Barcelona arde mal, viaje al fin de la noche
A la hora en que la alcaldesa a¨²n est¨¢ en los Planeta y el presidente del Gobierno mandando comunicados, el centro de Barcelona lo gobiernan unos chicos de 20 a?os que se han hecho tan fuertes que presumen de poner paz en las calles a falta de empezar a poner multas
Las llamas en el cruce de Carrer de Mallorca con Pau Claris son tan altas que se ven desde Jacint Verdaguer, a 700 metros de distancia. Son unas llamaradas impresionantes que producen no curiosidad ni histeria, solo silencio. Un silencio cuya onda expansiva llega hasta la plaza de Jacint Verdaguer, donde hay gente ¡ªtodav¨ªa queda gente as¨ª en Barcelona¡ª que no se cree lo que est¨¢ pasando. ¡°?Pero es un coche?¡±, pregunta un hombre sin dejar de grabar.
En el fuego hay varios bomberos que mueven motocicletas aparcadas cerca. ¡°Pl¨¢stico¡±, dice uno se?alando las llamas. Hay m¨¢s fuegos; de hecho en Mallorca con Pau Claris est¨¢n en los cuatro lados, formando una especie de cruz. Unos pocos se quedan dentro de ese espacio, entre ellos un par de periodistas (¡°Es lo m¨¢s fuerte que he visto aqu¨ª¡±, anuncia uno de ellos; ¡°t¨² no has visto a los punkis hace 30 a?os¡±, responde un hombre con una cerveza en la mano y pinta de baqueteado por la vida). En ese mismo espacio rodeado de fuegos, donde no hay mossos, algunos radicales merodean encapuchados y gritando ¡°?Visca Catalunya lliure!¡±. Cuando lo hacen, un coro de decenas de personas le responde atronando: ¡°?Visca Catalunya Lliure!¡±.
?De d¨®nde vienen las voces? Detr¨¢s del fuego y el humo, si uno se acerca, vislumbra dos muchedumbres: una en Pau Claris y otra en Mallorca. Y sombras recortadas por el fuego alimentando la hoguera con cartones y bolsas de basura. En el restaurante de esa esquina en la que arden cuatro focos, la gente cena con normalidad; tanta que ni miran a trav¨¦s de los ventanales. Todas las naciones, antes de serlo, tienen que ser pel¨ªculas, y Barcelona esta noche es, m¨¢s que una pel¨ªcula, un documental. Son las 21.30.
En Mallorca, pasadas las siete de la tarde y frente a la Delegaci¨®n de Gobierno, hubo una concentraci¨®n pac¨ªfica en la que una gran muchedumbre se dispuso sentada y con velas encendidas alrededor de un escenario. Sobre ¨¦l se cant¨® y se record¨® a los presos, cerca de ¨¦l gente de mediana edad rompi¨® a llorar escuchando los discursos, lejos de ¨¦l los m¨¢s j¨®venes cerraron el centro y le plantaron fuego. Los libros arden mal, escribi¨® Manuel Rivas; las ciudades tambi¨¦n, pero arden igual.
¡°?Fuera las fuerzas de ocupaci¨®n!¡±, se gritaba en el cruce de Mallorca y Pau Claris antes de que empezasen los fuegos. All¨ª se reproduc¨ªa una escena habitual. Un grupo de manifestantes, liderado por chavales embozados y con la cabeza cubierta por capuchas de sudadera oscura y, a 50 metros, una hilera de mossos d¡¯Esquadra quietos, parapetados en escudos. De pronto, tras un c¨¢ntico y vini¨¦ndose arriba, uno de los chavales da dos pasos adelante y agita los brazos al cielo; otro m¨¢s, este a rostro descubierto, tambi¨¦n levanta los brazos dirigi¨¦ndose hacia los mossos y gir¨¢ndose hacia los suyos, anim¨¢ndolos a avanzar con ¨¦l (¡°eeeeeeh, eeeeeeeeh¡±, grita). Cuando avanzan lo suficiente, o lo que los mossos entienden suficiente, los agentes salen en estampida hacia ellos y la cabecera de la multitud se disuelve con todos saliendo disparados a todas partes.
