La hostilidad respecto de los partidos
Jos¨¦ Mar¨ªa Maravall reflexiona en 'Las promesas pol¨ªticas' sobre la imagen de los partidos
Tal vez la instituci¨®n democr¨¢tica vista de forma m¨¢s cr¨ªtica por los ciudadanos hayan sido los partidos pol¨ªticos. Sabemos que a lo largo de la historia de la teor¨ªa democr¨¢tica fueron considerados como organizaciones fraccionales, lejanas de lo que se entend¨ªa como ¡°bien com¨²n¡±. Solo cuando se acept¨® que el consenso no pod¨ªa constituir el fundamento de las decisiones de gobierno, que en las democracias los intereses de los ciudadanos eran inevitablemente heterog¨¦neos, los partidos pol¨ªticos pasaron a ser entendidos como instrumentos imprescindibles para la representaci¨®n y la competici¨®n pol¨ªtica. Esta concepci¨®n de los partidos tuvo una primera expresi¨®n en Burke: ¡°Un partido pol¨ªtico es un conjunto de hombres unidos para promover, mediante su trabajo conjunto, el inter¨¦s nacional sobre la base de alg¨²n principio particular acerca del cual todos est¨¢n de acuerdo¡±. Es decir, desde esta interpretaci¨®n, la representaci¨®n parcial de intereses particulares promov¨ªa el inter¨¦s general, no lo socavaba.
As¨ª se ha organizado la democracia a lo largo de casi dos siglos. No es concebible la democracia representativa sin partidos pol¨ªticos. La Constituci¨®n espa?ola de 1978 declar¨® que ¡°los partidos pol¨ªticos expresan el pluralismo pol¨ªtico, concurren a la formaci¨®n y manifestaci¨®n de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participaci¨®n pol¨ªtica. Su creaci¨®n y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constituci¨®n y a la ley. Su estructura interna y su funcionamiento deber¨¢n ser democr¨¢ticos¡±. Esta concepci¨®n era ampliamente compartida por los ciudadanos: el ¡°deber ser¡± y el ¡°ser¡± se solapaban. As¨ª, en julio de 1980, un 92% de los ciudadanos opinaba que ¡°los partidos son necesarios para la democracia¡± (Centro de Investigaciones Sociol¨®gicas, estudio 1.237).
Sus pr¨¢cticas clientelistas, sus listas electorales cerradas, sus pol¨ªticas internas opacas, la sustituci¨®n de ideas por palabras...
Tras 30 a?os de experiencia de la democracia, la concepci¨®n ingenua de los partidos se hab¨ªa desencantado. En noviembre de 2010, un 78,8% de los ciudadanos segu¨ªa compartiendo esa opini¨®n, pero los que estaban ¡°muy de acuerdo¡± solo representaban un 20%. A la vez, un 55,1% cre¨ªa que ¡°los partidos pol¨ªticos solo sirven para dividir a la gente¡± (CIS, estudio 2.353). Es posible que ello reflejase el cierre organizativo que los partidos pol¨ªticos practicaron en esos a?os; sus pr¨¢cticas burocr¨¢ticas y clientelistas; sus listas electorales cerradas, bloqueadas y elaboradas lejos de los votantes; sus pol¨ªticas internas opacas y aparentemente guiadas por intereses de poder; la sustituci¨®n de ideas por palabras en sus discursos. El diagn¨®stico que a comienzos del siglo XX realiz¨® Michels sigui¨® siendo relevante: ¡°En los partidos democr¨¢ticos de hoy d¨ªa, los grandes conflictos entre puntos de vista distintos se refieren cada vez menos a las ideas (¡) y degeneran cada vez m¨¢s en luchas personales (¡). Los esfuerzos que realizan para encubrir disensiones internas con un velo piadoso son el resultado inevitable de unas organizaciones basadas en principios burocr¨¢ticos¡±.
Es muy probable que la evaluaci¨®n cr¨ªtica de los partidos pol¨ªticos fuese una respuesta a pol¨ªticas, a crisis econ¨®micas, demandas sociales insatisfechas, pr¨¢cticas de nepotismo o experiencias escandalosas de corrupci¨®n. Pero cabe tambi¨¦n pensar que existi¨® una relaci¨®n entre esas pol¨ªticas y la organizaci¨®n de los partidos. Estos dieron la espalda a la sociedad, su militancia decreci¨® considerablemente desde el inicio de la democracia, sus formas de organizaci¨®n en agrupaciones territoriales resultaron poco atractivas para fomentar la afiliaci¨®n, convirti¨¦ndose en piezas utilizadas en luchas internas por el poder.
