Puerto Hurraco, odio a muerte en la Espa?a profunda
D¨¦cadas de resentimiento entre dos familias de un pueblo de Badajoz acabaron en una tarde de furia con nueve asesinados. Este es el relato del cronista que cubri¨® el suceso a finales de agosto de 1990
Sucedi¨® el domingo 26 de agosto de 1990 a ¨²ltima hora de la tar?de en un lugar llamado Puerto Hurraco, un pueblo profundo de Ba?dajoz con 205 habitantes censados y protegido por dos montes ne?gros con forma de ala. Los hermanos Emilio y Antonio Izquierdo, de 56 y 58 a?os, se apostaron en un callej¨®n, descargaron sus escopetas de repetici¨®n y abatieron a quince personas. Nueve de ellas murie?ron entre esa fecha y el 10 de septiembre y las seis restantes fueron reponi¨¦ndose con desigual fortuna: todas han quedado marcadas por la tragedia, pero algunas tendr¨¢n que soportar el recuerdo en una silla de ruedas.
Los sucesos de EL PA?S
Los reportajes y ensayos de esta veraniega serie han sido extra¨ªdos del libro Los sucesos de EL PA?S, publicado en 1996 como parte de la conmemoraci¨®n de los 20 a?os del diario, lanzado el 4 de mayo de 1976. Hist¨®ricas firmas del peri¨®dico, como Rosa Montero, Juan Jos¨¦ Mill¨¢s o Jes¨²s Duva desmenuzan algunos de los cr¨ªmenes que han marcado la reciente Historia de Espa?a, de la matanza de Atocha al crimen de los Marqueses de Urquijo.
En un principio, los hermanos hab¨ªan venido decididos a asestar un golpe de muerte a la familia Cabanillas ¡ªlas dos hijas de Antonio Cabanillas, de trece y catorce a?os, fueron las primeras en caer¡ª, sus enemigos frontales desde los a?os veinte, pe?ro el olor de la p¨®lvora y la sangre que corr¨ªa pendiente abajo por la calle principal les dej¨® clavados en el suelo y en el gatillo. Al final, dispararon sobre todo lo que vieron. Emilio huy¨® al monte despu¨¦s del primer cargador. Antonio se qued¨® all¨ª todav¨ªa un rato, hasta agotar el segundo. Horas despu¨¦s, de madrugada, la Guardia Civil tuvo que sacar a tiros a los dos hermanos de un cercano olivar en el que se hab¨ªan refugiado ¡ªtanto, que dos guardias civiles resultaron gravemente heridos. Luego, se coment¨® que por qu¨¦ no hab¨ªan huido, por qu¨¦ hab¨ªan quedado atrapados en el lugar rabioso de su cri?men. Tal vez, la venganza, que les hab¨ªa atado a Puerto Hurraco du?rante toda la vida, les atara tambi¨¦n despu¨¦s de llevarla a cabo.
El suceso se vivi¨® en Espa?a con la extra?eza y el temor de quien se encuentra frente a p¨¢ginas del pasado resucitadas con actores de carne y hueso. La d¨¦cada reci¨¦n inaugurada quer¨ªa significar el ine?luctable fin de aquella otra Espa?a de oscura conciencia, aislada del mundo y sobreviviendo dificultosamente de recursos escasos y entre penas y culpas que se colaban por los callejones hist¨®ricos del pesi?mismo y de la tristeza. Eso hab¨ªa terminado. Est¨¢bamos en Europa y ya hab¨ªamos dado los primeros pasos hacia una modernidad con?sensuada por los propios y arropada por los extra?os. Muchos vie?ron en Puerto Hurraco una fotograf¨ªa antigua o el ¨²ltimo latigazo de un mundo que se extingu¨ªa, pero muchos otros se enfrentaron, con una perplejidad interrogante, a un suceso real y presente que pon¨ªa en cuesti¨®n la idea actual de Espa?a, siempre vista a trav¨¦s del pris?ma urbano, cubierta por la sombra avanzada de la capital y de las capitales. Aqu¨ª se cifraba la inc¨®gnita: se trataba del pasado o se tra?taba de ignorancia del presente.
Dos d¨ªas despu¨¦s de la matanza, el suplemento dominical del dia?rio EL PA?S envi¨® a quien esto escribe y al fot¨®grafo Miguel Gener a buscar las claves de un suceso que reun¨ªa paradojas suficientes co?mo para pensar que la averiguaci¨®n no hab¨ªa concluido con la me?ra informaci¨®n del desastre.
