Una polic¨ªaca en la Transici¨®n
Un mayordomo, arist¨®cratas, sadomasoquismo y un canario. Los tintes novelescos del crimen de los marqueses de Urquijo, cometido el 1 de agosto de 1980
Los sucesos de EL PA?S
Los reportajes y ensayos de esta veraniega serie han sido extra¨ªdos del libro Los sucesos de EL PA?S, publicado en 1996 como parte de la conmemoraci¨®n de los 20 a?os del diario, lanzado el 4 de mayo de 1976. Hist¨®ricas firmas del peri¨®dico, como Rosa Montero, Juan Jos¨¦ Mill¨¢s o Jes¨²s Duva desmenuzan algunos de los cr¨ªmenes que han marcado la reciente Historia de Espa?a, de la matanza de Atocha al secuestro de Melodie.
Los marqueses, que dorm¨ªan en habitaciones separadas, fueron asesinados por un arma que entonces se calific¨® de femenina, quiz¨¢ porque cab¨ªa en un bolso de noche o porque, en lugar de eructar, ge?m¨ªa. El marqu¨¦s recibi¨® el aliento de uno de estos gemidos en la nu?ca; la marquesa necesit¨® dos: uno en el cuello y otro en la boca. ?l era caballero de Malta, Nobleza de Catalu?a, Santo Sepulcro y San?to C¨¢liz de Valencia. Le¨ªmos en El Pa¨ªs que hab¨ªa acudido a su bo?da vestido con el uniforme de Santo Sepulcro, una excentricidad escatol¨®gica. Nunca supimos qu¨¦ demonios significaban esos raros t¨ªtulos donde la caballerosidad de Malta se mezclaba con los c¨¢lices de Valencia. Quiz¨¢ se vio obligado a acumular dignidades dispara?tadas para ocultar su condici¨®n de consorte. Y es que el tratamien?to de marqu¨¦s le ven¨ªa por su esposa, Mar¨ªa Lourdes de Urquijo, de la que lo primero que supimos es que mostraba al andar una cojera suave: m¨¢s que un defecto parec¨ªa una nostalgia de pasadas dificul?tades psicomotoras. Era menuda, y tan d¨¦bil que carec¨ªa de fuerzas para abrir algunas puertas de la casa. Adem¨¢s, ten¨ªa frecuentes ja?quecas, por lo que hablaba poco, como si el crujido de la mand¨ªbu?la, al batir, atravesara los espacios vac¨ªos de su b¨®veda craneal con?vertido en el chirrido de una puerta o en el grito de un cuervo.
Cuando se entregaba a esta clase de suplicio, tampoco soportaba que se hablara cerca de ella. El susurro de las mand¨ªbulas ajenas, por bien aceitadas que estuvieran, era para sus delicados t¨ªmpanos un estr¨¦pito que amplificaba la neuralgia. Aparte de las jaquecas, no te?n¨ªa otro vicio que la religi¨®n, a la que viv¨ªa entregada a trav¨¦s del Opus Dei. Una marquesa, en suma.
Los cad¨¢veres fueron encontrados sobre sus respectivas camas el viernes 1 de agosto de 1980, as¨ª que en la conciencia de muchos es?pa?oles quedar¨ªa asociado para siempre el comienzo de las vacacio?nes estivales con el asesinato de los marqueses de Urquijo. El matri?monio viv¨ªa (?o deber¨ªamos decir resid¨ªa?) en Somosaguas, una urbanizaci¨®n de lujo situada junto al parque de la Casa de Campo. Seg¨²n las primeras impresiones, los asesinos hab¨ªan penetrado en la vivienda abriendo un boquete en la puerta de cristal por la que se acced¨ªa a la zona cubierta de la piscina. Desde all¨ª alcanzaron una segunda puerta que agujerearon con un soplete para tener acceso a la llave, que sol¨ªa estar puesta del otro lado. Superados estos obs?t¨¢culos, s¨®lo hab¨ªa que subir al segundo piso, donde dorm¨ªan las v¨ªc?timas. El marqu¨¦s no lleg¨® a despertarse. La marquesa, sin embar?go, tuvo unos segundos para arrepentirse de sus pecados, pues el asesino tropez¨® con un mueble y se le dispar¨® la pistola. Al incor?porarse para ver qu¨¦ pasaba recibi¨® un proyectil en la boca, e in?mediatamente fue rematada con otro que atraves¨® su cuello en di?recci¨®n ascendente, hasta alcanzar el cerebro en el que atesoraba jaquecas y oraciones, en confuso desorden. La munici¨®n era del 22, as¨ª que s¨®lo mataba de cerca. La servidumbre estaba de permiso, ex?cepto una cocinera negra que pernoctaba en el piso de abajo y no es?cuch¨® ning¨²n ruido. Tambi¨¦n hab¨ªa en la casa un caniche, Boli, que no ladr¨® porque, seg¨²n la hija de los marqueses, era un poco tonto. Aun sin despreciar la minusval¨ªa ps¨ªquica del animal, se baraj¨® en seguida la posibilidad de que los asesinos pertenecieran al c¨ªrculo ¨ªntimo del perro o de las v¨ªctimas por el conocimiento que hab¨ªan de?mostrado tener de la casa (? o deber¨ªamos decir mansi¨®n?).
