Senegal, un para¨ªso para la huida
Djibril Diop sali¨® de su casa en Thi¨¨s con 16 a?os y en cayuco lleg¨® a Canarias. Un lustro despu¨¦s, tiene una vida en Madrid, pero no ha vuelto a ver a su familia. Esta es su historia de supervivencia
Djibi se sienta frente a m¨ª en una mesa del caf¨¦ Barbieri, en Lavapi¨¦s. Ha dejado a sus amigos al sol en la plaza de Arturo Barea para contarme su historia. ¡°Son mis baye falls, mi gente; ahora, mi familia¡±. Me explica que si hablase con cualquiera de ellos escuchar¨ªa relatos muy parecidos al suyo. Se frota las manos. Le pido que escriba en mi cuaderno su nombre completo y traza en inciertas may¨²sculas: Djibril Diop, Kayar.
Ese es su nombre. Y esa es su tierra. Kayar, un pueblo en la costa de Senegal, en la regi¨®n de Thi¨¨s. Buscamos en internet im¨¢genes que ayuden a situarlo en el mapa ese lugar y la red nos devuelve una costa id¨ªlica salpicada de peque?os barcos de pesca. La web, incluso, invita a visitar la zona con un paquete tur¨ªstico a un precio muy razonable que incluye una visita al Lago Rosa, al bosque de baobabs y a las aldeas cercanas.
Ese el para¨ªso del que Djibi huy¨®. Se?ala la pantalla sin ocultar una profunda indignaci¨®n: ¡°?te das cuenta? T¨² puedes viajar a mi pa¨ªs cuando quieras, ir y volver, volver a ir y volver a volver. Yo solo puedo venir a Espa?a en cayuco. Arriesgando mi vida y mi libertad¡±. As¨ª es; para visitar Senegal tan solo necesito mi pasaporte y un visado que puedo sacar incluso por internet. Tan f¨¢cil. Tan seguro. Tan occidental.
La peque?a embarcaci¨®n de la familia de Djibi era una de tantas que recogen las postales. Ese bote daba de comer a sus padres y a sus ocho hermanos aunque cada vez con mayor dificultad. Llegaron los grandes barcos pesqueros europeos y asi¨¢ticos que, gracias a una explotaci¨®n y regulaci¨®n abusiva de las aguas del ?frica occidental, han llevado a la pesca senegalesa a tener una de las tasas de sobreexplotaci¨®n m¨¢s elevadas del mundo. Los cayucos que antes se utilizaban para pescar ya no serv¨ªan m¨¢s que para llegar ilegalmente a esos pa¨ªses que les hab¨ªan despojado de su medio de vida.
A Djibi, como a tantos otros, los 16 a?os ya le alcanzaron para saber que no habr¨ªa futuro en Senegal. ¡°En mi pa¨ªs no hay oportunidades, no hay opciones. Solo salir en cayuco con destino al sur de Tenerife. Yo no pensaba en otra cosa, viendo a mi madre trabajar sin descanso preparando el pescado para la salmuera. Yo le llevaba la comida al trabajo, muchas veces tambi¨¦n la cena. Quer¨ªa ayudarla, por eso me fui¡±.
As¨ª fue c¨®mo, con su hermano peque?o y sin avisar a nadie, se subi¨® un d¨ªa en una embarcaci¨®n. Tres jornadas en el oc¨¦ano y de vuelta a casa. El mar no quiso traerle a Espa?a, pero su voluntad fue m¨¢s fuerte que el oleaje y las s¨²plicas de su familia. Y un mes despu¨¦s, volvi¨® a intentarlo con otras 140 personas tan desesperadas como ¨¦l. Me cuenta la traves¨ªa con l¨¢grimas en los ojos, siete d¨ªas en el mar para un viaje que dura tres. Siete d¨ªas en los que perdieron los tres GPS que ten¨ªan y quedaron a la deriva, en los que se cruzaron con los restos de otros cayucos, de otros cuerpos flotando en el mar con sus sue?os de oportunidades y futuros posibles ahogados, a la deriva. Solo llegaron 126. Los otros 14 murieron intent¨¢ndolo.
Hace una pausa. Observo sus manos mientras se frota los ojos y retoma su historia. Lleg¨® al sur de Tenerife en 2006. Los primeros en acudir fueron la Cruz Roja. Les dieron mantas y comida, les quitaron toda ropa mojada y les proporcionaron ch¨¢ndales y calzado nuevo. En La Esperanza estuvieron tres meses y pasado ese tiempo a los menores, c¨®mo ¨¦l, los repartieron en casas de acogida. Cuando cumpli¨® los 18, estudi¨® electricidad en Ciudad Real y a partir de ah¨ª, solo.
En Senegal, Djibril ten¨ªa familia, su casa, su tierra. Pero no un futuro
Le pregunto si el viaje ha valido la pena, pero no tengo m¨¢s que mirarle para ver que la vida en Espa?a tampoco ha sido f¨¢cil. Djibi lleva la mitad de su vida aqu¨ª. En Senegal ten¨ªa familia, su casa, su tierra. Pero no un futuro. Aqu¨ª, tres hijas con las que no convive, pero de las que no se quiere alejar.
Me ense?a con orgullo una foto en su tel¨¦fono, un hombre relativamente joven, elegante en su t¨²nica, con un porte sencillo, pero distinguido: Abdoulaye Gueye Diop, su padre. Muri¨® hace un mes y ¨¦l no ha podido ir a despedirse, a consolar a la madre que dej¨® cuando ten¨ªa 16 a?os. Si volviese a su pa¨ªs, tendr¨ªa que salir de nuevo en cayuco. ¡°Los visados no son para la gente como yo, ni siquiera para enterrar a nuestros muertos¡±.
Est¨¢ nervioso, pregunta si lo est¨¢ haciendo bien. Me agarra el brazo, me mira, me dice: ¡°?t¨² qu¨¦ ves cuando me miras? Si ves un mono, me tratar¨¢s como un mono. Si ves una persona, me tratar¨¢s como una persona. ?Qu¨¦ ves cuando me miras? Aqu¨ª, nadie nos ve¡±. Clava sus ojos oscuros en los m¨ªos. En una mano, el calor de la suya, en la otra, la imagen del m¨®vil me devuelve un para¨ªso de playas azules llenas de ni?os jugando entre las barcas.
Marta Mart¨ªn es periodista y productora en Movistar +.
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