Reforzar la confianza
El Rey, en su discurso en las Cortes, urgi¨® a reforzar la confianza en las instituciones. Sin duda, debe ser una prioridad si no queremos que la crisis acabe ahogando incluso a la democracia. Pero el aplauso hist¨®rico que recibi¨® el Rey antes de pronunciar su discurso no es la mejor manera de atender esta exigencia. La Monarqu¨ªa est¨¢ en apuros por un comportamiento irregular de uno de los miembros de la familia real, que no fue debidamente vigilado y reconducido por la propia instituci¨®n. La reacci¨®n de la amplia mayor¨ªa de los diputados ante estos hechos es una adhesi¨®n cerrada al Rey. Si tenemos en cuenta que los principales partidos contribuyeron a los negocios de Urdangarin por acci¨®n ¡ªespecialmente en algunas comunidades del PP¡ª o por omisi¨®n ¡ªel PSOE justific¨® en el respeto a la Corona su timorata actitud¡ª los parlamentarios, aplaudiendo al Rey, se estaban aplaudiendo a s¨ª mismos. De este modo, Urdangarin quedaba como el ¨²nico malo de la pel¨ªcula, chivo expiatorio que libera a los responsables institucionales del manifiesto descontrol en el entorno de la Corona.
Esta reacci¨®n de casta del Parlamento alimenta la idea que la ciudadan¨ªa tiene de las instituciones como un universo cerrado y alejado del mundo real. Y es un mal augurio para la exigencia de reforzar la confianza en las instituciones. ?Cu¨¢l es el origen de esta desconfianza? Dice Jarton Lanier, estrella a contracorriente del mundo inform¨¢tico, que ¡°si te interesa saber realmente lo que sucede en una sociedad o ideolog¨ªa solo tienes que seguir la ruta del dinero¡±. El principal factor de descr¨¦dito institucional es indudablemente la corrupci¨®n. La cuesti¨®n es especialmente grave porque estamos muy cerca del momento en que la sociedad claudique. Cada vez m¨¢s la ciudadan¨ªa da por hecho que es inevitable. Y cada vez m¨¢s se resigna a ver a los dirigentes pol¨ªticos como un club cerrado, cuyas ruidosas peleas parlamentarias forman parte de la comedia para proteger intereses compartidos inconfesables.
La desidia de los partidos a la hora de afrontar este problema ha sido demasiado grande. La obstinaci¨®n en seguir presentando a las elecciones a personas imputadas por la Justicia, en utilizar el voto como una forma de blanqueo de responsabilidades judiciales, en mantener situaciones insostenibles pese a la evidencia de los hechos alimenta la idea de que los corruptos tienen una inusual capacidad de chantaje sobre las c¨²spides.
El ritual que pasa, sin soluci¨®n de continuidad, del apoyo incondicional al acusado a dejarle completamente solo cuando es un estorbo, confirma la crueldad de la pol¨ªtica como complicidad sin amistad. La utilizaci¨®n de la doctrina, probablemente justa, de que la gran mayor¨ªa de los pol¨ªticos son gente honesta, como argumento para no hacer del combate contra la corrupci¨®n una prioridad absoluta, debilita la lucha contra esta patolog¨ªa de la democracia. En tan precarias condiciones, asistimos a un salto cualitativo del problema: con el proceso de globalizaci¨®n ¡ªhist¨®ricamente el dinero y el crimen han sido lo primero en globalizarse¡ª la corrupci¨®n amenaza con hacerse sist¨¦mica. El r¨¦gimen democr¨¢tico espa?ol no tiene mecanismos de defensa preparados para afrontar a las corporaciones omnipotentes y el crimen organizado. Y si los gobernantes y los partidos no son conscientes del problema solo cabe que la opini¨®n p¨²blica apriete.
Si desde arriba se admite que manda el dinero y la pol¨ªtica es impotente, se normaliza la corrupci¨®n
La crisis ha acelerado la mala imagen de la pol¨ªtica. La incapacidad de los gobernantes de asumir el liderazgo para salir de la crisis despu¨¦s de las intervenciones bancarias de oto?o de 2008; la sustituci¨®n de Gobiernos elegidos democraticamente por Gobiernos de tecn¨®cratas con v¨ªnculos con los grandes bancos que causaron el desastre; la imposici¨®n de dr¨¢sticas medidas de austeridad que ponen en cuesti¨®n el modelo social, ocult¨¢ndolas en las campa?as electorales y evitando el debate p¨²blico; el r¨¢pido paso de personas con responsabilidades pol¨ªticas a cargos en empresas y lobbies empresariales, y, al rev¨¦s, el trasvase de ejecutivos del poder financiero al poder pol¨ªtico; y el negocio esplendoroso del tr¨¢fico de influencias forman parte de un largo suma y sigue de indicios que restan credibilidad a la pol¨ªtica.
Reforzar la confianza en las instituciones es priorizar la lucha contra la corrupci¨®n ahora y prevenir el riesgo de que se haga sist¨¦mica. Y es dejar de fomentar la indiferencia entre la ciudadan¨ªa con el discurso paralizador del miedo y con los comportamientos como casta cerrada. No hay corrupto sin corruptor. Pero si desde arriba la idea que se transmite es que el dinero es el que manda y que la pol¨ªtica es impotente, lo ¨²nico que se consigue es normalizar la corrupci¨®n en todos los ¨¢mbitos de la sociedad.
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