Dicho c¨ªrculo estaba formado tambi¨¦n por un conjunto de perso?najes no menos estereotipados que los marqueses. Nadie, en este drama, es real. Todos sus personajes parecen haber salido de una no?vela de Agatha Christie mal traducida al castellano, y en cualquiera de ellos podemos encontrar alguna raz¨®n para matar a dos personas que, seg¨²n algunas versiones, eran perfectamente asesinables. Por otra parte, el crimen no hab¨ªa sido acompa?ado de robo ni de nin?g¨²n otro tipo de violencia, por lo que a primera vista el ¨²nico m¨®vil razonable era el de la herencia. Los herederos, Juan y Miriam, po?d¨ªan haberse desprendido tambi¨¦n de una novela barata de cr¨ªme?nes, pues respond¨ªan al estereotipo de gente ambigua, astuta, y per?manentemente humillada por un padre al que al principio se calific¨® de ahorrativo (en el enorme jard¨ªn de la mansi¨®n s¨®lo hab¨ªa una fa?rola), aunque por lo que luego fuimos viendo era simplemente un ta?ca?o. Seg¨²n el mayordomo ¨Cotro personaje de follet¨ªn¨C el marqu¨¦s no les daba dinero ni para ropa, de manera que eran conocidos en los ambientes de su entorno como ?los pobres?.
M¨¢s cosas: Miriam, la hija mayor, viv¨ªa separada de su marido Rafael Escobedo Alday, de 26 a?os, con quien se hab¨ªa casado dos a?os antes. Escobedo responde al modelo de joven desocupado, ines?table, d¨¦bil, sin un duro, y algo bebedor. Hijo de un abogado reco?nocido, hab¨ªa abandonado los estudios de Derecho y no se le cono?c¨ªa ninguna ocupaci¨®n ni ning¨²n inter¨¦s por nada que no fuera estar junto a Miriam. La boda, como es habitual en esta clase de novelas baratas en las que hay que multiplicar el n¨²mero de sospechosos pa?ra mantener el inter¨¦s del lector, no fue bien vista por los marque?ses, sobre todo por el marqu¨¦s: la marquesa viv¨ªa fuera de la reali?dad, entregada en cuerpo y alma a sus oraciones y migra?as, de manera que no ten¨ªa una idea muy cabal de lo que suced¨ªa a su alrededor. Pero el marqu¨¦s odiaba a Escobedo en quien quiz¨¢ ve¨ªa re?petirse, como en un espejo, el braguetazo que ¨¦l mismo hab¨ªa dado al casarse con Mar¨ªa Lourdes unos a?os antes. No hay que olvidar que cuando Manuel de la Sierra conoce a la marquesa, ¨¦l no es m¨¢s que un oscuro funcionario de la embajada americana. Su ascenso so?cial comienza el mismo d¨ªa en el que se pone el disfraz de Santo Se?pulcro para contraer matrimonio con una Urquijo, cuya familia era rica desde mediados del siglo XIX. Uno de los momentos m¨¢s altos de ese ascenso se produce, parad¨®jicamente, el d¨ªa de su funeral: frente a su f¨¦retro desfilaron, entre otros, los baroneses de Gotor, el embajador de Estados Unidos, el de Egipto, as¨ª como Carlos Arias Navarro, Gregorio L¨®pez Bravo, Enrique de la Mata, Antonio Garri?gues Walker y Joaqu¨ªn Satr¨²stegui. o consta de qu¨¦ iba amortaja?do, pero la ocasi¨®n habr¨ªa sido excelente para sacar del armario el traje de la boda. El hijo menor de los Urquijo, Juan, de 22 a?os que habr¨ªa de heredar el t¨ªtulo de marqu¨¦s, lleg¨® esa misma ma?ana des?de Londres. Miriam viv¨ªa en la calle Orense de Madrid y fue avisa?da cuando se descubrieron los cad¨¢veres.