Detr¨¢s de los visillos
La primera impresi¨®n de Puerto Hurraco, una estrecha calle principal en cuesta, a ¨²ltima hora de la tarde espesa y caliente de agosto, con una mujer que todav¨ªa fregaba en las paredes y en el cemento las manchas de sangre, y puertas cerradas a cal y canto, fue la de estar visitando un pueblo con gente vigilando detr¨¢s de los visillos de la ventana. De vez en cuando se escuchaba, casi exagera?damente, casi como si uno se lo estuviera inventando o esperase in?vent¨¢rselo, un cerrojo que recorr¨ªa la calle, que sal¨ªa del pueblo y que se perd¨ªa en una resonancia entre los om¨®platos de los dos mon?tes negros que planeaban siniestramente sobre las casas blanquea?das. No hab¨ªa nadie en la calle y las ¨²nicas figuras visibles eran las de dos guardias civiles sentados en un cuatro latas ladeado sobre una cuneta a la entrada del pueblo.
De vez en cuando, alg¨²n vecino cruzaba velozmente y miraba al?rededor como si tuviera que cerciorarse del lugar en que viv¨ªa. Con el paso del tiempo, se terminaba descubriendo a otros periodistas y fot¨®grafos, que sal¨ªan apresuradamente de una casa para entrar en otra y que ya hab¨ªan adoptado los h¨¢bitos clandestinos de la pobla?ci¨®n. El d¨ªa que sigui¨® al entierro de las v¨ªctimas, entre el fragor de cepillos que intentaban borrar la sangre del domingo, un vecino pi?di¨® a los reporteros que no se marcharan, ?porque as¨ª se sent¨ªan m¨¢s protegidos?. Pero, al mismo tiempo, no aceptaba hospedajes ?por temor a represalias?. La guerra de Antonio y Emilio Izquierdo ha?b¨ªa derivado en una guerra interna: a ver qui¨¦n dice y qu¨¦ a los pe?riodistas.
En los d¨ªas siguientes a la matanza, uno de los aspectos m¨¢s sorprendentes ¡ªpara un reci¨¦n llegado¡ª era el clima de tensi¨®n que se hab¨ªa creado entre los propios vecinos. Daba la impresi¨®n de que la alarma no hab¨ªa dejado de sonar todav¨ªa y de que esta vez el peligro no iba a venir de afuera ¡ªEmilio y Antonio viv¨ªan en Monte?rrubio de la Serena¡ª, sino de los intestinos de la aldea. La raz¨®n, sencilla, pero que tardaba en descubrirse, ten¨ªa que ver con los in?trincados lazos de parentesco de los habitantes de Puerto Hurraco. Los Izquierdo y los Cabanillas se odiaban, y el hecho es que una buena parte de las familias de Puerto Hurraco eran Cabanillas o Iz?quierdo, pero una parte a¨²n mayor hab¨ªa mezclado sus apellidos con el sistema endog¨¢mico tan habitual en las zonas rurales y aisladas del interior de la pen¨ªnsula. De forma que los Cabanillas Izquierdo o los Izquierdo Cabanillas supon¨ªan un verdadero grueso de la po?blaci¨®n.
El cementerio era una prueba contundente de esta tupida red de peligros. Situado a un costado de la carretera general, rodea?do de un campo que parec¨ªa en est¨ªo permanente, mostraba con to?da claridad y en letras de molde la hegemon¨ªa de los dos apellidos y de sus mezclas. Para mayor enrarecimiento, en la cat¨¢strofe del do?mingo hab¨ªa muerto una cu?ada del marido de Emilia Izquierdo, la tercera hermana en discordia junto a Luciana y ?ngela ¡ªa las que m¨¢s tarde se acusar¨ªa de haber inducido a sus hermanos al asesinato.
En esos d¨ªas, cada cual pod¨ªa imaginar la amenaza en el interior de su propia casa o lindando con la del vecino. Todo depend¨ªa del bando en que cada uno decidiera alistarse o se sintiera incluido, ha?bida cuenta de que todos y cada uno ten¨ªan innumerables posibili?dades de pertenecer a ambos. Por tanto, una cierta arbitrariedad surgida de lo que no se sab¨ªa del otro, del pr¨®ximo, cuyos verdade?ros sentimientos pod¨ªan haber estado escondidos o disimulados para brotar ahora repentinamente, se un¨ªa a la conmoci¨®n y al miedo generalizado. La ecuaci¨®n resultante era, pues, miedo m¨¢s arbitra?riedad y su soluci¨®n, una inc¨®gnita. Curiosamente, esos mismos t¨¦r?minos hab¨ªan estado, como se ver¨ªa despu¨¦s, en el origen de la tra?gedia.
