El fin del mundo no tuvo lugar
Imaginemos que Puigdemont no se acobarda y declara que todo fue un malentendido, un exceso de celo patri¨®tico, un dispendio
Imaginemos que Gabriel Rufi¨¢n no le dio al dedo que disolvi¨® a Carles Puigdemont con aquel tuit suave y salvaje: por 155 monedas de plata. Imaginemos que ese resumen de maldad hacia el pr¨®jimo m¨¢s cercano no hubiera sido, adem¨¢s, met¨¢fora de otras manos que precipitaban al president al abismo de la DUI. Imaginemos que el president resiste el envite de otros compa?eros (?Rull? ?Turull?) y desoye el ruido que le ofrece el para¨ªso republicano como premio. Imaginemos que Puigdemont no se acobarda y declara que todo fue un malentendido, un exceso de celo patri¨®tico, un dispendio.
Imaginemos, pues, que Puigdemont va al partido Girona-Real Madrid un d¨ªa antes de convocar estas elecciones, arrostra gritos en contra, laminados por el buen juego de su equipo, y al d¨ªa siguiente va a la Generalitat y abre el candado ya con la medalla de candidato en el pecho. En ese caso, se hubiera ahorrado viajar de clandestino en un coche prestado y, no s¨®lo eso, como Rudyard Kipling dec¨ªa que terminaba la historia de quien cumple con su obligaci¨®n: ¡°Ser¨¢s hombre, hijo m¨ªo¡±.
Un ser liberado del miedo a decepcionar a los que lo jaleaban en la calle hasta que tuvieron la sospecha de que los iba a vender e inspiraron a Rufi¨¢n aquel denuesto. Por 155 monedas de plata. Un ser libre diciendo s¨ª a lo que le ped¨ªa el cuerpo. El coro de la plaza p¨²blica lo cubri¨® de miedo. Y mantuvo a media voz la proclamaci¨®n de la Rep¨²blica, ilusorio se?uelo de los gritos.
El h¨¦roe que tuvo miedo ahora proclama como valor, desde la soledad del fin del mundo, el premio que merece por haber huido. ?l pudo haber detenido el fin del mundo, pero vive en ¨¦l, y simula que el fin del mundo es un pa¨ªs confortable en el que s¨ª se hace justicia, no como en este lugar de b¨¢rbaros franquistas. En casa nostra los que le disputan el puesto ya se revuelven como si supieran que imposta la voz y muestra el ombligo: jo soc i ser¨¦ el president. Los que fueron suyos no van a la plaza, pero lo dicen en la campa?a electoral. Lo dice Carles Mund¨®, por ejemplo: que venga y asuma es ¡°poco m¨¢s que un deseo¡±. Ya no es Carles Primer. ?l va a notar ese fr¨ªo de inmediato.
Ahora Puigdemont est¨¢ a dos pasos de ser un hombre solo otra vez, como aquella noche en que se debati¨® entre Urkullu y el fin del mundo. ?l iba a hacerle caso a Urkullu pero se arredr¨® y se hizo humo. Ahora simula ser fuego, porque lo van a visitar y lo jalean. En ese clima de visitas amarillas sus labios sellados son como rendijas que se abren para maldecir Espa?a y para advertir a Europa.
El ego de la pol¨ªtica lo ha llevado a sugerir este eslogan: ¡°Voten por m¨ª¡±. Alguien debi¨® tocarle en el hombro y entonces concedi¨® que fuera este otro su lema egoc¨¦ntrico: ¡°Nuestro presidente¡±. Lo que pasa con los pedestales montados sobre muchedumbres es que se caen en cuanto se mueven los de abajo.
Y a medio partido ya se ve lo que pasa. Hay otra vez gente diciendo en voz baja, ¡°Home, no, Puigdemont no¡±. Ya se sabe lo que hizo la otra vez que le dijeron no. Se fue corriendo. A ver ad¨®nde se va dentro de nada, huyendo del fin del mundo que ¨¦l mismo ha creado.
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