En la tradici¨®n europea de literatura polic¨ªaca hay una corriente que desemboc¨® en lo que se dio en llamar la ?novela problema?, una de cuyas m¨¢ximas exponentes es sin duda Agatha Christie. Lo ¨²nico importante en esta clase de relato es que el lector no descubra al asesino antes de que lo decida el autor. Su lectura, pues, no pro?porciona un placer muy distinto al de la resoluci¨®n de un crucigra?ma. Es decir, que los muertos (al contrario, por ejemplo, de lo que sucede en la novela negra americana) no huelen, la sangre no salpi?ca, y los personajes son m¨¢s bien marionetas que van de ac¨¢ para all¨¢ sin otro objeto que el de desviar la atenci¨®n del verdadero ase?sino. Por supuesto, todos tienen alguna raz¨®n para matar, del mis?mo modo que los asesinados tienen alguna raz¨®n para morir, pero las pasiones entre las que chapotean verdugos y v¨ªctimas son tambi¨¦n pasiones de cart¨®n piedra. No nos emocionan porque de lo que se trata, m¨¢s que de leer una novela, es de resolver un pasatiempo. Por eso tambi¨¦n, los personajes no evolucionan moralmente a lo lar?go del relato. Son igual de miserables, de generosos, de idiotas o de l¨²cidos cuando abrimos la novela que cuando la cerramos.
En el crimen de los Urquijo, como en las malas novelas polic¨ªa?cas, tampoco hay progresi¨®n moral. Durante los casi diez a?os que van desde la muerte de los marqueses al suicidio de Rafael Escobedo, los actores que formaron parte del drama no hicieron otra cosa que parecerse a s¨ª mismos. Lo malo es que cada vez que conoc¨ªamos a uno nuevo era m¨¢s pintoresco que los anteriores. As¨ª, por ejemplo, en seguida nos enteramos de que Miriam manten¨ªa una relaci¨®n sentimental con un tal Richard Denis Rew, al que todo el mundo acab¨® refiri¨¦ndose como el americano. Es el encargado de dar un toque de exotismo a toda esta historia inveros¨ªmil. El americano declararia durante el juicio que en EE.UU. hab¨ªa sido profesor de literatura, aunque m¨¢s tarde se dedic¨® al negocio de venta de alarmas (todo un modelo de racionalidad, seg¨²n puede apreciarse). Lleg¨® a Espa?a con una compa?¨ªa de productos qu¨ªmicos (m¨¢s dosis de racionali?dad) y conoci¨® a Miriam en el verano del 77. Trabajaron juntos co?mo vendedores de jab¨®n en una empresa de venta piramidal a la que tambi¨¦n perteneci¨® Rafael Escobedo. Este tipo de empresas, en las que pod¨ªa ganarse mucho dinero si uno lograba colocarse en la pun?ta de la pir¨¢mide, era con frecuencia refugio de personas de clase media y alta que no hab¨ªan logrado sacar adelante sus estudios, pe?ro cuyas maneras resultaban ¨²tiles para seducir a la multitud de in?genuos que deb¨ªan ocupar la base de la pir¨¢mide para que el nego?cio fuera rentable a los de arriba. Se trataba, en suma, de un juego en el que era preciso que muchos perdieran para que unos pocos ga?naran el dinero que, si llegaba, era abundante y f¨¢cil. No obstante, en la ¨¦poca del crimen, Miriam y el americano son ya socios en una empresa de bisuter¨ªa llamada Shock, otra cosa irreal. ?A qui¨¦n se le ocurrir¨ªa montar un negocio de joyas baratas con este nombre?
