Rafael Catal¨¢, de notario a ¡®hooligan¡¯
El ministro de Justicia se encuentra en medio de la tormenta
Rafael Catal¨¢ debe sentirse como Michael Douglas en Un d¨ªa de furia, intrahistoria de un hombre gris cuya resignaci¨®n y paciencia se desquician en la psicosis de un desesperante atasco de tr¨¢fico. El hombre tranquilo engendra una n¨¦mesis desaforada. Implosiona con todos sus complejos. Se despoja inexplicablemente de cualquier mesura. Y mesurado ha sido siempre Catal¨¢, hasta el extremo de observ¨¢rsele como un ep¨ªgono del dontancredismo marianista. Ni una mala palabra ni una buena acci¨®n, como dec¨ªa Jos¨¦ Mar¨ªa Garc¨ªa de los bur¨®cratas futboleros. El ministro de Justicia se desenvolv¨ªa en la mansedumbre y en la creatividad pasiva, o sea, esperando que los hechos se manifestaran por s¨ª solos.
La mera exposici¨®n de la trayectoria de Catal¨¢ parece una rapsodia a la burocracia
Se entiende as¨ª mejor la estupefacci¨®n que le ha provocado la escandalera de sus declaraciones que purgaban al juez Gonz¨¢lez. Es el magistrado cuyo voto particular discrepaba de la violaci¨®n de La Manada y la interpretaba en los t¨¦rminos de un ¡°jolgorio¡± sexual, de tal forma que el ministro de Justicia sobrentendi¨® que Gonz¨¢lez era un especie de lun¨¢tico. Tambi¨¦n conminaba a que los ¨®rganos disciplinarios de los jueces emprendieran una investigaci¨®n para desenmascarar el delirio de un colega ¡°singular¡± que redactaba ¡°sentencias singulares¡±. Era previsible la reacci¨®n incendiaria de magistrados y fiscales. Todas las asociaciones que los representan exigieron la dimisi¨®n del notario mayor del Reino. Le atribu¨ªan a Catal¨¢ haber profanado la separaci¨®n de poderes, haber desprestigiado la justicia y haberse valido de la insidia para desacreditar la reputaci¨®n de un juez.
Rafael Catal¨¢ no ha explicado todav¨ªa de d¨®nde proced¨ªan la ¡°singularidad¡± de Gonz¨¢lez ni las alusiones veladas a su incapacidad. Lo que s¨ª ha aprovechado es la indignaci¨®n de la opini¨®n p¨²blica para colocarse a la cabeza de la manifestaci¨®n. En sentido aleg¨®rico. Pues en sentido formal, esc¨¦nico, los madrile?os eligieron movilizarse precisamente delante del Ministerio de Justicia. Un clamor al que Catal¨¢ quiso poner remedio prometiendo una reforma del C¨®digo Penal y siendo a¨²n m¨¢s consciente de la oportunidad populista de la jugada.
La sobreactuaci¨®n equivale a la del ¨¢rbitro descontrolado que se anima a rematar el c¨®rner. Declaraba Catal¨¢ a EL PA?S que no pod¨ªa hacerse el sordo, el ciego y el mudo cuando se ha producido una sentencia escandalosa, pero bien podr¨ªa haberse atenido a su tradicional y habitual actitud contemplativa. El propio Mariano Rajoy lo escogi¨® entre el grupo de los tecn¨®cratas catal¨¦pticos para corregir el protagonismo desmedido que hab¨ªa adquirido Alberto Ruiz Gallard¨®n, contrafigura de Catal¨¢ en su linaje, carisma, ambici¨®n, maquiavelismo y egocentrismo.
