A Acapulco solo le faltaba una pandemia
El crimen organizado apag¨® el brillo de la perla del Pac¨ªfico y el turismo busca ahora el glamur del pasado
Eddson est¨¢ sentado en el borde de la piscina y deja al sol el enorme tatuaje que le atraviesa la espalda: ¡°Familia¡±. Se lo grab¨® har¨¢ unos cinco a?os, cuando mataron a su amigo a tiros y vio al padre y a la hermana en el cementerio, destrozados; la madre ya no estaba, se la llev¨® un c¨¢ncer. ¡°Entonces supe que la familia era lo m¨¢s importante, lo que yo quer¨ªa¡±. Se voltea y mira con ilusi¨®n a su pareja, Valeria: ¡°Esperamos un beb¨¦¡±. Pues han elegido el lugar perfecto, el hotel Princess, en la zona Diamante de Acapulco, uno de esos para¨ªsos artificiales para familias donde antes hubo piratas del Pac¨ªfico.
La jovenc¨ªsima pareja encontr¨® la habitaci¨®n sellada, como si dentro se hubiera cometido un asesinato. La pegatina que un¨ªa las dos hojas de la puerta informaba al hu¨¦sped de que estaba entrando en una zona higienizada contra la pandemia. ?Tambi¨¦n el mando de la televisi¨®n? ?Y los botoncitos del aire acondicionado? ?Cada mesa, cada silla? Circula por ah¨ª esa famosa luz ultravioleta con la que barr¨ªan las habitaciones de los hoteles y descubr¨ªan, como detectives de CSI, restos de semen por todas partes. Bien podr¨ªan inventar algo as¨ª para el coronavirus.
En las mesitas de noche no espera un chocolate, ni unos caramelos, sino un kit desinfectante con un botecito de gel, gasas antibacterianas y mascarillas de papel de fumar. El servicio de habitaciones se presenta cubierto hasta las cejas. La campana sobre el plato tambi¨¦n trae la cinta de papel que garantiza asepsia total, como cuando limpian la taza del v¨¢ter. Los vasos vienen cubiertos con papel de pl¨¢stico. Cuando Eddson entrega su tarjeta para que le den una toalla de ba?o, el encargado le se?ala una pecera con sanitizante para que la eche all¨ª. Nadie debe tocar nada.
Los turistas siguen llegando y hacen fila en la recepci¨®n. Registrado uno, la recepcionista toca la campanita y un empleado llega con el espray y kilos de papel para limpiar el mostrador antes de que pase el siguiente, como en una cinta transportadora. A cada uno le van colocando la pulsera que garantiza un mundo feliz. Aldous Huxley era un aprendiz.
El mundo se ha vuelto un lugar muy aburrido y predecible. De Ibiza a Acapulco, la rutina es la misma. La distancia f¨ªsica entre personas, gel hidroalcoh¨®lico, cubrebocas. Esta pandemia ya apesta. ?D¨®nde ir que sea distinto? Este planeta ya no es apto para vacaciones. Cu¨¢nta raz¨®n ten¨ªan. Mejor quedarse en casa.
Acapulco. Su solo nombre evoca glamur, noches infinitas, sexo, drogas, desmadre absoluto, mariposas amarillas, colibr¨ªes irisados, el mar y la monta?a, las playas y las albercas azules. Eso s¨ª son unas vacaciones. Acapulco se pudri¨® a golpe de balas, extorsiones y prostituci¨®n infantil y el salitre se ha adue?ado de algunos hotelazos donde se corrieron buenas farras el Sha, Frank Sinatra, John Wayne, Ava Gardner, los Kennedy, Chavela Vargas, Cantinflas y cientos de puntos suspensivos. Tarz¨¢n pas¨® sus ¨²ltimos d¨ªas en el Flamingos, dizque gritando como si se columpiara entre lianas. Y a¨²n hay quien cree que el fantasma de Johnny Weissm¨¹ller se pasea por este hotel de muros rosas que trepa por la monta?a entre vegetaci¨®n selv¨¢tica. Abajo, cientos de metros m¨¢s abajo, el mar. El Flamingos languidece con sus cocos fosilizados y el ¨®xido en las balconadas. Solo le faltaba la pandemia.
