Rep¨²blicas
Los reg¨ªmenes democr¨¢ticos de la etapa de entreguerras fueron barridos por la Gran Depresi¨®n
Entre 1910 y 1931 surgieron en Europa varias rep¨²blicas, reg¨ªmenes democr¨¢ticos, o con aspiraciones democr¨¢ticas, que sustituyeron a monarqu¨ªas hereditarias establecidas en esos pa¨ªses desde hac¨ªa siglos. La mayor¨ªa de ellas, y algunas muy significativas como la alemana, la austriaca y la checa, se hab¨ªan instaurado como consecuencia de la derrota en la I Guerra Mundial. La serie hab¨ªa comenzado en Portugal, con el derrocamiento de la monarqu¨ªa en 1910, y la espa?ola fue la ¨²ltima en proclamarse. La ¨²nica que subsisti¨® como democracia en esos a?os, hasta el estallido de la I Guerra Mundial, fue la de Irlanda, creada en 1922. Todas las dem¨¢s fueron derribadas por movimientos autoritarios de ultraderecha o fascistas.
El conocimiento que tienen la mayor¨ªa de los ciudadanos sobre esas rep¨²blicas es, en el mejor de los casos, vago e incompleto. Se recuerda m¨¢s c¨®mo acabaron, las tragedias en las que desembocaron, que sus logros pol¨ªticos o sociales. En el caso de Espa?a, aunque el inter¨¦s por la Segunda Rep¨²blica no se limita a los especialistas acad¨¦micos, lo que se sabe fundamentalmente de ella son trozos sueltos, fragmentos divulgados por las militancias pol¨ªticas, que muy pocos quieren o pueden juntar en una historia menos ideologizada y m¨¢s sometida al escrutinio de las fuentes y del examen detallado de los hechos.
La historia de esas rep¨²blicas, especialmente de la de Weimar y la espa?ola, ha sido eclipsada por su final y lo que sigui¨®, el nazismo y una Guerra Civil. Casi ning¨²n historiador acepta en la actualidad el planteamiento determinista de que esos reg¨ªmenes republicanos estaban predestinados al fracaso desde el principio. Por el contrario, los an¨¢lisis m¨¢s fruct¨ªferos centran la atenci¨®n en las opciones y viabilidad de consolidar sistemas democr¨¢ticos en ese periodo, en la fortaleza de las estrategias antidemocr¨¢ticas y en las buenas o malas pol¨ªticas. Es una historia cargada inevitablemente de controversia, de interpretaciones discrepantes, pero que ha ido encontrando un terreno com¨²n sobre el que debatir y avanzar investigaciones.
La derecha tradicional le dio en Alemania a los nazis el espacio que necesitaban para crecer
Por razones obvias, la Rep¨²blica de Weimar ofrece mucho m¨¢s juego para el debate historiogr¨¢fico y para el examen de los peligros del fracaso de la democracia en una sociedad industrial moderna. Alemania, pese a la derrota en la I Guerra Mundial, era el pa¨ªs m¨¢s desarrollado econ¨®micamente y con mayores logros culturales y cient¨ªficos del continente europeo. La Rep¨²blica de Weimar, nacida de una guerra y del desplome del orden imperial, sobrevivi¨® en sus primeros a?os a los estragos de una superinflaci¨®n, al dictado de Versalles y al acoso armado desde la extrema derecha e izquierda. Al contrario de lo que pas¨® en Italia, que sucumbi¨® muy pronto al fascismo, la Rep¨²blica de Weimar fue capaz de resistir durante 14 a?os.
?Fueron el fracaso de la Rep¨²blica y el triunfo de Hitler inevitables? Cualificados historiadores que han tratado de responder a esa pregunta consideran que las posiciones antidemocr¨¢ticas de las "¨¦lites pol¨ªticas tradicionales" fueron un serio obst¨¢culo para consolidar un sistema democr¨¢tico. Buscaron desde el principio desafiar al r¨¦gimen pol¨ªtico que surgi¨® de la derrota en 1918 y despu¨¦s de 1929 trataron con todos sus mecanismos de poder, que eran muchos, de explotar esa grave crisis econ¨®mica para derribar la democracia e instaurar un Gobierno autoritario.
Mientras que en Gran Breta?a la gravedad de la crisis econ¨®mica en 1930-1931 produjo un fortalecimiento del conservadurismo, en Alemania el arco conservador-liberal de votantes se rompi¨® y fue a parar a las manos de los nazis, el partido antisocialista y antidemocr¨¢tico m¨¢s radical y que se hab¨ªa mantenido completamente al margen del Gobierno de la Rep¨²blica. La derecha tradicional/ortodoxa proporcion¨® as¨ª el espacio pol¨ªtico que el movimiento nazi necesitaba para prosperar.