Pero todav¨ªa hay m¨¢s seres de ficci¨®n: Vicente D¨ªaz, por ejemplo, el mayordomo, un sujeto inveros¨ªmil y ambiguo al que le encantaba salir en las revistas presumiendo de que conoc¨ªa los secretos de la fa?milia y la identidad de los verdaderos asesinos. Cuando sucedieron los hechos, estaba casado con la doncella de la mansi¨®n, pero ¨¦sta deb¨ªa de ser una mujer real y huy¨® en seguida de aquella trama ima?ginaria para integrarse sin duda en el universo de las cosas reales, donde le perdimos la pista, igual que a la cocinera negra y al cani?che tonto: todos los personajes de carne y hueso desaparec¨ªan al po?co de dar los primeros pasos por el escenario, como si se hubieran colado involuntariamente en una pel¨ªcula de dibujos animados en la que sus vol¨²menes tridimensionales llamaran demasiado la aten?ci¨®n. Por el mayordomo conocimos las interioridades familiares y gracias a sus continuas insinuaciones llegamos a la conclusi¨®n de que todos, incluido ¨¦l, pod¨ªan ser los asesinos.
Pero falta todav¨ªa un personaje importante para completar el re?tablo: el administrador, Diego Mart¨ªnez Herrera, que gestionaba el patrimonio de los marqueses desde hac¨ªa treinta a?os. Aunque no viv¨ªa en Somosaguas, ten¨ªa all¨ª un despacho y una peque?a habita?ci¨®n. Seg¨²n el mayordomo, manten¨ªa con el marqu¨¦s, de quien ha?b¨ªa sido amigo en la juventud, unas relaciones sadomasoquistas. Se trata de un personaje singular, que se pliega sin ninguna dificultad al estereotipo de h¨¢bil manipulador de testamentos y voluntades. Sonr¨ªe en casi todas las fotos, pero resulta imposible averiguar por qu¨¦, y permaneci¨® id¨¦ntico a s¨ª mismo durante todos los a?os que dur¨® la novela. Siempre estuvo en el punto de mira de la polic¨ªa, pe?ro no apareci¨® ninguna prueba s¨®lida para implicarle en el crimen. Se dijo de ¨¦l que hab¨ªa modificado el testamento de los marqueses para incluir a Miriam, que habr¨ªa sido desheredada al casarse con Rafael Escobedo, pero nada de esto se prob¨®. Es cierto que quienes lanzaron tales acusaciones fueron el mayordomo y Escobedo, cuyas declaraciones no son muy fiables. Pero es que en esta historia min?tieron todos y todos transmitieron la impresi¨®n de permanecer ata?dos a los dem¨¢s por alg¨²n secreto inconfesable.
La detenci¨®n
A los nueve meses del crimen es detenido como presunto autor del doble asesinato Rafael Escobedo Alday, quien en una primera confe?si¨®n se autoinculpa. La detenci¨®n se llev¨® a cabo en la finca que su familia ten¨ªa en Cuenca, adonde se hab¨ªa retirado con el prop¨®sito de montar un criadero de cerdos, idea que no se le ocurrir¨ªa al novelista m¨¢s calenturiento. Seg¨²n las informaciones policiales, el asunto se re?solvi¨® muy pronto, aunque la detenci¨®n se retras¨® por falta de prue?bas. ?stas fueron finalmente halladas en la mencionada finca de la familia de Escobedo, donde los investigadores, en un trabajo casi ar?queol¨®gico, encontraron casquillos de bala muy parecidos a los de aquellas que hab¨ªan matado a los marqueses. Se averigu¨® asimismo que el padre de Rafael ten¨ªa en su colecci¨®n de armas una del calibre 22 como la que hab¨ªa sido utilizada para el crimen, aunque no fue encontrada porque seg¨²n su propietario se la hab¨ªa vendido a un mi?litar en 1947. En versiones posteriores el acusado asegur¨® haber ven?dido esa pistola a Juan de la Sierra, su cu?ado, por 200.000 pesetas. Rafael afirm¨® que hab¨ªa matado a sus suegros por considerarles cul?pables de su fracaso matrimonial. Confes¨® tambi¨¦n que el d¨ªa antes del crimen hab¨ªa comprado un rollo de esparadrapo para pegar a la puerta de la piscina y que los cristales no hicieran ruido al caer, as¨ª como un martillo, un soplete, una linterna y unos guantes. Se neg¨® sin embargo a decir d¨®nde hab¨ªa adquirido estos utensilios y qu¨¦ ha?b¨ªa hecho con la pistola tras el crimen. Tampoco quiso delatar a sus c¨®mplices.
