Los barcos de apestados que pusieron en jaque a Canarias y diezmaron la poblaci¨®n del Pac¨ªfico
En 1918, el mismo a?o en que un trasatl¨¢ntico en cuarentena puso en un brete a Gran Canaria, la mayor epidemia en la historia moderna causaba estragos en Polinesia
Por medio mundo la gripe ya hab¨ªa dejado un reguero de j¨®venes cad¨¢veres grises con los pulmones inflamados, pero el Talune ten¨ªa un salvoconducto para navegar a sus anchas por los mares del Sur: una declaraci¨®n de sanidad mar¨ªtima sin una tacha. Cuando atrac¨® frente a las costas limpias de Fiyi y Samoa Occidental aquel octubre de 1918, fue ese documento el que les franque¨® los puertos a sus pasajeros y a los cajones de mercanc¨ªas que tra¨ªa desde Nueva Zelanda.
Aquella declaraci¨®n sanitaria no era el ¨²nico papel que el Talune portaba a bordo. Los mozos desembarcaron tambi¨¦n peri¨®dicos de Auckland, la ciudad de donde hab¨ªa zarpado.?Cuando los leyeron, las autoridades locales se enteraron de que en Nueva Zelanda la enfermedad contagiosa ya hab¨ªa hecho estragos. As¨ª que supieron por la prensa de que la peste, la mayor pandemia de la ¨¦poca moderna, ya se extend¨ªa entre las con¨ªferas y las caba?as de sus islas.
Y ya era demasiado tarde para hacer nada: la gripe mal llamada espa?ola, muy contagiosa, hab¨ªa penetrado en los cuerpos de aquellos polinesios, v¨ªrgenes para el virus H1N1. En Fiyi muri¨® algo m¨¢s del 5% de la poblaci¨®n, 9.000 personas. En Samoa fallecieron menos, unas 8.500, pero en proporci¨®n el da?o fue mayor: perdi¨® al 22% de sus habitantes. Todas esas muertes por culpa de un ¨²nico barco apestado.
A apenas 100 kil¨®metros de all¨ª, la historia se desarroll¨® de otra forma. Al comandante John M. Poyer no le hab¨ªa temblado el pulso para acabar con la vida de cualquiera que intentase llegar desde otras islas. La suya se cerr¨® por completo al contacto exterior, incluidos los barcos. Una cuarentena dura pero impecable que hizo que la Samoa Americana pasara a la historia como un oasis libre de la gripe que mat¨® en todo el mundo a m¨¢s ¡ªquiz¨¢ el doble¡ª de 50 millones de personas. Los samoanos que estaban bajo mando estadounidense se salvaron todos.?
En Fiyi muri¨® algo m¨¢s del 5% de la poblaci¨®n, 9.000 personas. En Samoa fallecieron unas 8.500, un 22%. Todas las muertes por un ¨²nico barco apestado
Aquel era un mundo menos globalizado, pero las pandemias llevaban milenios interconectando un lugar del globo con sus ant¨ªpodas. Y as¨ª ocurri¨® tambi¨¦n en 1918. Mientras el Talune dispersaba la enfermedad por la Polinesia,?el barco?Santa Isabel?comenzaba su ruta desde Espa?a a Cuba y Puerto Rico.?Iba repleto de emigrantes gallegos que desde A Coru?a?buscaban su suerte en el Nuevo Mundo, parte de los 1.146 pasajeros que viajaban junto a 89 sacas de correspondencia, 50 bueyes, 70 toneladas de vino, 2.000 de carb¨®n. Canarias era solo una etapa en la larga traves¨ªa.
El Diario de Las Palmas recog¨ªa el ¨¢nimo con el que esperaba a aquel imponente trasatl¨¢ntico la capital grancanaria, muy castigada por el bloqueo de puertos por la Gran Guerra. Llenar¨ªan la ciudad de ¡°trabajo, vida y alegr¨ªa¡±, mencionaba el peri¨®dico. Dar¨ªan la sensaci¨®n, detallaba la cr¨®nica previa, de ¡°una rica caravana que pasa sembrando dinero¡±.
A bordo viajaban diplom¨¢ticos, destripaterrones y el mismo virus que arrasaba en el resto del mundo. Malas noticias ten¨ªa que dar el capit¨¢n a las autoridades grancanarias. A solo un d¨ªa de desembarcar en Las Palmas les env¨ªa un radiograma: ¡°Llegamos al amanecer. 75 casos de grippe [sic]. 18 graves. 5 defunciones¡±. Cuando el barco asom¨® a las pocas horas ante el puerto de La Luz, en un m¨¢stil ondeaba la temida bandera amarilla y negra, signo de cuarentena a bordo.