La pu?alada mortal a la II Rep¨²blica espa?ola se la dieron los militares golpistas del 18 de julio
Adem¨¢s, frente a lo que ocurri¨® en Gran Breta?a y en la Tercera Rep¨²blica francesa, donde la crisis econ¨®mica no llev¨® a las fuerzas pol¨ªticas m¨¢s importantes a plantear una alternativa al Gobierno parlamentario, la Rep¨²blica de Weimar sufri¨®, casi desde el principio, una p¨¦rdida de legitimidad que se convirti¨® en los a?os de la Depresi¨®n no solo en una falta de apoyo popular al Gobierno, sino en una crisis de Estado. Tras contemplar varios tipos de soluciones autoritarias, incluida la restauraci¨®n de la monarqu¨ªa bajo el pr¨ªncipe Guillermo o una dictadura militar, una "alianza de intereses", como la denomina Ian Kershaw, entre las ¨¦lites conservadoras y Hitler le dio el poder al dirigente nazi.
Los problemas que ten¨ªa que abordar la Segunda Rep¨²blica parec¨ªan, en comparaci¨®n con la de Weimar, menos acuciantes. Espa?a no hab¨ªa participado en la I Guerra Mundial; no ten¨ªa conflictos fronterizos que pudieran favorecer el surgimiento de movimientos nacionalistas extremos; los factores econ¨®micos no fueron tan determinantes en el desenlace final; y el fascismo y el comunismo, los dos grandes movimientos surgidos de la I Guerra Mundial y que iban a protagonizar dos d¨¦cadas despu¨¦s la Segunda, apenas ten¨ªan arraigo en la sociedad durante los a?os de la Rep¨²blica y no alcanzaron un protagonismo real y relevante hasta despu¨¦s de iniciada la Guerra Civil.
?Por qu¨¦ entonces la Rep¨²blica no pudo sobrevivir? No hay, ni puede haber, una respuesta simple a la pregunta de por qu¨¦ del clima de euforia y de esperanza de 1931 se pas¨® a la guerra de exterminio de 1936-1939. Para consolidarse como sistema democr¨¢tico, la Segunda Rep¨²blica necesitaba establecer la primac¨ªa del poder civil frente al Ej¨¦rcito y la Iglesia cat¨®lica, las dos burocracias que ejerc¨ªan un fuerte control sobre la sociedad espa?ola y a las que fue imposible controlar. Sus proyectos e intentos de transformar tantas cosas a la vez (el Ej¨¦rcito, la Iglesia, la tierra, la educaci¨®n o las relaciones laborales) suscitaron grandes expectativas que la Rep¨²blica no pudo satisfacer y se cre¨® pronto muchos y poderosos enemigos. Frente a las reformas republicanas, las posiciones antidemocr¨¢ticas y autoritarias crecieron a palmos entre los sectores m¨¢s influyentes de la sociedad y la v¨ªa insurreccional ensayada por anarquistas en 1932 y 1933 y por los socialistas en octubre de 1934 signific¨® una ruptura con el proceso democr¨¢tico y el sistema parlamentario.
Mientras las fuerzas armadas defendieron a la Rep¨²blica y obedecieron a sus Gobiernos, pudo mantenerse el orden y controlar los intentos militares/derechistas o revolucionarios de subvertirlo, aunque fuera, como en la revoluci¨®n de Asturias de octubre de 1934, con un coste alto de sangre. El r¨¦gimen republicano, evidentemente, presentaba enormes fisuras y como pasaba en casi todos los pa¨ªses europeos, el rechazo de la democracia liberal a favor del autoritarismo avanzaba a pasos agigantados. Pero el golpe de muerte a la Rep¨²blica se lo dieron desde dentro, desde el seno de sus mecanismos de defensa, los grupos militares que decidieron derribarla en julio de 1936. Como en Espa?a, al contrario de lo que ocurri¨® con otras rep¨²blicas del periodo, hubo una resistencia importante, militar y civil, frente al intento de imponer un sistema autoritario, lo que sigui¨® al golpe de Estado no fue su triunfo sino una Guerra Civil.
Espa?a comenz¨® los a?os treinta con una Rep¨²blica y acab¨® la d¨¦cada sumida en una dictadura derechista y autoritaria. Bastaron tres a?os de guerra para que la sociedad espa?ola padeciera una oleada de violencia y de desprecio por la vida del otro sin precedentes. Por mucho que se hable de la violencia que precedi¨® a la Guerra Civil, para tratar de justificar el golpe militar y el car¨¢cter inevitable del conflicto armado, est¨¢ claro que, comparado con lo que sigui¨®, la Rep¨²blica fue una etapa de logros notables.
Cada vez parece m¨¢s dif¨ªcil resolver la acritud de la discusi¨®n pol¨ªtica y la ignorancia sobre esa historia. Es sintom¨¢tico c¨®mo la memoria de la Guerra Civil y la desmemoria y propaganda contra la Rep¨²blica han impedido un debate sobre temas que, empezando por la relaci¨®n entre el Estado y la sociedad, claramente conectan aquel pasado con nuestro presente y que deber¨ªan resultar familiares e importantes para nuestra actual democracia. Pero nuestros pol¨ªticos no quieren ni les interesa ese tipo de retos. Y la ense?anza de la historia se ha quedado tambi¨¦n al margen de esa necesaria empresa de construcci¨®n de una sociedad civil m¨¢s democr¨¢tica y mejor formada.
Juli¨¢n Casanova es historiador.
??
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.