¡°Ha habido un peque?o cambio: ya no nos disparan¡±
Los subsaharianos del monte Gurug¨², junto a Melilla, aguardan la ocasi¨®n para cruzar la valla
Conversa despacio. Pronuncia cada palabra en un medido franc¨¦s. Y diferencia las muertes de inmigrantes en los naufragios de Lampedusa (Italia) con lo ocurrido en la tragedia de la playa de Tarajal. "En este caso, los guardias civiles dispararon", recalca Ibrahim Sali, de 33 a?os. Sentado en una roca del marroqu¨ª monte Gurug¨², a 40 minutos a pie del paso de veh¨ªculos de Beni Enzar con Melilla; este nigerino relata c¨®mo particip¨® en ese intento de entrada a Ceuta, c¨®mo se lanz¨® al Mediterr¨¢neo y c¨®mo vivi¨® los disparos de pelotas de goma y botes de humo. Lo describe detalladamente, antes de explicar que decidi¨® despu¨¦s buscar en Melilla una v¨ªa de acceso menos "peligrosa" a Europa. Pero sabe que "ha habido un peque?o cambio" durante los d¨ªas que tard¨® en ahorrar lo necesario para pagarse el traslado en coche por los 391 kil¨®metros que separan ambas ciudades aut¨®nomas: "Los agentes ya no nos disparan. No usan material antidisturbios", asegura.
Lo cuenta rodeado por una decena de inmigrantes, en un campamento de m¨¢s de medio centenar de subsaharianos situado a tres kil¨®metros y medio de la frontera. A su hogar lo llaman el for¨ºt, (bosque, en franc¨¦s). Aqu¨ª, mientras comparten un paquete de tabaco Winston, cuenta que desconoce que el Gobierno espa?ol vaya a modificar la ley para permitir las devoluciones en caliente.
Abbas B, gabon¨¦s de 19 a?os, tampoco tiene ni idea. "?Qu¨¦ nos importa! Si ya cruzamos la frontera y los guardias civiles nos entregan a los marroqu¨ªes. Yo pas¨¦ dos veces", narra, mientras repara el techo de la chabola donde dormir¨¢ este s¨¢bado. Con la ayuda de cinco "amigos", el joven cubre con pl¨¢sticos un c¨ªrculo de piedras de medio metro de alto y menos de dos metros de di¨¢metro.
"Las ¨²ltimas entradas masivas de inmigrantes no tienen nada que ver con el posible cambio de ley o con lo que ellos sepan. Lo que ocurre es que, desde las muertes de Ceuta, no se est¨¢n registrando devoluciones ilegales", explica Jos¨¦ Palaz¨®n, portavoz de Prodein, una ONG de Melilla que atiende a los subsaharianos. La tragedia de Tarajal fue el 6 de febrero. Y, desde entonces, se han producido cuatro saltos multitudinarios de la valla cercana al monte Gurug¨². De estos, tres han resultado exitosos y ha supuesto la entrada irregular en la ciudad de m¨¢s de 450 personas ¡ªdesde inicios de 2014 suman unos 515¡ª. Una situaci¨®n que ha obligado a Interior a reforzar ahora la frontera con otros 18 agentes antidisturbios. "Pero en las monta?as hay la misma gente que siempre. No m¨¢s. La diferencia es que, ahora, los que entran se quedan", sentencia Palaz¨®n.
Al campamento de Ibrahim, en una peque?a cima del Gurug¨² cubierta por ¨¢rboles y desde donde se avista la costa rife?a, la informaci¨®n llega boca a boca. "Los compa?eros nuevos nos cuentan algo y tambi¨¦n los periodistas", apunta Muhamad, un veintea?ero que prefiere no revelar su pa¨ªs de procedencia. "Pero sigue siendo dif¨ªcil entrar", interviene Abbas, que particip¨® en el salto del pasado viernes. Ese d¨ªa fracas¨® en el intento de superar la verja de seis metros de altura y diez kil¨®metros de largo que cerca Melilla. "Muchos otros lo consiguieron y est¨¢n en el campamento", dice en referencia al Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de la ciudad espa?ola.
"No queremos quedarnos en Marruecos, aqu¨ª tampoco hay nada¡±
Unas instalaciones que, con apenas 472 plazas y como confirma su director, se encuentran saturadas. Alberga a m¨¢s de 1.300 acogidos desde el ¨²ltimo salto del viernes, cuando accedieron a la localidad 214 subsaharianos, la mayor entrada irregular desde 2005. "Pero es que nosotros no nos queremos quedar en Marruecos, aqu¨ª tampoco hay nada. En Espa?a s¨ª podemos mejorar nuestra vida", insiste Ibrahim, que se quita la capucha de la sudadera. En el p¨®mulo se observa una cicatriz, aunque prefiere no contar c¨®mo se la hizo. Le suena el m¨®vil. Contesta a la llamada y despu¨¦s comenta que lleva cuatro a?os en Marruecos y que ha cruzado a Espa?a cuatro o cinco veces. "Pero me han devuelto", incide.
"Es muy normal que los inmigrantes se muevan de los alrededores de una ciudad aut¨®noma a otra", apostilla Palaz¨®n. De hecho, el joven Abbas tambi¨¦n lo ha hecho. Hace poco m¨¢s de 10 d¨ªas, ¨ªndica, se encontraba en Ceuta. All¨ª tambi¨¦n vivi¨® la tragedia de Tarajal. "Yo estaba en el agua, mi hermano mayor muri¨®", grita, mientras hace aspavientos con las manos y se ajusta el ro¨ªdo chaquet¨®n marr¨®n. Porque aqu¨ª, en el Gurug¨², corre el viento. "Pero yo no he venido a la puerta de Europa para ser un cad¨¢ver", a?ade. As¨ª que, tras la muerte de los 15 inmigrantes, decidi¨® tambi¨¦n trasladarse a Melilla.
Lo hizo en coche, "gracias a la caridad". Le mendigaba un d¨ªrham a un marroqu¨ª, y otra moneda a otro. Y as¨ª hasta que ahorr¨® lo suficiente. "Como cuando estaba en Gab¨®n y guardaba lo que ganaba con peque?os trabajos", concluye Abbas. Vuelve entonces a su caba?a, a su reparaci¨®n. Se prepara para la noche. Como los m¨¢s de 50 subsaharianos de este campamento. Uno de ellos llega cargado de le?a a la espalda. Otro, con dos garrafas de pl¨¢stico vac¨ªas en las manos, desciende por un camino de piedras en busca de agua. Y en el Gurug¨² se acaban los cigarros de Winston que les han regalado. Y no hay otro paquete.
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