¡°Acu¨¦rdate de Acapulco, Mar¨ªa bonita, Mar¨ªa del alma¡±, le cantaba Agust¨ªn Lara a la Do?a, Mar¨ªa F¨¦lix. Acapulco tiene todav¨ªa m¨¢s pasado que futuro. ¡°?Y que presente, carajo!¡±, dice la escritora acapulque?a Brenda R¨ªos, que sirve de cicerone. Pero eso puede cambiar. Carlos Slim, el magnate mexicano de origen liban¨¦s ha puesto su mano sobre la perla del Pac¨ªfico y estos d¨ªas el hotel Boca Chica estaba recibiendo una mano de pintura. El multimillonario ya compr¨® algunos palacetes en la capital del pa¨ªs y los salv¨® de la ruina. Qui¨¦n sabe si devolver¨¢ a Acapulco el esplendor perdido. Donde va el rey se trasladan los nobles, si permiten una met¨¢fora mon¨¢rquica. El Boca Chica ha recobrado su fama gracias a la serie La casa de las flores. En uno de sus cap¨ªtulos, unos j¨®venes drogados se marcan una coreograf¨ªa surrealista en la piscina. Eran los a?os setenta. La semana pasada, el Gobierno retir¨® una campa?a tur¨ªstica que mostraba un Acapulco ¡°sin reglas¡±. No les pareci¨® bien tanta relajaci¨®n de costumbres en tiempos pand¨¦micos.
Eddson y Valeria bajan a desayunar con sus cubrebocas. En el elevador juegan a las cuatro esquinas, cada cliente encima de una marca pegada en el suelo. Abajo, junto a los cisnes y los flamencos, las familias guardan cola hasta que se libera una mesa, espaciadas estos d¨ªas para no mezclar los alientos. Hay fila para los huevos, fila para el buf¨¦, fila para todo. En la alberca, una cascada artificial, como de pel¨ªcula de piratas, oculta el bar, que ahora est¨¢ cerrado y obliga a los meseros a hacer pesados viajes con las bandejas al hombro cargadas de pi?a colada, cervezas y jugos de colores. Salvador est¨¢ pasando el calor m¨¢s pegajoso mientras refresca a sus clientes. Las vacaciones este a?o ser¨¢n un asquito, pero el infierno es para los que trabajan en esas condiciones. Y eso que Eddson y Valeria han elegido la zona Diamante de Acapulco, donde todav¨ªa se huele el post¨ªn. Muy cerquita de all¨ª tiene Pl¨¢cido Domingo su casa, donde se recuper¨® de la covid.
Lo que no sabe nadie es que al otro lado de la gran bah¨ªa, en la Caletilla, ?No hay pandemia! La zona donde anta?o se remojaba la pandilla en blanco y negro de Hollywood es ahora la m¨¢s humilde. Qui¨¦n dijo virus. All¨¢ los m¨²sicos cantan a todo pulm¨®n encima de los comensales, los camareros se sonr¨ªen cuando se les pide que se alcen el tapabocas y el agua parece una granja de patos. Pasan los que venden ostiones, c¨®cteles de fruta, los que ofrecen tatuajes y masajes, cualquiera que sepa gritar una mercanc¨ªa, y las mesas est¨¢n bien pegaditas. El turista se queja de que el mesero no se pone la mascarilla, y el mesero se queja de que el turista no se la quiere poner. ¡°Una sola palabra de Dios y esto se acabar¨ªa¡±, rezonga una se?ora bajo un ¨¢rbol. Pero somos todos unos pecadores y as¨ª no hay forma, se interpreta malamente bajo la mascarilla de flores.
Bajo el agua clorada de la alberca y solo bajo el agua, las vacaciones son completas. No hay berrinches infantiles, el sol no quema, las bocas est¨¢n cerradas, pero libres y la asepsia es completa. Eddson y Valeria nadan en la felicidad completa.