Libertad, instrucciones de uso
No se trata s¨®lo de enamorarse de la libertad, ya descontada, sino de hacer un uso inteligente, civilizado y virtuoso de ella
Lo primero, la propiedad; inmediatamente despu¨¦s, la libertad. Esta suele ser la secuencia en el proceso de modernizaci¨®n de los pa¨ªses. Primero, emerge una clase media que, de hecho, accede a la propiedad y luego hace la revoluci¨®n para que un nuevo orden proteja sus derechos y garantice sus libertades. Establecido el nuevo orden, los propietarios renuncian al radicalismo.
Una secuencia como ¨¦sta tambi¨¦n se verific¨® en Espa?a, con las peculiaridades propias de un pa¨ªs cuya clase media emergi¨® comparativamente muy, muy tarde. En efecto, en los sesenta, el espa?ol ya pudo permitirse un seiscientos y algunos electrodom¨¦sticos; en los setenta, llev¨® a cabo la transici¨®n pol¨ªtica a la democracia y la libertad. Cuando se pregunta por los valores ciudadanos en los ¨²ltimos 40 a?os debe tenerse presente este dato: en algunos pa¨ªses occidentales en cuyo espejo tendemos a mirarnos, ese periodo de tiempo conforma una etapa m¨¢s en una larga historia de libertad democr¨¢tica, mientras que en Espa?a esos a?os son los de la fundaci¨®n de dicha historia, los de la tard¨ªa y final modernizaci¨®n del pa¨ªs, los de la definitiva entrada de la clase media relativamente ilustrada en el protagonismo hist¨®rico del pa¨ªs, los de la superaci¨®n del excepcionalismo espa?ol y su anhelada normalizaci¨®n europea. Y todo esto determina c¨®mo fueron vivenciados esos valores por los espa?oles. Porque otros pa¨ªses que han disfrutado de dos o tres siglos de instituciones liberales, han tenido tiempo para poner a prueba la fortaleza de su libertad. En ¨¦pocas de prosperidad, han sido testigo de excesos del sistema; en ¨¦pocas de crisis, han tenido que sufrir la amenaza de radicalismos que quieren reventar ese mismo sistema. Pero han salido vencedores: en ellos el amor a libertad se ha demostrado resistente a los peligros que acechan los delicados equilibrios de las instituciones que la protegen. Mientras que aqu¨ª en 1975 estren¨¢bamos libertad y lo hac¨ªamos sin una previa educaci¨®n sentimental. Libertad sin instrucciones de uso.
La grandeza de los momentos fundacionales se ha desvanecido y nos hemos acostumbrado a convivir con la inevitable rutinizaci¨®n de la pol¨ªtica
As¨ª que, de un lado, vivimos ese nuevo periodo de nuestra historia como un origen, algo que ha permanecido en nuestra memoria aureolado con la ¨¦pica de los grandes acontecimientos y dotado de un simbolismo fundacional, como los estadounidenses recuerdan la declaraci¨®n de la independencia, los franceses la toma de la Bastilla o los italianos su unificaci¨®n. Pero, de otro, nada o poco instruidos en los usos y formas de la libertad y con el sentimiento de una antigua deuda con nosotros mismos ansiosos por pasar al cobro, nos abandonamos enseguida a una ebriedad de los espacios de libertad conquistados, lo que redund¨®, en nuestros ochenta, en un estallido jubiloso de creatividad pero tambi¨¦n en una glorificaci¨®n de la vulgaridad, la zafiedad y el mal gusto hecha programa cultural (la movida madrile?a). Y, en los noventa, beneficiarios de fondos sociales y estructurales procedentes de nuestra nueva pertenencia a la Comunidad Econ¨®mica Europea, los espa?oles se sorprendieron con dinero en sus manos, riqueza s¨®lo aparente, pues no era del todo fruto de su trabajo y su ahorro y de las virtudes que ¨¦stos llevan aparejadas, sino de la solidaridad europea.
Fueron los finales de los noventa y principios del actual siglo tiempos de prosperidad para los espa?oles, en los que quienes hab¨ªan sido precipitadamente libres, se vieron de pronto sobrevenidamente ricos. Y entonces emergi¨® la figura que mejor ejemplifica los excesos del sistema: el nuevorrico. Y despu¨¦s, en la segunda d¨¦cada de este siglo, llegaron los tiempos sombr¨ªos de la crisis, que derraman dolor por todas partes y ponen a prueba la libertad por el otro lado: la cr¨ªtica apocal¨ªptica del sistema. Y, como era de esperar, han acudido oportunamente a la llamada del dolor, aprovechando el desgaste y el desprestigio que el sistema soporta en estas circunstancias penosas, los movimientos antisistema en sus dos modalidades conocidas: el radicalismo de extrema izquierda y el independentismo.
Ya no somos ese pa¨ªs que estrena su naciente democracia. 40 a?os m¨¢s tarde, empezamos a tener veteran¨ªa. La grandeza de los momentos fundacionales se ha desvanecido y nos hemos acostumbrado a convivir con la inevitable ¨Cy en realidad deseable- rutinizaci¨®n de la pol¨ªtica: de la ¨¦pica de los setenta a la l¨ªrica de los ochenta y, despu¨¦s y quiz¨¢ para siempre -?ojal¨¢!-, a la prosa democr¨¢tica. Hemos conocido de primera mano los peligros que amenazan la libertad: los de los excesos (nuevorriquismo), los de las crisis (radicalismo, independentismo). Y hemos resistido. Y adem¨¢s hemos salido mejorados tras aprender una importante lecci¨®n. Que la libertad, bien supremo, es condici¨®n de la moralidad, pero no la moralidad misma. O dicho de otra manera, que no se trata s¨®lo de enamorarse de la libertad, ya descontada, sino de hacer un uso inteligente, civilizado y virtuoso de ella. Porque hemos comprendido tambi¨¦n que, desde la perspectiva de la moralidad colectiva de los pa¨ªses y de las culturas, todav¨ªa nos queda mucho, mucho, por progresar.
Javier Gom¨¢ Lanz¨®n es ensayista y director general de la Fundaci¨®n Juan March.
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