El gu¨ªa ciego de la Ribeira Sacra
Francisco Almu¨ª?a, un antiguo enfermero que perdi¨® la vista por la agresi¨®n de un paciente y una infecci¨®n, se ha convertido en catalizador de un lugar que aspira a ser Patrimonio de la Humanidad
El hombre avanza por la vereda a la sombra envuelto en la vegetaci¨®n, lleva su bast¨®n de ciego en una mano y el brazo de una amiga, de b¨¢culo, en la otra. De repente frena en seco. "Ahora empezar¨¦is a ver muchos bolos en el paisaje", anuncia al grupo, cuatro damas y un caballero que se quedan con la boca abierta. No por lo impresionante que es el panorama, que lo es, sino por el hecho de que el gu¨ªa, que no ve, sepa el punto exacto del camino en el que se topa. Porque, efectivamente, all¨ª mismo, a dos metros, emergiendo entre vi?edos, hay uno de esos bolos: descomunales rocas redondeadas en equilibrio milenario sobre las laderas empinadas de la Ribeira Sacra. El gu¨ªa ciego, y tambi¨¦n sordo, se llama Francisco Xabier Almu¨ª?a, aunque hay quien le llama Romualdo, por el nombre de la casa de turismo rural que regenta con su esposa desde 1997 en Vilela (Taboada, Lugo), construida en el siglo XVI por sus antepasados.
Hace ya siete a?os que su retina perdi¨® los ¨²ltimos colores emborronados, en una noche muy larga en Urgencias en la que no aparec¨ªa el oftalm¨®logo. Ya con un profundo dolor en el ojo derecho, aquella tarde lo ¨²ltimo que vio fue un partido de baloncesto en la tele, sentado junto a su hijo menor. "Era una final de Copa entre el Bar?a y el Madrid", recuerda.?Si no se hubiese quedado ciego, Francisco (Santiago, 1960) seguir¨ªa trabajando como enfermero en la sanidad p¨²blica gallega y posiblemente no acompa?ar¨ªa a los turistas en rutas sensoriales por los paisajes de su vida. Tampoco se hubiera empe?ado en tocar la zanfo?a, en homenaje a todos esos ciegos que anta?o lo hicieron para ganarse el sustento. "No me gusta que se compadezcan de m¨ª. La vida tiene cambios de aguja como el ferrocarril, pero el viaje en tren no se para: sigue por otra v¨ªa y da nuevas oportunidades", defiende.
Al final del recorrido, los excursionistas siguen con la mosca detr¨¢s de la oreja. ?Almu¨ª?a habr¨¢ sentido la presencia del bolo? ?el cambio en la brisa al abrirse el valle? ?el calor que desprende la piedra y que ayuda a crear el clima id¨®neo para las vides que se descuelgan en terrazas por las laderas hasta el r¨ªo Mi?o? ?O quiz¨¢s su comentario solo ha sido una casualidad? "Tengo 52 a?os de recuerdos visuales", explica.
Si nadie se los cambia, ¨¦l conoce las piedras y los baches de los caminos, que aqu¨ª discurren muchas veces al borde de precipicios. Y tambi¨¦n siente los olores, y los tramos de sol y los de sombra, en un paisaje que va alternando la vegetaci¨®n atl¨¢ntica y la mediterr¨¢nea cada pocos metros, seg¨²n el orden natural que la orientaci¨®n de las laderas dicta. Pero la Ribeira Sacra, candidata espa?ola para 2021 a Patrimonio de la Humanidad, es un inmenso organismo vivo que comprende 21 Ayuntamientos y "siempre est¨¢ diferente", asegura. "Yo tengo la ventaja de que le puedo poner el fondo que quiera, gris, azul..., cada d¨ªa", bromea. "Los ni?os me preguntan si sue?o", sonr¨ªe, "pero no hace falta ver para so?ar".
Francisco Almu¨ª?a, que a¨²na a muchos emprendedores de esta comarca envejecida como presidente de la Asociaci¨®n Ribeira Sacra Rural, tiene como ley de vida la "confianza". Su lema es d¨¦ixate levar (d¨¦jate llevar), y cada visita se convierte en una historia distinta. A veces sus hu¨¦spedes acaban en alguna antigua bodega de las que salpican las laderas; o comiendo queso azul y queso rojo; o adivinando con las yemas de los dedos los relieves de una iglesia rom¨¢nica; o bien escuchando encaramados a un ¨¢rbol los relatos de Anxo Moure, un cuentacuentos de bosque que parece escapado de las p¨¢ginas de un libro. "Yo no me defino como gu¨ªa, que ese es un t¨ªtulo que a¨²n quiero sacar", aclara el antiguo enfermero, "sino como acompa?ante y anfitri¨®n, en el sentido de la acogida". "Los dem¨¢s se dejan llevar por un ciego, y yo me dejo llevar por ellos", dice. Mientras, "vamos intercambiando saberes, y reconstruyendo nuestra relaci¨®n con la naturaleza, eso que tanto necesitamos los humanos".