Tanto juan de la Sierra como su hermana hab¨ªan descartado en los interrogatorio la posibilidad de que el asesino fuera Rafael, cu?yo matrimonio se hab¨ªa realizado en r¨¦gimen de separaci¨®n de bie?nes, por lo que no pod¨ªa aspirar a recibir ning¨²n beneficio de la he?rencia. Por otra parte, el inculpado hab¨ªa dormido m¨¢s de una vez en el chal¨¦ de Sornosaguas despu¨¦s del crimen, pues continuaba vi¨¦ndose con el hijo de las v¨ªctimas, con quien manten¨ªa una intensa amistad desde los tiempos de la facultad de Derecho, donde se ha?b¨ªan conocido. Seg¨²n la polic¨ªa, Rafael Escobedo Alday era ?un jo?ven con una personalidad obsesiva, de reacciones raras, que ha esta?do sometido varias veces a tratamiento psiqui¨¢trico y que ha sufrido unas relaciones no normales en su matrimonio?. La descripci¨®n, sin ser un modelo de historial cl¨ªnico, sit¨²a al preso (? o deber¨ªamos de?cir paciente?) dentro de unas coordenadas lo suficientemente t¨®picas como para cargarle el crimen. En las novelas polic¨ªacas baratas la gente asesina mucho por rencor, incluso m¨¢s que por dinero, y no hay que olvidar que el crimen de los Urquijo es hasta el momento una historia barata, llena de mayordomos disparatados y marqueses vulgares, una historia que ten¨ªamos junto a la cama y con la que nos dorm¨ªamos despu¨¦s de habernos pasado el d¨ªa haciendo la Transi?ci¨®n. Por aquellos a?os nos daba tanto trabajo el paso de la dictadu?ra a la democracia, que por la noche s¨®lo nos apetec¨ªa leer cosas in?transcendentes. El crimen de los marqueses de Urquijo dur¨® m¨¢s o menos lo que la Transici¨®n, que fue su lado novelesco. Y no se ter?min¨® porque se hubiera resuelto, ya que todav¨ªa contin¨²a lleno de interrogantes, sino porque una vez rematado el tr¨¢nsito pol¨ªtico el p¨²blico empez¨® a pedir otra clase de novelas, y en ello estamos. De Rafael Escobedo supimos tambi¨¦n durante los primeros tiempos de su cautiverio que un d¨ªa, cuando su profesor de franc¨¦s del colegio Alam¨¢n hab¨ªa alabado la limpieza de sus libros, hab¨ªa contestado sin inmutarse que estaban as¨ª porque se los forraba su se?orita.
Se hizo cargo de la defensa el prestigioso criminalista Jos¨¦ Mar¨ªa Stampa Braun, pero tendr¨¢n que pasar casi siete meses para que veamos en El Pa¨ªs las primeras declaraciones p¨²blicas de Escobedo en las que, desde la c¨¢rcel, se desdice de su anterior confesi¨®n y se declara inocente. ?Pronto aclarar¨¦ ante el juez todo lo relativo a la muerte de mis suegros?, afirma como si conociera lo ocurrido en el chal¨¦ de Somosaguas durante la madrugada del 1 de agosto de 1980. En el auto de procesamiento se alude a ?personas no identificadas? con las que compartir¨ªa la responsabilidad del crimen.
Y es aproximadamente en este tramo de la historia donde Rafael Escobedo Alday se convierte para los medios de comunicaci¨®n y pa?ra Espa?a entera en Rafi. Las fotograf¨ªas de la c¨¢rcel lo muestran como un hombre que a pesar de sus veintisiete a?os tiene cara de ni??o bueno. Tambi¨¦n a partir de ahora, Rafi comienza un camino sin retorno hacia la realidad. Es el ¨²nico personaje de la novela que se vuelve real, mientras a su alrededor todos contin¨²an mostrando los rasgos excesivos de las caricaturas. En la avidad del 81 es interna?do en el hospital para ser operado de un tumor alojado entre la ar?teria aorta y el pulm¨®n izquierdo. La operaci¨®n parece grave y se es?pecula con la posibilidad de que frente al riesgo de muerte Rafi se decida a desvelar datos relacionados con el crimen, pero lo ¨²nico que hace es lanzar insinuaciones en una y otra direcci¨®n y advertir a la opini¨®n p¨²blica, que ya lo ha adoptado, que teme ser v¨ªctima de una conspiraci¨®n. Entre tanto, la imagen de ni?o d¨¦bil, al que la se?ori?ta forraba los libros del colegio, va paulatinamente modific¨¢ndose por la de alguien que quiz¨¢ ha logrado en el patio de la c¨¢rcel el res?peto que no consigui¨® en el del colegio. Pero la confusi¨®n contin¨²a. Escobedo sale del hospital y regresa a la c¨¢rcel sin que hayamos ave?riguado nada sobre el crimen.
