Hay buen tiempo en el abismo
Barcelona limita arriba con un helic¨®ptero y abajo con miles de turistas. En medio flota el destino
En una hora y media sucedi¨® esto en Barcelona. El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, anunci¨® una declaraci¨®n institucional a las 13.30 horas, a las 14.00 dijo que la retrasaba hasta las 14.30, y a las 14.15 dijo que la suspend¨ªa. Quer¨ªa anunciar la convocatoria de elecciones, pero cada vez que lo intentaba no llegaba al micr¨®fono, como en Stranger Things. Ese momento pas¨® a la historia como La Ma?ana de los Tuits Borrados, pues se produjo un parpadeo masivo, un cometa fugaz, producto de pensar algo, escribirlo, borrarlo y no pensar en nada, que es lo mejor que se puede hacer ahora mismo. Varios diputados tiraron sus esca?os en la red y los recogieron luego entre favs. Mientras esto suced¨ªa se fue juntando una multitud en la plaza de Sant Jaume para llamar traidor al president; all¨ª apareci¨® de la nada ?lvaro de Marichalar, vestido de campe¨®n del Masters de Augusta, para ser llevado en volandas al Palau por los Mossos, luego se supo que detenido.
?Es posible superar esto? Es posible superar cualquier cosa. El president dijo que har¨ªa una declaraci¨®n (la tercera del d¨ªa) a las 17 horas en el Palau; se confirmaba de esta forma que nadie, incluido Puigdemont, ten¨ªa claro qu¨¦ iba a decir Puigdemont. Y as¨ª fue como de camino por el Carrer del Bisbe, bajo una temperatura agradable y un sol magn¨ªfico, el d¨ªa empez¨® a aclararse un poco. En Sant Jaume, tras atravesar el ir y venir de gente cargada de bolsas, parejas enamoradas y familias en direcci¨®n a alg¨²n parque, una multitud reclamaba noticias graves. Sonaron las campanas de las cinco, y como por arte de magia la plaza call¨®, incluidos quince turistas tocados con visera blanca de autocars que debieron de pensar que estaban en misa. Fue un silencio impresionante; las banderas segu¨ªan en lo alto y un viento ligero las ondeaba. Los m¨®viles iban de oreja en oreja hasta que uno lo baj¨® al meg¨¢fono, y al menos una parte de la plaza escuch¨® all¨ª el discurso. De repente, en el otro extremo, un alarido de felicidad llev¨® el desconcierto a los dem¨¢s. ?Se hab¨ªa anunciado la independencia? ?Iba un mensajero en direcci¨®n a La Zarzuela con una oreja de ?lvaro de Marichalar? Eso no: ?reclamar¨ªan m¨¢s pruebas! La gente que se encontraba alrededor del meg¨¢fono empez¨® a ponerse en lo peor: estaban escuchando la intervenci¨®n por rojadirecta, iban a ser espa?oles dos minutos m¨¢s por culpa del streaming.
Puigdemont anunci¨® que no habr¨ªa elecciones; votar ya pas¨® de moda: con muchos partidos es un caos. Grupos de chicas y chicos abandonaron la plaza entre gritos de independencia para dirigirse a la sede del Parlament. La curiosa procesi¨®n sirvi¨® para observar el paisaje en que se ha convertido el centro de Barcelona. La ciudad limita arriba con un helic¨®ptero y abajo con miles de turistas, japoneses en su mayor¨ªa. En medio flota el destino. El destino es lo que esos muchachos que cruzan Princesa llevan entre manos. La vida transcurre como siempre, al menos en apariencia, pero de vez en cuando uno repara en el helic¨®ptero, que no suelta Barcelona, y otras veces en cinco o seis independentistas que salen de una callejuela cantando, o unas banderas doblando la esquina, o una concentraci¨®n espont¨¢nea en una terraza que termina con Els Segadors. Cuando eso ocurre los turistas hacen fotos como si se las hiciesen a la Sagrada Familia -tampoco van desencaminados- para seguir su camino a la Casa Batll¨° o adonde sea.
Mientras los manifestantes se va acercando al Parlament, los turistas les abren paso hasta formar un? pasillo espont¨¢neo. Alrededor de la marcha se escuchan estos idiomas: franc¨¦s, ingl¨¦s, alem¨¢n, portugu¨¦s y japon¨¦s (supongo que japon¨¦s, digo yo). La gente sale de una farmacia, de los bazares, de un estanco, de una cantina mexicana que anuncia tragos y tacos. ¡°?Qu¨¦ ha dicho?¡±, les pregunta en catal¨¢n una se?ora. ¡°Que no hay elecciones, ?que hay independencia! ?Adelante!¡±, le responden. Y siguen callejeando, j¨®venes y hermosos, hasta estrellarse en la verja del Parlament. All¨ª un anciano con gorra independentista y camiseta independentista les recibe muy serio con un cartel que anuncia que es mejor morir de pie que vivir de rodillas. Lo mantiene levantado hasta que se cansa, y le ayudan a dejarlo fijo en la verja.
A las siete de la tarde el grupo del Parlament es de un centenar de personas. Un hombre se pasea con una bolsa vendiendo cerveza y agua; pegado al monumento a Rius i Taulet, un puesto vende bolsas dise?adas con la estelada a cinco euros. No va a haber votaci¨®n en el Parlament, o sea que es un d¨ªa hist¨®rico de baja intensidad, pero no se baja la guardia porque la ma?ana tampoco iba a dar para mucho y al final no se sorte¨® una moto de agua de milagro. Varios chavales, todos con la bandera como capa, se sientan en corro y juegan a las cartas con la baraja Cartes Catalanes, cuyos palos son barretinas, porrones, claveles y pan amb tom¨¤quet. Alguien repara por fin en el helic¨®ptero (¡°es la Guardia Civil¡±, dice un hombre) y gritan al un¨ªsono, apuntando al cielo, ¡°fuera las fuerzas de ocupaci¨®n¡±. Ni hoy ni ma?ana, ocurra lo que ocurra, podr¨¢ llenarse el Passeig Llu¨ªs Companys. All¨ª, donde hace quince d¨ªas miles de personas esperaban la declaraci¨®n de independencia, empieza una muestra de vinos y cavas.
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