S¨ª, con condiciones del resto de Espa?a
Fuera de Catalu?a se aprobar¨ªa un proceso independentista consensuado y aprobado ampliamente en consulta popular
?Independencia, llegado el caso, de Catalu?a? Para ocho de cada diez espa?oles residentes fuera de Catalu?a la respuesta es clara: s¨ª. Pero con dos rotundas condiciones: que as¨ª lo decida, en consulta popular, una amplia mayor¨ªa absoluta de los catalanes y que esa decisi¨®n sea pactada y consensuada con el resto de Espa?a. Condiciones que, por cierto y llamativamente, resultan ser similares a las estipuladas por el Tribunal Supremo canadiense en relaci¨®n con una eventual secesi¨®n de Quebec.
En todo caso, el sentir claramente predominante entre la ciudadan¨ªa (lo expresan dos de cada tres espa?oles) es que la independencia de Catalu?a ser¨ªa algo malo tanto para esta como para el conjunto de Espa?a: todos perder¨ªan con ello. Entonces, ?c¨®mo explicar la aparentemente creciente ansia independentista, tal y como pudo quedar reflejada en la reciente Diada? El ciudadano medio espa?ol no acaba de entenderlo bien y, con toda probabilidad, cuando oye al presidente Artur Mas hablar de ¡°fatiga¡± de los catalanes en su relaci¨®n con Espa?a puede experimentar el mismo tipo de estupor que cuando oye a Cristiano Ronaldo decir que est¨¢ triste ¡ªdicho sea con el m¨¢ximo respeto para ambos¡ª. Y ello, por dos razones. En primer lugar, porque Artur Mas incurre ¡ªcomo con tanta frecuencia hacen los pol¨ªticos, sobre todo los nacionalistas¡ª en la sin¨¦cdoque de confundir la importante parte de la ciudadan¨ªa catalana que se muestra en principio favorable a la independencia (en torno al 50%, seg¨²n los sondeos m¨¢s recientes) con la totalidad de Catalu?a. Y, en segundo lugar, porque el espa?ol medio no acaba de ver con claridad cu¨¢les son, exactamente, los agravios que, de forma tan reiterada inflige el resto de Espa?a a Catalu?a y que fundamentar¨ªan ese deseo secesionista. No es que no existan o no puedan existir: es que no se tiene la debida conciencia de ellos.
Dos de cada tres espa?oles afirman, sencillamente, que la sensaci¨®n de desapego hacia Catalu?a por parte del resto de Espa?a no se corresponde con la realidad. Y no les cabe as¨ª otra explicaci¨®n para tan lamentable malentendido (a saber, que dos de cada tres catalanes crean que no se les quiere en Espa?a ¡ªseg¨²n datos recientes tambi¨¦n de Metroscopia¡ª y, al mismo tiempo, y seg¨²n los datos de hoy, que dos de cada tres espa?oles afirmen que eso no es verdad) que achac¨¢rselo al recurrente victimismo que durante decenios han practicado los partidos nacionalistas.
El espa?ol fuera de Catalu?a no acaba de ver con claridad cuales son los agravios que inflige Espa?a
El 68% de quienes no viven en Catalu?a piensan que los partidos nacionalistas han estado, habitualmente, echando la culpa de pr¨¢cticamente todos los problemas de Catalu?a al resto de Espa?a como forma de eludir sus propias responsabilidades. Y el 77% afirma que no tienen raz¨®n quienes piensan que Catalu?a no recibe un trato justo por parte del Estado espa?ol. Lo cual lleva a suponer, a casi la mitad de la ciudadan¨ªa espa?ola, que muchos de los catalanes que ahora dicen estar a favor de la independencia lo que en realidad desear¨ªan es sentir que Catalu?a recibe un trato m¨¢s justo del Estado. Y un 61% parece concluir que algo de eso debe efectivamente pasar cuando los principales partidos nacionalistas (como CiU y PNV) no tienen la sinceridad de incluir la independencia en sus programas electorales.
Si la mayor¨ªa de los catalanes dice no sentir que el resto de Espa?a aprecie y trate a su pa¨ªs como este merece, y entre el resto de los espa?oles la idea predominante es que tal cosa no es cierta, parece obvio que los representantes pol¨ªticos, a cuyo cargo queda hacer de articuladores, mediadores, lanzaderas y portavoces de las respectivas ciudadan¨ªas, no han sabido hacer adecuadamente su papel. Que, en realidad, se reduce a cuatro sencillas palabras: no fomentar la discordia. O dicho de otro modo, trabajar por el entendimiento; por la concordia que, por cierto, es el t¨ªtulo del libro, ?ay, tan olvidado!, de Francesc Camb¨®.
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