Convertir el barro en sal para enga?ar a la pobreza
La miseria se ceba con las mujeres. Lo dice el informe del PNUD que mide las m¨²ltiples carencias que enfrentan los habitantes de los pa¨ªses menos adelantados. Pero ellas no se resignan. En Guinea-Bis¨¢u salen adelante con cualquier actividad que les aporte ingresos, casi siempre en la informalidad y sin ayuda, pero con ideas para prosperar
Dangi Nhaga no sabe su edad. ¡°Soy vieja¡±. Ni conoce a sus padres. ¡°Fui criada por una t¨ªa¡±. Ella fue quien le ense?¨® a extraer sal de la tierra en la que vive: Ponta Z¨¦ Henrique, una aldea a la que solo se puede llegar a pie desde el pueblo m¨¢s cercano, Ponta Cabral, en Guinea-Bis¨¢u. Viuda y con una nieta de ocho a?os a su cargo, se siente cansada de sobrevivir de esta actividad que la obliga a estar muchas horas bajo un sol que anestesia, recoger le?a, respirar humo y cargar con kilos del blanco condimento sobre la cabeza. ¡°Pero tengo que hacerlo¡±. Lo hace porque con esta ocupaci¨®n rasca unos ingresos que suma a lo que obtiene de la recogida del anacardo y la venta de ostras, todos empleos temporales e informales, para comprar arroz y pagar la escuela de su nieta. Comer y estudiar son las prioridades. Las prendas ra¨ªdas que cubren su cuerpo, dejando ver su delgadez entre los girones, son la prueba de que la ropa es privativa. ¡°No quiero que tenga mi vida¡±, zanja la abuela.
El oc¨¦ano Atl¨¢ntico ba?a 350 kil¨®metros de costa del pa¨ªs africano; en los estuarios abundan los mariscos y la sal, cuya b¨²squeda y extracci¨®n son el principal sustento de las mujeres rurales del litoral cuando no es temporada de colecta de anacardo (tres meses entre abril y junio). En Quinhamel y las comunidades alrededor como Ponta Cabral y la a¨²n m¨¢s remota Ponta Z¨¦ Henrique, las historias que cuentan son comunes: se las tienen que apa?ar pr¨¢cticamente solas. Han sido abandonadas por maridos con demasiadas esposas como para preocuparse por todas, o se han ido a trabajar lejos. Los hay que est¨¢n y se dedican a la agricultura, pero ellas no ven un c¨¦ntimo. O han fallecido.
La miseria se ceba con estas mujeres. Lo dice el ¨²ltimo informe sobre pobreza multidimensional del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), publicado a principios de octubre. Las privaciones son m¨¢s y de mayor intensidad en las familias encabezadas por mujeres; y en los hogares donde hay estrecheces, ellas tienen menos oportunidades de estudiar y una alta probabilidad de acabar siendo v¨ªctimas de violencia de g¨¦nero. Guinea-Bis¨¢u, donde un 64,4% sufre carencias b¨¢sicas como agua potable, saneamiento, educaci¨®n, alimentos o una vivienda digna, y un 68,4% sobrevive con menos de 1,90 d¨®lares al d¨ªa (definici¨®n de pobreza extrema), no es una excepci¨®n.
¡°Muchas chicas no van al colegio. Las que llegan a ir, a veces no terminan. La mayor¨ªa acaba qued¨¢ndose por el camino y son preparadas para el matrimonio, ser esposa, servir al marido y tener hijos. Es un gran problema de la sociedad¡±, lamenta la ministra de Mujer, Familia y Seguridad Social, Maria da Concei?ao Silva ?vora. ¡°Las mujeres que no viven en la ciudad son las que no tienen agua potable ni electricidad, no acceden a nada que sea desarrollo. Por eso nuestros indicadores de progreso est¨¢n siempre muy abajo comparados con las metas establecidas para el bienestar de la poblaci¨®n y de la mujer en particular¡±, a?ade. El primero de los Objetivos de Desarrollo Sostenible llama a erradicar la pobreza extrema y reducir al menos a la mitad la proporci¨®n de personas que sufren carencias en distintas dimensiones.
Las vecinas del ¨¢rea de Quinhamel no se resignan, tienen un plan para prosperar con la producci¨®n de sal, pero claman auxilio. ¡°Es duro. Estamos expuestas a humos, calor, sol. Y hemos conocido un proceso nuevo con energ¨ªa solar. La llaman ¡®la sal solar¡¯, que tiene menos riesgos para la salud y se consigue m¨¢s rendimiento¡±, detalla Beatriz Su¨¢rez Dagama, presidenta de la Asociaci¨®n Mers-Dodjar (Casa de Labradoras), una agrupaci¨®n rural para el desarrollo de actividades socioecon¨®micas en la regi¨®n de Biombo.