Los d¨ªas que siguieron al suceso fueron d¨ªas temidos. Hab¨ªa mie?do al regreso de las hermanas presuntamente instigadoras, Luciana y ?ngela, evaporadas desde la semana anterior; miedo a Antonio Cabanillas, el padre de las ni?as asesinadas; miedo a la respuesta de las distintas ramas de las distintas f31nilias, dentro y fuera del pue?blo; y, sobre todo, un miedo contagioso a que la cuerda del ¨²ltimo drama tirase de otros dramas sobre los que el olvido hab¨ªa trabaja?do como una l¨¢pida. Algunos vecinos hablaban ya de hacer las ma?letas y de cerrar los escasos negocios. Se tem¨ªa el ¨¦xodo.
Fuera de esto, exist¨ªa tambi¨¦n una aprensi¨®n ¡ªcausada por esta estructura de parentesco¡ª relacionada con que ciertas historias sa?lieran a la luz. Una especie de pudor repentino de una aldea endo?g¨¢mica acostumbrada a guardar sus conflictos. Y tambi¨¦n un tem?blor vergonzoso a aparecer como el reflejo miserable de esa Espa?a profunda, tan tra¨ªda y llevada por los libros, por el cine y por la te?levisi¨®n, de ni?os en las tinajas, campesinos obtusos y sanguinarios, y malevolencia rural.
En el fondo, con unas cosas y con otras, se estaba jugando la su?pervivencia del pueblo. Hab¨ªa algo m¨¢s que una disputa sangrienta entre familias: se hab¨ªa puesto en peligro la supervivencia colectiva.
Cuando los vecinos se decid¨ªan a hablar era para defender esa su?pervivencia. Insist¨ªan, de un modo que se dirig¨ªa en primer lugar a su propio convencimiento, como si la presencia del interlocutor sir?viera sobre todo para escucharse a s¨ª mismos, en que el estallido no afectaba m¨¢s que a los ?amadeos? y a los ?patas pel¨¢s?, ramas par?ticulares de los Cabanillas y de los Izquierdo. Aceptar la idea de una guerra entre los Cabanillas y los Izquierdo, sin matices y sin reduc?ciones, era transigir con la idea de una guerra universalizada y con la previsi¨®n de una hecatombe a la vuelta de la esquina. Fuera co?mo fuese, el primer gesto de la supervivencia consist¨ªa en espantar los fantasmas de una contienda colectiva, particularizando el con?flicto hasta contenerlo en su territorio m¨¢s peque?o.
La supervivencia, adem¨¢s, merec¨ªa la pena en t¨¦rminos objeti?vos. Los t¨¦rminos estaban relacionados con la reciente prosperidad del pueblo, tradicionalmente dedicado a la aceituna, el grano, los cerdos y las ovejas. Las subvenciones estatales y el empleo comuni?tario hab¨ªan hecho crecer el nivel de vida en los ¨²ltimos cinco a?os. Se ve¨ªan casas nuevas y reformadas por todas partes, las calles es?taban asfaltadas y en los peque?os negocios se respiraban aires de beneficio. Para entenderlo mejor, hab¨ªa que remontarse a la historia de una aldea que no conoci¨® la electricidad hasta los a?os se?tenta, el agua corriente hasta los ochenta y el asfaltado de las calles hasta hac¨ªa seis a?os. Por primera vez, aquella conciencia colecti?va, secularmente cerrada al mundo, hab¨ªa empezado a asomarse a ¨¦l. Los defensores de la tesis de la tragedia aislada luchaban con?tra la memoria en una atm¨®sfera de p¨®lvora antigua. Era la memo?ria de una aldea fundada por familias Izquierdo provenientes del cercano Helechal en el siglo pasado y que, a principios de la centu?ria, se encuentran conviviendo con extra?os que regresan de una emigraci¨®n cubana.
En ese momento comenz¨® la guerra, la guerra de los Camariches (Izquierdo) contra los Habaneros (Cabanillas). Es decir, la guerra de los fundadores contra una familia de intrusos llegada de Cuba. A la vista del entramado presente de parentescos, la resurrecci¨®n de ese conflicto significar¨ªa la guerra de todos contra todos. Despu¨¦s de tan?tos a?os, y estando tan cerca ya del mundo contempor¨¢neo, los habi?tantes de Puerto Hurraco tem¨ªan, tras el nefasto domingo de agosto, levantarse por la ma?ana pensando que cualquiera pod¨ªa ser un ene?migo, que la fiera dormida pod¨ªa despertar y llenar el aire de zarpa?zos. Como si no hubiera pasado el tiempo o como si hubiera dado igual que el tiempo hubiera pasado. En ese aspecto, sus sentimientos eran muy semejantes a los sentimientos con que el resto del pa¨ªs les contemplaba. Mientras el pa¨ªs entero, a su vez, se sent¨ªa observado por los nuevos y modernos amigos europeos, los mismos que hab¨ªan surtido la leyenda negra espa?ola de hechos que la confirmaban ejemplarmente, de hechos muy semejantes a los de Puerto Hurraco. Seguramente, Puerto Hurraco hizo que los espa?oles se volvieran tan hipersensibles a la observaci¨®n como los propios vecinos, y tambi¨¦n desde esa oscura culpabilidad nutrida por la incertidumbre y la ig?norancia.