¡°Las condiciones de viaje hab¨ªan sido escalofriantes, con parte de la tripulaci¨®n con gripe, los enfermos, en su mayor¨ªa inmigrantes gallegos, abandonados a su suerte, hacinados en las salas comunes del barco donde nadie se ocupaba de mantener la m¨ªnima higiene¡±, recoge en su libro La Gripe Espa?ola: la pandemia de 1918-1919?la profesora de la Universidad Complutense Beatriz Echeverri.
Asomaba a puerto la misma pandemia que en la Pen¨ªnsula hab¨ªa puesto fin a los grandes velatorios de hasta tres d¨ªas por la urgencia en sepultar los cad¨¢veres y que hab¨ªa acabado, en algunos pueblos, con el toque a difuntos, por tal de no desmoralizar a los paisanos. La misma pandemia que hab¨ªa llevado al alcalde de Barcelona a pedir una mano al Ej¨¦rcito para transportar y enterrar a los muertos.
Las Canarias hab¨ªan esquivado en gran medida los estragos de la gripe en su segunda ola, la m¨¢s mort¨ªfera en Espa?a. Si en la Pen¨ªnsula la tasa de mortalidad era de 127 por cada 100.000 habitantes, en el territorio insular no llegaba a 5,4. ¡°A pesar de la desnutrici¨®n, el hacinamiento y la poca calidad del agua de Las Palmas, su poblaci¨®n en general estaba sana¡±, detalla Francisco Javier Castro, profesor de la Escuela de Enfermer¨ªa de la Universidad de La Laguna (Tenerife), que ha estudiado c¨®mo hizo el archipi¨¦lago para enfrentarse a las epidemias. Canarias se hab¨ªa consolidado para entonces como un destino de turismo sanitario por la bondad de su clima para los enfermos de tuberculosis de toda Europa.
Baile de cifras
?Cu¨¢ntos son de verdad los infectados?, dudan las autoridades ante el problema que se les viene encima en forma de barco de atacados, como tambi¨¦n se les llama a los enfermos. El Ayuntamiento de Las Palmas recoge en sus actas una cifra mayor que la anunciada por el capit¨¢n: 170 contagiados y 9 muertos trae el Santa Isabel. ?Qu¨¦ hacer con ellos? ?Alojarlos en la sede de la naviera? ?Y las personas a¨²n sanas que pueden estar contagiadas? Son demasiadas y la ciudad y sus m¨¢s de 60.000 habitantes est¨¢n demasiado cerca. ?Llevarlos quiz¨¢ a la apartada isla de La Graciosa, allende Lanzarote? ?Y a la rec¨®ndita playa de Los Cristianos, en Tenerife?
A la mente de las autoridades viene entonces el lazareto de Gando, una instalaci¨®n para aislar a infectados y sospechosos de serlo,?en el este de Gran Canaria. ¡°Se concibi¨® para las cuarentenas de los barcos en una zona sin carretera, tel¨¦fono ni agua corriente", ilustra Francisco Javier Castro. El lugar estaba desde hac¨ªa mucho abandonado a su suerte. "Ni siquiera estaba cerrado; solamente se pon¨ªa en funcionamiento cuando se necesitaba, de buenas a primeras".?
Con todo, aquel lazareto era mejor que el de Santa Cruz, un simple secadero de pescado.?En 1893, influido por las corrientes higienistas, el ingeniero Juan de Le¨®n lo hab¨ªa construido en la pen¨ªnsula de Gando, aprovechando que la pendiente del terreno facilitaba el desag¨¹e. El lugar, de manera innovadora, hab¨ªa previsto cuatro departamentos bien definidos y separados en varios pabellones. El llamado "limpio" serv¨ªa de residencia del personal, el "sucio" para los buques de patente sucia ¡ªque no hubieran tocado puerto en una zona de contagio¡ª, el de "observaci¨®n" para las cuarentenas. Y el de "apestados" serv¨ªa para los buques con enfermedades contagiosas a bordo.
En Gando no se hicieron distingos. De nada serv¨ªa que los pasajeros de primera hubieran pagado 1.777 pesetas por su pasaje y los de tercera solo una quinta parte de esa cantidad. ¡°Durmiendo en el suelo, se reunieron all¨ª, igualados por la enfermedad, humildes inmigrantes, ilustres personajes e individuos pintorescos¡±, recoge el libro de Beatriz Echeverri.
