nuestra propia libertad, y si acaso prest¨¢bamos una atenci¨®n m¨¢s bien te¨®rica a la igualdad, pero tardamos mucho m¨¢s tiempo en hacer caso del tercer prop¨®sito, el de la fraternidad, que tiene su primera escuela y su espacio natural m¨¢s cercano en la familia. Aquella frase de Sartre que nos gustaba tanto ¨D¡°El infierno son los otros¡±¨D es en gran medida una tonter¨ªa. Sin los otros no eres nada, ni nadie. Los que te han criado, los que vivieron antes que t¨², los que han muerto y te siguen haciendo compa?¨ªa, los que se acordar¨¢n de ti cuando t¨² ya no est¨¦s, los que ni siquiera t¨² sabes que te han ense?ado o regalado algo decisivo. Claro que no elegimos a nuestra familia. Pero no elegimos casi nada de lo que m¨¢s nos define, empezando por la fecha y el lugar de nuestro nacimiento, y siguiendo por la mayor parte de nuestras aptitudes y nuestras inclinaciones, y hasta nuestros amores y nuestras amistades. No hay pizarra en blanco. Dentro de esos l¨ªmites caben todas las posibilidades de la libertad, como cab¨ªan todos los matices y posibilidades de expresi¨®n dentro de las normas de la poes¨ªa cl¨¢sica. Ahora que mi mujer y yo nos hemos quedado solos y que nuestros hijos y los suyos acuden a otras fidelidades, pienso en mi familia no como un bloque o un mapa cerrado, sino como un espacio el¨¢stico, mudable, muy resistente porque es muy flexible, con zonas menos de frontera que de contacto e intercambio, permeable a la novedad de lo que vendr¨¢, nuevos hijos e hijas y nuevas peripecias, extendi¨¦ndose imperceptiblemente hacia una fraternidad que incluye tambi¨¦n a los forasteros y a los desconocidos de buena voluntad.
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