Un d¨ªa en la cola de Do?a Manolita para comprar Loter¨ªa de Navidad
El local de la calle del Carmen atrae clientes dispuestos a esperar cuatro horas por un d¨¦cimo
Cuando el reloj de la Puerta del Sol todav¨ªa no marca las siete y media y la temperatura es de cinco grados, seg¨²n una pantalla del Hotel II Castillas que parpadea en medio de la oscuridad, un pu?ado de personas hace fila fuera del local de Do?a Manolita en la calle del Carmen. Y es que como indica el pol¨¦mico cartel publicitario bajo el luminoso del Tio Pepe, se avecina la Navidad. Esta es la raz¨®n por la que muchos, demasiados, compran d¨¦cimos de la Loter¨ªa con la ilusi¨®n de que les toque el Gordo y su suerte cambie. Literal.
Jos¨¦ No¨¦, de 53 a?os, es el primero de la cola. Lleg¨® a las cinco y media, cuando las puertas de la Administraci¨®n 67 abren a las nueve. "Otros a?os he venido m¨¢s tarde, a las seis, pero me dijeron que ten¨ªa que madrugar", cuenta con fr¨ªo, a pesar de que lleva doble calcet¨ªn. Viene desde Carabanchel con su cu?ado y un termo con caf¨¦ en la mochila. Si gana, lo primero que har¨¢ ser¨¢ coger un crucero sin destino. "De ilusiones vivimos", afirma. Laia Mart¨ªnez, de 23 a?os, es la ¨²nica mujer entre la veintena de clientes que esperan a esa hora. Tiene 340 euros para invertir en d¨¦cimos, aunque solo tiene una participaci¨®n en uno que comprar¨¢ entre 10 personas. "Vine preparada para estar hasta las 12, con zumo, galletas y mi MP3, pero no hay tanta gente como otros a?os", cuenta la estudiante que ha acudido seis a?os consecutivos al emblem¨¢tico local.
La fachada de Do?a Manolita responde la pregunta de porqu¨¦ su popularidad. Las cristaleras exponen carteles con los millonarios premios que ha otorgado el local, que entrega los d¨¦cimos bocabajo, una herencia supersticiosa que dej¨® la fundadora Manuela de Pablo, a comienzos del siglo XX.
Sobre las once, la cola da vuelta a la manzana y capta la atenci¨®n de la mayor¨ªa de los transe¨²ntes. "?Pero qu¨¦ me est¨¢s contando?", "Flipo, madre m¨ªa", "?Y eso qu¨¦ es?", son algunos de los comentarios que se escuchan. Los que est¨¢n al final pr¨¢cticamente no hablan y abundan las caras de duda: esperar las tres o cuatro horas por el d¨¦cimo o no. Se ven parejas con ni?os, mayores con muletas, pero el grueso son adultos que revisan sus relojes todo el tiempo o sacan fotos de la odisea que realizar¨¢n. Roc¨ªo Armedo llega al mediod¨ªa con su marido y su ni?a de 9 a?os. Son de Ja¨¦n y visitan Madrid por tres d¨ªas. "Esta cola es una barbaridad, pero nos queremos llevar la loter¨ªa a casa", asegura, mientras su peque?a se entretiene con el m¨®vil.
Los vendedores ambulantes tientan a los impacientes, con d¨¦cimos que cuestan dos euros m¨¢s (22). Uno de ellos seduce a un grupo de extranjeros, que responden en un mal espa?ol que "la cola es lo que mola". 15 minutos despu¨¦s le compran los d¨¦cimos y se marchan.
?scar S¨¢nchez vende d¨¦cimos de Do?a Manolita en la calle hace 40 a?os. "En general, los que desisten de la cola lo hacen despu¨¦s de dos horas, cuando ya tienen las piernas dobladas". Asegura que ha habido fines de semana en los que los clientes han esperado entre 7 y 8 horas para poder comprar en el famoso local. Lo que se tarda en llegar un bus desde Madrid a Barcelona.
A la hora de comer, la Marisquer¨ªa Mes¨®n y la Cervecer¨ªa Cruz Blanca de la calle Mesonero Romanos sacan cuentas alegres. Los jugadores que no traen bocadillos y los vence el hambre, hacen turnos para ir a comprar. Mar¨ªa Jos¨¦ Dur¨¢n, que le pidi¨® a un amigo que le guardara el puesto para ir a por una raci¨®n de lac¨®n, asegura que "venir sola es muerte s¨²bita" porque no te puedes salir de la cola. Sin embargo, hay quienes aprovechan la ocasi¨®n para conocer gente. Es el caso de Nicol¨¢s Olivera, de 80 a?os, que se ha entretenido con Luc¨ªa Delgado, unas generaciones menor y Jos¨¦ Antonio Garc¨ªa, de 39. "Aqu¨ª al final hacemos amistades, ya nos sabemos la vida de los tres", comenta Olivera, que es la decimoquinta vez que hace la cola de Do?a Manolita. Cuando ya queda media hora para poder acceder a una de las cinco ventanillas, todo es risa y nerviosismo.
Viajes, una vivienda propia y regalos para los hijos son los deseos que abundan entre quienes esperan por su d¨¦cimo. Las puertas se cierran a las ocho y media de la tarde, pero desde una hora antes, el vigilante de seguridad no permite que nadie m¨¢s se sume a la cola. Los frustrados se van con la esperanza de que la pr¨®xima vez tendr¨¢n mejor suerte. La misma actitud que tienen los que no consiguen el n¨²mero premiado de la loter¨ªa.
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