Miedo a morir
Brota y cunde el p¨¢nico entre el pasaje. El 4 de octubre los pasajeros de primera y segunda que permanecen en el barco se amotinan. Quieren saltar a tierra y escapar de la muerte que se propaga a bordo. Los muertos son 15 a los cinco d¨ªas del primer desembarco. Ese mismo d¨ªa, El Progreso publica que ya hay 280 enfermos de gripe. El mismo diario relata brevemente que el capit¨¢n del barco hab¨ªa mandado desembarcar a una decena de marineros armados para poner fin a la sublevaci¨®n.
Hay que evitar que entre en el lazareto nadie que no sea imprescindible, tanto como que escape ninguno de los enfermos y disemine as¨ª la enfermedad fuera de aquel erial abandonado. Las autoridades ci?en un cord¨®n sanitario. Interviene la guardia municipal y la Guardia Civil. La primera se encarga de supervisar el muro perimetral de Gando y los segundos, de los exteriores pr¨®ximos a las instalaciones del lazareto.
Un m¨²sico ofreci¨® 40.000 pesetas, una verdadera fortuna, a los m¨¦dicos para que salvaran a su compa?ero, que finalmente muri¨®
Entre las cifras, aquel 1918 y este 2020, asoman las historias personales. Estas son las que aboceta Beatriz Echeverri: hab¨ªa un ministro plenipotenciario de Colombia y una familia ¡°muy cristiana¡± tambi¨¦n del pa¨ªs. Hab¨ªa un doctor que se daba inyecciones de morfina para ¡°matar las penas¡±, un concertista de viol¨ªn y su amigo, y para que ¡°no faltara de nada¡±, una bailarina. "Parece que el compa?ero del violinista muri¨® a pesar de que el m¨²sico les hubiera ofrecido 40.000 pesetas, una verdadera fortuna, a los m¨¦dicos para que lo salvaran", recoge la investigadora.
Hacen falta m¨¦dicos y se piden voluntarios: tres doctores de Las Palmas se personan, junto a diez hermanas de la Caridad como enfermeras, y dos religiosos. El director del hospital de San Mart¨ªn baja cada d¨ªa desde Las Palmas a Gando para atender a los enfermos. El arsenal con que cuenta la medicina de la ¨¦poca, sin antibi¨®ticos ni retrovirales, es limitado: quinina y code¨ªna, inyecciones intravenosas de coloides de plata o platino, aceite de alcanfor, adrenalina.
Los 49 d¨ªas de cuarentena dejan un balance de 507 hospitalizados, 463 curados, 44 muertos y 21 operaciones quir¨²rgicas. El barco vuelve a Galicia, donde le espera una desinfecci¨®n a base de lej¨ªa y Zotal negro.?Los fallecidos se quedar¨¢n para siempre en Gando, enterrados a miles de kil¨®metros de sus familias.?
El final de la cuarentena y de aquel viaje maldito que ten¨ªa que llegar a La Habana, Cienfuegos, Santiago de Cuba o San Juan de Puerto Rico y que termin¨® en un lazareto fantasmal se celebra con una misa de acci¨®n de gracias. Con una Virgen del Pilar que llevaba consigo, la bailarina improvisa un altar entre los muros, hoy apenas unas ruinas de fachadas desportilladas por el mar y el tiempo junto al aeropuerto de Gran Canaria.
Agradecen a Dios que la pesadilla haya acabado. Sobre todo para ellos. ¡°Cayeron enfermos casi todos los cocineros, guardias de seguridad y los m¨¦dicos, pero ni el capell¨¢n ni ninguna de las monjas enfermeras contrajo la enfermedad¡±, detalla Beatriz Echeverri. La mayor parte de la poblaci¨®n canaria, gracias a un doble aislamiento, tambi¨¦n se salv¨®.
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La epidemia que impidi¨® a Darwin pisar Tenerife
Los canarios sab¨ªan que la alegr¨ªa y el mal sol¨ªan arribar por mar. En 1832, el Beagle fonde¨® cerca del puerto de Santa Cruz de Tenerife. Llevaba a bordo a un joven naturalista, Charles Darwin, deseoso de desembarcar para conocer aquella isla que Alexander von Humboldt hab¨ªa pisado en 1779. El brit¨¢nico ten¨ªa delante el imponente pico del Teide, que el sabio alem¨¢n hab¨ªa recorrido en sus seis d¨ªas en la isla, pero las autoridades pusieron al Beagle en cuarentena. Tem¨ªan que el c¨®lera que asolaba Inglaterra infectara la isla. El capit¨¢n no quiso esperar el tiempo dictado. Darwin parti¨® sin ver cumplido su sue?o.
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