Los derechos de las mujeres, en jaque tras el golpe de Estado en Sud¨¢n
Las sudanesas, con largo historial de lucha contra la dictadura de Al Bashir, ven amenazados los pocos avances logrados en libertades b¨¢sicas por la reciente militarizaci¨®n e islamizaci¨®n del pa¨ªs. Y act¨²an desde la resistencia
El 19 de diciembre era una fecha se?alada en el calendario sudan¨¦s. El pa¨ªs conmemoraba el tercer aniversario del inicio de las protestas contra el r¨¦gimen islamista del ex dictador Omar Al Bashir, que en apenas cinco meses lograron forzar su ca¨ªda del poder tras haberlo retenido violentamente por tres d¨¦cadas. La efem¨¦ride, sin embargo, ten¨ªa poco de festivo.
Decenas de miles de personas en la capital, Jartum, y otras ciudades de Sud¨¢n volvieron a movilizarse aquel d¨ªa contra el golpe de Estado que un grupo de generales, aliado con los remanentes del r¨¦gimen de Al Bashir y algunos ex l¨ªderes de grupos rebeldes, hab¨ªa perpetrado el 25 de octubre. La asonada puso fin a la transici¨®n democr¨¢tica arrancada el verano de 2019 despu¨¦s de que esos mismos militares y un grupo de civiles, en vaga representaci¨®n del movimiento de protesta, hubieran firmado un fr¨¢gil acuerdo. Con su toma del poder, volv¨ªa a recorrer por el pa¨ªs el fantasma de un r¨¦gimen militar islamista.
La oficina de la ONU para los derechos humanos recibi¨® denuncias de que al menos 13 mujeres y ni?as hab¨ªan sido violadas, algunas en grupo, as¨ª como denuncias de acoso alrededor del palacio durante unas protestas en Jartum
La tarde de la jornada del 19 los manifestantes consiguieron abrirse camino hasta las inmediaciones del Palacio Presidencial, donde descansa la sede del poder secuestrado por los generales golpistas. Pero cuando se dispon¨ªan a instalar una acampada, las fuerzas de seguridad volvieron a recurrir a la violencia para expulsarlos. Dos j¨®venes, de 28 y 22 a?os, fueron asesinados por disparos en el pecho y la cabeza. Y por primera vez en Jartum desde la asonada, trascendieron informes de violencia sexual aparentemente sistem¨¢tica de las fuerzas de seguridad contra varias manifestantes. En total, la oficina de la ONU para los derechos humanos recibi¨® denuncias de que al menos 13 mujeres y ni?as hab¨ªan sido violadas, algunas en grupo, as¨ª como denuncias de acoso alrededor del palacio.
Semanas antes, la noche del 25 de octubre, en las turbulentas horas posteriores al anuncio de la toma del poder por el Ej¨¦rcito, un grupo de uniformados militares hab¨ªa asaltado el complejo central de la Universidad de Jartum, incluidos los dormitorios de las estudiantes. Durante el ataque, las j¨®venes que se encontraban en el lugar fueron insultadas, golpeadas con armas y palos, y obligadas a abandonar sus cuartos, que fueron saqueados en un alarmante incidente que una de las chicas presentes despu¨¦s calific¨® de ¡°noche de horror¡±.
Entre estas dos agresiones, el 17 de noviembre, un grupo de n¨®madas ¨¢rabes con presuntas buenas relaciones con parte de la junta golpista atac¨® la localidad de Jebel Moon, en el estado de Darfur Occidental, en el oeste de Sud¨¢n. Al menos 43 personas, la mayor¨ªa agricultores de la tribu Misseriya Jebel, fueron asesinadas, 46 aldeas quemadas y saqueadas, y m¨¢s de 4.300 individuos forzados a huir de sus hogares. En el asalto, las mujeres y ni?as de Jebel Moon fueron separadas de los hombres y unas 70 fueron violadas y luego obligadas a caminar desnudas por su pueblo, seg¨²n el relato de activistas locales.