El juicio
Y as¨ª llegamos al cap¨ªtulo del juicio, en el verano del 83, que se abre con la sorpresa de que la prueba principal, los casquillos de ba?la encontrados en el dormitorio de los marqueses, as¨ª como los halla?dos por la polic¨ªa en la finca de los padres de Rafi, han desaparecido del juzgado que ten¨ªa encargada su custodia. En algunos medios se especula con la posibilidad de que la falta de esta prueba provoque la suspensi¨®n del juicio. El proceso, sin embargo, sigue adelante, lo que provoca graves enfrentamientos entre el presidente de la sala, Bienvenido Guevara, y el abogado defensor. La petici¨®n fiscal es de dos penas de treinta a?os, una por asesinato, con los agravantes de nocturnidad, premeditaci¨®n y alevos¨ªa. Cuando Jos¨¦ Mar¨ªa Stampa Braun, que hizo una defensa ejemplar, se encuentra dictando a la se?cretaria de la sala un informe en el que matiza y pone en cuesti¨®n la prueba pericial llevada a cabo por la polic¨ªa sobre los casquillos de?saparecidos, Bienvenido Guevara le interrumpe se?alando la impro?cedencia de su actuaci¨®n. A lo que responde el abogado:
¨CSi el minucioso informe de un abogado hecho en defensa de al?guien que se est¨¢ jugando sesenta a?os de c¨¢rcel se considera inopor?tuno, entonces yo, desde este momento, renuncio a la defensa y dejo de ser abogado, porque no me interesa colaborar con la justicia.
El p¨²blico de la sala, que estaba claramente a favor de Rafi, pro?rrumpi¨® en aplausos y el presidente orden¨® desalojarla. Pocas veces en la historia de los tribunales un juicio despert¨® tanto inter¨¦s. Se formaban colas desde primeras horas de la ma?ana para asistir a ¨¦l y la sala estaba siempre a rebosar. El tono novelesco, o quiz¨¢ en es?te caso de serie de televisi¨®n, se reprodujo a lo largo de la vista al comportarse el presidente de la sala como un personaje de telefilm que tuviera aversi¨®n al acusado.
¨CDeje el acusado de contar comedias ¨Cdice con tono agrio a Rafi en un momento en que est¨¢ declarando.
¨CSi el presidente cree que esto es una comedia ¨Cresponde Stampa Braun¨C, yo abandono inmediatamente la defensa. En todo caso, se?r¨ªa un drama.
¨CPertenece al mismo g¨¦nero literario ¨Cinsiste Bienvenido Gue?vara.
Estamos a finales de junio y la tensi¨®n crece, con el calor, en el interior de una sala abarrotada de p¨²blico y enfervorizada con el acusado, a quien se considera vagamente el chivo expiatorio de los manejos criminales de la alta sociedad madrile?a. La imagen que la prueba psiqui¨¢trica arroja de Rafi (ya se le cita as¨ª habitualmente) es la de una persona inmadura y d¨¦bil; sin embargo, se va crecien?do a lo largo del juicio y es el encargado de dar ¨¢nimos a su familia. y mientras Rafi va convirti¨¦ndose en un personaje real, capaz de conmover a las personas reales, las situaciones novelescas se repiten de nuevo. As¨ª, por ejemplo, a estas alturas nos enteramos, por una declaraci¨®n de los m¨¦dicos forenses, de que los cuerpos de los Ur?quijo hab¨ªan sido lavados con agua caliente, haciendo desaparecer de ellos los restos de p¨®lvora en los orificios de las balas, antes de que la polic¨ªa y el juez llegaran al escenario del crimen. ?Evidente?mente -a?ade uno de los expertos- esto no es normal en la pr¨¢ctica de la medicina forense. Es como si alguien intentase ocultar algo?. La situaci¨®n es tal que Ismael Fuente y Camilo Valdecantos, que cu?br¨ªan el juicio para El Pa¨ªs, escriben literalmente el 24 de junio del 83: ?Excepci¨®n hecha de la confesi¨®n de culpabilidad hecha por Es?cobedo, de la que se retract¨® posteriormente, y que es la cuesti¨®n central de la vista, desde el punto de vista de la Ley de Enjuicia?miento Criminal no se le ha podido probar al acusado ninguna de las presuntas pruebas?. La prueba pericial de bal¨ªstica solicitada por el abogado defensor y aceptada por la sala se encargar¨ªa de poner en entredicho tambi¨¦n la aportada por la polic¨ªa.
