La cultura del pacto: instrucciones de uso
Lograr acuerdos o caer en la irrelevancia. Este a?o lleno de citas electorales pone a prueba la capacidad para el consenso de los partidos en un pa¨ªs con escasa tradici¨®n de alianzas
En estos momentos de v¨¦rtigo demosc¨®pico, con los cuatro principales partidos en un pa?uelo porcentual, es dif¨ªcil adivinar d¨®nde se detendr¨¢ el carrusel, pero podemos adelantar sin temor a equivocarnos que a lo largo de 2015 se incrementar¨¢ el n¨²mero de actores pol¨ªticos y los pactos ser¨¢n inevitables. Lo que a estos actores deber¨ªa preocuparles es si est¨¢n preparados para ello, sobre todo si tenemos en cuenta que algunos llevan mucho tiempo viviendo en la comodidad de la hegemon¨ªa o el simple acuerdo con el antagonista principal, en aquello que se llam¨® bipartidismo. Desde el punto de vista de la l¨®gica pol¨ªtica, propongo seis principios para adivinar qui¨¦n y c¨®mo sobrevivir¨¢ mejor en este nuevo escenario.
1. Renunciar a la sobreactuaci¨®n
El desacuerdo goza de un prestigio exagerado en pol¨ªtica. Radicalizar la cr¨ªtica y la oposici¨®n es el procedimiento m¨¢s socorrido para hacerse notar, una exigencia imperiosa en ese combate por la atenci¨®n que se libra en nuestras sociedades. El antagonismo de nuestros sistemas pol¨ªticos funciona as¨ª porque las controversias p¨²blicas tienen menos de di¨¢logo que de combate por hacerse con el favor del p¨²blico. Los que discuten no dialogan entre ellos, sino que pugnan por la aprobaci¨®n de un tercero. La esfera p¨²blica queda as¨ª reducida a lo que el fil¨®sofo alem¨¢n J¨¹rgen Habermas ha llamado ¡°espect¨¢culos de aclamaci¨®n¡±.
Esto explicar¨ªa la tendencia de los pol¨ªticos a sobreactuar, la enfatizaci¨®n de lo pol¨¦mico hasta extremos a veces grotescos o poco veros¨ªmiles. Los actores sociales viven de la controversia y el desacuerdo. Con ello tratan de obtener no solo la atenci¨®n de la opini¨®n p¨²blica, sino tambi¨¦n el liderazgo en la propia hinchada, que premia la intransigencia, la victimizaci¨®n y la firmeza. Con frecuencia esto conduce a un estilo dramatizador y de denuncia, que mantiene unida a la facci¨®n en torno a un eje elemental, pero que dificulta mucho la consecuci¨®n de acuerdos m¨¢s all¨¢ de la propia parroquia.
2. Vigilar la conspiraci¨®n de los intransigentes
Una de las cosas m¨¢s improductivas de estos ritos del desacuerdo es que agudizan, en el seno de las organizaciones pol¨ªticas, el dualismo entre duros y blandos, intransigentes y posibilistas, los guardianes de las esencias y los claudicadores. Se trata de un reparto del territorio ideol¨®gico que dificulta enormemente los acuerdos pol¨ªticos o, cuando estos se producen, generan mala conciencia, rupturas en el seno de los negociadores y decepci¨®n generalizada. Por eso es frecuente que se produzca un dualismo, en los grupos pol¨ªticos, entre quienes prefieren el prestigio externo y quienes viven de la aclamaci¨®n interior. En las decisiones que habitualmente tienen que tomar los partidos pol¨ªticos ese drama se traduce en una ley que es pr¨¢cticamente inexorable: lo que favorece la coherencia interior suele impedir el crecimiento hacia fuera; en la radicalidad todos ¡ªes decir, m¨¢s bien pocos¡ª se mantienen unidos, mientras que las pol¨ªticas flexibles permiten recabar mayores adhesiones aunque la unidad propia est¨¢ menos garantizada. Lo primero sale bien siempre y se asegura el corto plazo, aunque con frecuencia termina siendo desastroso; lo segundo resulta m¨¢s arriesgado, sale bien a veces, pero entonces proporciona unos resultados extraordinarios.
?C¨®mo decidirse entonces por una u otra posibilidad? La elecci¨®n a la que un partido se enfrenta no suele ser tan dram¨¢tica y a menudo permite combinaciones y equilibrios diversos. En cualquier caso, lo que nunca deber¨ªa olvidarse es que un partido vale la suma de sus votos y de sus alianzas potenciales, que el poder es tanto lo uno como lo otro. Con amigos dentro y enemigos fuera no se hace casi nada en pol¨ªtica.
3. Tener cuidado con los propios principios
La dificultad de los acuerdos procede de que casi siempre exigen renuncias y, en muchas ocasiones, tambi¨¦n sacrificar alg¨²n tipo de principio: requieren, al menos, haber entendido que hay una gran diferencia entre expresar una aspiraci¨®n y decidir entre las alternativas posibles, teniendo en cuenta que en pol¨ªtica generalmente ninguna de ellas carece de inconvenientes.
Mantenerse fiel a los propios principios es una actitud muy noble en pol¨ªtica. En una sociedad democr¨¢tica debe haber un espacio para quienes hacen pol¨ªtica sin voluntad de compromiso, salvaguardando los principios o expresando valores que deben ser tenidos en cuenta. En ese ¨¢mbito act¨²an diversos movimientos sociales, protestas u organizaciones c¨ªvicas. Algunos malentendidos en torno al movimiento del 15-M proceden precisamente de esta confusi¨®n entre dos planos igualmente leg¨ªtimos, con su grandeza y sus limitaciones propias: el de quienes pretenden transformar la realidad aspirando a gobernar y el de los que prefieren salvaguardar determinados valores del trasiego y la componenda pol¨ªtica. Aqu¨ª tenemos una explicaci¨®n, por ejemplo, de las dificultades de los partidos pol¨ªticos que, como UPyD o Podemos, han surgido de movimientos c¨ªvicos y no siempre han tenido ¨¦xito a la hora de pasar de una l¨®gica a otra, o la dificultad que los partidos catalanes experimentan a la hora de gestionar adecuadamente el impulso ciudadano de la Asamblea Nacional Catalana.
