Salvemos la Agenda 2030
Tras la pandemia, la aplicaci¨®n de los Objetivos de Desarrollo Sostenible se ve m¨¢s obstaculizada que nunca. Una nueva visi¨®n, menos econ¨®mica y m¨¢s socioambiental, podr¨ªa rescatar el que ¡°nadie quede atr¨¢s¡±
Despu¨¦s de seis a?os de la aprobaci¨®n de la Agenda 2030 y de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y a nueve a?os, por lo tanto, de su fecha de expiraci¨®n, los motivos para el optimismo parecen escasos. La pandemia ha sacudido con enorme virulencia un contexto global ya caracterizado por niveles de desigualdad, precariedad y vulnerabilidad extraordinarios. No hace falta abundar en datos para suponer que muchos de los ODS planteados en septiembre de 2015 enfrentan hoy una realidad mucho peor que antes de la pandemia.
Pero asumir este pesimismo tr¨¢gico supone comulgar con una nueva versi¨®n del fin de la historia. Es necesario poner en valor lo que ha significado en este tiempo el despliegue de la Agenda 2030 en al menos dos aspectos principales. Primero, los ODS siguen siendo parte de una conversaci¨®n global que reconoce una serie de problemas compartidos. Lejos de ser una agenda prescriptiva del Norte global hacia el Sur global, la esencia de la Agenda 2030 reconoce las contradicciones de un sistema econ¨®mico y de una gobernanza global que ha beneficiado a los pa¨ªses occidentales y que ha generado efectos sociales y medioambientales inasumibles para el conjunto del planeta.
Segundo, en estos seis a?os, estos prop¨®sitos han demostrado tener una capacidad de capilaridad institucional como nunca antes otra agenda global hab¨ªa tenido. Universidades, ONG y empresas se han apropiado de ella, aterrizando a sus especificidades el esp¨ªritu y la letra. Este hecho supone un salto cualitativo hacia una gobernanza multinivel y multiactor que hab¨ªa sido teorizada y t¨ªmidamente ensayada.
Pero ni mucho menos es oro todo lo que reluce. Estos seis a?os ponen de relieve dos d¨¦ficits preocupantes. El primero tiene que ver con su financiaci¨®n y su dependencia de una estrategia basada en el crecimiento econ¨®mico. Si en un contexto de cierta estabilidad econ¨®mica la financiaci¨®n estatal y privada ha sido uno de los principales obst¨¢culos, en una coyuntura de crisis social y econ¨®mica como la actual es de esperar que los recursos destinados para los objetivos queden relegados por otras prioridades.
En un art¨ªculo en la revista Nature, los cient¨ªficos estadounidenses Robin Naidoo y Brendan Fisher apostaban por considerar el desarrollo social y medioambiental ¡ªy no el crecimiento econ¨®mico¡ª como el criterio principal que gu¨ªe la estrategia de los ODS. As¨ª, en lugar de depender del crecimiento, apelaban a implementar determinadas medidas que contribuir¨ªan a su financiaci¨®n, tales como: 1) Acabar con los subsidios a la industria de los combustibles f¨®siles ¡ªque solo en Estados Unidos suponen m¨¢s del 6% de su PIB¡ª. 2) Erradicar los beneficios de las grandes empresas, que en 2019 fueron de 1,1 billones de d¨®lares (m¨¢s de 942.000 millones de euros) para las 500 principales empresas (200 veces m¨¢s que el presupuesto anual de la OMS). 3) Poner fin a la evasi¨®n de impuestos que lleva anualmente a que los pa¨ªses de renta baja pierdan un 1,3% de su PIB. 4) Reducir el gasto militar que, seg¨²n el SIPRI, registr¨® en 2020 el nivel m¨¢s alto desde el final de la Guerra Fr¨ªa.
La crisis de la covid-19 supone un retroceso en la situaci¨®n de vulnerabilidad social y clim¨¢tica, pero abre la puerta a diferentes posibilidades.
Existe un segundo d¨¦ficit, de igual calado que el primero, como es la falta de rendici¨®n de cuentas. Multitud de actores han hecho suyos los 17 ODS, hasta el punto que se ha convertido en parte de una ret¨®rica que barniza muchos de los discursos y acciones planteadas por estos. Este salto ret¨®rico, sin embargo, no est¨¢ siendo acompa?ado de un ejercicio que mida de forma efectiva los avances con respecto a cada uno de los objetivos, poniendo en peligro la legitimidad de cualquier compromiso con la puesta en pr¨¢ctica de la Agenda.
Finalmente, cabe considerar el efecto de la coyuntura de pandemia. La crisis de la covid-19 supone un retroceso en la situaci¨®n de vulnerabilidad social y clim¨¢tica a la que nos enfrentamos, pero abre la puerta a diferentes posibilidades. La pandemia ha intensificado la conversaci¨®n global que ya estaba en marcha sobre la naturaleza de los problemas, sobre el orden de las prioridades y sobre la urgencia de algunas soluciones. Somos hoy m¨¢s conscientes de la interdependencia de lo que nos afecta (¡°o nos salvamos todos o no se salvar¨¢ nadie¡±) y del sentido de comunidad global que debe llevarnos a instrumentos pol¨ªticos m¨¢s ambiciosos y vinculantes.
Tenemos tambi¨¦n m¨¢s evidencias y menos excusas para situar la lucha contra la crisis clim¨¢tica y la inequidad en el centro de cualquier estrategia. Disponemos de una experiencia vital para constatar que no tenemos demasiado tiempo y que el horizonte 2030 no es para nada simb¨®lico sino la frontera temporal que puede ser revulsiva para transformar los retos globales o bien para ahondar en la deriva actual a ninguna parte.
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