La historia olvidada
Exist¨ªa, por tanto, una historia de Puerto Hurraco, una historia escondida y, al parecer, fatalmente olvidada, a la que se hab¨ªa re?gresado brutalmente a causa de ese mismo olvido.
Hacia 1920. Unos ni?os juegan en el polvo marr¨®n de una calle?juela. Los hombres arrastran sus mulas en el campo y las dos len?guas de piedra negra que desde la monta?a lamen Puerto Hurraco lanzan chispazos de luz. Los ni?os son ?ngel Cabanillas, apodado El Rapa, y los hijos de La Torc¨ªa y La Daniela, ambas de familia Iz?quierdo. De pronto, se enredan en una gresca. El Rapa, de catorce a?os, se marcha a su casa. Al cabo de un rato, cuando quiere salir de nuevo a la calle, La Torc¨ªa y La Daniela le esperan armadas. La madre de ?ngel Cabanillas no le deja salir. El incidente crea una tensi¨®n desproporcionada entre las familias. No hay un previo con?flicto de tierras, ni otro conocido. Pero la tensi¨®n alcanza los a?os si?guientes, cuando las familias aparecen en la historia completamen?te enconadas.
A?o 1928 o 1929. Luis Cabanillas se interpone en la amistad de su hermana Matilde con Alejandro Garc¨ªa Izquierdo. Alejandro pide ayuda a los parientes Izquierdo y traman esperar a Luis a la salida del sal¨®n de baile de Marcelo Merino. Son las ¨²ltimas horas de la fiesta, el ambiente del sal¨®n est¨¢ espeso y un amigo de Luis abre la ventana. Por encima de los tejados distingue el perfil lunar de los montes y, con la misma luz, a Alejandro y a sus primos apostados en una de las callejuelas. Luis hace cuesti¨®n de honor en salir mientras tantea la navaja que lleva en el bolsillo del pantal¨®n. Antes de que los Izquierdo reaccionen, asesta una pu?alada en el cuello a Alejan?dro Garc¨ªa. El acuchillado nunca lleg¨® a recuperarse totalmente. ?Se qued¨® como atontado.? Luis Cabanillas fue condenado a siete me?ses de c¨¢rcel ya posterior destierro en Pe?arroya.
A?o 1935. Se repite el suceso con distintos protagonistas e inversa fortuna. Un baile en una fiesta cercana. Basilio Cabanillas ronda a Amelia Izquierdo, prima de Daniel Izquierdo, por mote El Dentis?ta. Al parecer, Basilio y Amelia se entienden. El Dentista interrum?pe la escena y discute con Basilio. El clima se caldea a lo largo de la noche. Finalmente, El Dentista lanza una amenaza y se marcha. Ba?silio regresa al pueblo caminando, sorteando pedregales y olivos en una noche cerrada. El Dentista surge de entre unos matorrales y le apalea hasta tumbarlo. Basilio consigue llegar a su casa y de all¨ª a un hospital de Badajoz, donde tardar¨¢ semanas en reponerse. Daniel Izquierdo, El Dentista, fue encarcelado y a?os despu¨¦s tuvo que pa?gar fianza para conseguir la licencia de escopeta.
Hasta estas fechas, los conflictos responden al esquema de Ca?mariches contra Habaneros. No hay disputas materiales de ninguna especie. Las disputas tienen trasfondo grupal y las heredan los pa?rientes por extensi¨®n consangu¨ªnea y cronol¨®gica. Se trata de los fundadores y de los emigrantes que legan a su descendencia una probable competitividad a escala local y s¨®lo explicable dentro de un entorno cerrado donde el roce produce una marca cuya exposici¨®n continua tiende a pasar por herida.
El resto forma parte de una historia m¨¢s y mejor manejada por los que todav¨ªa viven. Pasaron 26 a?os desde las andanzas de El Dentista hasta la desgracia siguiente. En ese plazo largo, que no se?r¨ªa el ¨²nico de magnitud que mediar¨ªa entre cat¨¢strofes, los Cabani?llas y los Izquierdo debieron de fundirse en una mara?a de lazos de parentela, que hoy son inextricables y amenazadores. Estos lazos parec¨ªan configurar una paz decisiva. Pero en Puerto Hurraco la paz ni se decide ni tiene due?os.
A?os 50. Amadeo Cabanillas Caballero y Manuel Izquierdo, llama?do Mal Tiempo, echan ovejas en los tristes pastos de Puerto Hurraco. Las fincas lindan. No hay cercado, s¨®lo un golpe largo de tierra amon?tonada que las separa. Las ovejas entienden mal la delimitaci¨®n y se la saltan sin reflexionar. Otra gresca, de no grandes dimensiones, pe?ro que se conserva en la memoria como un hito de este prolongado ca?mino de desavenencias. El que algo as¨ª se conserve en la memoria es lo m¨¢s inquietante de todo.