Las mujeres, a la vanguardia de las movilizaciones populares
La sucesi¨®n de episodios como los anteriores pone de relieve las crecientes violaciones a las que se enfrentan las mujeres en Sud¨¢n a ra¨ªz de la toma del poder en el pa¨ªs por parte de los militares y su indisimulada complicidad con sectores islamistas del r¨¦gimen de Al Bashir. Un escenario que ha generado gran alarma por la amenaza que representa tambi¨¦n a las lentas pero significativas victorias y avances que las sudanesas se han podido apuntar en la lucha por sus derechos desde el inicio de la revoluci¨®n de diciembre de 2018.
¡°Tras el reciente golpe de Estado, y con la vuelta de los l¨ªderes del [islamista] Partido del Congreso Nacional a los puestos de decisi¨®n, es probable que se pierdan los pocos logros conseguidos¡±, constata Samia El Nagar, una investigadora sudanesa independiente. ¡°Es evidente que la violencia contra las mujeres es una estrategia militar usada para sembrar el miedo entre las familias y evitar que sus j¨®venes protesten¡±, considera.
Las mujeres en Sud¨¢n se situaron en la vanguardia de las multitudinarias movilizaciones populares que condujeron al derrocamiento de Al Bashir. Y su participaci¨®n, a menudo en abierto desaf¨ªo de unos entornos familiares r¨ªgidamente patriarcales, fue clave a la hora de articular los comit¨¦s de resistencia en los barrios y las asociaciones profesionales que lideraron la revoluci¨®n y luego formaron el coraz¨®n del movimiento democr¨¢tico del pa¨ªs.
Es evidente que la violencia contra las mujeres es una estrategia militar usada para sembrar el miedo entre las familias y evitar que sus j¨®venes protestenSamia El Nagar, investigadora sudanesa independiente
Su insondable compromiso no sorprendi¨® a nadie. Las mujeres fueron tambi¨¦n quienes m¨¢s sufrieron el terror sembrado por el r¨¦gimen de Al Bashir, que, construyendo sobre la base islamista desplegada en los setenta por su predecesor, el coronel Gaafar Al Nimeiry, emprendi¨® un exhaustivo proceso de islamizaci¨®n del pa¨ªs y la sociedad, muy enraizado en sus leyes. Durante sus a?os en el poder, las mujeres estaban sujetas a leyes ultra conservadoras de moralidad p¨²blica y familiar, que codificaron aberraciones como el matrimonio infantil, el tutelaje masculino, o la permisividad con la mutilaci¨®n genital, y que afectaron de forma especialmente severa a mujeres de zonas perif¨¦ricas y a migrantes.
¡°La oposici¨®n de las mujeres al r¨¦gimen de Al Bashir es fundamental para entender su fuerte implicaci¨®n en la revoluci¨®n¡±, anota Liv T?nnessen, polit¨®loga del Instituto Chr. Michelsen especializada en temas de g¨¦nero y pol¨ªtica sudanesa. ¡°Las mujeres se implicaron tan visiblemente porque el r¨¦gimen de Al Bashir obstaculizaba su capacidad de vivir libres de violencia y contribuir a la sociedad como ciudadanas de pleno derecho. Su participaci¨®n no fue espont¨¢nea ni moment¨¢nea, sino que se vincula al papel central de las mujeres en el desaf¨ªo de la dictadura, que se remonta varias d¨¦cadas atr¨¢s¡±, agrega.
Durante la transici¨®n, que se inici¨® con la firma de la hoja de ruta y del reparto de poderes entre civiles y militares en verano de 2019, las mujeres volvieron a ser apartadas de los principales cargos de toma de decisi¨®n. En las negociaciones previas a ese acuerdo, solo una mujer, Ibtisam Al Sanhouri, figur¨® entre la quincena de delegados civiles, y el ¨®rgano de 11 miembros que luego asumi¨® la jefatura de Estado colectiva solo cont¨® inicialmente con la presencia de dos. Una imagen similar se repiti¨® en el primer Gobierno de transici¨®n, con los gobernadores provinciales, y en las negociaciones de paz de la periferia de Sud¨¢n.
Pese a ello, las mujeres consiguieron durante ese mismo per¨ªodo ocupar de forma notable el espacio p¨²blico, ganando una mayor presencia en la calle, ampliando sus oportunidades laborales y aprovechando la apertura para organizar varias movilizaciones y tejer v¨ªnculos y alianzas. ¡°Durante la transici¨®n democr¨¢tica se ha sido testigo de la aparici¨®n de muchas organizaciones o grupos de mujeres y feministas en la mayor¨ªa de los estados de Sud¨¢n. Adem¨¢s, se formaron varias coaliciones en Jartum y en el Mar Rojo¡±, explica El Nagar.
