Vivir en lista de espera
Miles de solicitantes de asilo aguardan una plaza en la red nacional de acogida y duermen donde pueden. Su precariedad es negocio
No se sabe exactamente cu¨¢ntos son, ni tampoco donde viven. Son miles de solicitantes de asilo los que engrosan la lista de espera para conseguir una cama en la red nacional de acogida, pero el n¨²mero no es p¨²blico. Algunos, como se ha visto en los ¨²ltimos meses en el centro de Madrid, duermen en la calle, o en los suelos de las parroquias, o en casas de familiares. Otros, los que a¨²n conservan algo de dinero, se buscan la vida y son una presa f¨¢cil para los aprovechados.
Al llegar a Espa?a, en agosto, Alberto entraba una y otra vez en Wallapop, la aplicaci¨®n de compra y venta de cosas usadas, para buscar una habitaci¨®n. Necesitaba con urgencia un lugar donde vivir. En El Salvador trabajaba como contable y se sacaba un dinero extra vendiendo coches importados de EE UU, pero su negocio fue un im¨¢n para las pandillas callejeras que lo extorsionaron hasta obligarle a huir. ¡°Me dec¨ªan: 'o pagas o mueres'. As¨ª que lo mejor era venirse; hay quien no lo hizo y est¨¢ ahora bajo tierra¡±, advierte este hombre de 35 a?os que pide el anonimato para ¨¦l y su familia. Dej¨® su trabajo, sus coches, a su perra Luna, y se vino a Madrid con su mujer, tambi¨¦n de 35 a?os, y su hija peque?a. Ten¨ªan siete noches de hotel, tres maletas y poco m¨¢s de 4.000 euros. A la ni?a, de 10 a?os, la enga?aron y le dijeron que disfrutar¨ªa de unas vacaciones.?
No les fue f¨¢cil encontrar un lugar. Al menos ocho anunciantes les rechazaron. Aceptaban al matrimonio, pero no a la peque?a. ¡°Solo uno nos dijo que s¨ª. Nos lo pintaron bien bonito. Parec¨ªan grandes personas¡±, recuerda Alberto en la cafeter¨ªa de un pueblo de Madrid. El hombre que los recibi¨® en su sal¨®n les dijo que ten¨ªa prisa para alquilar la segunda habitaci¨®n de la casa en la que viv¨ªa con su pareja. Les pidi¨® un dep¨®sito para garantizar la reserva, dos meses por adelantado (700 euros) y esa misma noche se mudaron. ¡°Est¨¢bamos desesperados¡±, reconoce ¨¦l. ¡°Al d¨ªa siguiente nos dijo que deb¨ªamos empadronarnos si quer¨ªamos tener algunos beneficios como llevar a la ni?a al colegio y poder ir al m¨¦dico, pero nos cobraba 190 euros. Dec¨ªa que era barato, que hab¨ªa otros que ped¨ªan m¨¢s. Nosotros no sab¨ªamos que era gratis¡±, recuerda el matrimonio. Para ellos era mucho dinero y negociaron rebajarlo a la mitad y pagarlo en dos plazos.?
El casero acept¨® y les hizo hasta un recibo, pero la convivencia se convirti¨® en un infierno en solo una semana. ¡°Ten¨ªa muchos vicios, gritaba a su mujer, daba golpes en la pared, nos revisaba las cosas cuando no est¨¢bamos, nos intimidaba, nos ped¨ªa dinero prestado muy agresivo. Dorm¨ªamos con la cama contra la puerta porque est¨¢bamos asustados¡±, relata Alberto. ¡°Venimos de un pa¨ªs violento. Tardamos un mes en dejar de mirar a nuestras espaldas pensando que nos segu¨ªan y nos encontramos con aquello. Ten¨ªamos mucho miedo¡±, a?ade la mujer, Ver¨®nica.?
"Indocumentado de mierda"
A las dos semanas, el hombre les expuls¨® de la casa y se qued¨® con el dinero adelantado por el alquiler. Buscando en p¨¢ginas de Facebook se dieron cuenta de que no eran los ¨²nicos que sufr¨ªan situaciones parecidas. ¡°Un amigo nos anim¨® a denunciarle para que no estafase a nadie m¨¢s¡±, dice Alberto. Y as¨ª lo hicieron. La familia present¨® los recibos que el propio casero hab¨ªa firmado, un parte de la polic¨ªa local y lo denunci¨® por estafa y amenazas. La pareja ense?a los documentos del juzgado: la primera causa ha sido archivada por falta de pruebas, la segunda a¨²n sigue su curso. En su tel¨¦fono, Alberto guarda algunos de los audios que recibi¨® despu¨¦s. Su mujer los escucha petrificada por primera vez durante esta entrevista. ¡°Indocumentado de mierda¡±, ¡°os voy a deportar a ti y a tu puta mujer de mierda¡±, ¡°payaso¡±, ¡°no pint¨¢is nada en Espa?a¡±, ¡°voy a llamar a la Guardia Civil¡±, ¡°vete comprando tu billete de vuelta¡±, se escucha. ¡°Me afecta mucho volver a o¨ªr estos audios¡±, dice cabizbajo Alberto.?