Por lo dem¨¢s, el juicio fue un desfile de personajes irreales, pues a los ya conocidos, que acent¨²an frente al tribunal sus rasgos ca?ricaturescos, aparecen en escena dos amigos ¨ªntimos de Escobedo:
Javier Anastasio, que reconoce haber arrojado a un pantano el arma del crimen, que le hab¨ªa entregado previamente Escobedo, y un tal Mauricio L¨®pez Robert, marqu¨¦s de Torrehermosa: lo que faltaba, otro marqu¨¦s, ¨¦ste pasado por alcohol, que ser¨ªa condenado a diez a?os por encubridor. Para responder adecuadamente a la caricatura de marqu¨¦s de tebeo, a L¨®pez Robert, adem¨¢s de alcoh¨®lico, se le considera insolvente, o sea, un marqu¨¦s borracho y arruinado para que a la historia no le faltara ning¨²n t¨®pico. Javier Anastasio huy¨® de Espa?a y, seg¨²n un art¨ªculo de Maruja Torres en El Pa¨ªs, ?ahora anda con una brasile?a triscando por el Amazonas?.
En cualquier caso, ninguno de estos sujetos novelescos alcanz¨® el grado de popularidad del mayordomo, que no abandon¨® la casa has?ta diez meses despu¨¦s del crimen, ignoramos si porque se fue ¨¦l o porque le ech¨® el nuevo marqu¨¦s. Su intervenci¨®n en el juicio pro?voc¨® carcajadas entre los asistentes y durante alg¨²n tiempo su ima?gen fue agonizando por revistas y programas marginales de televi?si¨®n hasta que su estrella declin¨® sin haber logrado convertirse en un Chiquito de la Calzada menor, si cabe, lo que sin duda habr¨ªa sido su deseo en el caso de que este modelo de ¨¦xito intelectual se hubie?ra puesto ya en circulaci¨®n en aquellos d¨ªas.
Finalmente, el lunes 4 de julio qued¨® visto para sentencia un jui?cio aparentemente lleno de irregularidades con el que Espa?a dis?trajo los calores de aquel a?o de gracia de 1983, en el que aconteci¨® la expropiaci¨®n de Rumasa, as¨ª como la sentencia definitiva del 23-F, en la que el Supremo agrav¨® las penas de los principales rebeldes. M¨¢s cosas: Tierno alcanz¨® el Ayuntamiento de Madrid por mayor¨ªa absoluta y Luis Bu?uel falleci¨® en M¨¦xico, donde su cuerpo ser¨ªa in?cinerado.
La sentencia
Escobedo fue condenado a 53 a?os por el asesinato de los mar?queses de Urquijo. La sentencia pareci¨® excesiva al p¨²blico en gene?ral y el propio Rafi confes¨® que nunca pens¨® que iba a ser condena?do. Un mes m¨¢s tarde, coincidiendo con el tercer aniversario del crimen, Jos¨¦ Yoldi entrevistaba en la c¨¢rcel para EL Pa¨ªs a Rafi, quien afirm¨® que el caso de los Urquijo escond¨ªa negocios turbios, ?llegando incluso al tr¨¢fico de drogas?. Para darle verosimilitud a esta nueva versi¨®n insin¨²a que un presidiario que hab¨ªa pertenecido a la ETA, un tal Korkala, le dio algunos datos que no pod¨ªa probar. La novela barata de cr¨ªmenes, totalmente desquiciada ya, se desv¨ªa hacia el g¨¦nero de esp¨ªas. Pero su protagonista no abandona por eso su penosa marcha hacia la realidad. Seg¨²n Jos¨¦ Yoldi, Rafi est¨¢ vi?siblemente flaco por culpa de una huelga de hambre y se presenta a la entrevista sin afeitar. A la pregunta de qu¨¦ le hicieron para que tuviera que autoinculparse del asesinato responde: ??T¨² sabes lo que es que te tengan dos d¨ªas de pie, con luz el¨¦ctrica, sin sentarte y sin beber agua? Eso s¨ª, me dejaron fumar, pero el que me dieran un trato casi exquisito, como se ha llegado a decir en el juicio, es ver?gonzoso. Estuve sin beber y lleg¨® un momento en que la boca la te?n¨ªa como un corcho ... ?.