Cuando el fuego est¨¢ en decenas de calles, la situaci¨®n es diferente; en el Paseo de Gracia las llamas se reproducen cada 30 o 40 metros. El descontrol es absoluto y el desbordamiento es general. En los ventanales de Paseo de Gracia, de Consell de Cent, de las calles de Arag¨®n, Mallorca o Diputaci¨®n, much¨ªsima gente est¨¢ en los balcones o los ventanales, la mayor¨ªa grabando con los m¨®viles. Los manifestantes m¨¢s radicales son a estas horas, entre las 22.00 y la 1.00, los jefes provisionales del centro de Barcelona. An¨®nimos y encapuchados, colgados de los tel¨¦fonos, subiendo stories a Instagram a toda mecha, distribuyendo v¨ªdeos por sus redes personales, llamando a que nadie se quede en casa y camuflados entre centenares de personas, solo emergen en este movimiento ca¨®tico cuando hay que montar una hoguera gorda con varios contenedores (cu¨¢ntos y d¨®nde), d¨®nde ir a buscar a los mossos para que estos reaccionen (persiguen sus furgonetas, se tiran a ellas para golpearlas) y poner paz cuando hay peleas en la calle.
Eso es lo que ocurre en la esquina de Paseo de Gracia junto a una tienda Cartier y una oficina de banca privada del Santander; un hombre de mediana edad, fuerte y de pelo rubio, se ha enzarzado con un cr¨ªo enjuto y muy peque?o, bajito y delgado, con una m¨¢scara con la bandera catalana. El escarceo es r¨¢pidamente visto por varios manifestantes, que van corriendo hacia ellos entre gritos. Engullen al hombre contra la pared, mientras varios de ellos piden tranquilidad y uno llega a ponerse a modo de escudo humano delante del hombre agarr¨¢ndole por la cintura. ¡°Fuera, fuera, fuera, ya est¨¢¡±. La masa se mueve espont¨¢neamente al ritmo de la fuerza del hombre, de un lado a otro, mientras le piden, le suplican, que se vaya y deje de ¡°provocar¡±. Uno de los cabecillas grita: ¡°Hi ha premsa, hi ha premsa¡± ( Hay prensa, hay prensa), que significa que varias c¨¢maras ya est¨¢n grabando. Otro, este mayor, unos 30 a?os, consigue hacerse o¨ªr unos segundos; pocos, pero solo se le oye a ¨¦l: ¡°?Qu¨¦ hac¨¦is? ?Qu¨¦ hac¨¦is! ?Cabeza, cabeza!¡±, llev¨¢ndose el dedo anular a la sien.
Cuando hay empujones y parece que est¨¢n a punto de derribar al hombre por pura inercia ¡ªson unos 40 contra uno¡ª unos pocos cogen metros de distancia y le gritan a la cara, levantando las manos: ¡°Somos gente de paz, somos gente de paz¡±. Al grito se suma m¨¢s gente. Pero el hombre ¡ªturista para unos, borracho para otros, pronto fascista para todos¡ª no ceja en su empe?o: no quiere irse, quiere seguir dando su explicaci¨®n de lo que est¨¢ ocurriendo y c¨®mo lo ve ¨¦l, tal y como si estuviese en Espejo P¨²blico. Hay decenas de radicales alrededor, en esas calles, y cientos de simpatizantes con ellos; hay fuego en todas partes, no hay rastro de ninguna polic¨ªa m¨¢s que del helic¨®ptero que estar¨¢ dando cuenta del tumulto, pero el hombre, sin ning¨²n distintivo ni bandera, quiere hablar. Le empujan para que se vaya, le separan con fuerza de una amenaza latente, la que siempre anida en una muchedumbre enfurecida y, finalmente, lo embocan Gracia abajo como si lo estuviesen sacando de un piso: llegan a hacerle un pasillo y todo mientras le cantan ¡°fuera fascistas de nuestras calles¡±. A la hora en que la alcaldesa Ada Colau a¨²n est¨¢ en la gala de los Premios Planeta, oropeles y cubiertos caros, y el presidente del Gobierno lanzando comunicados (uno y su matizaci¨®n) a medianoche, varias de las calles m¨¢s importantes de Barcelona las est¨¢n gobernando unos chicos de entre 20 y 30 a?os que se han hecho tan fuertes que ponen paz en Gracia, su calle, a falta de empezar a poner multas.
-?Joan!
-?T¨ªo!
