De influyente a casi irrelevante
El n¨²mero de fieles practicantes est¨¢ en la cifra m¨¢s baja del ¨²ltimo siglo Para seis de cada 10 espa?oles, la Iglesia transmite una imagen de dureza
Recuerda Joseph P¨¦rez la pregunta que, reci¨¦n terminada la Guerra Civil espa?ola, conturbaba a Fran?ois Mauriac: ¡°Tenemos la horrible desgracia de que, para millones de espa?oles, cristianismo y fascismo se confunden y ya no podr¨¢n aborrecer al segundo sin aborrecer al primero. ?Cu¨¢ntos a?os, cu¨¢ntos siglos necesitar¨¢ la Iglesia de Espa?a para librarse de este espantoso equ¨ªvoco [y para] no confundir la causa de su Dios crucificado con la del general Franco?¡°. La respuesta es que, en realidad, apenas fueron precisos dos decenios, los que tard¨® en ser convocado el Concilio Vaticano II. En su estela, la Iglesia espa?ola, bajo el liderazgo sin duda providencial del cardenal Vicente y Taranc¨®n (aquel para el que los ultras del r¨¦gimen reclamaban con insistente y f¨¢cil rima el pared¨®n), inici¨® un profundo y acelerado proceso de transformaci¨®n que le permiti¨® desempe?ar un papel clave en la transici¨®n a la democracia. Desde antes incluso de la recordada asamblea conjunta de obispos y sacerdotes de 1971 (que pidi¨® perd¨®n al pueblo espa?ol por no haber sabido lograr la reconciliaci¨®n nacional tras la guerra civil), la nueva jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica mostr¨® su empe?o por contribuir a una salida pac¨ªfica y democr¨¢tica del franquismo. Aquellos a?os de la Transici¨®n representaron, sin lugar a dudas, el momento estelar de la Iglesia espa?ola. Nunca antes en el pasado siglo tuvo (y nunca despu¨¦s, ya en este, ha vuelto a tener) un nivel comparable de ascendiente y prestigio social. Muy al contrario: en estos ¨²ltimos decenios, a medida que ¡ªuna vez m¨¢s en la estela de Roma¡ª pareci¨® ir arrinconando buena parte del esp¨ªritu del Vaticano Segundo, la Iglesia espa?ola ha ido viendo erosionarse su imagen p¨²blica al tiempo que le perd¨ªa el pulso a la realidad social. El resultado de este creciente desencuentro entre Iglesia y sociedad es que el n¨²mero de sus fieles declarados no cesa de disminuir. Los espa?oles que se definen como cat¨®licos practicantes solo representan ya el 18%: la cifra m¨¢s baja del ¨²ltimo medio siglo, inferior ahora incluso, por vez primera, a la de quienes se definen como no creyentes (24%). Cierto que, al mismo tiempo, quienes de un modo u otro y con m¨¢s o menos matices o reticencias acaban defini¨¦ndose gen¨¦ricamente como cat¨®licos suponen un masivo 73%. Pero cierto es tambi¨¦n que los que se dicen cat¨®licos poco practicantes o no practicantes (y que en conjunto representan el 55% de nuestra poblaci¨®n adulta) presentan actitudes y opiniones sobre casi todas las grandes cuestiones m¨¢s cercanas a las de los no creyentes que a las de los practicantes y, sobre todo, que a las de la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica. O lo que es igual: dentro de ese 73% de cat¨®licos gen¨¦ricos, la gran mayor¨ªa se hallar¨ªa quiz¨¢ en una especie de voluntaria militancia suspendida, con fidelidad ¡ªcabe suponer¡ª al mensaje evang¨¦lico de base pero con escasa atenci¨®n, cuando no plena sordera, a la actual voz de sus pretendidos pastores.
No es toda la instituci¨®n eclesial la que se ve afectada por esta severa crisis de imagen social: por ejemplo, la obra asistencial de la Iglesia (C¨¢ritas) goza de un generalizado reconocimiento, y figura en el grupo de cabeza de las entidades e instituciones que los espa?oles aprecian de forma especial. El propio clero de a pie, el que se ocupa de las parroquias, es bien evaluado por uno de cada dos espa?oles (dato significativo si se recuerda que solo uno de cada seis dice ser cat¨®lico practicante). Las cr¨ªticas se dirigen m¨¢s bien al conjunto de la instituci¨®n en s¨ª y, sobre todo, a quienes la representan y simbolizan: es decir, a los obispos. Estos ocupan uno de los ¨²ltimos lugares en la tabla de confianza ciudadana, junto a pol¨ªticos y bancos, con una evaluaci¨®n fuertemente cr¨ªtica (un saldo de 60 puntos negativos, frente, por ejemplo, a los 43 positivos que registra C¨¢ritas). Para tres de cada cuatro espa?oles (e incluso para la mitad de quienes son cat¨®licos practicantes), la Iglesia no ha sabido adaptarse a la sociedad espa?ola actual; para seis de cada diez, transmite m¨¢s una imagen de dureza y condena que de bondad y perd¨®n. Y los obispos son severamente evaluados (con puntuaciones medias que solo llegan a 3 en una escala de 0 a 10) en cuanto a su conocimiento y comprensi¨®n de la Espa?a actual y a la medida en que contribuyen, con sus mensajes y declaraciones, a la concordia social. La Iglesia espa?ola parece as¨ª haber recorrido, en los tres ¨²ltimos decenios, un triste camino: perdida la influencia social que un d¨ªa tuvo, tiende ahora a rozar la irrelevancia.
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