A?o 1961. Se produce el primer choque entre Antonio Cabanillas -el padre de las ni?as asesinadas-, todav¨ªa ni?o, y los futuros cri?minales de sus hijas, Emilio y Antonio Izquierdo. ?Al ni?o le tupie?ron la boca de hierba.? El padre de las ni?as asesinadas neg¨® en esos d¨ªas aciagos de agosto que tuviera jam¨¢s un roce con Antonio y Emi?lio. Aunque lo negaba no como si negara el hecho, sino como si ne?gara cualquier especie de memoria. Mientras se dirig¨ªa con su trac?tor al campo, dos d¨ªas despu¨¦s de las desgraciadas p¨¦rdidas, de la boca de Antonio Cabanillas se escapaba la palabra ?maldad? con una certeza religiosa.
El caso es que, sin moverse de la fecha, Amadeo Cabanillas Ri?vera, hijo del otro Amadeo y hermano de Antonio, discuti¨® con Jer¨®?nimo y Luciana, hermanos de Antonio y Emilio por el asunto del chaval. Luciana se rompe un brazo al caer empujada por Amadeo: ¨¦sta es toda la historia de amor que vivieron y que en 1990 levanta?ba especulaciones acerca de un despecho sentimental que habr¨ªa ali?mentado la ¨²ltima fase del resentimiento. Jer¨®nimo esper¨® en la fin?ca de Las Pel¨ªcanas a Amadeo y lo mat¨® de una cuchillada. A?os de c¨¢rcel, psiqui¨¢trico y destierro a Monterrubio, a seis kil¨®metros. El pueblo donde viv¨ªan y desde el que tramaron los hermanos Izquier?do la matanza.
1984, veintitr¨¦s a?os m¨¢s tarde. La casa de Isabel Izquierdo, ma?dre de los convictos y hermana de Mal Tiempo, se incendia. La ma?dre muere, y las hermanas, que estaban esa noche en la casa, acusan a Antonio Cabanillas de haber prendido el fuego y al pueblo entero de no haberles ayudado. Lo cierto es que olvidaron a su madre entre las llamas y que muy pocos vecinos llegaron a despertarse esa noche.
1986. Jer¨®nimo repite cuchillada en la Cooperativa de Monterru?bio, esta vez sobre Antonio Cabanillas, que tiene que ser ingresado. A partir de este momento, los Patas Pel¨¢s se enclaustran en su feu?do de Monterrubio. Los hermanos se dedican a jugar a las cartas y a toma: helados de corte, una especie de pasi¨®n. Luciana y ?ngela van clamando justicia por las calles, se arrodillan delante del cuar?telillo de la Guardia Civil y obligan a los vecinos a desenchufar los frigor¨ªficos ya parar los relojes de pared, por temor a que camufla?ran bombas. Una existencia entre la locura y el miedo, alimentada por confidentes y enzarzadores. Despu¨¦s de que la locura y el miedo hubieran fermentado lo suficiente y se hubieran descompuesto en su propio caldo de cultivo, lleg¨® el domingo sangriento, tras las fiestas de agosto. ?Vengo a por el Puerto, esto vengo esperando hace seis a?os?, dicen que gritaba Emilio Izquierdo desde el callej¨®n entre descarga y descarga de su repetidora.
Ruido de cerrojos
Esta historia pudo componerse a partir de fragmentos, de confi?dencias a media voz, hechas en el peque?o bar donde los parro?quianos se limitaban a jugar a las cartas y a vigilar permanente?mente a los periodistas o, tras llamar a alguna puerta, atravesar un largo pasillo y quedarse en el patio del fondo mientras los due?os de la casa echaban los cerrojos. Jam¨¢s se confiaban en grupo. Las ¨²ni?cas posibilidades depend¨ªan de encontrar a solas al interlocutor o de sacarle de la proximidad de los otros. Las mujeres y los hombres ha?blaban en su casa s¨®lo a condici¨®n de que no estuviera el c¨®nyuge. La mutua vigilancia a que todos se somet¨ªan daba como resultado un silencio a medias y, muchas veces, ficciones o falsedades.