Dos chavales embozados se encuentran en la esquina de Gracia con Arag¨®n. Se abrazan y se presentan a sus respectivos grupos. No deben de pasar de los 20 a?os. Se sientan en la acera un momento, exhaustos, y se ponen al d¨ªa de lo que han estado haciendo. El tal Joan ha animado un fuego que se apagaba en una de las calles laterales ya dejadas por todo el mundo; arrastraron para ello un contenedor. ¡°La que estamos liando¡±, ¡°hoy se est¨¢ liando¡±, ¡°no hay vuelta atr¨¢s¡± son varias de las frases que se dirigen. Junto a ellos, varias hogueras y decenas de personas alrededor, casi ninguna con el rostro descubierto. Entonces aparecen por Arag¨®n, a gran velocidad, varias furgonetas de los Mossos. La mayor¨ªa corre junto a ellas tir¨¢ndoles piedras, vallas, basura, lo que se encuentre (un chaval tira un zapato); las puertas del veh¨ªculo se abren y los mossos salen con las porras en alto. La gran mayor¨ªa, menos unos pocos radicales que se quedan junto a ellos aguantando las embestidas, corre Paseo de Gracia abajo. Se busca refugio en los portales y en los negocios (algunos hoteles y locales de tapas meten a la gente dentro, mayormente gente que pasaba por all¨ª pero tambi¨¦n manifestantes, para protegerlos de los porrazos); varios portales, de hecho, permanecen semiabiertos por algunos vecinos para que hagan las veces de burladero cuando arremeten los agentes. Que esta noche, completamente sobrepasados, arremeten poco; han puesto furgonetas en varios puntos estrat¨¦gicos, las sacan a pasear a toda velocidad por el centro de vez en cuando para, sin salir de ellas, limpiar de gente algunos cruces. Y permanecen a la espera.
En Consell de Cent con Paseo de Gracia hay un incendio en la carretera que se suma a los dos o tres m¨¢s que hay en el paseo si se gira hacia abajo. Pues bien, de un lateral de ese fuego, con la esquina en silencio y llena de un humo apocal¨ªptico, un chaval saca una valla que estaba all¨ª derriti¨¦ndose (aplausos de los dem¨¢s) y por el hueco aparece, lentamente, un Seat Le¨®n conducido por un tipo jovenc¨ªsimo, catal¨¢n, con pinta de surfero. La escena ahora s¨ª es dantesca. Tras varias horas uno se hab¨ªa acostumbrado a las carreras, los golpes, las calles llenas de piedras y objetos, hasta los incendios; de repente ver un coche, un Seat Le¨®n granate, conducido por un tipo que bien podr¨ªa ser Michael J. Fox, produce un impacto tremendo. Parece que viene de 2005. El chico no sabe a d¨®nde llevar el coche para salir de semejante carajera. A 400 metros, los mossos no dan cr¨¦dito. Finalmente, se pierde por una calle lateral despacito, con las ruedas machacando vidrio, hasta que el humo de las hogueras no deja m¨¢s rastro de ¨¦l, evapor¨¢ndose como lleg¨®: como un sue?o.
En la recepci¨®n del Majestic, el hotel con m¨¢s solera de Barcelona, permanece inmutable el portero trajeado y con chistera gris. Va a ser la una de la ma?ana y con ¨¦l est¨¢ m¨¢s gente. En los hoteles, el Renaissance en Pau Claris por ejemplo, las ventanas est¨¢n encendidas y los clientes ven y graban el espect¨¢culo. Algunos de ellos bajan a hacerse selfis frente al fuego. Una mujer que aparece de la nada pregunta por c¨®mo llegar a casa; un chaval, sentado en la esquina del Consell de Cent, ofrece un porro. "Es para dormirse, que ya hay que irse a la cama", dice. Pero muchos tienen todav¨ªa energ¨ªa: habr¨¢ un par de incendios m¨¢s, uno de ellos peligroso porque el fuego prender¨¢ en el cableado de un edificio: los bomberos lo sofocar¨¢n en apenas unos minutos. Una familia de inmigrantes, una pareja con un beb¨¦ en el carro, se para a descansar en el cruce con Valencia y aprovecha para grabarse. A medida que uno se aleja de Paseo de Gracia huele con m¨¢s claridad la mezcla de pl¨¢stico y basura con que se hicieron los barricadas; hay monta?as de ceniza y rescoldos de fuego en varias calles peque?as de los alrededores. As¨ª abandonadas, sin manifestantes ni polic¨ªa, solo con gente en retirada o turistas que por fin pueden llegar a su hotel, esas calles oscuras dan mejor la medida de unas horas sin control. Son las dos de la ma?ana, se escuchan sirenas y el sonido, arriba, del helic¨®ptero. Es tarde ya en Barcelona, aunque nunca se sabe para qu¨¦.
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