No obstante, Rafi conf¨ªa a¨²n en que el Supremo alivie su conde?na, pero la vida es dura y en mayo del 84, casi un a?o despu¨¦s, la Sala Segunda del Tribunal Supremo confirma la sentencia de la Au?diencia Provincial de Madrid. Ya no hay esperanza. Durante alg¨²n tiempo la prensa gotea intermitentemente algunas notas sobre el ca?so, relacionadas sobre todo con personajes menores tipo Anastasio o L¨®pez Robert, pero la historia ha perdido inter¨¦s porque la novela est¨¢ acabada, mal acabada, es cierto, pues b¨¢sicamente se ha que?dado sin resolver, pero eso es caracter¨ªstico de las novelas malas. Adem¨¢s, una vez que se cierra una novela barata no se vuelve a ella por nada del mundo. Fue ¨²til para aliviar aquel viaje en tren o aque?lla noche de insomnio, pero los espa?oles ya hab¨ªan recorrido el lar?go camino que iba de la dictadura a la democracia y comenzaban a dormir mejor, as¨ª que no necesitaban tebeos de marqueses asesina?dos para conciliar el sue?o.
El suicidio
Rafi, quiz¨¢ consciente de que la ¨²nica l¨ªnea gruesa del argumento que todav¨ªa permanec¨ªa en la memoria de la gente era ¨¦l, se quit¨® de en medio en julio del 88, a los 33 a?os, sin dejar ninguna carta que aclarara los extremos nunca despejados del crimen. Por entonces se encontraba en el penal del Dueso (Cantabria); desde su celda se ve¨ªa el campo y se present¨ªa el mar. Era un buen lugar para cumplir con?dena a condici¨®n de que uno hubiera alcanzado alguna clase de acuerdo consigo mismo. Pero Rafi era a esas alturas un heroin¨®mano en avanzado estado de autodestrucci¨®n. Unos d¨ªas antes de que apa?reciera colgado de los barrotes de su celda, pudimos vede en el pro?grama de televisi¨®n El perro verde, donde describi¨® a Jes¨²s Quintero lo que era despertarse cada ma?ana con la resaca de las drogas y del tabaco del d¨ªa anterior, y sin ninguna esperanza en el futuro. Estaba harto ya de realidad y dej¨® entrever que pod¨ªa quitarse de en medio en cualquier momento. Por entonces, Miriam y Dick se hab¨ªan casa?do y viv¨ªan en un chal¨¦ de una urbanizaci¨®n de lujo, La Moraleja, que hab¨ªan comprado pocos meses despu¨¦s de la muerte de los marque?ses por veinte millones. Una de las cosas que m¨¢s llaman la atenci¨®n cuando se repasa esta historia es lo barata que estaba la vivienda en Madrid: a¨²n no hab¨ªa empezado a aflorar el dinero negro de las for?tunas del franquismo que poco despu¨¦s multiplicar¨ªa el precio de las casas, as¨ª que Miriam y Dick hicieron una excelente inversi¨®n. Juan de la Siena se convirti¨® en el sexto marqu¨¦s de Urquijo y se hizo car?go de los negocios de su padre, que dirig¨ªa desde el chal¨¦ del crimen, en Somosaguas; ignoramos si con el marquesado hered¨® tambi¨¦n los t¨ªtulos de Santo Sepulcro, Nobleza de Catalu?a, Caballero de Malta y Santo C¨¢liz de Valencia. El administrador se retir¨® a la localidad gaditana de Barbate, desde donde hizo unas declaraciones muy agre?sivas contra Rafi despu¨¦s de que ¨¦ste se suicidara. Al mayordomo, tras una breve fama televisiva adquirida en los programas m¨¢s za?rrapastrosos de la ¨¦poca, se lo trag¨® la tierra. En cuanto a Boli, el ca?niche que no ladr¨® porque era oligofr¨¦nico, su rastro se hab¨ªa perdi?do mucho antes, a los pocos d¨ªas del crimen.
Rafi era due?o en el momento de morir de un conjunto de cartas, que guardaba en cajas de cart¨®n, y de un canario. En una especie de testamento sin valor legal dej¨® todas sus pertenencias a un preso del que se hab¨ªa hecho amigo y a un periodista. No consta qui¨¦n de los dos se qued¨® con el canario.
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