Sartori ha defendido la tesis de que ¡°cualquiera que sea el grado de oligarqu¨ªa en cada una de las minor¨ªas vistas desde dentro, el resultado de la competici¨®n entre ellas es, en t¨¦rminos agregados, una democracia¡±. Esta tesis ha predominado de forma abrumadora en la teor¨ªa ¡°minimalista¡± de la democracia. Sin embargo, las democracias representativas se caracterizan por una compleja relaci¨®n de agencia, en la que los dirigentes de un partido no solo son el ¡°agente¡± de un ¡°principal¡± (sus votantes), sino tambi¨¦n de otro, los afiliados del partido que les han elegido. Han de rendir cuentas ante los dos, con el problema de que las preferencias de ambos pueden divergir. Y a la vez, los afiliados (el partido) son tambi¨¦n ¡°agente¡± de sus votantes, ante los que deber¨¢n rendir cuentas. Podemos asumir que los horizontes pol¨ªticos de los afiliados (los intereses pol¨ªticos del partido) son de m¨¢s largo alcance que los de los dirigentes, los partidos tienen una historia mucho m¨¢s prolongada y seguir¨¢n compitiendo durante mucho m¨¢s tiempo. Por tanto, cabe pensar que un partido disciplinar¨¢ a sus dirigentes y reforzar¨¢ el control de los ciudadanos.
Podr¨ªa suceder as¨ª que los ciudadanos actuasen de acicate para la democracia interna de los partidos. Y que lo que sucediese dentro de los partidos resultase de inter¨¦s para la informaci¨®n pol¨ªtica de los ciudadanos. Ya he argumentado que las asimetr¨ªas de informaci¨®n entre los ciudadanos y los pol¨ªticos constituyen un importante problema para que los primeros controlen a los segundos. Si aceptamos que los afiliados dentro de un partido disponen de mayor informaci¨®n sobre la pol¨ªtica que los ciudadanos, entonces debates democr¨¢ticos en el seno de los partidos pueden arrojar luz sobre lo que los pol¨ªticos hacen o dejan de hacer. La democracia interna en los partidos podr¨ªa incrementar la democracia en general. Y con ello, las propias pol¨ªticas podr¨ªan mejorar si los partidos ofreciesen a sus dirigentes informaci¨®n sobre el mundo, sobre la incidencia de la insatisfacci¨®n ciudadana, sobre la popularidad o impopularidad de unas pol¨ªticas u otras. El partido se convertir¨ªa en un v¨ªnculo con los ciudadanos y en un instrumento de ¡°alerta temprana¡± para sus dirigentes.
Esta puede ser una argumentaci¨®n importante frente a la tesis de que la democracia interna en los partidos es irrelevante para la democracia a secas. La he desarrollado m¨¢s a fondo, pero parece tener importantes limitaciones en la vida pol¨ªtica. Ello no implica en absoluto, enti¨¦ndase bien, que la democracia interna en los partidos no pueda defenderse como un objetivo normativo deseable en s¨ª mismo, sobre todo en beneficio de los propios afiliados. Lo que s¨ª significa es que dudosamente pueda defenderse como un medio para un fin. Existen dos razones principales para que ello sea as¨ª. La primera es que, si nos creemos el modelo de ¡°la distancia menor¡± (un votante elige al partido que le resulte m¨¢s cercano), un partido con posiciones internas distintas puede resultar poco atractivo o convincente, el votante no sabr¨¢ con cu¨¢l de esas posiciones comparar la suya propia. La segunda radica en que el debate interno puede ser dif¨ªcilmente comprensible pol¨ªticamente, escasamente informativo, y tal vez ser visto como se?al de incapacidad para gobernar, como muestra de debilidad o de oportunismo pol¨ªtico por parte de sus l¨ªderes. En tal caso, los votantes preferir¨¢n la unidad a los debates internos.
Las promesas pol¨ªticas, de Jos¨¦ Mar¨ªa Maravall, est¨¢ editado por Galaxia Gutenberg. 224 p¨¢ginas. 21 euros.
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