Este caso de abuso contrasta con otras muestras de solidaridad que han dado los ciudadanos a migrantes en apuros. Acogida tras el desahucio por unos compatriotas, la familia decidi¨® entonces pedir asilo, 20 d¨ªas despu¨¦s de su llegada. ¡°No lo hicimos antes porque desconoc¨ªamos que ten¨ªamos ese derecho¡±, cuentan. Hasta ese momento, como cualquier inmigrante irregular, eran invisibles para el sistema. Los primeros tr¨¢mites fueron r¨¢pidos, se reunieron en pocos d¨ªas con la trabajadora social de la Secretar¨ªa de Migraciones, responsable de acoger a los demandantes de asilo m¨¢s vulnerables. Contaron que su dinero estaba a punto de agotarse y que necesitaban con urgencia un lugar donde vivir. De eso hace dos meses. No les han vuelto a contactar.?
Su espera es compartida: hay miles de personas como ellos esperando una plaza. El sistema de asilo est¨¢ desbordado. Espa?a ha recibido este a?o m¨¢s de 102.000 solicitantes de protecci¨®n internacional, seg¨²n la Oficina Europea de Apoyo al Asilo, el doble que el a?o anterior. La inmensa mayor¨ªa de las peticiones son de latinoamericanos, sobre todo de venezolanos que escapan de la crisis humanitaria de su pa¨ªs. Colombianos y centroamericanos, acechados por la violencia, son, tras los venezolanos, los colectivos m¨¢s numerosos. Espa?a acabar¨¢ negando la mayor¨ªa de las solicitudes, pero tiene que estudiar sus casos y, mientras tanto, debe atenderlos. El volumen de demandas ha ralentizado a¨²n m¨¢s la maquinaria y la Oficina de Asilo, que depende del Ministerio del Interior, puede tardar hasta dos a?os en resolver un expediente. La presi¨®n recae, entonces, en el sistema de acogida, incapaz de responder a todos los que lo necesitan.?
¡°Solo tenemos para pagar un mes y medio de alquiler. Recibimos ropa de C¨¢ritas, legumbres, frutas y verduras de una iglesia, pero si no fuese por eso no nos quedar¨ªa nada. Apenas salimos para no gastar. A veces me desespero y salgo a andar por el pueblo para que me d¨¦ el aire¡±, lamenta Alberto. No se quejan, pero est¨¢n cada vez m¨¢s angustiados. Ella, que era administrativa, ayuda en casas por 10 euros la hora. ?l quiso aprender jardiner¨ªa para tener m¨¢s oportunidades y pas¨® 20 d¨ªas recogiendo hojas, podando ¨¢rboles y rastrillando jardines por el m¨®dico precio de un Cola Cao. El se?or que le ense?aba el oficio ¡ªa cambio de tener un ayudante gratis¡ª ten¨ªa una ¨²nica preocupaci¨®n, que no se cortase un dedo para no tener problemas. "Por lo menos no me enga?¨®, nunca me dijo que ir¨ªa a pagarme", ironiza Alberto. Hasta dentro de cuatro meses la pareja no tendr¨¢ el permiso de trabajo que se concede a los solicitantes de asilo.
Sin dinero, pasan las horas metidos en la habitaci¨®n que han alquilado en una casa donde viven con otras siete personas. Tampoco quieren que les vean entrando y saliendo porque los han hospedado sin permiso del propietario. En cualquier momento pueden volver a echarlos. ¡°Nosotros no queremos depender de nadie, pero ahorita, en la situaci¨®n que estamos, que no podemos trabajar, necesito ayuda. Nos vamos a quedar en la calle¡±, explica Alberto.?
La ni?a, que rompi¨® a llorar pensando en su abuela y en su mascota cuando supo que aquel viaje de vacaciones era para no volver, ahora va al cole y le encanta su nueva vida. No sabe que tendr¨¢ que comenzar de nuevo, en otro lugar y, probablemente, lejos de ah¨ª, si en alg¨²n momento les llaman para incluirlos en un programa de acogida. Ajena a todas las preocupaciones de sus padres, la peque?a ya ha pedido su regalo de Reyes. ¡°Quiero una hermanita¡±, les dijo. ¡°Si nuestra situaci¨®n alg¨²n d¨ªa cambia¡±, le respondieron, ¡°lo intentaremos¡±. No ser¨¢ esta Navidad.
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