Los imbatibles elementos del insulto
Cualquiera puede insultar; desde la antig¨¹edad hasta nuestros d¨ªas esa es una facultad que depende de la garganta, de la piedra o del l¨¢piz
Para insultar no hace falta estudiar. No hace falta estudiar periodismo, por ejemplo. Cualquiera puede insultar; desde la antig¨¹edad hasta nuestros d¨ªas esa es una facultad que depende de la garganta, de la piedra o del l¨¢piz. Los retretes antiguos y modernos est¨¢n llenos de esa materia que tiene el color que ya imaginan. Ahora se ha unido a la historia el insulto cibern¨¦tico, que es infinito como el legado de maldad recibido, y aumentado, por el g¨¦nero humano. C¨¦lebres ciudadanos del remoto pasado, ciudadanos celeb¨¦rrimos del pasado reciente, y ciudadanos que gozan hoy de enorme predicamento entre nosotros, deben hoy su notoriedad a su capacidad de saltarse los hechos para cabalgar sobre el insulto.
A ello deben su fama muchos, que son jaleados para que sigan insultando por aquellos que consideran que, mientras no les toque a ellos la ponzo?a, todo est¨¢ permitido. A los que ve¨ªan darse de tortas a Quevedo y a G¨®ngora les encantaba que uno de los dos perdiera un ojo. En el momento presente el espect¨¢culo, de detractores y de aduladores, se ha convertido en un suculento men¨² gracias las redes sociales, donde insultar gana puntos a costa de los insultados. El regocijo es el mismo que hab¨ªa en el circo romano. Cuando se levanta una mano para advertir que por el camino del insulto s¨®lo se llega a m¨¢s insulto, parte de la sociedad se levanta: ¡°?Y ahora c¨®mo nos vamos a divertir!¡±
Es una diversi¨®n¡, hasta que te toca. Cuando el insulto se hace una pelota enorme e intragable, entonces la sociedad se para y empieza a preguntarse: ¡°?Y si esto que tanto nos regocija no tuviera sustancia? ?Si estuvi¨¦ramos asistiendo a un espect¨¢culo que se sostiene en la suposici¨®n y en la mentira adornada con la vaselina de la maldad?¡±
Ahora ha pasado con los insultos recibidos por el Rey, que es un blanco perfecto, en la manifestaci¨®n de Barcelona. Ciudadanos que mostraban su cara lo acusaban de venderles armas a las dictaduras ¨¢rabes; sin verficar, como est¨¢ mandado, la implicaci¨®n era, no seamos menos papistas que el papa, que el Rey era un asesino, o un cooperador necesario para que se cometieran nada menos que los cr¨ªmenes de Barcelona. Ese es un insulto muy serio, muy poderoso, inaguantable para cualquier ciudadano, y un tema muy propio para que la justicia pida da?os. Pero los ciudadanos espa?oles (?y la justicia?) nos hemos quedado mirando para otro lado: ¡°Ah, es el Rey. Le pagan para eso¡±.
Todo esto pasar¨¢, como dice Milena Busquets. Pero cuando eso te toque en la puerta, cuando insultos as¨ª cambien de plano, seguramente se levantar¨¢ la mano: ¡°?Eh, alto ah¨ª, que es de los nuestros!¡± El Rey no es de los nuestros, y adem¨¢s que pague por su sueldo, he le¨ªdo estos d¨ªas sobre el peso que le pusieron en la frente a Felipe VI. As¨ª que como no es de los nuestros, qu¨¦ importa un insulto m¨¢s para el tigre.
El asunto no tiene que ver s¨®lo con el griter¨ªo de retretes y paredes, no; se produce tambi¨¦n en el periodismo, este oficio; periodistas, o asimilados, se han hecho c¨¦lebres por insultar, sin verificar la sustancia del agravio, a todos aquellos cuya cabeza es devorada con gusto por los seguidores fieles de tales maestros de la burla insidiosa. Sin otro elemento que la intuici¨®n, el rumor o la maledicencia, se han montado grandes circos contra personas cuyo honor se ha ido al garete como antes se iban los nombres propios a las paredes de los retretes. En p¨²blico y con tinta negra, que es como se sigue haciendo el periodismo.
El libro Los elementos del periodismo (Bill Kovach, Tom Rosenstiel) recoge nueve elementos que son condensaciones sencillas de la ¨¦tica que obliga a los periodistas. Dicen algunos de esos puntos: ¡°La primera obligaci¨®n del periodismo es la verdad. [El periodismo] Debe lealtad ante todo a los ciudadanos. Su esencia es la disciplina de la verificaci¨®n¡±. Los que ponen en la gloria a los que se dicen periodistas y son continuadores del viejo oficio de la difamaci¨®n, sin verificar, sin sustancia, podr¨ªan releer, a la luz de esos preceptos, a aquellos de los que son fan¨¢ticos de los artistas de la insidia. Tendr¨ªan quiz¨¢ esos condescendientes con la insidia constancia del da?o que hace hoy a la sociedad esta especie de imbatibilidad mugrienta del insulto.
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