Forma parte de las obligaciones de un buen pol¨ªtico tratar de descubrir las oportunidades para el acuerdo y sus l¨ªmites. En este contexto tiene pleno sentido la gradualidad, la paciencia democr¨¢tica que sabe renunciar al maximalismo de los propios principios, pero tambi¨¦n a la grandilocuencia de ret¨®ricas unanimistas. Los acuerdos tipo consenso, aunque no imposibles, son escasos y su apelaci¨®n suele dificultar los acuerdos modestos, que son m¨¢s necesarios para la convivencia democr¨¢tica. Las llamadas al consenso pueden asustar a los seguidores, que intuyen una traici¨®n a los propios valores y, por tanto, una entrega de la propia identidad. Vale m¨¢s delimitar la voluntad de acuerdos a unos espacios concretos y especialmente decisivos.
4. Elegir entre transformar la realidad o mantener intactos los principios
Muchas experiencias hist¨®ricas ponen de manifiesto que los partidos dan lo mejor de s¨ª cuando tienen que ponerse de acuerdo, apremiados por la necesidad de entenderse.
Una democracia, m¨¢s que un r¨¦gimen de acuerdos, es un sistema para convivir en condiciones de profundo y persistente desacuerdo. Ahora bien, en asuntos que definen nuestro contrato social o cuando se dan circunstancias especialmente graves, los acuerdos son muy importantes y vale la pena invertir en ellos nuestros mejores esfuerzos. Aunque mantener el desacuerdo puede ser mejor que ceder a un mal compromiso, aunque los compromisos sean considerados (a veces con raz¨®n) el resultado de una negociaci¨®n entre quienes carecen de principios o una mera cuesti¨®n de equilibrio de poderes, una realidad se impone tozudamente: los desacuerdos son m¨¢s conservadores que los acuerdos; cuanto m¨¢s polarizada est¨¢ una sociedad, menos capaz es de transformarse. Ser fiel a los propios principios es una conducta admirable, pero defenderlos sin flexibilidad es condenarse al estancamiento.
La pol¨ªtica democr¨¢tica no puede producir cambios en la realidad social sin alg¨²n tipo de cesi¨®n mutua. Si los acuerdos son importantes es porque los costes del no acuerdo son muy elevados, fundamentalmente asentar el statu quo, lo cual es algo relevante sobre todo en un mundo cuyos serios problemas van a peor cuando se los abandona a la inercia.
5. Limitar el peso de las campa?as sobre los gobiernos
Las mayores dificultades para los acuerdos pol¨ªticos proceden de una raz¨®n estructural de nuestra cultura pol¨ªtica: el dominio de la campa?a sobre el Gobierno. Hay una oposici¨®n estructural entre hacer campa?a y gobernar; actitudes que sirven para lo uno dificultan lo otro. Esta contradicci¨®n se agudiza cuando se hace campa?a con un estilo que dificulta los futuros (e inevitables) acuerdos, como hacer promesas incondicionales o desacreditar a los rivales. La ret¨®rica de las campa?as forma parte de nuestras pr¨¢cticas democr¨¢ticas, pero gobernar es algo diferente, que obliga a pactar y hacer concesiones; quien gobierna necesita oponentes con los que colaborar y no tanto enemigos a quienes desacreditar en todo momento. El hecho de que hayamos convertido la pol¨ªtica en una campa?a permanente es una de las razones que explica que en nuestras sociedades se haya fortalecido la mentalidad contraria a los acuerdos. Dicho de otra manera: los pol¨ªticos hacen demasiada campa?a y gobiernan demasiado poco.
Para que haya una buena cultura pol¨ªtica es preciso economizar el desacuerdo, no exagerarlo, defender las propias posiciones de un modo que no necesariamente implique rechazar las posiciones diferentes. Suponer las peores intenciones en quienes se nos oponen puede ser a veces psicol¨®gicamente gratificante, pero erosiona las bases del respeto mutuo que es necesario para construir compromisos en el futuro.
6. ?Qu¨¦ pueden hacer los medios de comunicaci¨®n?
Tal vez sean los medios de comunicaci¨®n la instituci¨®n que m¨¢s ha contribuido a que vivamos en campa?a permanente: tienden a informar acerca del Gobierno como si estuviera de campa?a y a informar acerca de las campa?as como si tuvieran poco que ver con el Gobierno. Es uno m¨¢s de los efectos que tiene la dura competici¨®n por las audiencias. Resulta informativamente m¨¢s atractivo presentar a los pol¨ªticos en una batalla encarnizada por la supervivencia que las complejidades de una sutil negociaci¨®n.
La mejor contribuci¨®n de los medios es que la dieta informativa sea m¨¢s rica en cuanto al contenido pol¨ªtico de lo que est¨¢ en juego y limite los aspectos s¨®rdidos, personales o extremos. Que no hagamos el juego a quienes ponen todo su empe?o ¨²nicamente en llamar la atenci¨®n. El objetivo es que los medios presenten una imagen m¨¢s equilibrada de la pol¨ªtica, con menos campa?a y m¨¢s gobierno.
Daniel Innerarity es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa.
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