Gallard¨®n no s¨®lo defend¨ªa en soledad la reforma del aborto con ¨¦nfasis punitivo y oscurantista. Entend¨ªa su Ministerio como un atajo de laureles a La Moncloa, de tal manera que la frustraci¨®n propia y la antipat¨ªa de Rajoy a los versos sueltos precipitaron su dimisi¨®n en 2014. Apareci¨® para sustituirlo Rafael Catal¨¢ con un perfil m¨¢s interino que entusiasmante, pero el presidente decidi¨® reconfirmarlo en el puesto ¡ªnoviembre de 2016¡ª ponderando sus cualidades de ant¨ªdoto gan?dhiano a la vehemencia del desaf¨ªo catal¨¢n. La unci¨®n sublimaba una carrera que parec¨ªa recrearse y retroalimentarse en su propia ret¨®rica administrativa.
El ministro no ha explicado todav¨ªa de d¨®nde proced¨ªan la ¡°singularidad¡± del juez Gonz¨¢lez ni las alusiones veladas a su incapacidad
La mera exposici¨®n de la trayectoria de Catal¨¢ parece una rapsodia a la burocracia, una oda al cielo gris ministerial, un himno a los manguitos y a la abnegaci¨®n de la vida subterr¨¢nea: subdirector general de Ordenaci¨®n y Pol¨ªtica de Personal del Ministerio de Sanidad (1988-1992), director de relaciones laborales en ?Aena (1992-1996), director general de la Funci¨®n P¨²blica (1996-1999), director general de Personal y Servicios del Ministerio de Educaci¨®n y Cultura (1999-2000), secretario de Estado de Justicia (2002-2004) y director gerente del hospital Ram¨®n y Cajal (2004-2005).
Debi¨® agradecer Rafael Catal¨¢ hasta la victoria de Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero. ?Habr¨ªa vida fuera de un ministerio? Encontr¨® la respuesta asumiendo responsabilidades ejecutivas en el acr¨®nimo de Codere, un grupo de ocio y apuestas que propon¨ªa a Catal¨¢ probarse en un ¨¢mbito m¨¢s l¨²dico del que hab¨ªa frecuentado, aunque buena parte de su trabajo consisti¨® en aprovechar el conocimiento de la Administraci¨®n para hacer lobbismo y conseguir una ley de juego online propicia a los operadores del vicio.
La experiencia se dilat¨® casi siete a?os. Los que transcurrieron de su vida civil (2005) hasta su llegada al cargo de secretario de Estado del Ministerio de Fomento (2011). Trabaj¨® en armon¨ªa con Ana Pastor, y desempe?¨® ella misma, diosa mariana, el papel de madrina cuando Gallard¨®n dej¨® vacante su cargo de Justicia. Catal¨¢ entraba en el reino de los cielos. Llevaba su propia cartera de piel. Y juraba el cargo ante Dios, en presencia de Felipe VI.
Sobrevino a partir de entonces una gesti¨®n tranquila. Rafael Catal¨¢ Polo (Madrid, 1961). Licenciado en Derecho. Padre de dos hijos. Un ministro cordial, que hablaba mucho y dec¨ªa poco. Que presum¨ªa de sus colores rojiblancos. Que admiraba la m¨²sica de Juanes y de Jos¨¦ Luis Perales. Y que parec¨ªa muy lejos de convertirse en el primer ministro de Justicia de la historia reprobado en el Parlamento. Todos los partidos pol¨ªticos, todos, acordaron escarmentar al notario por haber trascendido que el expresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio Gonz¨¢lez, le confiaba en una conversaci¨®n privada la idoneidad del Manuel Moix como fiscal anticorrupci¨®n. Era el puesto para el que hab¨ªa sido nombrado. Y la raz¨®n por la que vino a consensuarse que Catal¨¢ podr¨ªa ama?ar los esc¨¢ndalos de corrupci¨®n del PP, llevando a l¨ªmites desproporcionados el escr¨²pulo de la separaci¨®n de poderes.
No se conmovi¨®. Ni lo hizo cuando el secuestro y la muerte de Diana Quer sirvieron de argumento populista para enfatizar la conveniencia de la prisi¨®n permanente revisable. Es la iniciativa estrella de Catal¨¢. Y la prueba de que este Gobierno de popularidad apocopada ha encontrado en los asuntos de psicosis social un camino de identificaci¨®n y hasta de entusiasmo que acaso explican la p¨¦rdida de control del ministro m¨¢s controlado.
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