En el ¨¢mbito legal tambi¨¦n se apuntaron algunos avances y consiguieron marcar, en parte, la agenda. Antes de ser disuelto en la asonada, el Gobierno de transici¨®n hab¨ªa aprobado una serie de reformas de la ley que expandieron las libertades personales, incluidas las de las mujeres, y que revisaba el estricto legado islamista de Al Bashir. Entre las enmiendas m¨¢s celebradas se encontraba la introducci¨®n del castigo a la mutilaci¨®n genital femenina, el reconocimiento del derecho de las mujeres a viajar con sus hijos sin requerir el permiso de un tutor var¨®n, y la anulaci¨®n de un art¨ªculo que dictaba su c¨®digo de vestimenta.
A pesar de darse la bienvenida a estos cambios, sobre todo en el exterior, los sectores m¨¢s liberales de Sud¨¢n se lamentaron de que el Ejecutivo optara por una posici¨®n reformista en lugar de abolir todo el marco legal del viejo r¨¦gimen, limitando as¨ª el alcance de las reformas. Tambi¨¦n criticaron que no se adoptaran en paralelo medidas para hacerlo cumplir en una sociedad todav¨ªa muy conservadora. Sud¨¢n tampoco lleg¨® a ratificar la Convenci¨®n sobre la Eliminaci¨®n de Todas las Formas de Discriminaci¨®n contra la Mujer.
[Pero] aunque las mujeres se han sentido decepcionadas, la alternativa es peor. Temen que los islamistas vuelvan a ocupar puestos de poder y que la ideolog¨ªa islamista vuelva a controlar sus vidasLiv T?nnessen, polit¨®loga del Instituto Chr. Michelsen especializada en temas de g¨¦nero y pol¨ªtica sudanesa
¡°Durante el r¨¦gimen de Al Bashir esto se legitim¨® en el marco del islam. Pero lo que el per¨ªodo de transici¨®n nos ha demostrado es que la mentalidad patriarcal est¨¢ penetrada de forma profunda en la sociedad y que una mera transici¨®n a un r¨¦gimen civil y democr¨¢tico no garantiza la igualdad de derechos¡±, se?ala T?nnessen. ¡°[Pero] aunque las mujeres se han sentido decepcionadas, la alternativa es peor. Temen que los islamistas vuelvan a ocupar puestos de poder y que su ideolog¨ªa vuelva a controlar sus vidas¡±, a?ade. ¡°Al menos, una democracia les permitir¨ªa organizarse libremente en su lucha¡±.
M¨¢s abusos, represi¨®n y violencia
Uno de los efectos m¨¢s r¨¢pidos y evidentes del golpe de Estado ha sido la militarizaci¨®n del espacio p¨²blico del pa¨ªs, que erosiona de forma devastadora los avances alcanzados en este terreno. Para las mujeres, el fuerte despliegue de uniformados ¨Cque incluye a miembros de la polic¨ªa, el ej¨¦rcito, un poderoso grupo paramilitar, ex grupos rebeldes y, m¨¢s recientemente, los temidos servicios de Inteligencia¨C se ha traducido en un aumento de los abusos verbales y de la violencia f¨ªsica, en especial durante y despu¨¦s de las grandes manifestaciones, tal y como han documentado organizaciones como Sudanese Archive.
Como resultado, al menos una mujer de 24 a?os y una ni?a de 13 han sido asesinadas por disparos en la cabeza de las fuerzas de seguridad, seg¨²n el Comit¨¦ Central de M¨¦dicos de Sud¨¢n, que ha registrado hasta la fecha m¨¢s de una sesentena de muertos solo en Jartum. Decenas de mujeres m¨¢s han resultado heridas y han sido violadas en ciudades de todo Sud¨¢n, seg¨²n han recogido grupos de derechos humanos, y muchas otras han sido detenidas, incluidas pol¨ªticas, sindicalistas y miembros de los comit¨¦s de resistencia local.