"En ¨¦poca de vendimia, la Ribeira Sacra, con toda la gente trabajando, parece un portal de Bel¨¦n", describe Almu¨ª?a su recuerdo. Paso a paso, los otros le van confirmando si las moras, las fresas silvestres, los higos, las cerezas, las casta?as, las manzanas, las avellanas o las ciruelas que asaltan al caminante en la senda que ¨¦l llama "de las Bien Amadas" est¨¢n verdes o en su punto. Hoy viene con el grupo una ingeniera agr¨®noma, Carmen Freire, que se sabe nombre, vida y milagros de las infinitas plantas de la ruta, en una de las zonas con m¨¢s biodiversidad de Galicia. Al anfitri¨®n le van poniendo flores, hojas, tallos, en la palma de la mano para que sienta su forma. "El tacto es un sentido muy importante", reivindica.
"No se puede amar lo que no se conoce"
"La osmunda, que aqu¨ª se llama dentabr¨®n, se cuece y se le pone en las ubres a las vacas, porque cura la mastitis", informa la experta. "La verbena es la viagra natural"; "la phitolaca se usa para hacer tinta"; "el ombligo de Venus cura heridas"; "la correola o llant¨¦n es buena para la garganta"; "y aqu¨ª tenemos, en versi¨®n silvestre, la r¨²cula y la quinoa, que est¨¢n tan de moda". Las mujeres van contando a Almu¨ª?a los colores del paisaje. Le avisan de que una mariposa enorme se ha posado en uno de esos rosales que los viticultores plantan entre las vides como se?al de alerta. "Las rosas son las primeras en enfermar si ataca el o¨ªdio", ilustra Freire.
"Hay que evitar buscarlo todo en Google antes de salir de casa, yo trato de que las visitas sean una sorpresa siempre", defiende el gu¨ªa, que hoy est¨¢ dispuesto a llegar hasta una cascada escondida. "No se puede amar lo que no se conoce", sentencia, "la Ribeira Sacra es un monumento a la armon¨ªa que la gente tendr¨ªa que tener con el medio".
A veces, propone rutas nocturnas, "sin linternas". Son noches estrelladas en las que la vista de los que la conservan se va adaptando a la oscuridad. Turistas llegados de grandes ciudades descubren as¨ª las primeras luci¨¦rnagas de sus vidas, y sus pies, que "solo pisan asfalto", sienten ese v¨¦rtigo que da hundir el zapato en blando cuando no se sabe lo que es: "puede ser musgo, pero tambi¨¦n una bo?iga", notifica el vecino. "A la ma?ana siguiente, algunos se van antes del desayuno a ver qu¨¦ era aquello que pisaron".
"Los golpes no eran para m¨ª"
De chico, Francisco Almu¨ª?a era miope, muy miope. Con el tiempo fue perdiendo tambi¨¦n el o¨ªdo, aunque eso lo solvent¨® con aud¨ªfonos. Y despu¨¦s de un trasplante de c¨®rnea del ojo izquierdo empez¨® a "ver mejor que nunca". Pero en 1994 sufri¨® un accidente laboral. Un paciente psiqui¨¢trico, en el hospital vigu¨¦s de O Meixoeiro, atac¨® al enfermero "sin saber lo que hac¨ªa". "?l no fue consciente, los golpes no ven¨ªan para m¨ª", justifica. Fue as¨ª como perdi¨® la vista de ese lado, hasta que en 2012 "una infecci¨®n en el endotelio del ojo derecho, producida por un estreptococo", lo dej¨® definitivamente ciego.
"Me llev¨® la vista en cuesti¨®n de horas", explica, "y los m¨¦dicos decidieron extirparme ese ojo por miedo a que la infecci¨®n me alcanzase el cerebro". Es como si el destino de este trabajador sanitario que era coordinador de Interm¨®n en Vigo y so?aba con marchar de voluntario por el mundo estuviese escrito. Pero el zanfo?ista no tiene ni rastro de resentimiento. Solo gratitud. Porque ahora hace otras cosas, y compone muchas piezas musicales, incluso nanas para los hijos de sus amigos. Y aunque echa de menos "la cara de sorpresa de los ni?os" cuando entran en su casa, Francisco ve el mundo con otros ojos.
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