Los m¨¢s proclives a soltarse, y no mucho, eran los emigrantes que hab¨ªan regresado para las fiestas y los que hab¨ªan tomado la deci?si¨®n de marcharse. Por lo general, se negaban a dar el nombre y s¨®lo apuntaban la rama de Izquierdo o Cabanillas a la que pertenec¨ªan y cuya posici¨®n estrat¨¦gica en el conflicto era pr¨¢cticamente imposi?ble desentra?ar para el forastero. La mayor¨ªa hablaba como Caba?nillas en esos momentos, pero un ligero contraste con el siguiente in?terlocutor arrojaba la idea contraria. No dec¨ªan su nombre, aunque se denunciaban entre ellos. ??se con el que dice que ha hablado es un Amadeo? o ?ese es un Pata Pel¨¢?.
Al llegar la noche, los guardias civiles recomendaban severamen?te que los periodistas dejaran el pueblo. Entonces s¨ª que sonaban los cerrojos m¨¢s all¨¢ de toda atm¨®sfera literaria. Miguel Gener hizo unas espl¨¦ndidas fotograf¨ªas de lo que era la noche en Puerto Hurraco, aguantando en aquella oscuridad tensa en la que las luces de los fa?roles se pegaban al suelo y dejaban recortado por encima el cielo an?cho, espeso y nocturno, de las tierras pacenses. Esas fotograf¨ªas con?siguieron reproducir las tenebrosas impresiones que podr¨ªa haber sentido cualquiera que se acercara a Puerto Hurraco horas despu¨¦s de la, carnicer¨ªa. Algo as¨ª como meterse en un poblado fantasma del viejo Oeste, pero sin ¨¦pica, cruzado por caminos que se fund¨ªan en la noche y con una carretera cercana que parec¨ªa el tramo final de todas las carreteras del mundo. Dentro de las casas, las luces se apa?gaban enseguida y entonces el cielo oscuro empezaba a pesar y a desplomarse como la tapa de un ata¨²d.
En Esparragosa o en Zalamea, a pocos kil¨®metros, la noche se vi?v¨ªa de muy distinta manera. La gente sal¨ªa a tomar el fresco al qui?cio de la puerta, se ve¨ªan corros de adolescentes en las puentecillas y paseantes que se adentraban en la tiniebla de los senderos. Eran las horas para respirar un poco de aire, despu¨¦s de los cuarenta gra?dos de secano que hab¨ªan carbonizado el d¨ªa. En Puerto Hurraco no se respiraba, los habitantes parec¨ªan contener el aliento hasta que pasara algo que se sent¨ªa pr¨®ximo y fatal. Esa noche calurosa de en?cierro daba la verdadera temperatura del ¨¢nimo de la gente.
El d¨ªa 30 de agosto las hermanas Izquierdo, ?ngela y Luciana, salieron de un escondrijo de Madrid y tomaron el expreso de Bada?joz. A partir de ese momento iniciaron su escabroso periplo entre las pretensiones del fiscal, que las acus¨® de conspirar junto a sus her?manos -aunque la Audiencia de Badajoz revoc¨® en febrero de 1992 el auto de procesamiento-, y su inexorable destino psiqui¨¢trico en M¨¦rida. Pero durante los cuatro d¨ªas en que estuvieron desapareci?das, ?ngela y Luciana se presentaban como la clave que pod¨ªa des?cifrar los enigmas. Y tambi¨¦n disolver el sentimiento de amenaza in?mediata que todav¨ªa pesaba sobre las gentes de Puerto Hurraco. Su desaparici¨®n hab¨ªa prolongado la inquietud, porque, sin lugar a du?das, tanto para los de Puerto Hurraco como para quienes estaban al tanto en Monterrubio de la Serena, hab¨ªa una diferencia sustancial entre el dedo que hab¨ªa apretado el gatillo y el cerebro que hab¨ªa en?viado la orden.
La casa de Monterrubio era una casa de pueblo de dos plantas pe?que?as embutida en una hilera y tan cerrada a cal y canto como, seg¨²n dec¨ªan, lo hab¨ªa estado en los ¨²ltimos a?os, cuando los hermanos y hermanas Izquierdo viv¨ªan en ella. El diagn¨®stico del vecindario era tan concluyente como lo fue despu¨¦s el de la Audiencia. Eran dos mu?jeres mayores, de 49 y 63 a?os, prematuramente envejecidas, cuya existencia estaba organizada alrededor de los l¨ªos vecinales, que sal¨ªan dando gritos de su casa y recorr¨ªan las calles insultando a sus parien?tes de Puerto Hurraco y a cualquiera de Monterrubio que se cruzara con ellas, que peregrinaban regularmente al cuartelillo y que, simple?mente, ?no pod¨ªan estar bien?. En contraste, Emilio y Antonio rara vez protagonizaban un altercado. Parec¨ªan bastante pac¨ªficos o quiz¨¢ s¨®lo tranquilos y, seg¨²n la opini¨®n del coro popular de Monterrubio, absolutamente dominados por sus hermanas.