Paralelamente, activistas e investigadoras como Hala Al Karib, directora de la Iniciativa Estrat¨¦gica para Mujeres en el Cuerno de ?frica (SIHA, por sus siglas en ingl¨¦s), notan que la presencia de grupos armados en la calle tambi¨¦n supone una amenaza para la libre circulaci¨®n de las mujeres, y representa un peligro sobre todo para trabajadoras ambulantes o mujeres que trabajan de cara al p¨²blico, y que desde la asonada est¨¢n m¨¢s expuestas al acoso. Tambi¨¦n pone en riesgo su libertad de expresi¨®n y derecho de reuni¨®n.
¡°Con respecto a la presencia de mujeres en los espacios p¨²blicos, indudablemente existe un cambio, hay mucho m¨¢s miedo¡±, nota Al Karib. ¡°Se trata de un panorama sombr¨ªo¡±.
Donde m¨¢s crudo est¨¢ resultando ser este deterioro de la situaci¨®n es en las tradicionales zonas de conflicto y en los campos de refugiados de la periferia de Sud¨¢n, como en Darfur. All¨ª, la asonada ha acabado de enterrar la poca protecci¨®n y servicios de los que gozaban, dejando sobre todo a las mujeres, a quienes tiende a afectar de forma desproporcionada, a merced de ataques de grupos que, seg¨²n algunos analistas, se sienten ahora impunes, un sentimiento reforzado por los cortes de internet. Desde septiembre, al menos 250 civiles han muerto y m¨¢s de 50.000 han tenido que huir de sus casas por la violencia en los estados de Darfur y Kordof¨¢n Sur, seg¨²n la oficina de la ONU para los Derechos Humanos.
¡°El patr¨®n de este tipo de violaciones est¨¢ en curso desde 2003 [a?o en el que comenz¨® el genocidio en Darfur]. Algunos miembros de las milicias [involucrados en los abusos posteriores a la asonada] han estado implicados en cr¨ªmenes contra la humanidad, que incluyen ataques a mujeres y violencia sexual¡±, nota Sarah Abdulgaleel, miembro de la Asociaci¨®n de Profesionales de Sud¨¢n, uno de los grupos de la sociedad civil m¨¢s activos en la organizaci¨®n de protestas contra Al Bashir y el golpe. ¡°En este momento, lo que se est¨¢ practicando es m¨¢s visible porque est¨¢ ocurriendo [tambi¨¦n] en Jartum¡±, desliza.
A pesar de que muchas j¨®venes han sido agredidas sexualmente, golpeadas, heridas y violadas, contin¨²an participando en la protestaSamia El Nagar, una investigadora sudanesa independiente
Pese ¨Co debido¨C a ello, las mujeres siguen participando de forma muy activa tanto en las manifestaciones como en los comit¨¦s de resistencia y los sindicatos profesionales. El Nagar, por ejemplo, destaca sobre todo su rol en la planificaci¨®n de protestas, la preparaci¨®n de lugares seguros para los manifestantes y la distribuci¨®n de agua y alimentos. Tambi¨¦n en la prestaci¨®n de servicios m¨¦dicos en las calles y protecci¨®n en los domicilios de quienes han sido acosados. ¡°A pesar de que muchas j¨®venes han sido agredidas sexualmente, golpeadas, heridas y violadas, contin¨²an participando en la protesta¡±, comenta.
Abdulgaleel, por otro lado, destaca que la prioridad sigue siendo luchar para lograr paz, libertad y justicia, y se?ala que existe una iniciativa para incrementar la participaci¨®n de mujeres en las organizaciones civiles, sobre todo a trav¨¦s de una campa?a llamada ?nete al comit¨¦, para que est¨¦n cada vez m¨¢s presentes en el nivel de toma de decisiones.
En su caso, participar de forma tan activa tambi¨¦n implica tener que confrontar la mentalidad patriarcal que considera que est¨¢n rompiendo los roles tradicionales de g¨¦nero al involucrarse de forma activa en las protestas; una barrera que, sin embargo, no est¨¢ frenando su implicaci¨®n. ¡°El acoso, la intimidaci¨®n y la violencia de g¨¦nero pretenden empujarlas de nuevo a la esfera dom¨¦stica. [Los uniformados] piden a las familias que mantengan a raya a sus esposas, hijas y hermanas. Esta es la esencia de la mentalidad de orden p¨²blico¡±, anota T?nnessen. ¡°Pero las mujeres, por supuesto, la desaf¨ªan¡±.
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