El voto de Cervantes
Las elecciones todo lo pervierten, todo lo entontecen: la lengua, primero, claro est¨¢, pero tambi¨¦n la literatura
Las elecciones todo lo pervierten, todo lo entontecen: la lengua, primero, claro est¨¢, pero tambi¨¦n la literatura. La campa?a apenas ha empezado, cuando ya dos periodistas me preguntan qu¨¦ hubiera votado Cervantes. Descarto la r¨¦plica correcta y educada que me pide el cuerpo (¡°?Y qu¨¦ co?o quiere que yo le diga¡±) y me despacho con una generalidad sobre el peligro de pintar a las gentes de ayer con los colores que hoy nos agradan. Las p¨¢ginas cervantinas abundan en ideas y actitudes que se nos ofrecen como acordes con las modernas, pero siempre tienen alg¨²n reverso que impugna la plena concordancia.
¡°Por la libertad... se puede y debe aventurar la vida¡± reza la cita que suele hacerse del Quijote (II, 58); pero se calla la frase que he suplido con puntos suspensivos: ¡°as¨ª como por la honra¡± y se olvida que por ¡°libertad de conciencia¡± el novelista entend¨ªa una inaceptable permisividad frente al mal. Quiz¨¢ ning¨²n coet¨¢neo se muestre tan elocuente como ¨¦l en la defensa de los derechos y los valores de las mujeres, como la admirable Marcela o la genial Dorotea; pero ning¨²n feminista elogiar¨ªa en sus t¨¦rminos el ¡°yugo santo del matrimonio¡± ni llamar¨ªa a la casada fiel ¡°corona de su marido¡± (La espa?ola inglesa y Quijote, II, 22). ¡°La sangre se hereda y la virtud se aquista¡± (II, 42), pero, en el desenlace de la novela, la virtud de Preciosa, la gitanilla por excelencia, resulta no ganada sino heredada de sus aut¨¦nticos padres, do?a Guiomar de Meneses y don Fernando de Azevedo, caballero del h¨¢bito de Calatrava.
A toda posible coincidencia entre la sensibilidad de Cervantes y la nuestra hay que pasarla por el filtro de la historia. Sin embargo, o precisamente por ello, a veces me divierto fantaseando un paralelo contempor¨¢neo al itinerario del escritor. ¡°Cervantes ¡ªpontifico entre amigos¡ª se parece mucho a un voluntario de la Divisi¨®n Azul que ha aceptado la transici¨®n¡±.
Cervantes se alista en los tercios de Italia con veintipocos a?os y la ilusi¨®n de aniquilar a los turcos, ¡°el crudo pueblo infiel¡±, los b¨¢rbaros de Oriente, para bien de la Cristiandad. En 1571 vive la borrachera heroica de Lepanto, pasa luego por las mazmorras de Argel, sirve al Rey como esp¨ªa en Or¨¢n, sin transigir con la eventualidad de que Espa?a renuncie a la empresa del Mediterr¨¢neo y al rescate de los cautivos en el Norte de ?frica. En una comedia de hacia 1585 hasta hace poco in¨¦dita, pinta a Godofredo de Bull¨®n recibiendo con humildad el t¨ªtulo de ¡°Rey de Jerusal¨¦n¡± que ostentaba entonces Felipe II: era como una sugerencia t¨¢cita al Prudente, pero ahora s¨®lo a modo de insinuaci¨®n.
En 1614 se ha resignado a que las cosas no sean como eran en su juventud gloriosa. No lo celebra, no lo aprueba, pero sabe que de hecho tiene que ser as¨ª. Bastante es que Felipe III se concentre en la defensa de N¨¢poles, Sicilia y Malta. Porque pretender m¨¢s es una fantas¨ªa como la de don Quijote cuando propone juntar a ¡°todos los caballeros andantes que vagan por Espa?a¡± para con ellos ¡°destruir toda la potestad del Turco¡± (II, 1).
El problema pendiente son los moriscos. Cervantes no duda en elogiar y apoyar, ya que no el exterminio, la expulsi¨®n de semejantes ¡°v¨ªboras¡±, temibles sobre todo como quinta columna y cabeza de puente del eterno enemigo. Pero a Ricote, el morisco vecino de Sancho, que ha buscado refugio en Alemania, lo retrata con inmensa simpat¨ªa y comprensi¨®n de su drama de exiliado. Recela de la especie y respeta al individuo.
Es el melanc¨®lico sometimiento a los nuevos tiempos y la invariable humanidad del antiguo divisionario.
Francisco Rico es fil¨®logo y escritor.
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