Ninguno de los cuatro se hab¨ªa casado. La ¨²nica pista sentimen?tal relacionaba a Luciana con Amadeo Cabanillas, en el famoso episodio que concluy¨® con fractura de huesos para la mujer y que inau?gur¨® la ¨²ltima fase criminal entre las familias antagonistas. Luciana neg¨® en d¨ªas posteriores que hubiera existido semejante posibilidad, como no pod¨ªa ser de otra manera. Los cuatro hermanos, por lo de?m¨¢s, apenas sal¨ªan de la casa de Monterrubio, donde las persianas estaban permanentemente bajadas y los pestillos echados. All¨ª fue?ron re cociendo su animadversi¨®n y sus malos sentimientos durante seis a?os.
Con todo ello viene el dilema. La matanza de Puerto Hurraco pue?de ser contemplada a la luz de una historia secular de rencillas y con?flictos que culmin¨® de esa manera como pod¨ªa haber culminado de cualquier otra parecida, o bien esa tragedia hay que observarla a tra?v¨¦s de esta ¨²ltima escena, mucho m¨¢s reducida, mucho m¨¢s actual, mucho mejor iluminada. Si fuera as¨ª, lo que se ofrece a la vista es el cuadro de cuatro hermanos encerrados en s¨ª mismos, con antece?dentes psiqui¨¢tricos y con manifestaciones de desequilibrio patentes, aislados en un pueblo de Badajoz que ni siquiera es el suyo, armados hasta los dientes y profiriendo amenazas constantes, ante la pasivi?dad de instituciones y vecinos. Despu¨¦s se conocer¨ªa el dominio pa?tol¨®gico que los mayores ejerc¨ªan sobre los peque?os y tambi¨¦n sal?dr¨ªan a la luz abultados rumores sobre la vida de los Izquierdo. Pero no hab¨ªa ninguna necesidad de ello, porque un simple vistazo a los historiales cl¨ªnicos, al entorno familiar en el que hab¨ªan crecido y aprendido, a su vida cotidiana y a sus hechos cotidianos, habr¨ªa bas?tado para anticipar un pron¨®stico de lo que podr¨ªa ocurrir y de lo que fatalmente ocurri¨®.
Los desheredados
La historia de la Espa?a negra y profunda siempre ha servido ha?cia dentro y desde fuera. Desde fuera, el que m¨¢s y el que menos ya sabe c¨®mo ha funcionado. Pero, parad¨®jicamente, tambi¨¦n ha sido eficaz a la inversa, tapando la desidia de la sociedad civil y de las instituciones p¨²blicas, y arrojando al pozo sin fondo de la concien?cia de un pueblo que se ha movido entre la supervivencia y el olvi?do todos los desastres que nadie era capaz de asumir.
Desde un punto de vista literario y dram¨¢tico conmueve descubrir que un pueblo de doscientos habitantes guarde en su memoria cen?tenaria un arsenal de disputas que van desde lo rid¨ªculo hasta lo ca?tastr¨®fico, con nombres y apellidos, con detalles min¨²sculos trasmi?tidos de padres a hijos como las palabras de una liturgia, y que la tragedia corone finalmente esta memoria. Pero desde el punto de vis?ta de los hechos, lo ¨²nico que se acerca a los motivos verdaderos ¡ªm¨¢s all¨¢ de las leyendas que nos dejan tan enaltecidos como vulne?rables¡ª es la constataci¨®n de que cuatro personas enfermas, indivi?dual y socialmente enfermas, armadas, aisladas y sin escapatoria an?te el mundo, explotaron un mal d¨ªa en un clima colectivo de asombro que sustituy¨® autom¨¢ticamente a una colectiva indiferencia.
Como en las malas pel¨ªculas, todo trat¨® de resolverse judicial?mente. Los juicios tienen la virtud de aplicar condenas y de trasfe?rir las ideas de bien y mal a la potestad de un tribunal o de un ju?rado que, en realidad, s¨®lo se ocupa de cr¨ªmenes y castigos. El juicio de los hermanos Izquierdo caus¨® la misma expectaci¨®n que la trage?dia y dej¨® las cosas en el lugar donde se quedan las cosas intocables.
