Orgullo del Orgullo
Un doctorando de Derecho en Oxford cuenta c¨®mo volvi¨® a vivir el Orgullo este fin de semana, despu¨¦s del "miedo" que vivi¨® durante a?os
He ido pocas veces al Orgullo. Los primeros a?os de juventud por miedo: miedo a que alguien pudiera reconocerme por la calle y lo pregonara despu¨¦s, miedo a que una c¨¢mara me grabara indiscreta y mis padres descubrieran mi sexualidad por televisi¨®n, miedo (el m¨¢s real e inconfesable) a comprobar que encajaba entre todos aquellos desconocidos con los que compart¨ªa mucho m¨¢s de lo que pod¨ªa imaginar, una forma de entender y vivir el amor, y hab¨ªa llegado el momento de aceptarme como soy.
El miedo tard¨® en disiparse; de hecho, nunca desaparece del todo: el reparo a ir de la mano con tu novio en p¨²blico, las bromas pesadas en la oficina, el insulto a altas horas de la madrugada cuando vuelves a casa con un ligue¡ Fue un proceso lento, incierto, con altibajos, que se fragu¨® lejos de las aglomeraciones: en el codo a codo con los amigos, p¨¢gina a p¨¢gina en los libros de historia, las novelas, los art¨ªculos de peri¨®dico y las leyes, en el cara a cara con los que se esforzaban a diario por silenciar mi voz y corregir mi deseo. Domesticado el miedo, los ¨²ltimos a?os de universidad el Orgullo coincid¨ªa con los ex¨¢menes y solo fui capaz de doblegar mi sentido de la responsabilidad en contadas ocasiones; los a?os que compart¨ª techo e ilusiones con una pareja que dec¨ªa no creer en el Orgullo aprovech¨¢bamos que Madrid se llenaba para irnos de vacaciones; y el a?o pasado acompa?¨¦ a alguien muy querido durante una operaci¨®n quir¨²rgica lejos de la capital.
El viernes, por fin, estuve de nuevo en el Orgullo. Hac¨ªa calor en Madrid, mucho calor cuando sal¨ª de casa rumbo a Chueca para cenar con unos amigos. Estaba anocheciendo y el manto azul del cielo se iba ti?endo de rojo por encima de los rascacielos. Se respiraba un ambiente festivo en el Metro: amigos que coincid¨ªan de camino a la celebraci¨®n y se saludaban efusivamente, parejas que charlaban cogidas de la mano, turistas cargados con maletas que miraban a la muchedumbre sonrientes, con la expectaci¨®n del forastero que lleva meses so?ando con descubrir una ciudad y se asombra ante lo colorido y ruidoso de un escenario que imagin¨® sin su gente. Decid¨ª bajarme en Tribunal y cubrir los quinientos metros que me separaban del restaurante a pie para callejear por el barrio y seguir disfrutando del ambiente. Para mi sorpresa, la calle de Fuencarral estaba casi desierta. Me pregunt¨¦ si acaso ser¨ªa pronto todav¨ªa, o si hab¨ªa hecho mal siguiendo el consejo de varios amigos que aseguraban que era mejor salir el s¨¢bado si quer¨ªa evitar las aglomeraciones. ¡ª?Hay punto medio en el Orgullo? ¡ªpens¨¦. Sin embargo, a medida que me fui adentrando en el coraz¨®n de Chueca, girando en la calle de las Infantas para desembocar en la Plaza de V¨¢zquez de Mella (ahora compartida con Pedro Zerolo, siempre en la memoria), fui descubriendo con alivio que la afluencia de gente era constante: ser¨ªa una noche concurrida pero sin llegar a agobiarnos.
La cena dur¨® lo que duran las mejores celebraciones de la amistad, horas. Cuando salimos del restaurante la Plaza se hab¨ªa transformado: cientos de peque?os grupos de hombres y mujeres de todas las edades, orientaciones sexuales y nacionalidades charlaban animadamente, beb¨ªan, fumaban, re¨ªan, acompa?aban sus bailes con canciones improvisadas y se dejaban ser en alegr¨ªa. Est¨¢bamos felizmente rodeados. Nos abrimos paso a golpe de sonrisas e inofensivo coqueteo en busca de alg¨²n bar donde poder mover el esqueleto, pero en todos la cola daba la vuelta a la manzana o cobraban por entrar.
Tuvimos suerte: el aut¨¦ntico Orgullo se vive en la calle: una pareja de italianos que tropiezan contigo y se acaban uniendo al grupo en una conversaci¨®n a caballo entre el ingl¨¦s con marcado acento mediterr¨¢neo y el espa?ol italianizado, un joven de cuerpo musculoso y sonrisa p¨ªcara que se acerca con descaro a la ¨²nica mujer del grupo y te acaba pidiendo su n¨²mero a hurtadillas mientras ella se fotograf¨ªa con varios desconocidos, un hombre que pasea desnudo ante la atenta mirada de todos los presentes, dos suecas que nos sacan dos cabezas y nos preguntan en prefecto ingl¨¦s acerca de la cultura espa?ola, un brit¨¢nico reci¨¦n llegado de Los ?ngeles que es id¨¦ntico a David Beckham y que tan pronto insulta a sus conacionales a prop¨®sito del Brexit como se arranca a cantar los grandes ¨¦xitos de las Spice Girls, cuatro hombres gruesos y barbudos que alegan tener una relaci¨®n a cuatro y ser un claro exponente del amor libre a pesar de ignorar sus respectivos nombres, un empresario atractivo y con gafas de post¨ªn m¨¢s preocupado por los pecados que a¨²n no ha cometido que por aquellos que carga sobre sus espaldas, un hombre vestido de cardenal que impone sus labios a los penitentes que se le acercan, una muchedumbre de lo m¨¢s variopinta agolpada en la pantalla de tu m¨®vil cuando presionas el bot¨®n para hacerte un selfie con tus cuatro, que ahora son 40, amigos.
Nos dejamos arrastrar por la efusiva generosidad y la alegr¨ªa que se arremolinaban en las calles de Madrid; nos dejamos contagiar por la tolerancia que se ejerce con conciencia, por las ganas de disfrutar del momento y de los dem¨¢s, por las ganas, en definitiva, de vivir. Nunca hab¨ªa participado de algo parecido, no ya en el Orgullo sino en cualquier manifestaci¨®n, espect¨¢culo o fiesta popular: ese sentimiento de afinidad, de camarader¨ªa respecto de miles de (des)conocidos; ese sentimiento de formar parte de algo que va mucho m¨¢s all¨¢ de la suma de sus partes, de compartir unos valores que est¨¢n en el origen de nuestra humanidad; ese sentimiento de estar hermanados en la esperanza, en la esperanza y el amor.
?lvaro Fern¨¢ndez de la Mora (Madrid, 1988) es licenciado en Derecho por la Universidad Pontificia Comillas, LLM por la universidad de Derecho de Harvard y ahora cursa un doctorado en Oxford.
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