Un muerto sin cad¨¢ver
El joven delincuente apodado ¡®El Nani¡¯ fue detenido hace 30 a?os por la polic¨ªa y jam¨¢s volvi¨® a saberse de ¨¦l. Fue el primer desaparecido de la democracia
Lleva 30 a?os muerto, pero solo porque un juez as¨ª lo dijo en un papel. Nunca nadie vio a Santiago Corella exhalar su ¨²ltimo aliento. Nunca nadie vel¨® su cad¨¢ver. Nunca nadie ha puesto unas flores sobre su tumba. Lo ¨²ltimo que se sabe de ¨¦l es que, tras ser detenido el 12 de octubre de 1983, fue llevado a la Brigada Judicial de la Puerta del Sol. Y despu¨¦s fue borrado del mundo de los vivos. Se convirti¨® en ¡°el primer desaparecido de la democracia¡±, como si Espa?a fuera la dictadura argentina del general Jorge Videla.
Santiago Corella hab¨ªa nacido en 1954 en Au?¨®n (Guadalajara). Sus padres emigraron a Madrid en busca de una vida mejor. Primero se instalaron en Carabanchel y cinco a?os despu¨¦s se trasladaron a un pisito min¨²sculo de la calle de Acentejo, en Ciudad Lineal, un suburbio en el culo de la capital. El padre, ferrallista, y la madre, costurera, se las ve¨ªan y se las deseaban para dar un bocado a sus tres ni?os y dos ni?as (despu¨¦s vendr¨ªan otras dos).
¡°Canta, Nani. ?D¨®nde est¨¢ el oro?¡±, exig¨ªan los agentes mientras le golpeaban
Un mal d¨ªa, el ferrallista se march¨® a Francia y dej¨® a su esposa, Consuelo, con un mont¨®n de cr¨ªos. Entre ellos, Santiago, que a los 11 a?os se emple¨® en una patater¨ªa, despu¨¦s en una poller¨ªa y m¨¢s tarde en una plater¨ªa de la calle de Ezequiel Solana.
Santiago se hac¨ªa llamar Nani porque le gustaba ese diminutivo con el que era conocida su prima francesa Nadine. Era un adolescente rubio, de ojos azules, rebosante de hormonas. Por esa ¨¦poca empez¨® a juntarse con chicos mayores y a moverse por el filo de la navaja. Descubri¨® la pandilla, el regusto de sentirse parte de algo, la libertad sin freno. Era la oveja negra de la familia.
¡°Jam¨¢s podr¨¦ enterrar a mi padre¡±
Santiago Corella desapareci¨® ¡ªle hicieron desaparecer¡ª hace 30 a?os. A su mujer, Soledad, la mataron hace 17 a?os la desdicha y la mala vida. Su hijos Eva y Rub¨¦n siguen marcados por lo que le ocurri¨® a su padre. Igual que los Corella. Han intentado orillar aquel terrible episodio para poder sobrevivir. Han callado para no remover su dolor.
Rub¨¦n, a sus treinta y tantos a?os, es parco en palabras: ¡°Mi madre muri¨® con la pena de no haber podido llevar flores a la tumba de su marido. Y yo morir¨¦ con la pena de no haber podido enterrar a mi padre¡±.
Rub¨¦n y Eva eran muy ni?os cuando ocurri¨® lo de su padre. Pero Jos¨¦ Antonio Sanz Grasa, el abogado que impuls¨® la investigaci¨®n en nombre de la familia, no olvida lo duro que fue todo el proceso hasta el que el juez Andr¨¦s Mart¨ªnez Arrieta ¡ªhoy magistrado del Tribunal Supremo¡ª tir¨® para adelante y desmont¨® la trama criminal. Cost¨® sangre, sudor y l¨¢grimas.
Sanz Grasa recuerda c¨®mo la Guardia Civil prob¨® que era falsa la firma de El Nani estampada al pie de una declaraci¨®n supuestamente prestada antes de su desaparici¨®n. Y c¨®mo en el libro de detenidos de la polic¨ªa figuraba el nombre de Santiago Corella junto a una tachadura de Tipp-ex blanco que ocultaba una broma macabra: una inscripci¨®n manuscrita de las siglas R.I.P. (Requiescat in pace).
Cuando ocurri¨® aquello, en 1983, el Gobierno de Felipe Gonz¨¢lez acababa de soltar a 9.000 presos que llevaban m¨¢s de cuatro a?os en espera de juicio. Eso caus¨® una imparable ola de atracos. Para aplacar ese vendaval, la polic¨ªa recibi¨® carta blanca. Y lo hizo a tiro limpio. Sin piedad.