El 17 de enero de 1994, Antonio y Emilio Izquierdo se sentaron en el banquillo de los acusados, cuando ya se hab¨ªa decidido la re?clusi¨®n de sus hermanas en el hospital psiqui¨¢trico de M¨¦rida con un diagn¨®stico de ?delirios paranoides?. Jos¨¦ G¨®mez Romero, el psi?quiatra que las ten¨ªa a su cargo, declaraba en esas fechas, tres a?os y medio despu¨¦s de su ingreso, que ?Luciana y ?ngela han mejora?do algo, poco a poco, pasean con otras internas y, sobre todo, ?nge?la ha desarrollado un poco de su personalidad, condicionada por la de su hermana hasta el punto de que, al principio, las cog¨ªas por separado y te hablaba utilizando las mismas expresiones que Lucia?na? (EL PA?S, 23 de enero de 1994). En el juicio, los peritos psiqui¨¢?tricos llegaron a la conclusi¨®n de que Emilio y Antonio Izquierdo su?fr¨ªan ?alteraci¨®n de la personalidad de car¨¢cter paranoide?. Cosa que, al parecer, ?no alteraba el plano de la conciencia?, si bien ?so?bre esta personalidad, que constituye terreno abonado, hay una vi?vencia (la muerte de la madre) que es vivida de forma muy trau?m¨¢tica por estas personas y se convierte en una idea sobrevalorada (la venganza) que invade el campo ps¨ªquico del sujeto. En este sen?tido estimamos que su capacidad volitiva podr¨ªa estar disminuida? (EL PA?S, 18 de enero de 1994). Dado que la psiquiatr¨ªa se mueve por el mundo como si fuera una ciencia, hay cosas que los legos no pue?den entender. Por ejemplo, el que la conciencia no se altere cuando hay una idea sobrevalorada que invade el campo ps¨ªquico del suje?to, disminuyendo adem¨¢s su capacidad volitiva. Misterios del ser.
Los magistrados, en los fundamentos de derecho, afirmaron adem¨¢s que Emilio y Antonio no eran enfermos mentales, exponiendo el he?cho de que ambos ?eran capaces de manejar un reba?o de ovejas de unas 1.000 cabezas? y que ten¨ªan fincas arrendadas, ?consiguiendo, a pesar de la crisis por la que atraviesa el campo, poseer una carti?lla de ahorros con unos diez millones? (EL PA?S, 26 de enero de 1994). Es decir, habr¨ªa una relaci¨®n inequ¨ªvoca entre la salud mental y la gesti¨®n econ¨®mica y agropecuaria. Estar¨ªamos aqu¨ª ante una especie de protestantismo psicol¨®gico ¡ªvisto a trav¨¦s de la doctrina de la predestinaci¨®n mental.
As¨ª pues, los delirios paranoides de los hermanos y de las herma?nas Izquierdo tuvieron distinto final como consecuencia de la dife?rente relaci¨®n con el gatillo. La justicia actu¨® sobre los hechos y se limit¨® a sancionarlos, salom¨®nicamente, con sus dos espadas con?tempor¨¢neas: el psiqui¨¢trico y la c¨¢rcel. El 25 de enero de 1994, An?tonio y Emilio Izquierdo fueron condenados a 688 a?os de c¨¢rcel perfectamente divididos entre ambos como autores criminalmente responsables de nueve asesinatos consumados y seis frustrados. Los ponentes afirmaron que los dos hermanos prepararon por ?vengan?za? un ?plan de exterminio del mayor n¨²mero de habitantes posible de Puerto Hurraco?.
Aunque la Justicia dict¨® sentencia, y con ella la sentencia del ol?vido o del comienzo del olvido, lo cierto es que, m¨¢s que disipar la temida imagen de Espa?a, la revel¨® en fotograf¨ªas nuevas. La mitad locos o idiotas, la mitad asesinos carniceros. Y, sin embargo, hab¨ªan pasado muchas otras cosas sobre las que no se pod¨ªa dictar senten?cia como la abrumada existencia de esas cuatro personas encerradas en una casa de Monterrubio de la Serena hablando con sus fantas?mas en un idioma delirante, o la supervivencia en un entorno capaz de trasmitir de generaci¨®n en generaci¨®n la forma en que unas ove?jas se saltaron unas lindes de tierra amontonada para provocar una refriega. El mundo es complicado y la ley lo simplifica en t¨¦rminos de habitabilidad convencional, cuando la ley se cumple. Pero, con toda certeza, la masacre de Puerto Hurraco debi¨® servir para llevar a la superficie una imagen de la Espa?a actual m¨¢s all¨¢ de los t¨®pi?cos y de las ideas conformadas a las que invita la desidia intelectual de la que somos ancestrales herederos. Muchas regiones rurales es?pa?olas est¨¢n todav¨ªa iniciando el siglo XX y esta situaci¨®n no se re?fiere solamente a medios materiales de vida o a capacidad de pro?mover recursos, sino tambi¨¦n al lugar que ocupan en el proyecto de este pa¨ªs. El abandono a su locura de los cuatro hermanos Izquier?do podr¨ªa ser tambi¨¦n el abandono a que se ha sometido a una vas?ta extensi¨®n de la vida espa?ola que no encuentra su sitio en ning¨²n proyecto y que no se ve reflejada en ning¨²n futuro. La Espa?a ne?gra no est¨¢ hecha de ning¨²n material particular. Si est¨¢ hecha de al?go es de los ojos que no quieren mirarla.
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