Junto a ella, un grupo de mujeres extrae sal del barro de forma tradicional y con herramientas rudimentarias. El primer paso es cortar y cargar le?a para el fuego. Una tarea que se hace muy temprano, desde las cinco de la ma?ana, porque una vez comienza la cadena de producci¨®n, no pueden detenerla. Como no disponen de carretilla, ni ahorros para adquirir una, cargan la madera en la cabeza. Despu¨¦s toca llenar cubos con la tierra, tarea que pone a prueba de nuevo el aguante y capacidad de equilibrio de sus cuellos, para luego volcarla en un colador de tela que regado con agua filtrar¨¢ el l¨ªquido. Por evaporaci¨®n, en unas bandejas de metal sobre la lumbre, quedar¨¢ la sal.
En las aldeas como Ponta Cabral, las productoras almacenan monta?as de condimento, tapadas con telas para evitar que los animales lo esparzan y contaminen. Tampoco disponen de recursos para construir un cercado y los perros, gallinas e incluso vacas pasean en total libertad. Con suerte, el d¨ªa que vayan al mercado en Quinhamel o Bissau, las mujeres conseguir¨¢n vender algo a 100 francos el kilo (0,15 euros). A veces, se vuelven de vac¨ªo. Habr¨¢n perdido el dinero del transporte.
¡°Con el actual sistema tradicional lleva una semana obtener un saco de 50 kilos, que venden por unos 5.000 francos africanos (7,60 euros)¡±, apunta Su¨¢rez mientras el traj¨ªn contin¨²a a su alrededor. Escucha atenta Salom¨¦ Dos Santos, diputada nacional por la regi¨®n de Biombo, quien ha convertido la ayuda a estas mujeres en una causa personal y no desaprovecha cualquier ocasi¨®n para atraer la atenci¨®n de la prensa hacia ellas, ya sea para que un portal de noticias africanas cuente su historia con motivo del D¨ªa Internacional de la Mujer el pasado 8 de marzo o porque se ha enterado de que periodistas espa?oles andan por el pa¨ªs.
¡°Si tuvi¨¦ramos apoyo para crear una cooperativa, con formaci¨®n para poder producir de una forma m¨¢s rentable, con energ¨ªa solar¡ Y contar con un almac¨¦n para el stock en el mercado, para que no tengan que ir ellas cargadas. Con apoyo y ayudas podr¨ªamos incluso exportar, aqu¨ª todo es natural, es agua de mar, sin productos qu¨ªmicos. Hasta la Uni¨®n Europea est¨¢ interesada¡±, asegura.
Abogada de formaci¨®n, Dos Santos reconoce que, para este tipo de iniciativas, Guinea-Bis¨¢u recibe apoyo internacional de la ONU y ONG. Cita a Unicef y Plan Internacional, especializadas en infancia. ¡°Pero aqu¨ª no queda nada, en zonas como esta, no llega ni la ayuda de las organizaciones; todo se va para el Este¡±. ¡°Y el Gobierno no llega adonde las ONG no alcanzan¡±, apostilla Su¨¢rez Dagama. Unas palabras que revelan la alta dependencia del pa¨ªs de la comunidad internacional.
Los relatos de las mujeres de Ponta Z¨¦ Henrique son una reclamo al viento, a ver si llega a o¨ªdos de los gestores del pa¨ªs y m¨¢s all¨¢ de sus fronteras¡ Mar¨ªa Eusebia Zamora, de 48 a?os, lo resume as¨ª: ¡°Nos cansamos mucho y no ganamos nada. Hacemos sal para pagar la escuela a nuestros hijos, alimentarnos y comprar ropa. Cargamos sacos de 50 kilos en la cabeza para guardarla en casa porque la lluvia puede estropearla y no tenemos carretillas. Pero nos hacemos viejas. Y necesitamos lonas para construir un barrac¨®n y conseguir la sal sin estar al sol. No queremos ayuda solo para esto, porque solo con la sal no pagamos los libros del colegio. No tenemos ni un campo para la agricultura. Nuestros maridos tienen mujeres m¨¢s j¨®venes que recogen ostras y todo lo cargamos en la cabeza. Con una carretilla todo ser¨ªa distinto¡±.
La lista de sus deseos tiene un objetivo: que les rinda m¨¢s la sal, poder dedicarse a la agricultura, que sus hijos vayan al colegio, que all¨ª coman alimentos nutritivos, que les fortalezcan, y formarse para que no tengan su vida. Y romper el c¨ªrculo de la pobreza.
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