A los 17 a?os, El Nani fue detenido por una trifulca. El primer tropiezo. Dos a?os m¨¢s tarde, se cas¨® con Soledad Montero, una chica a la que hab¨ªa dejado embarazada. Despu¨¦s de hacer la mili, trabaj¨® de camarero y m¨¢s tarde mont¨® un pub, el Eur¨ªpides, que se vio obligado a cerrar por causar molestias a los vecinos.
Santiago comenz¨® a ir cuesta abajo y sin frenos, atrapado en una espiral de adrenalina. En el verano de 1980, ¨¦l y un colega ¡ªcojo, para m¨¢s inri¡ª perpetraron un atraco en un supermercado. En pleno fregado, lleg¨® la polic¨ªa, cosi¨® a tiros el Seat 124 en el que aguardaba El Nani y este atropell¨® al inspector Victoriano Guti¨¦rrez Lobo, El Guti. Tres a?os despu¨¦s, las vidas de ambos volver¨ªan a cruzarse fatalmente.
Tras pasar seis meses preso en Carabanchel, El Nani sali¨® desaforado: se uni¨® a sus viejos colegas y peg¨® un par de buenos golpes en joyer¨ªas de Le¨®n y Bilbao. Puso tierra de por medio durante dos semanas en M¨¦xico. Pero dio con sus huesos en la c¨¢rcel, donde pas¨® hasta agosto de 1983. Al salir libre, estaba destrozado. Sin ganas de nada. Tal vez se estaba replanteando su vida, dejar el barro, volverse bueno, cuando alguien le propuso desvalijar una joyer¨ªa de Lavapi¨¦s, un golpe f¨¢cil, sin riesgo, para hacerse con un pu?ado de colorao (oro). El Nani dijo que no.
Estando en esas, unos delincuentes asaltaron el 31 de octubre de 1983 la joyer¨ªa Payber, de la calle de Tribulete, de Lavapi¨¦s, y mataron de un tiro al due?o, Pablo Perea. A trav¨¦s de un sopl¨®n, el inspector Guti¨¦rrez ¡ªel viejo amigo de El Nani¡ª tard¨® poco en saber que este hab¨ªa barajado el plan de asaltarla. Y dio por hecho que ¨¦l y su banda eran los autores del robo y del asesinato. As¨ª que fue a la casita de la calle de Acentejo y se llev¨® presos a Santiago, a su esposa y a tres de las hermanas Corella. Tambi¨¦n a ?ngel Manzano, un compa?ero de correr¨ªas de El Nani. Todos a los calabozos de la Direcci¨®n General de Seguridad, que hoy ocupa la sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid. El ministro del Interior, el socialista Jos¨¦ Barrionuevo, autoriz¨® que a los detenidos se les aplicara la ley antiterrorista. Como si fueran etarras.
Interior inform¨® que Santiago Corella ech¨® a correr y huy¨® pese a ir esposado
Las hermanas Corella escuchaban los gritos de dolor de Santiago, mientras los polic¨ªas le golpeaban y vociferaban: ¡°Canta, Nani. ?D¨®nde est¨¢ el oro?¡± Manzano fue el ¨²ltimo en verlo cuando era llevado a rastras por un pasillo, hecho un gui?apo, con la cabeza ca¨ªda y la mirada perdida como un Cristo crucificado. No aguant¨® el tormento a que fue sometido.
Santiago jam¨¢s fue puesto a disposici¨®n judicial. La polic¨ªa asegur¨® que sobre la una de la madrugada de ese mismo d¨ªa le trasladaron a un descampado de Vic¨¢lvaro en busca de un zulo donde escond¨ªa una pistola y una escopeta de ca?ones recortados. Seg¨²n el comisario Francisco Javier Fern¨¢ndez ?lvarez y los inspectores Victoriano Guti¨¦rrez Lobo y Francisco Aguilar Gonz¨¢lez, el atracador ech¨® a correr y escap¨®, pese a ir esposado. Una haza?a dif¨ªcil de creer.
Nada m¨¢s quedar libre, Soledad Montero denunci¨® la desaparici¨®n de su marido. El caso fue archivado en varias ocasiones: proceder contra unos polic¨ªas cargados de medallas era casi imposible. Dos a?os despu¨¦s, sin embargo, el asunto empez¨® a moverse cuando el joyero y confidente Federico Venero denunci¨® la existencia de una mafia policial, compinchada con los delincuentes e implicada en la desaparici¨®n. La justicia conden¨® a los polic¨ªas Fern¨¢ndez, Guti¨¦rrez y Aguilar. ?Pero d¨®nde est¨¢ El Nani?
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